26 de septiembre de 2022

Trotsky revisitado (XXXVII). Críticas y reproches (11)

Ludo Martens: El contrarrevolucionario
 
Ludo Martens es también autor de los ensayos “L'URSS et la contre-révolution de velours” (La URSS y la contrarrevolución de terciopelo) y  “Les années Brejnev. Stalinisme ou révisionnisme? (Los años de Brezhnev. ¿Estalinismo o revisionismo?). Categóricamente atribuyó al revisionismo introducido por Khruschev el fracaso político de la URSS, y a Gorbachov la capitulación frente al imperialismo y la catástrofe económica. “Durante treinta y cinco años -escribió-, los revisionistas han luchado por demoler a Stalin. Una vez Stalin demolido, Lenin ha sido liquidado en un abrir y cerrar de ojos. Khruschev se encarnizó contra Stalin. Gorbachov lo ha ‘rematado’ llevando a cabo, en el curso de los cinco años de su glasnost, una verdadera cruzada contra el estalinismo. ¿Se han dado cuenta de que el desmontaje de las estatuas de Lenin no ha sido precedido por una campaña política contra su obra? Bastó con la campaña contra Stalin. Una vez que todas las ideas políticas de Stalin fueron atacadas, denigradas, demolidas, se llegó a la constatación de que, la campaña había servido también para liquidar las ideas de Lenin”. Seguidamente la cuarta parte de los fragmentos extraídos de “Otra mirada sobre Stalin”.

 
Políticamente Kamenev y Zinoviev fueron los precursores de Khruschev. Pues, para ridiculizar la vigilancia respecto a los oportunistas del género de Kamenev, Trotsky utiliza un argumento que será casi textualmente retomado por Khruschev en su “Informe secreto”: “La liquidación de clases antes dominantes, al mismo tiempo que los éxitos económicos de la nueva sociedad, deberían obligatoriamente llevar a la atenuación y la desaparición progresiva de la dictadura”. En el momento en que una organización clandestina llega a asesinar al número dos del régimen socialista, Trotsky declara en su artículo “Un crujido en el aparato”: “La dictadura del proletariado en la URSS debe lógicamente comenzar a desaparecer”. Siempre dirigiendo la punta de lanza contra los bolcheviques que defienden al régimen soviético, Trotsky pide clemencia para los conspiradores. Al mismo tiempo que presenta a los terroristas bajo un ángulo simpático.
Trotsky declara sobre el asesinato de Kirov: “Un acto terrorista cometido por orden de una organización determinada es inconcebible si no existe una atmósfera política favorable. La hostilidad hacia las alturas del poder debería extenderse ampliamente y tomar formas agudas para que en el seno de la juventud del Partido pueda cristalizar un grupo terrorista. Si entre las masas populares el descontento se extiende hasta aislar a la burocracia entera; si la juventud misma se siente apartada, oprimida, privada de la posibilidad de un desarrollo independiente, la atmósfera para los grupos terrorista se habrá creado”. Trotsky, aunque públicamente tome sus distancias en relación con el terror individual, se apresura a decir ¡lo bien que piensa de este atentado contra Kirov!
Como puede verse, el complot y el asesinato son las pruebas de que hay una “atmósfera general de hostilidad que aísla a la burocracia entera”. El asesinato de Kirov prueba que “la juventud se siente oprimida y privada de la posibilidad de un desarrollo independiente”. Esta última observación es un estimulante directo a la juventud reaccionaria que, efectivamente, se siente “oprimida” y desprovista de “posibilidades de desarrollo independiente”. Y Trotsky termina por postular el terror individual y la insurrección armada, para destruir al poder “estalinista”. Así, desde 1935, Trotsky actúa como un contrarrevolucionario sin máscara, como un anticomunista irreductible. He aquí un texto que escribió en 1935, un año y medio antes de la Gran Purga de 1937. “Stalin es la encarnación viva de un Termidor burocrático. Entre sus manos, el terror es y queda ante todo como un instrumento destinado a aplastar al Partido, a los sindicatos y a los soviets, y establecer una dictadura personal a que solo le falta... la corona imperial. Las atrocidades insensatas engendradas por métodos burocráticos en la colectivización, como las grandes represalias y las violencias ejercidas contra los mejores elementos de la vanguardia proletaria, han provocado, de forma inevitable, la exasperación, el odio y el espíritu de venganza. Esta atmósfera engendra disposiciones al terror individual entre los jóvenes. Sólo los éxitos del proletariado mundial pueden reanimar la confianza del proletariado soviético en sí mismo. La condición esencial de la victoria de la revolución es la unificación de la vanguardia proletaria internacional alrededor de la bandera de la IV Internacional. La lucha por esta bandera debe también ser llevada a la URSS, con prudencia pero de forma intransigente. El proletariado que ha realizado tres revoluciones levantará la cabeza una vez más. La absurdidad burocrática ¿no intentará resistirla? El proletariado encontrará una escoba suficientemente grande. Y nosotros le ayudaremos”.
Es así como Trotsky exalta discretamente el “terror individual” y predica abiertamente una “cuarta revolución”. ¿Qué fuerzas puede movilizar con estos llamamientos? En primer lugar, a los kulaks que los “burócratas” han infligido “atrocidades insensatas” durante la colectivización. Después, a los oportunistas podridos que han ensayado ya el arma del terrorismo contra Kirov y contra otros dirigentes: cuando Trotsky habla, en 1935, de “los mejores elementos de vanguardia” contra los cuales el Partido ha ejercido “cobardes represalias y violencias”, está haciendo referencia al grupo de Zinoviev y de Nikolaïevski. En este texto, Trotsky afirma que Stalin “aplasta” al partido bolchevique, a los sindicatos y a los soviets. Una contrarrevolución tan “atroz”, declara Trotsky, debe necesariamente provocar entre los jóvenes el odio, el espíritu de venganza y el terrorismo. Esto es un llamamiento apenas disimulado al asesinato de Stalin y de otros dirigentes bolcheviques. Trotsky declaró que la actividad de sus acólitos en la Unión Soviética debe ser llevada según las reglas de la estricta conspiración; es pues evidente que no puede llamar directamente al terror individual. Pero hace comprensible que un tal terror individual puede ser “provocado de forma inevitable” debido a los crímenes estalinistas. En lenguaje conspirativo, no se puede ser más claro. Si hubiera alguna duda entre sus partidarios de que se debe llegar hasta la lucha armada contra los bolcheviques, Trotsky añade: “En Rusia hemos hecho una revolución armada en 1905, otra en febrero de 1917 y una tercera insurrección armada en octubre de 1917. Preparemos ahora una cuarta revolución contra los estalinistas. Si osan resistir, los trataremos como hemos tratado en 1905 y en 1917 a los zares y a la burguesía”. Predicando una revolución armada en la URSS, Trotsky se convierte en el portavoz de todas las clases reaccionarias derrotadas, desde los kulaks a los zaristas pasando por los burgueses y los oficiales blancos. Para arrastrar a algunos obreros en su empresa anticomunista, Trotsky sólo les promete los “éxitos del proletariado mundial” que van a “reanimar la confianza del proletariado soviético”.


Abordando la lucha de clases en los países imperialistas, conviene subrayar que la lucha principal de Trotsky apuntaba hacia la destrucción de los Partidos Comunistas. Trotsky ordenó desde 1934 a sus acólitos entrar en los partidos socialdemócratas, partidos que defendían abiertamente al régimen capitalista y colonialista. Trotsky quería que sus partidarios les reforzaran sus tendencias anticomunistas. Así, la presión contra los PPCC sería cada vez más fuerte y muchos obreros se darían de baja. La destrucción del Partido Comunista conduciría entonces al desarrollo imparable de la IV Internacional trotskista, vanguardia de la Revolución mundial. Esto es lo que escribía Trotsky en una carta a los bolcheviques-leninistas de la URSS, publicada en agosto de 1934.
En ella también puede leerse: “En el interior de los partidos de la II Internacional se está realizando un proceso de radicalización de las masas. El régimen cuartelario del Komintern, el cinismo de sus procedimientos y de sus métodos, constituye hoy en día el principal obstáculo sobre la vía de la educación revolucionaria y de la formación de la vanguardia proletaria. Los obreros socialistas deben ser el campo principal de nuestras actividades. Sólo siendo eficaces en esto, podremos sacar a los obreros comunistas del tornillo de banco de la burocracia y asegurar la creación de un verdadero partido revolucionario de masas, sección de la IV Internacional, que llevará al proletariado a la conquista del poder”. Así que, según él, desde 1934 el “principal obstáculo” que los trotskistas quieren destruir en los países imperialistas, son los PPCC: el objetivo principal de la lucha que llevaron a cabo los trotskistas, fue la misma diana principal sobre la cual convergían todos los ataques de la patronal, de la derecha clásica, de la socialdemocracia y del fascismo.
El apoyo trotskista a la socialdemocracia fue completado por un trabajo de infiltración y de subversión en el seno de los partidos comunistas. Trotsky tenía la intención de hacerlos estallar. Para conseguirlo, utilizó una fraseología “izquierdista”. Los PPCC querían constituir un frente unido con ciertas fracciones de la burguesía contra el fascismo hitleriano, lo que -declaró Trotsky- es una desviación “social-patriótica” insoportable para los verdaderos “revolucionarios proletarios”. Y a pesar de utilizar este argumento “de extrema-izquierda” para destruir a los PPCC, los trotskistas se esforzaron en reforzar a la socialdemocracia contra el Partido Comunista. En 1935 Trotsky escribió: “En el interior del Partido Comunista se acumulan tendencias cada vez más considerables que deben, inevitablemente, llevar a una serie de escisiones, y la continuación es organizarlos en la IV Internacional. Por ello es necesario observar la vida interna del Partido Comunista y apoyar a las tendencias revolucionarias, proletarias, contra la facción dirigente social-patriótica”.
Insertamos aquí un paréntesis para mostrar hasta qué punto Trotsky devino, desde 1935, en el portavoz de los peores reaccionarios en la arena internacional. En un panfleto titulado “De Marx a Stalin”, publicado en 1937, “la Juventud Intelectual Católica, deseosa de aportar su contribución al arsenal intelectual anticomunista” da la palabra al abogado Jean Dal. Este último se esforzaba en probar a los intelectuales católicos que el comunismo es “irrealizable e inadmisible”. Diciendo de paso que “Henri De Man, en su obra “Más allá del marxismo”, ha enriquecido de forma considerable el pensamiento marxista, sin traicionarlo”. Y que está de acuerdo con Berdiaïev en que “el espíritu mismo del comunismo es la negación del espíritu”. Sobre su trayectoria, el señor Dal parece dar idea de querer esclarecer y convencer a “los intelectuales inclinados a dejarse seducir por ciertos aspectos del comunismo”, citando abundantemente... las obras de Trotsky.
He aquí el pasaje central de la obra de Dal: “Acabo de leer el último libro de León Trotsky, ‘La Revolución Traicionada’. Este libro es más que la obra de un agriado vindicativo, de un ambicioso de gran envergadura apartado brutalmente de las avenidas del poder. Pues no hace más que confirmar, sintetizar, revelar a la luz con una incontestable potencia verbal y una lucidez remarcable, datos dispersos que ha sido capaz de rebuscar en 36 libros, periódicos y artículos de periódico. Datos según los cuales la URSS, como la Francia revolucionaria del pasado, habría conocido su Termidor y está ya en una forma de período preconsular, después del cual este país no representa más que de fachada el ideal intelectual que lo suscitó, sus dirigentes siguen deliberadamente una línea de conducta casi exactamente contraria a la política leninista. Otra cosa es saber si toda revolución no acabará por terminar en un Termidor. Stalin y su camarilla de burócratas y mandarines, ¿son los responsables de la evolución actual de la URSS? ¿Han traicionado a sabiendas? ¿O es que no podían hacer otra cosa que traicionar? La Rusia de 1936 está muy lejos de la imagen que Lenin, en los últimos años de su vida, proyectaba sin cesar sobre la pantalla del porvenir”.


Después de la lectura de estos textos, es evidente que todo comunista soviético que tomara conocimiento de las ligazones clandestinas existentes entre ciertos miembros del Partido con Trotsky, tendría el deber imperativo de denunciarlos a la Seguridad del Estado. Los que mantenían relaciones con Trotsky formaban parte de un complot contrarrevolucionario que buscaba destruir los cimientos básicos del poder soviético, cualquiera que fuesen los argumentos de “izquierda” que fueran utilizados para justificar el trabajo de subversión anticomunista.
A partir de 1931, Bujarin jugó un papel preponderante en el trabajo del Partido entre los intelectuales. Su influencia fue grande entre la comunidad científica de la URSS y en el seno de la Academia de las Ciencias. Como redactor jefe del periódico gubernamental “Izvestia”, Bujarin pudo promover su propia corriente política e ideológica. En el primer congreso de los escritores, Bujarin elogió a Pasternak, que preconizaba un “apoliticismo militante” en literatura. Bujarin se convirtió en el ídolo de los campesinos ricos, así como el portavoz de los nuevos tecnócratas. En 1936, fue enviado a París para negociar con el menchevique Nikolaïevski, que poseía ciertos manuscritos de Marx y de Engels. La Unión Soviética quería comprárselos. Nikolaïevski testimonió sobre estas entrevistas con Bujarin: “Bujarin tenía el aire de aspirar al sosiego, lejos de la fatiga que le imponía la vida en Moscú. Estaba fatigado. Me dejó entender indirectamente que se sentía embargado de un gran pesimismo por lo del Asia central y que había perdido sus deseos de vivir. Entretanto, no quería suicidarse”.
Así, Bujarin aparece en 1936 como un “viejo bolchevique”, moralmente acabado, invadido por el espíritu de la capitulación y del derrotismo. El menchevique Nikolaïevski continúa: “Yo conocía la orden del Partido prohibiendo a los comunistas hablar con aquellos que no eran miembros informándoles de los asuntos interiores del Partido. Tuvimos, no obstante, numerosas conversaciones sobre la situación interna del Partido. Bujarin tenía necesidad de hablar”. Bujarin, el “viejo bolchevique”, rompió las reglas más elementales de un Partido Comunista ante un enemigo político. “Fanny Yezerskaïa intentó persuadirle de que se quedara en el extranjero. Él le dijo que era necesario fundar un periódico de oposición en el extranjero, un periódico que sería informado de la realidad de lo que pasaba en Rusia y que por ello podría ejercer una gran influencia. Ella afirmaba que Bujarin era el único en poder llenar este papel. Pero me informó que Bujarin le respondió: ‘No creo que pueda vivir sin Rusia. Estamos habituados a lo que pasa y a la tensión que reina’”. Bujarin se dejó poner en contacto con los enemigos que tramaban el derrumbamiento del régimen bolchevique; su respuesta evasiva demuestra que no iba a adoptar una actitud de principios a la propuesta provocadora de dirigir una revista anti-bolchevique en el extranjero.
Nikolaïevski continúa su testimonio: “Cuando estuvimos en Copenhague, Bujarin me recordó que Trotsky se encontraba relativamente cerca de nosotros en Oslo. Con un guiño, me sugirió: ¿Y si tomáramos la maleta para irnos a pasar un día con Trotsky?”, y continuó: “Evidentemente, nos hemos batido a muerte, pero esto no me impide sentir por él un gran respeto”. En París, Bujarin visitó también al jefe menchevique Fedor Dan, al cual le confió que a sus ojos, Stalin no era “un hombre sino un diablo”. En 1936, Trotsky era ya un contrarrevolucionario irreductible, predicando el terrorismo, partidario de una insurrección anti-bolchevique. Dan era uno de los principales jefes socialdemócratas de la contrarrevolución. Bujarin se estaba aproximando políticamente a estos dos individuos.
La depuración estalinista propiamente dicha de 1937-1938 fue decidida después de la puesta a punto de la conspiración militar de Tujachevski. El descubrimiento de un complot en la cabeza del Ejército Rojo, complot que tenía ligazones con fracciones oportunistas del Partido, provocó un verdadero pánico. Desde hacía varios años, la dirección del Partido tenía la convicción de que la guerra con el fascismo era inevitable. El hecho de que los más altos jefes del Ejército Rojo y ciertos dirigentes del Partido elaborasen secretamente los planes de un golpe de Estado produjo una verdadera conmoción. Los dirigentes bolcheviques tomaron conciencia de la gravedad del peligro interior y de sus relaciones con el exterior. Stalin comprendió perfectamente que el enfrentamiento entre la Alemania nazi y la URSS costaría millones de vidas soviéticas. La decisión de eliminar físicamente a la 5ª Columna no era un signo de “paranoia del dictador”, como afirmaba la propaganda nazi, sino que mostraba la determinación de Stalin y del Partido Bolchevique de hacer frente al fascismo con una lucha a muerte. Eliminando a la 5º Columna, Stalin salvó la vida de varios millones de soviéticos. De lo contrario, estos muertos hubiesen sido el precio suplementario a pagar, en caso de agresión exterior debido a los sabotajes, provocaciones y traiciones interiores.


La campaña contra el burocratismo en el Partido, sobre todo a niveles de las estructuras intermedias, tomó en 1937 una gran amplitud. En el curso del mismo año, Yaroslavki atacó muy duramente al aparato burocrático. Afirmaba que en Sverdlovsk, la mitad de los miembros de los presídiums de las instituciones gubernamentales habían sido cooptados. El Soviet de Moscú sólo se reunía una vez por año. Algunos dirigentes no conocían ni de vista a sus subordinados. La actitud burocrática y arbitraria de los hombres de los aparatos provinciales estaba reforzada por el hecho de que estos últimos poseían virtualmente el monopolio en el terreno de la experiencia administrativa. La dirección bolchevique animaba a la base en su luchar contra las tendencias burocráticas y burguesas.
A principios de 1937, la lucha contra la infiltración nazi y la conspiración militar se fusionó con la lucha contra el burocratismo y los empecinamientos feudales. Hubo una depuración revolucionaria desde arriba y desde abajo. La depuración comenzó por una decisión firmada el 2 de julio de 1937 por Stalin y Molotov, condenando a muerte a 75.950 personas cuya hostilidad hacia el poder soviético era conocida: criminales de derecho común, kulaks, contrarrevolucionarios, espías y elementos antisoviéticos. Los casos debían ser examinados por una troika compuesta por el secretario del Partido, el Presidente del Soviet local y el jefe de la NKVD. Pero, a partir de septiembre de 1937, los responsables de la depuración a nivel regional y los enviados especiales de la dirección introdujeron peticiones para aumentar la cuota de los elementos antisoviéticos a ejecutar.
La depuración se caracterizó a menudo por su ineficacia y anarquía. Secretarios regionales del Partido trataban de probar su vigilancia denunciando y expulsando a un gran número de cuadros inferiores y miembros ordinarios. Los opositores escondidos en el seno del Partido intrigaban para expulsar a un máximo de cuadros comunistas locales. Sobre este propósito, un oponente testimonió: “Intentamos expulsar a todos los militantes posibles del Partido. Expulsamos a personas aun cuando no había ninguna razón para hacerlo. Teníamos un sólo objetivo: aumentar el número de personas resentidas y así aumentar el número de nuestros aliados”. Dirigir un país gigantesco, complejo y teniendo siempre grandes retrasos a recuperar, era una tarea de una dificultad extrema. En los múltiples dominios estratégicos, Stalin se concentraba en la elaboración de las líneas directrices generales. Después confiaba la puesta en aplicación a uno de sus adjuntos. Así, para poder aplicar las líneas directrices de la depuración, reemplazó a Yagoda -un liberal que se había pringado en los complots de los opositores-, por un viejo bolchevique de origen obrero, Ejov. Pero, después de tres meses de depuración dirigida por Ejov, empezaron a encontrarse indicios de que Stalin no estaba satisfecho del desarrollo de la operación. En octubre, Stalin intervino para afirmar que los dirigentes económicos eran dignos de confianza.
En enero de 1938, el C.C. publicó una Resolución sobre los desarrollos de la depuración. En ella se afirmaba la necesidad de la vigilancia y de la represión contra los enemigos y los espías. Pero, al mismo tiempo criticaba la “falsa vigilancia” de ciertos secretarios del Partido que atacaban a la base para proteger su propia posición. Empezaba así: “El pleno del C.C. del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética estima que es necesario llamar la atención de las organizaciones del Partido y a sus dirigentes sobre el hecho de que, dirigiendo en lo esencial sus esfuerzos hacia la depuración de sus filas de los agentes trotskistas y derechistas del fascismo, se cometen errores y perversiones serias que impiden la depuración del Partido de los agentes dobles, de los espías y saboteadores. A pesar de las directrices y de las advertencias repetidas del C.C., las organizaciones del partido adoptan, en numerosos casos, unas decisiones completamente erróneas, expulsan a comunistas partidarios, con una ligereza criminal” . La Resolución señaló dos grandes problemas organizacionales y políticos que hacían desviar la depuración: la presencia de comunistas que buscaban únicamente hacer carrera y la presencia, entre los cuadros, de enemigos infiltrados.