13 de septiembre de 2022

Trotsky revisitado (XXVIII). Críticas y reproches (2)

Aleksei Gouseev: La primera etapa de una sociedad de explotación
 
Aleksei Gouseev es autor de numerosos artículos que se publican habitualmente en la revista rusa “Otechestvennaya istoriya”, los que también han aparecido en revistas en idioma francés, español e inglés. Autor, entre muchos otros ensayos, de extensas monografías sobre Víctor Serge y Rosa Luxemburg, en ocasión de cumplirse el 80° aniversario del asesinato de Trotsky concedió una entrevista al semanario argentino “Ideas de Izquierda”. En ella, entre cosas, expresó que “los últimos años de la URSS, durante la Perestroika, fueron un tiempo de grandes cambios en nuestra sociedad y nuestro país. Ese tiempo estuvo lleno de crisis ideológicas en el régimen del Partido Comunista porque la ideología oficial del marxismo-leninismo había perdido su credibilidad. En esos años, como resultado de las reformas iniciadas por Gorbachov, se empezaron a publicar obras de Trotsky o sobre él, pero Trotsky no encajaba bien con el discurso oficial de la Perestroika. Porque Trotsky no sólo estaba en contra de Stalin como persona, sino en contra del sistema, de la burocracia dirigente. Y Gorbachov y los líderes de la Perestroika eran productos de esa misma burocracia.Bajo Stalin, Trotsky fue considerado como la encarnación del mal, como una especie de Anticristo, como la raíz de todo lo malo, el demonio, etc. Stalin ya en 1931 escribió que Trotsky y la Oposición eran la vanguardia de la contrarrevolución. Y después de Stalin, en los períodos de Jrushchov y Brezhnev hubo un replanteo oficial de este concepto. Trotsky fue reconocido no como un enemigo del pueblo y del poder soviético sino como uno de los líderes de la Revolución bolchevique de 1917. Pero, irónicamente, se volvió el símbolo de ‘la revolución por la revolución misma’, es decir, como experimentos revolucionarios, violencia, caos, etc, etc. Y esto se volvió una concepción oficial”. Lo que sigue es la segunda y última parte de su artículo “La clase imprevista. La burocracia soviética vista por León Trotsky”, publicado el 25 de agosto de 2009 en la página web “herramienta.com.ar”.

 
Si examinamos la historia de la oposición trotskista desde los años ‘20 hasta principios de los ‘30 veremos que la base de toda su estrategia política contaba con la desintegración del aparato gobernante en la URSS. Para Trotsky, la alianza de una “tendencia de izquierda” hipotética con la oposición sería la causa necesaria para una reforma del partido y del Estado: “el bloque con los centristas (la parte estalinista del aparato) es admisible y posible en principio -escribe a fines de 1928- y más aún, solamente este reagrupamiento en el partido puede salvar la revolución”. Contando con semejante bloque, los líderes de la oposición procuraban no rechazar a los burócratas “progresivos”. En particular, esta táctica explica una actitud más que equivoca de los líderes de la oposición ante la lucha de clases de los trabajadores contra el Estado, su negativa a crear su propio partido, etc.
Incluso después de su exilio de la URSS Trotsky continuaba esperanzado en el acercamiento con los “centristas”. Su aspiración a apoyarse en una parte de la burocracia dirigente era tan grande que estuvo dispuesto a transigir (bajo ciertas condiciones) con el Secretario General del Comité Central del PC. La historia de la consigna “¡Hacer renunciar a Stalin!” es un ejemplo contundente. En marzo de 1932 Trotsky publicó una carta abierta al Comité Ejecutivo Central de la URSS, donde llamaba: “Es necesario realizar, al fin, el último consejo apremiante de Lenin: hacer renunciar a Stalin”.
Pero en pocos meses, en el otoño de ese mismo año retrocedía explicándolo de la siguiente manera: “No se trata de una persona, de Stalin, sino de su fracción. La consigna ‘¡Abajo Stalin!’ puede ser comprendida (y sería inevitablemente comprendida) como el llamado a un derrocamiento de la fracción que está hoy en el poder y, en sentido más amplio, del aparato. Nosotros no queremos derrocar el sistema, sino reformarlo”. Y en su artículo-entrevista de diciembre de 1932 Trotsky puso los puntos sobre las íes sobre la cuestión de la actitud para con los estalinistas: “Nosotros estamos dispuestos hoy, como en los años anteriores, para cooperar enteramente con la fracción actualmente en el poder”. (Pregunta:) “¿Ustedes están por consiguiente de acuerdo, si yo les comprendo bien, en colaborar con Stalin?”. (Respuesta:) “Sin ninguna duda”.
En este período Trotsky vinculaba el posible viraje de una parte de la burocracia estalinista hacia “la cooperación multiforme” con la oposición con una próxima catástrofe del régimen, considerada inevitable como hemos dicho ya, en razón de la “precariedad” de la posición social de la burocracia. Ante esa situación de inminente catástrofe, los líderes de la oposición consideraban la alianza con Stalin como el medio de salvar el Partido, la propiedad nacionalizada y la economía planificada frente a la contrarrevolución burguesa. Sin embargo, la catástrofe no se produjo: la burocracia estaba mucho más consolidada y fuerte de lo que pensaba Trotsky. El Buró Político no respondió a sus llamados para asegurar “una cooperación honesta de las fracciones históricas” en el P.C.
Finalmente, en el otoño de 1933, después de muchas dudas, Trotsky rechaza enérgicamente la perspectiva utópica de reformar el sistema burocrático con la participación de los estalinistas y llama a hacer “una revolución política” en la Unión Soviética. Pero este cambio de la consigna principal de los trotskistas no significó la revisión radical de sus puntos de vista sobre la naturaleza de la burocracia-partido y del Estado, ni un rechazo definitivo de las esperanzas en una alianza con su tendencia “progresiva”. Cuando Trotsky escribía “La revolución traicionada” y aún después, consideraba en teoría a la burocracia como una formación precaria devorada por sus antagonismos crecientes. En “El programa de transición de la IV Internacional” (1938), declaró que el aparato gobernante en la URSS comprendía todas las tendencias políticas, entre las cuales una era “verdaderamente bolchevique”.
Trotsky imaginaba a esta última como minoritaria en la burocracia, pero una minoría bastante importante: no habla de algunos “apparatchiks”, sino de la fracción de una capa que cuenta con 5 a 6 millones de personas. Según Trotsky, esta fracción “verdaderamente bolchevique” constituía una reserva potencial para la oposición de izquierda. Además, el líder de la IV Internacional creía admisible la formación de un “frente unido” con una parte estalinista del aparato en caso de una tentativa de contrarrevolución capitalista que debía esperarse “en lo inmediato”, como pensaba en 1938.
Es esta orientación política (desde fines de los años ‘20 a comienzos de los ‘30) hacia la cooperación y hacia el bloque con los “centristas”, es decir, con la mayoría de la burocracia “soviética” dirigente, y luego (desde 1933) hacia la alianza con su minoría “verdaderamente bolchevique” y hacia un “frente unido” con la fracción estalinista dirigente, lo que hay que tener en cuenta en primer lugar al examinar las ideas de Trotsky sobre la naturaleza de la oligarquía burocrática y de las relaciones sociales en la URSS, que tienen su expresión más completa en “La revolución traicionada”.


Suponiendo que Trotsky hubiera reconocido a la burocracia “soviética” totalitaria como clase dirigente explotadora, enemiga encarnizada del proletariado: ¿Cuáles hubieran sido las consecuencias políticas? En primer lugar, hubiera sido necesario rechazar la idea de unirse con una parte de esta clase -la misma tesis de la existencia de una tal “fracción verdaderamente bolchevique” en el seno de la clase burocrática explotadora parece tan absurda como por ejemplo suponer su existencia en el seno de la burguesía-. En segundo lugar, en tal caso la supuesta alianza con los estalinistas para luchar contra “la contrarrevolución capitalista” sería un “frente popular”, noción desaprobada categóricamente por los trotskistas por tratarse de un bloque de clases enemigas, en lugar del “frente unido” en el marco de una clase, idea muy aceptable en la tradición bolchevique-leninista. En pocas palabras, constatar la esencia de clase de la burocracia hubiera asestado un duro golpe a las bases de la estrategia política de Trotsky. Naturalmente, no lo quiso. Así, el problema de determinar la naturaleza de la burocracia que a primera vista puede parecer un problema terminológico o teórico, era mucho más importante.
Es preciso hacer justicia a Trotsky: al final de su vida, comenzó a revisar su visión de la burocracia estalinista. Lo vemos en su libro “Stalin”, la más madura de sus obras, aunque inconclusa. Examinando los acontecimientos decisivos a fines de los años ‘20-‘30, cuando la burocracia monopolizó completamente el poder y la propiedad, Trotsky considera ya al aparato del Estado y del Partido como una de las fuerzas sociales principales que luchaban por disponer del “producto excedente de la nación”. Era la aspiración de controlar absolutamente este producto adicional y no la “presión” del proletariado o el empuje de la oposición (como Trotsky había pretendido en otro tiempo), lo que obligó a los “apparatchicks” a declarar la guerra a ultranza a los “elementos pequeño-burgueses”. En consecuencia, la burocracia no “expresaba” intereses ajenos, ni oscilaba entre dos polos, sino que se manifestaba como grupo social consciente según sus propios intereses. Ella se impuso en la lucha por el poder y los beneficios después de haber abatido a todos sus opositores. Monopolizó la disposición del producto excedente, es decir, cumplió con la función de propietaria real de los medios de producción.
Y después de haberlo reconocido, Trotsky ya no pudo ignorar el problema de la esencia de clase de la burocracia. En efecto, cuando habla de los años ‘20, dice: “La esencia del termidor (soviético) estuvo en la cristalización de nuevas capas privilegiadas, en el nacimiento de un nuevo substrato para la clase dirigente en sentido económico. Hubo dos aspirantes a interpretar ese rol: la pequeña burguesía y la burocracia misma”. Si el substrato había alimentado dos aspirantes a interpretar el rol de clase dirigente, no quedaba más que saber quién vencería: fue la burocracia quien venció. La conclusión entonces es muy clara: era la burocracia quien se había convertido en esa clase social dirigente. A decir verdad, después de haber preparado esta conclusión, Trotsky no la sacó, prefiriendo no concluir políticamente sus reflexiones, pero había dado un gran paso adelante.
En su artículo “La URSS en guerra” publicado en 1939, dio también un paso en esta dirección. Creyó posible, en teoría, que “el régimen estalinista fuese la primera etapa de una nueva sociedad de explotación”, aunque también recalcó, como siempre, que tenía otro punto de vista sobre esto: el sistema “soviético” y la burocracia que gobernaba era solamente una “recaída episódica” en el proceso de transformación de una sociedad burguesa en una sociedad socialista. No obstante, se declaró dispuesto a revisar sus opiniones en ciertas circunstancias, en caso de que el gobierno burocrático de la URSS superara la guerra mundial ya comenzada y se propagara a otros países.
Sabemos que todo ha pasado así. La burocracia que, según Trotsky, estaba privada de cualquier misión histórica, “intermediaria entre las clases”, no autónoma y precaria, “una recaída episódica”, logró ni más ni menos que cambiar radicalmente la estructura social de la URSS mediante la proletarización de millones de campesinos y pequeños burgueses, realizar una industrialización fundada en la superexplotación de los trabajadores, transformar el país en gran potencia militar, soportar la guerra más penosa y exportar las formas de su dominación a Europa Central y del Este y al Sudeste de Asia. Después de todo eso, ¿habría cambiado Trotsky su visión de la burocracia? Es difícil decirlo: no sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial ni a la formación de un “campo socialista”. Pero durante las décadas de posguerra, la mayoría de sus adeptos políticos continuaron repitiendo literalmente los dogmas teóricos extraídos de “La revolución traicionada”.
Evidentemente, la marcha de la historia ha refutado los puntos principales del análisis trotskista del sistema social en la URSS. Para constatarlo basta un hecho: ninguna de las “realizaciones” de la burocracia antes citadas se ajusta al esquema teórico de Trotsky. Sin embargo, inclusive hoy ciertos eruditos (sin hablar de los representantes del movimiento trotskista) continúan pretendiendo que la concepción del autor de “La revolución traicionada” y sus pronósticos sobre el destino de la “casta” dirigente han sido probados por el fracaso del régimen del PCUS y los acontecimientos que han tenido lugar en la URSS y en los países del “bloque soviético”. Se trata de la predicción de Trotsky según la cual el poder de la burocracia debía inevitablemente caer por tierra, sea como resultado de una “revolución política” de las masas de los trabajadores, o después de un golpe de estado social burgués contrarrevolucionario.
La esencia de la variante “contrarrevolucionaria” de los pronósticos de Trotsky estuvo ante todo en sus predicciones de la caída de la burocracia en tanto capa dirigente. “La burocracia está inseparablemente ligada con la clase dirigente en el sentido económico, nutrida de sus raíces sociales, se mantiene y cae con ella”. Pero suponiendo que en los países de la ex-Unión Soviética tuvo lugar una contrarrevolución social y la clase obrera perdió su poder económico y social, según Trotsky la burocracia dirigente debía caer con ella. ¿Pero realmente cayó, acaso cedió su lugar a la burguesía venida de alguna parte?


Según el Instituto de Sociología de la Academia de Ciencias de Rusia, más del 75% de la “elite política” rusa y más del 61% de la “elite del business” tienen origen en la nomenklatura del período “soviético”. En consecuencia, las mismas manos retienen las mismas posiciones sociales, económicas y políticas dirigentes en la sociedad. El origen de otra parte de la elite se explica de forma simple. El sociólogo O. Krychtanovskaya escribió: “Además de la privatización directa cuyo personaje principal era la parte tecnocrática de la nomenklatura (economistas, banqueros, profesionales, etc.), se produjo la creación de estructuras comerciales cuasi espontáneas, que parecen no tener ninguna relación con la nomenklatura. Al frente de estas estructuras han estado jóvenes cuyas biografías no revelan relaciones con ese sector. Pero sus grandes éxitos financieros explican solamente una cosa: aunque no fueran parte de la nomenklatura, fueron sus personas de confianza, sus ‘agentes de trust’, dicho de otro modo, sus plenipotenciarios”. Todo esto muestra muy claramente que no fue algún “partido burgués” (¿cómo hubiera podido aparecer, en las condiciones de ausencia de la burguesía bajo el régimen totalitario?) el que tomó el poder y logró utilizar algunos elementos provenientes de la “casta” antes gobernante como sus servidores. La burocracia misma es la que ha transformado de manera organizada las formas económicas y políticas de su dominación, manteniéndose como dueña del sistema.
Ahora bien, ¿se ha realizado el otro aspecto de sus pronósticos, la predicción de la escisión inminente de una “capa” social dirigente en elementos proletarios y burgueses y la formación de una fracción “verdaderamente bolchevique”? De hecho los líderes de los partidos “comunistas” que son diversas variantes de los restos del PCUS pretenden actualmente jugar un rol de verdaderos bolcheviques, de defensores de los intereses de la clase obrera. Pero es poco probable que Trotsky hubiera reconocido “los elementos proletarios” en Ziuganov y en Ampilov porque la meta de toda su lucha “anticapitalista” es sólo una restauración del viejo régimen burocrático en su forma estalinista clásica o “estatista patriótica”.
Por último, Trotsky veía la variante “contrarrevolucionaria” de la caída del poder de la burocracia con colores casi apocalípticos: “El capitalismo sólo podría ser restaurado en Rusia (lo que es dudoso), en caso de un cruel golpe de Estado contrarrevolucionario, que produciría diez veces más víctimas que la Revolución de Octubre y la Guerra Civil. En el caso de la caída de los soviets, su lugar sería solamente ocupado por el fascismo ruso, en comparación con cuyas crueldades los regímenes de Mussolini y Hitler parecerían instituciones filantrópicas”. No es necesario considerar esta predicción como una exageración fortuita, porque es una consecuencia inevitable de todas las visiones teóricas de Trotsky sobre la naturaleza de la URSS, ante todo de su firme convicción de que el sistema burocrático “soviético” servía, a su manera, a las masas de los trabajadores y aseguraba sus “conquistas sociales”.
Esta visión admitía naturalmente que la transición contrarrevolucionaria del estalinismo al capitalismo debía ser acompañada por el levantamiento de las masas proletarias para defender el Estado “obrero” y “su” propiedad nacionalizada. Y solamente un régimen feroz de tipo fascista podría vencer y aplastar la resistencia poderosa de los obreros contra “la restauración capitalista”. Por supuesto, Trotsky no hubiera podido suponer que en 1989-1991 la clase obrera no defendería la nacionalización de la propiedad y el aparato de Estado “comunista”, ni menos que contribuiría, además, activamente a su abolición. Porque los trabajadores no vieron en el viejo sistema ninguna cosa que justificara su defensa, la transición a la economía de mercado y la desnacionalización de la propiedad no condujeron a ninguna lucha sangrienta de las clases y a ningún régimen fascista o semifascista. No fue necesario. Así que no cabe hablar de la realización de los pronósticos de Trotsky.
Si la burocracia “soviética” no era clase dirigente y, según Trotsky, era sólo “gendarme” del proceso de la distribución, la restauración del capitalismo en la URSS demandaría una acumulación originaria del capital. En efecto, los publicistas rusos contemporáneos utilizan a menudo esta expresión de “la acumulación originaria del capital”. Estos autores la comprenden en general como el enriquecimiento de tales o cuáles personas, la acumulación del dinero, de los medios de producción y de otros bienes en las manos de los “nuevos Rusos”. Sin embargo todo esto no tiene ninguna relación con la comprensión científica de la acumulación originaria del capital descubierta por Marx en “El Capital”. Analizando la génesis del capital, Marx subrayó que su supuesta acumulación inicial es solamente “el proceso histórico de la separación del productor de los medios de producción”. La formación del ejército de asalariados por la supresión de la propiedad de los productores, es la condición principal para la formación de una clase dirigente.


¿Es que acaso en los años ‘90 en los países de la ex-URSS “los restauradores del capitalismo” tuvieron necesidad de formar una clase de asalariados mediante la expropiación de los productores? Evidentemente no: esta clase existía ya, los productores no controlaban los medios de producción, de ninguna manera. No había nadie a quien expropiar. En consecuencia, en ese momento la acumulación del capital ya se había producido. Cuando Trotsky ligaba la acumulación inicial con la dictadura cruel y la efusión de sangre tenía sin duda razón. Marx escribe también que “el capital nuevo suda sangre por todos sus poros” y su primer estadio tiene necesidad de un “régimen sangriento”.
El error de Trotsky reside en que él ligaba la acumulación originaria a una futura contrarrevolución hipotética y no quiso ver cómo se estaba produciendo bajo sus ojos (con todos sus atributos necesarios, como una tiranía política monstruosa y masacres masivas). Los millones de campesinos saqueados, muriendo de hambre y de miseria, los obreros privados de todos los derechos y condenados a trabajar por encima de sus fuerzas, cuyas tumbas servían de cimientos para construir los edificios previstos por los planes quinquenales estalinistas, los innumerables prisioneros del Gulag, etcétera: estas son las verdaderas víctimas de la acumulación originaria en la URSS. Los poseedores contemporáneos de la propiedad, no tienen necesidad de acumular el capital. Les basta con redistribuirlo entre ellos mismos, transformándolo de capital de Estado en capital privado corporativo. Pero esta operación, que no significa el cambio de sociedad y de las clases dirigentes, no necesita grandes cataclismos sociales. No haberlo comprendido, significa no poder comprender la historia “soviética”, ni la actualidad rusa.
Concluimos. La concepción trotskista de la burocracia que sintetizó el conjunto de puntos de vista teóricos fundamentales y los supuestos políticos de Trotsky no fueron capaces de explicar las realidades del estalinismo y el curso de su evolución. Puede decirse lo mismo de otros postulados del análisis trotskista del sistema social de la URSS: El Estado “obrero”, el carácter “postcapitalista” de las relaciones sociales, el “doble rol” del estalinismo, etc. No obstante, Trotsky logró sin embargo resolver el problema en otro sentido: este publicista notable hizo una crítica fulminante de las tesis sobre la construcción del “socialismo” en la Unión Soviética. Y esto no fue poco en su tiempo.