Ludo Martens: El organizador de fracciones clandestinas de oposición
En 1994
Martens publicó su obra “Otra mirada sobre Stalin”, un libro en el que
reconstruyó la historia de la Unión Soviética durante los años de gobierno de
Stalin, obra que pone en tela de juicio, particularmente, los datos de la
historiografía convencional sobre las colectivizaciones y la Gran Purga de la
década de 1930. Tras su publicación fue frecuentemente calificado como culpable
de “apologista del estalinismo”. En la introducción del libro, Martens declaró
que las motivaciones que lo llevaron a escribirlo eran las de comprobar
científicamente “las mentiras de la burguesía” y la falsificación que ésta
hacía de los sucesos del pasado soviético. Además, en 1992, publicó “Le
trotskisme au service de la CIA contre les pays socialistes” (El trotskismo al servicio
de la CIA contra los países socialistas). Para Martens, el trotskismo había
demostrado ser, en los hechos prácticos, la punta de lanza del imperialismo
contra los países socialistas, contra la liberación nacional y la dignidad y
soberanía de los pueblos. La
historia demostró -dice Martens- que las críticas de Stalin a Trotsky fueron de
mucho acierto. El rechazo de sus proposiciones, en el curso de los años ‘20 y ‘30,
permitió mantener la dictadura del proletariado y construir el poder político y
militar necesario para defender al socialismo de la agresión fascista. Lo que sigue es la tercera parte de los fragmentos
extraídos de “Otra mirada sobre Stalin”.
En 1926/27, Zinoviev y Kamenev se unieron a Trotsky en su lucha contra el Partido. Juntos formaron la Oposición Unificada. Ésta denunció la ascensión de la clase de los kulaks, criticó el “burocratismo” que invadía al Partido, y organizaron fracciones clandestinas en su seno. Cuando cierto Ossovsky defendió el derecho a crear “partidos de oposición”, Trotsky y Kamenev votaron, en el Buró político, contra la exclusión de este individuo. Zinoviev recogió la teoría de Trotsky sobre “la imposibilidad de construir el socialismo en un solo país”, teoría que había combatido violentamente años atrás, y hablada del peligro de “degeneración” del Partido.
Trotsky evocó en 1927 el “Termidor soviético”, por analogía con la contrarrevolución en Francia cuando los jacobinos de derecha ejecutaron a los jacobinos de izquierdas. Luego Trotsky explicó que a principios de la Primera Guerra Mundial, en el momento en que el Ejército alemán estaba a 80 kilómetros de París, Clemenceau derribó al gobierno débil de Poincaré para organizar una defensa feroz y sin concesiones. Quería decir que en caso de ataque imperialista, él, Trotsky, podría dar un golpe de Estado a lo Clemenceau. Por sus maniobras y sus tesis, la oposición se desacreditó mucho y cuando llegó el momento de votar no recibió más que 6.000 votos sobre 725.000.
El 27 de diciembre de 1927, el Comité Central declaró que la oposición había hecho causa común con las fuerzas antisoviéticas y que aquellos que mantuviesen estas posiciones serían expulsados del Partido. Como consecuencia de esto todos los dirigentes trotskistas y zinovievistas fueron excluidos. Pero, ya en junio de 1928, muchos zinovievistas publicaron una autocrítica y reingresaron, así como sus jefes Zinoviev, Kamenev y Evdokimov. Después una gran parte de los trotskistas les siguieron: Préobrajenski, Radek, Piatakov. En cuanto a Trotsky, mantuvo su posición irreductible hacia el Partido y fue expulsado de la Unión Soviética.
La tercera gran lucha ideológica fue dirigida contra la desviación derechista de Bujarin, durante la colectivización. Bujarin preconizaba una política de tipo socialdemócrata, basada en la idea de la reconciliación de clases. De hecho, protegía el desarrollo de los kulaks en el campo y se convirtió en el portavoz de sus intereses. Exigía una ralentización de la industrialización del país. Bujarin estaba estremecido por la dureza de la lucha de clases en el campo, describiendo y denunciando sus “horrores”. Durante esta lucha, se vio a antiguos “oponentes de izquierda” ligar alianzas sin principios con Bujarin con el fin de derribar a Stalin y a la dirección marxista-leninista.
El 11 de julio de 1928, durante los violentos debates que precedieron a la colectivización, Bujarin tuvo una entrevista clandestina con Kamenev. Se declaró partidario de un bloque con Kamenev y Zinoviev para desplazar a Stalin. En septiembre de 1928, Kamenev se aproximó a ciertos trotskistas para pedirles que volvieran al Partido a esperar que la crisis madurara. Pero, después de la realización en lo esencial de la colectivización en 1932/33, las teorías derrotistas de Bujarin quedaron completamente desacreditadas. En este momento, Zinoviev y Kamenev, por su cuenta, habían reemprendido el combate contra la línea del Partido, sobre todo sosteniendo el programa contrarrevolucionario elaborado por Riutin en 1931/32. Fueron, por segunda vez, excluidos del partido y exiliados en Siberia.
A partir de 1933, la dirección estimó que las batallas más duras por la industrialización y la colectivización habían pasado. En mayo de 1933, Stalin y Molotov firmaron la decisión de liberar al 50% de las personas enviadas a los campos de trabajo durante la colectivización. En noviembre de 1934, el sistema de gestión de los koljoses tomó la forma definitiva, los koljosianos tenían el derecho de cultivar por propia cuenta sus parcelas privadas y de criar ganado. Una distensión social y económica se hizo sentir en el país. La orientación general del Partido había probado su justeza. Kamenev, Zinoviev, Bujarin y un gran número de trotskistas habían reconocido sus errores. La dirección del Partido era del parecer de que las victorias clamorosas de la construcción socialista podían llevar a todos los opositores de estos últimos años a autocriticar sus posiciones erróneas y a asimilar las concepciones leninistas.
Esperaban que todos los cuadros dirigentes aplicaran los principios desarrollados por Lenin concernientes a la crítica y la autocrítica, este método materialista y dialéctico que permite a cada comunista poder perfeccionar su educación política al realizar el balance de sus propias concepciones y con ello, reforzar la unidad política del Partido. Por esta razón, casi todos los dirigentes de las tres corrientes oportunistas, los trotskistas Piatakov, Radek, Smirnov y Préobrajenski, después Zinoviev, Kamenev y Bujarin, que antes habían estado en un puesto dirigente, fueron invitados al 10º Congreso en 1934, donde pronunciaron discursos. Este Congreso fue el de la victoria y el de la unidad. Stalin estaba convencido de que los antiguos desviacionistas trabajarían lealmente a pesar de todo, en la edificación socialista.
El estudio detallado de la lucha ideológica y política llevada a cabo en el seno de la dirección bolchevique entre 1922 y 1934, permitía refutar más bien que mal las contra-verdades y los prejuicios tan extendidos. Es completamente falso que Stalin prohibiese a los otros dirigentes expresarse libremente y que hiciera reinar su “tiranía” en el seno del Partido. Los debates y las luchas fueron llevadas de forma abierta durante un largo período. Las concepciones fundamentales diferentes se habían enfrentado con violencia y el porvenir del socialismo estaba bajo su dependencia. En la teoría como en la práctica, la dirección alrededor de Stalin probó que seguía una línea leninista y que las diferentes fracciones oportunistas eran la expresión de los intereses de la burguesía antigua y nueva. Stalin no sólo fue prudente y paciente en esta lucha, sino que permitió que los oponentes, después de haber comprendido sus errores, volviesen a la dirección. Stalin realmente creyó en la honestidad de las autocríticas presentadas por los antiguos oponentes.
El 1º de diciembre de 1934, el número 2 del Partido, Sergei Kirov, fue asesinado en su oficina del Cuartel general del Partido en Leningrado. El asesino entró simplemente enseñando su carnet del Partido. Se llamaba Nicolaievski. Había sido expulsado del Partido pero había podido guardarse el carnet. Los contrarrevolucionarios, en las cárceles y campos, se entregaron a su juego de intoxicación habitual: “¡Es Stalin quien ha asesinado a Kirov!”. Esta lectura sobre el asesinato de Kirov será propagada en Occidente por el disidente Orlov en 1953. En el momento de los hechos, Orlov (el cerebro del asesinato de Nin) estaba en... España. En el libro que publicó después de su huida a Occidente en 1938, Orlov informa sobre “rumores de pasillo” captados durante sus permanencias en Moscú. Pero hizo falta esperar quince años para que, ayudado por la Guerra Fría, el disidente Orlov tuviese la suficiente presencia de ánimo para hacernos su revelación sensacional... Para dar credibilidad a esta historia, se pretendía que Kirov era “un moderado” y que se había convertido en “el principal rival” de Stalin. Pero los que estudiaron las intervenciones de Kirov, deducen que siempre aportó un apoyo total a Stalin y que siempre se mostró muy duro particularmente con los opositores. Tokaïev, miembro de una organización anticomunista clandestina, escribió que Kirov fue asesinado por un grupo opositor y que él, Tokaïev, había seguido de cerca los preparativos del atentado. Liuskov, un hombre del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) que huyó al Japón, confirma esta versión.
El asesinato de Kirov llegó en un momento en que la dirección del Partido creía que lo más duro había pasado ya, y que la unidad del Partido estaba consolidada. La primera reacción de Stalin fue desordenada y reflejó un auténtico pánico. La dirección creyó que el asesinato del número 2 marcaba el comienzo de un golpe de Estado. Un nuevo decreto fue inmediatamente publicado, previendo un proceso expeditivo para el arresto y ejecución de terroristas. Esta medida draconiana fue resultado del presentimiento de un peligro mortal para el régimen socialista. En los primeros momentos, el Partido buscó los culpables entre los medios de sus enemigos tradicionales, los blancos. Algunos de ellos fueron ejecutados. Después, la policía encontró el diario de Nikolaievski. En él no se hacía ninguna referencia a una organización opositora que hubiese preparado el asesinato. El informe llegó a la conclusión de que el grupo Zinoviev había “influido” a Nikolaïev y a sus amigos, pero no encontró indicios de una implicación directa de Zinoviev. Este último fue simplemente enviado otra vez al exilio interior. La reacción del Partido evidenció un gran desconcierto. Todos estos hechos demuestran la inconsistencia de la tesis según la cual Stalin habría “preparado” el atentado para lanzar su “plan diabólico” de exterminio de la oposición.
En octubre
de 1932, el antiguo trotskista Goltsman se había entrevistado en Berlín, en la
clandestinidad, con el hijo de Trotsky, Sédov. Discutieron una propuesta de
Smirnov de crear un Bloque de la oposición unificada, que comprendiera a
trotskistas, zinovievistas y partidarios de Lominadze. Trotsky insistía sobre
la necesidad del “anonimato y clandestinidad”. Poco después, Sédov escribió a
su padre diciéndole que el Bloque había sido oficialmente constituido y que se
esforzaba aún por reunir a los grupos Safarov-Tarkhanov. El Boletín de Trotsky
publicó, bajo seudónimo, informes de Goltsman y Smirnov. Así fue como la
dirección del Partido se encontró frente a pruebas irrefutables de un complot
tendente a derribar a la dirección bolchevique y a alzar al poder a un amasijo
de oportunistas que no eran más que peldaños para las viejas clases
explotadoras. La existencia de este complot era un signo alarmante al más alto
grado.
En efecto,
en 1936, era evidente para toda persona capaz de analizar lúcidamente la lucha
de clases a nivel internacional, que Trotsky había degenerado hasta el punto de
haberse convertido en juguete de las fuerzas anticomunistas de todo género.
Personaje muy creído de sí mismo, se atribuía un papel planetario e histórico
cada día más grandioso, al mismo tiempo que la pandilla que lo envolvía era
cada vez más insignificante. Todas sus fuerzas apuntaban hacia un único
objetivo: la destrucción del Partido Bolchevique que permitiría la toma del
poder por Trotsky y los trotskistas. De hecho, conociendo perfectamente al
Partido Bolchevique y su historia, Trotsky devino uno de los grandes
especialistas mundiales del combate anti-bolchevique.
Para fijar las ideas, citaremos algunas tomas de posición públicas hechas por Trotsky antes de la reapertura del proceso Kirov en junio de 1936. Trotski declaró desde 1934 que Stalin y los partidos comunistas eran responsables de la llegada al poder de Hitler, y que, para derrotar a Hitler, era necesario ahora ya destruir “despiadadamente” a los partidos comunistas”. La victoria de Hitler ha sido provocada por la política despreciable y criminal del Komintern. Sin Stalin no habría habido una victoria de Hitler. El Komintern estaliniano, como la diplomacia estaliniana, cada uno por su lado, han ayudado a Hitler a sentarse en la silla de montar. La burocracia del Komintern, de acuerdo con la socialdemocracia, hace todo lo posible por transformar a Europa y hasta el mundo entero en un campo de concentración fascista. El Komintern ha creado una de las condiciones más importantes para la victoria del fascismo. Por ello, para acabar con Hitler es necesario acabar con el Komintern. ¡Trabajadores, aprended a menospreciar a esta canalla burocrática!”. Los trabajadores “deben extirpar despiadadamente del movimiento obrero la teoría y la práctica del aventurerismo burocrático”, escribió en “Los sindicatos y las tareas de los revolucionarios”.
Así, a principios de 1934, cuando Hitler llevaba en el poder apenas un año, Trotsky estimaba que ¡para derribar al fascismo, era necesario ya destruir al movimiento comunista internacional! Magnífico ejemplo de esa “unidad antifascista” de la que hablan demagógicamente los trotskistas. Acordémonos también de que, en la misma época, Trotsky afirmaba que el Partido Comunista Alemán había “rehusado la realización del frente unido con el partido Socialista” y que, como consecuencia, era responsable por su “sectarismo a ultranza”, de la llegada al poder de Hitler. En realidad, fue precisamente el Partido Socialista alemán quien, a causa de su política encarnizada en defensa del régimen capitalista alemán, rehusó toda unidad antifascista y anticapitalista. ¡Y Trotsky se propone “extirpar despiadadamente” a la única fuerza que realmente libró combate al nazismo! Siempre en 1934, para excitar a las capas populares más atrasadas contra el Partido Bolchevique, Trotsky lanzó ya la famosa tesis de que la URSS se parecía, por muchos rasgos, a un Estado fascista: “Estos últimos años, la burocracia soviética se ha apropiado de numerosas características del fascismo victorioso, sobre todo en el rescate del control del Partido y la institución del culto al jefe”, escribió en “La lucha contra el fascismo en Alemania”.
Para fijar las ideas, citaremos algunas tomas de posición públicas hechas por Trotsky antes de la reapertura del proceso Kirov en junio de 1936. Trotski declaró desde 1934 que Stalin y los partidos comunistas eran responsables de la llegada al poder de Hitler, y que, para derrotar a Hitler, era necesario ahora ya destruir “despiadadamente” a los partidos comunistas”. La victoria de Hitler ha sido provocada por la política despreciable y criminal del Komintern. Sin Stalin no habría habido una victoria de Hitler. El Komintern estaliniano, como la diplomacia estaliniana, cada uno por su lado, han ayudado a Hitler a sentarse en la silla de montar. La burocracia del Komintern, de acuerdo con la socialdemocracia, hace todo lo posible por transformar a Europa y hasta el mundo entero en un campo de concentración fascista. El Komintern ha creado una de las condiciones más importantes para la victoria del fascismo. Por ello, para acabar con Hitler es necesario acabar con el Komintern. ¡Trabajadores, aprended a menospreciar a esta canalla burocrática!”. Los trabajadores “deben extirpar despiadadamente del movimiento obrero la teoría y la práctica del aventurerismo burocrático”, escribió en “Los sindicatos y las tareas de los revolucionarios”.
Así, a principios de 1934, cuando Hitler llevaba en el poder apenas un año, Trotsky estimaba que ¡para derribar al fascismo, era necesario ya destruir al movimiento comunista internacional! Magnífico ejemplo de esa “unidad antifascista” de la que hablan demagógicamente los trotskistas. Acordémonos también de que, en la misma época, Trotsky afirmaba que el Partido Comunista Alemán había “rehusado la realización del frente unido con el partido Socialista” y que, como consecuencia, era responsable por su “sectarismo a ultranza”, de la llegada al poder de Hitler. En realidad, fue precisamente el Partido Socialista alemán quien, a causa de su política encarnizada en defensa del régimen capitalista alemán, rehusó toda unidad antifascista y anticapitalista. ¡Y Trotsky se propone “extirpar despiadadamente” a la única fuerza que realmente libró combate al nazismo! Siempre en 1934, para excitar a las capas populares más atrasadas contra el Partido Bolchevique, Trotsky lanzó ya la famosa tesis de que la URSS se parecía, por muchos rasgos, a un Estado fascista: “Estos últimos años, la burocracia soviética se ha apropiado de numerosas características del fascismo victorioso, sobre todo en el rescate del control del Partido y la institución del culto al jefe”, escribió en “La lucha contra el fascismo en Alemania”.
A
principios de 1935, la posición de Trotsky era la siguiente: la restauración
del capitalismo en la URSS es virtualmente imposible; la base económica y
política del régimen soviético es sana, pero la cúspide, es decir la dirección
del Partido bolchevique, es la parte más corrompida, la más antidemocrática, la
más reaccionaria de la sociedad. Así, Trotsky toma bajo su protección a todas
las fuerzas anticomunistas que luchan contra “esta parte más corrompida” que es
el Partido Bolchevique. Y en el seno del Partido, Trotsky toma sistemáticamente
la defensa de todos los oportunistas, carreristas, estafadores, a los que con
su acción minan la dictadura del proletariado y que son criticados con justicia
por la dirección.
Después de
haber leído este texto, una primera reflexión se impone. Trotsky ha llevado
desde 1922 a 1927, una lucha obstinada en el seno de la dirección del Partido,
tomando como eje su tesis de la imposibilidad de la construcción del socialismo
en un sólo país, la URSS. Ahora bien, este individuo sin escrúpulos declara, en
1934, ¡que el socialismo estaba tan sólidamente establecido en la Unión
Soviética, que harían falta decenas de millones de muertos para derribarlo! A
continuación, Trotsky hace ver que defiende a los “viejos bolcheviques”. Más,
sólo a la posición de los “viejos bolcheviques” Zinoviev y Kamenev, que están
diametralmente opuestos a la de otros “viejos bolcheviques” como Stalin, Kirov,
Molotov, Kaganovich y Jdanov. Estos últimos han mostrado muy claramente que, en
la dura lucha de clases que se desarrolla en la Unión Soviética, las posiciones
oportunistas de Zinoviev y Kamenev abren las puertas a las clases explotadoras
y a los nuevos burócratas.
Trotsky avanza un argumento demagógico mil veces utilizado por la burguesía: “es un viejo revolucionario, ¿cómo pudo cambiar de campo?”. No obstante, Kautsky, a quien se le llamaba el hijo espiritual de Marx y Engels, se convirtió completamente, después de la muerte de los fundadores del socialismo científico, en el principal renegado del marxismo. Plejanov y Vera Zazulitch introdujeron el marxismo en Rusia y crearon las primeras organizaciones revolucionarias marxistas; no obstante, llegaron a ser los jefes de fila de los mencheviques y se batieron, en 1919-21, al lado de la contrarrevolución y de las fuerzas intervencionistas.
Trotsky afirma que la contrarrevolución sólo es posible por un baño de sangre que costaría cerca de 80 millones de muertos. Afirma pues, que el capitalismo no puede ser restaurado “desde el interior”, por la podredumbre política del Partido, por la infiltración enemiga, la burocratización y la socialdemocratización del Partido. Sin embargo, Lenin había ya insistido sobre esta posibilidad. En 1922, Lenin hizo observar que algunos decían que el poder de los Soviets “se ha encarrilado en una vía que rueda hacia el poder burgués ordinario”. A lo que Lenin añadía: “Estas cosas son posibles, digámoslo sin ambigüedades. En efecto -prosiguió-, la NEP es una forma de lucha entre dos clases irreductiblemente hostiles. ¿Quién conduce y quién es conducido? ¿Quién triunfará efectivamente?”.
Trotsky avanza un argumento demagógico mil veces utilizado por la burguesía: “es un viejo revolucionario, ¿cómo pudo cambiar de campo?”. No obstante, Kautsky, a quien se le llamaba el hijo espiritual de Marx y Engels, se convirtió completamente, después de la muerte de los fundadores del socialismo científico, en el principal renegado del marxismo. Plejanov y Vera Zazulitch introdujeron el marxismo en Rusia y crearon las primeras organizaciones revolucionarias marxistas; no obstante, llegaron a ser los jefes de fila de los mencheviques y se batieron, en 1919-21, al lado de la contrarrevolución y de las fuerzas intervencionistas.
Trotsky afirma que la contrarrevolución sólo es posible por un baño de sangre que costaría cerca de 80 millones de muertos. Afirma pues, que el capitalismo no puede ser restaurado “desde el interior”, por la podredumbre política del Partido, por la infiltración enemiga, la burocratización y la socialdemocratización del Partido. Sin embargo, Lenin había ya insistido sobre esta posibilidad. En 1922, Lenin hizo observar que algunos decían que el poder de los Soviets “se ha encarrilado en una vía que rueda hacia el poder burgués ordinario”. A lo que Lenin añadía: “Estas cosas son posibles, digámoslo sin ambigüedades. En efecto -prosiguió-, la NEP es una forma de lucha entre dos clases irreductiblemente hostiles. ¿Quién conduce y quién es conducido? ¿Quién triunfará efectivamente?”.