2 de septiembre de 2022

Trotsky revisitado (XXI). Semblanzas y estimaciones (15)

Ernest Mandel: Su pensamiento sobre la planificación económica
 
Ernest Mandel (1923-1995),
 
economista y político belga, fue uno de los principales teóricos del trotskismo. Durante la Segunda Guerra Mundial escapó dos veces después de ser detenido por sus actividades en la Resistencia, y sobrevivió a la prisión en el campo de concentración alemán en Dora. Después de la guerra se convirtió en el líder de los trotskistas de Bélgica y en el miembro más joven de la secretaría de la IV Internacional. Hasta su muerte fue su líder más prominente y su mayor teórico. Escribió una extensa obra ensayística compuesta, entre otros títulos,  por “Traité d'économie marxiste” (Tratado de economía marxista), “Introduction au marxisme” (Introducción al marxismo), “Initiation à la théorie économique marxiste” (Introducción a la teoría económica marxista), “La formation de la pensée économique de Karl Marx” (La formación del pensamiento económico de Karl Marx), “Les ondes longues du développement capitaliste” (Las ondas largas del desarrollo capitalista), “De la bureaucratie” (La burocracia), “La place du marxisme dans l'histoire” (El lugar del marxismo en la historia) y  “La théorie léniniste de l’organisation” (La teoría leninista de la organización), entre muchos otros. Lo que sigue son fragmentos seleccionados de su obra “La pensée de Léon Trotsky” (El pensamiento de León Trotsky).
 
Marx y Engels siempre fueron reticentes en describir cómo sería la sociedad sin clases futura, sabiendo que su naturaleza estaría parcialmente condicionada por las circunstancias en las que naciese. Estrictamente hablando, sin embargo, su reticencia fue sólo relativa, porque sus escritos contienen numerosos comentarios que definen los aspectos fundamentales del socialismo. Si consideramos estos aspectos -ante todo la inexistencia de la producción mercantil-, aquellos países que la burocracia soviética y los capitalistas occidentales tienen un interés común en llamar “socialistas” o “países donde existe el socialismo real” no son de ninguna manera socialistas. Cuando Marx y Engels hablaban del comunismo como
“el movimiento real que supera las condiciones existentes” -oponiéndolo al concepto idealista (utópico) de “la realización del proyecto socialista”- usaban el término “condiciones existentes” en un sentido amplio y general (todas las condiciones reales de la sociedad burguesa) y no en el sentido restringido de la propiedad privada de los medios de producción. Trotsky mantuvo esta tradición clásica del marxismo cuando se opuso con fuerza al mito estalinista de que en Rusia se había realizado el “socialismo” en 1935-36. La supresión de la propiedad privada de los medios de producción es una condición necesaria, pero insuficiente para la existencia de una sociedad socialista. Trotsky comprendió desde el principio el enorme daño ideológico y político causado por el estalinismo a la causa comunista cuando definió Rusia y otros países en los que se había derrocado el capitalismo como “países socialistas” (“países en los que existe el socialismo real”). Sólo hoy comienzan a comprender miles de comunistas que “la desigualdad socialista”, “los campos de concentración socialistas” y “la guerra entre países socialistas” son monstruosidades conceptuales que proveen al imperialismo de la munición antisocialista más poderosa.
Sin embargo, cuanto más se prolongue la agonía del capitalismo, y cuanto más tiempo coexista el capitalismo decadente con las sociedades burocratizadas en transición entre el capitalismo y el socialismo (o sociedades poscapitalistas y protosocialistas), tanto mayor obstáculo político para la revolución mundial será la comprensible reticencia de los marxistas en describir lo que en realidad tendría que ser una sociedad socialista, en qué se diferencia no sólo de las sociedades del capitalismo avanzado sino también de aquéllas más o menos modeladas a imagen de la U.R.S.S. La naturaleza del socialismo, el primer estadio de la sociedad sin clases, debe por lo tanto ser analizada con mucha mayor precisión que como se acostumbraba a hacer en el movimiento obrero socialista antes y después de la Primera Guerra Mundial. Y en esta nueva e importante tarea teórica, Trotsky jugó de nuevo el papel de pionero al menos dos décadas por delante de su tiempo.
Una de las razones por las que esta tarea es mucho más fácil hoy que en la época de Marx y Engels, o incluso que en la de la socialdemocracia clásica, reside en la maduración total de las condiciones necesarias para el nacimiento de una sociedad socialista. El desarrollo de las fuerzas productivas; el aumento en número, peso social y relativa homogeneidad de los asalariados sobre el total de la población activa en los países imperialistas avanzados; el cambio radical en las relaciones entre trabajo manual e intelectual; la preocupación mucho mayor de las interrelaciones existentes entre los países desarrollados y subdesarrollados y sobre los problemas que ello plantea en el marco del socialismo, todos estos avances materiales e intelectuales del último medio siglo han hecho mucho más fácil definir un “modelo socialista” (usamos este término con la mayor reticencia, a falta de otro mejor) que en época de Engels, Bebel o Lenin. La imagen de lo que el socialismo debe ser ha sido clarificada en gran medida, en un sentido negativo, por el trágico curso de las revoluciones rusa y china, por tomar los dos ejemplos más sobresalientes. Todo ello hace mucho más fácil a los marxistas revolucionarios definir categóricamente lo que no es el socialismo.
Así, el socialismo no es y no puede ser una sociedad que mantenga o incluso aumente las profundas desigualdades existentes en las rentas y en los bienes de consumo, en la educación superior, en la información y en las posiciones de poder político y social. El socialismo no puede ser una sociedad en la que las decisiones que atañen a las prioridades sociales y a las tendencias generales del desarrollo económico son tomadas por un pequeño grupo de personas, en vez de por el conjunto de la población tras debate público y democrático sobre las distintas alternativas y soluciones. El socialismo no puede ser una sociedad en la que la producción de mercancías y el dinero siguen influenciando de forma decisiva gran parte de la conducta individual y colectiva, con todas las consecuencias que se desprenden de ello. El socialismo no es ni puede ser una sociedad en la que las posibilidades de publicación de las obras literarias, de crear arte, de desarrollar libremente la investigación científica y de ejercer las libertades democráticas en general, son más restringidas y no incomparablemente mayores que en la sociedad burguesa. El socialismo no es y no puede ser una sociedad en la que la represión de los individuos que se desvían de “la norma social establecida” es más dura que bajo el capitalismo avanzado.
Especialmente tras ser exiliado de la U.R.S.S., pero en parte también durante los años veinte, Trotsky gradualmente trazó esbozos de modelos de la realidad socialista en muchos campos de la vida social. Deliberadamente debemos refrenarnos a la hora de seguir su pensamiento en terrenos especializados como la creación literaria y artística. Debemos de concentrarnos mejor sobre las principales características del socialismo en el terreno de la economía, la organización política, la cultura y las relaciones entre los diferentes grupos humanos de naturaleza no clasista: relaciones entre hombre y mujer, jóvenes y adultos, entre las diferentes nacionalidades. Trotsky ha sido frecuentemente acusado de mantener un concepto ingenuo sobre “la plenitud” de los bienes materiales, un concepto, sea dicho, que se dice que compartió con Marx y Engels.


La referencia a la “inalcanzabilidad” de la plenitud como último argumento contra el socialismo-comunismo -¡bien conocido ya en el siglo XIX!- ha sido reavivada por los discípulos de “la escuela del crecimiento cero” y por los ecologistas que argumentan que, con una población mundial hipotética de 10-12 billones de personas, la abundancia de bienes materiales sería físicamente imposible o bien provocaría una catástrofe en el medio ambiente. Trotsky respondió a estas objeciones por adelantado al explicar que el concepto de “plenitud” no solo se refiere mecánicamente al nivel de la economía, sino que es más bien un concepto socio-psicológico, aunque naturalmente determinado por las precondiciones materiales. Una vez que el hábito de distribuir los bienes y servicios básicos de acuerdo con las necesidades haya sido asimilado por todos los miembros de la sociedad, se alcanzará rápidamente un punto de saturación, y el consumo real posiblemente incluso llegue a disminuir (o por lo menos se estabilizará). Y utiliza el ejemplo bien simple de los hábitos de la burguesía y la pequeña burguesía en los restaurantes, hoteles y pensiones elegantes, en los que el azúcar se encuentra libremente en la mesa. Y ello no provoca un aumento espectacular en el consumo de azúcar, sino todo lo contrario.
Podemos decir ahora, ampliando el argumento de Trotsky, que los hábitos de consumo de las categorías salariales más altas en las sociedades burguesas avanzadas han confirmado la predicción marxista de que, una vez alcanzado el punto de saturación, el consumo tiende a disminuir no sólo en función de la “ley de Engels”, sino sobre todo porque las necesidades se transforman de forma radical. El cuidado de la salud y el ocio reemplazan cada vez más a la acumulación fútil de bienes materiales. Incluso puede llegarse a argumentar, por muy paradójico que parezca, que es la sociedad burguesa y la economía de mercado, con su propaganda enloquecida a la búsqueda de ampliar un mercado de productos cada vez más inútiles, la que por una parte frustra de una forma cada vez más permanente a la gente, y por otra parte eleva el consumo por encima del nivel correspondiente a un sistema de distribución socialista basado en la gratuidad de bienes y servicios.
Trotsky insistió también sobre el hecho de que en una sociedad socialista las prioridades básicas para la inversión se plantearían menos en torno a la división de los recursos existentes entre consumo e inversión que a las nuevas alternativas tecnológicas. “La vieja tecnología, tal y como la hemos heredado, es completamente inaplicable en el socialismo”, escribió en 1926. “La organización socialista de la economía debe de tender a reducir el desgaste psicológico de los trabajadores en correspondencia con el aumento de la capacidad tecnológica, manteniendo al mismo tiempo la coordinación de esfuerzos de diferentes obreros. Este será el sentido de la cadena de montaje socialista en contraste con la capitalista... Es necesario eliminar la miseria y la codicia que nacen de ella. La prosperidad, el ocio y la alegría de vivir deben de asegurarse para todos. Un alto nivel de productividad del trabajo es inalcanzable sin la mecanización y la automatización, cuya expresión más acabada es la cadena de montaje. Pero la monotonía del trabajo puede suprimirse reduciendo su duración y el desgaste que implica. Estas características fundamentales de la producción se mantendrán en las principales ramas industriales hasta que una nueva revolución química o energética aplicada a la tecnología surja del presente nivel de mecanización”. Recientemente, la justificada campaña ecologista contra la construcción y el funcionamiento de las centrales nucleares, dados los niveles actuales de seguridad, ha hecho surgir un debate que confirma notablemente esta predicción. Y señalando en la misma dirección se encuentra el debate todavía más amplio sobre las “alternativas tecnológicas”, producto del creciente rechazo obrero del taylorismo, la cadena de montaje y, en general, de una organización del trabajo incompatible con un auténtico control obrero. En su programa para la revolución política en la U.R.S.S., Trotsky mantuvo la fórmula de un control obrero generalizado sobre la gestión industrial a través de los comités de fábrica. Pero en otros escritos (por ejemplo, sobre el futuro de los Estados Unidos) apuntó audazmente la idea de la gestión por los propios productores en los países industrializados.
Hay una conexión directa entre la devastadora crítica de Trotsky de la incapacidad de gestión de la burocracia, del despilfarro y la arbitrariedad en la economía soviética, y su visión de la democracia socialista como una garantía de la planificación económica armoniosa y como garantía institucional contra la aparición de nuevas formas de desigualdad social. Aunque era absolutamente consciente de que la burocracia hunde sus raíces en la escasez -la lucha de “todos contra todos” en el reparto de los bienes de consumo, la necesidad de un arbitro para las opciones económicas difíciles, etcétera-,  también comprendió el aspecto institucional del problema. Para romper con el monopolio de la burocracia sobre el poder político y social, para acabar con el control estatal sobre el sobreproducto social, son también necesarios procesos positivos. Tienen que crearse instituciones y marcos en los que la inmensa mayoría de los productores puedan ejercer cada vez más el poder usurpado por la burocracia en Rusia.
 

En este contexto, Trotsky volvió sobre su vieja concepción de que los órganos de
auto-organización -los soviets, los consejos obreros- representan los instrumentos más flexibles, y de lejos, aparecidos en la historia para resolver este problema. Pero claramente recalcó que si no se quiere que se conviertan en cascaras vacías, deben de combinarse con instituciones que garanticen en la vida real una elevación progresiva de la actividad política de los trabajadores y de su iniciativa social y política. Y éstas sólo pueden ser un sistema multipartidista, opuesto al sistema de partido único, y una auténtica libertad de prensa (incluyendo a la oposición), como contraria al monopolio sobre los medios de comunicación de la fracción dirigente del partido único, es decir, del gobierno.
¿Podemos encontrar en las manifestaciones de Trotsky a este respecto, claras y sin ninguna ambigüedad entre 1933 y 1940, algún elemento de autocrítica (incluso no expreso o “semiconsciente”) en relación a lo que mantuvo en 1920-1921 en la U.R.S.S.? Es difícil contestar a esta cuestión. La actitud de Trotsky con respecto a los acontecimientos que ocurrieron en Rusia en esa época fue evolucionando hasta un juicio que estructura tres niveles diferentes: ¿era inevitable la medida en cuestión en el momento en que se tomó? ¿Reportó a largo plazo resultados positivos para la Revolución Rusa y la clase obrera? ¿Es un ejemplo que debe ser imitado por otras revoluciones proletarias, o incluso ser erigido al estatus de norma? Tendió a contestar “sí” a la primera pregunta y sistemáticamente “no” a las otras dos. Pero es evidente que el cada  vez más claro “no” a la segunda tiene implicaciones sobre la primera, que Trotsky no encontró tiempo suficiente para elaborar de forma sistemática, a pesar de que se percibe en sus escritos una preocupación real por el problema.
Hay que señalar la diferencia existente entre un sistema multipartidista, en el sentido tradicional del término, en el período de transición entre el capitalismo y el socialismo (para un estado obrero bajo condiciones más favorables que las existentes en Rusia), y un sistema multipartidista en el socialismo propiamente dicho. Al referirse a este último, Trotsky utilizó varias fórmulas para resolver el problema existente para todo marxista de la relación que se establece entre los partidos y las clases y segmentos de clase. En una sociedad socialista, que es por definición una sociedad sin clases, esta relación carece de importancia. Con toda seguridad veremos la formación de grupos y su participación en polémicas públicas, a través de los medios de comunicación y con participación de masas, sobre las alternativas tecnológicas y artísticas, escuelas culturales o arquitectónicas, sistemas de transporte contrapuestos, diferentes programas para el desarrollo de los países subdesarrollados, programas de comunicación espaciales o sistemas educativos. De hecho, bajo el socialismo este tipo de debates alcanzarán dimensiones nunca vistas o que podamos incluso imaginar sobre la base de experiencias anteriores. Pero es una cuestión discutible si estos grupos pueden llamarse propiamente partidos.
Si Trotsky defendió el pluralismo político, subrayó incluso con mayor fuerza la necesidad de un pluralismo científico y cultural. Sus escritos sobre este problema anuncian debates que comenzarían en la U.R.S.S. y en todas partes un cuarto de siglo después o incluso más tarde. Todo estrangulamiento de la vida intelectual supondrá un tremendo precio para la construcción del socialismo, no sólo manteniendo o aumentando el atraso relativo, no sólo ahogando tremendos potenciales creativos sino incluso reduciendo el crecimiento económico y el bienestar en el sentido más inmediato y material de la palabra. Porque impone unos sacrificios innecesarios, totalmente evitables, que exasperan y desmoralizan a las masas más amplias; un proceso que sólo puede desestabilizar a la nueva sociedad y dar poderosas armas a sus enemigos.
Trotsky fue también cada vez más consciente de que el proceso de transformación revolucionario tiene unos efectos diferentes y marcadamente desiguales en la infraestructura social y en los diferentes niveles de la superestructura. Siendo como era un marxista y no un idealista utópico, hubiera rechazado totalmente la ilusión voluntarista de que es posible crear “el hombre socialista” cuando la gente todavía tiene que empujar carretillas de mano llenas de estiércol como principal actividad económica. Pero siendo como era un marxista y no un mecanicista y determinista economicista, hubiera rechazado con igual rigor la ilusión de que “el desarrollo de las fuerzas productivas” es suficiente para hacer surgir completamente desarrollado al “hombre socialista” de la “abundancia de los bienes de equipo y de consumo”, de la misma forma que Minerva salió de la cabeza de Júpiter.


Una de sus principales aportaciones al marxismo fue precisamente su comprensión del carácter desincronizado de toda una serie de procesos sociales. Se daba perfectamente cuenta por lo tanto del hecho de que, mucho después de que hubiese desaparecido la propiedad privada de los medios de producción, y probablemente mucho después de que lo hubiesen hecho también la producción mercantil y el dinero, los restos del sexismo, de la opresión de los niños, del racismo, del chovinismo nacionalista y todo tipo de prejuicios seguirían anclados en la conciencia de la humanidad. Es necesario por lo tanto llevar a cabo una lucha sin tregua contra estas formas atrasadas del pensamiento y del sentimiento, contra estos obstáculos fundamentales que se cruzan en el camino hacia el hombre socialista.
¿Hay en ello elementos de utopía o de milenarismo? Creemos que no. Si se analizan cuidadosamente, se verá que no son el producto de una fantasía desbocada, sino la extrapolación de tendencias que están ya presentes en las condiciones más favorables de desarrollo capitalista. Es más, la extrapolación va siempre acompañada por la puntualización de sus límites económicos (materiales), sociales y culturales, expresados en fórmulas del tipo: esta posibilidad se realizará sólo si X, Y y Z coinciden. Este planteamiento es perfectamente posible desde un punto de vista científico. Y es especialmente útil para llevar hasta el final el dilema histórico de la especie humana, hasta sus últimas conclusiones. Tras el dilema “socialismo o barbarie” se encuentra de hecho el diagnóstico de que este desarrollo socialista es ya objetivamente posible. El confundir el debate sobre estas posibilidades con el debate sobre las condiciones de su realización sólo sirve en realidad para oscurecer la solución: hacer más difícil la elección consciente de su propio futuro a la especie humana; o implica que esta elección es imposible, que la humanidad rueda ya por la pendiente de la decadencia y el desastre.
Marx solía decir que la especie humana sólo se plantea problemas que puede resolver. No dijo sin embargo cuánto podía tardar. Trotsky se equivocó obviamente en algunas de sus predicciones temporales, como les pasó antes a Lenin, Engels y Marx. Pero ello no disminuye el valor de sus propias predicciones, basadas como estaban en una sólida síntesis científica de las principales contradicciones y tendencias de desarrollo de nuestra época. La humanidad se ha planteado el problema de la transformación socialista de la sociedad mundial. La revolución socialista de Octubre, en la que Trotsky jugó un papel práctico tan decisivo, fue una prueba empírica de que el problema había comenzado a resolverse. Las contribuciones teóricas de Trotsky serán vistas por las generaciones futuras como no menos decisivas para la solución final del problema. Y ellas mismas harán la contribución clave para su solución práctica definitiva. ¿Para qué otra cosa, si no, fue Trotsky el principal estratega de la teoría y la práctica de la revolución y el socialismo mundiales?