20 de septiembre de 2022

Trotsky revisitado (XXXIII). Críticas y reproches (7)

Hillel Ticktin: Su incapacidad para resolver la cuestión de la naturaleza teórica del estalinismo
 
Hillel Ticktin nació en Sudáfrica y tuvo que abandonar el país para evitar ser arrestado por activismo político. Escribió su tesis doctoral mientras vivía en la Unión Soviética pero, debido a su actitud crítica hacia los partidos comunistas oficiales de la época, su obra fue rechazada. Actualmente, ya retirado de su puesto emérito en la Glasgow University, continúa dando conferencias y también escribiendo para la revista “Critique” y otras publicaciones. Entre sus últimos artículos pueden citarse “Confused reformism” (Reformismo confuso), "World economy. Unforseen consequences” (Economía mundial. Consecuencias imprevistas), “What is the capitalist strategy?” (¿Qué es la estrategia capitalista?), 
“From finance capital to austerity muddle” (Del capital financiero al embrollo de la austeridad), “The market has failed and cannot but fail” (El mercado ha fallado y no puede dejar de fallar), “Capitalism and its decline” (El capitalismo y su declive), 
“Society of abundance” (Sociedad de la abundancia), “Process of decomposition” (Proceso de descomposición), “No alternative within capitalism” (No hay alternativa dentro del capitalismo) e “In defence of Leon Trotsky” (En defensa de León Trotsky). A continuación, la segunda y última parte de “Las ideas de Trotsky hoy en día”, artículo publicado en noviembre de 2002 en “ceip.org.ar”, la página web del CEIP León Trotsky (Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky).
 
Las críticas dirigidas a Trotsky apuntan en dos direcciones. La primera es que no era un político, y hay un elemento de verdad en esa acusación. Trotsky no era en absoluto maquiavélico. No tenía ningún interés personal en tomar el poder. Sólo los estalinoides de última hora tratan de encajarle esa acusación fantástica de que actuaba movido por ambiciones mezquinas y personales. El problema era más bien su actitud de renunciamiento. Le escribió muchas veces a Lenin que el no podría convertirse en el sucesor de Lenin porque él era judío y el pueblo ruso no se había desprendido todavía de su antisemitismo. Esta afirmación no suena verdadera. Ningún marxista, y Trotsky fue uno de los más grandes pensadores marxistas, podía rehusarse a dirigir sobre la base de que su origen étnico lo desautorizaba para dirigir. Debemos sospechar que Trotsky no estaba él mismo preparado para tomar el poder. Él era el líder del Ejército Rojo y podría haber tomado el poder. Más tarde, en 1924, Antonov-Ossenko, el Comisario Político en Jefe del Ejército Rojo, le propuso que tomara el poder. Stalin mismo le propuso que tomara el poder. Es verdad que lo hizo abrigando la esperanza de que la oferta fuera rechazada, pero un Lenin la hubiera aceptado. Trotsky era claramente el más miembro más capaz, inteligente, perspicaz y talentoso del comité central, pero prefirió no tomar el poder.
Hay, sin embargo, un aspecto de esta acusación que merece ser examinado, que concierne a la visión de Trotsky del partido político. En 1904 se expresó claramente en contra de la concepción de partido sostenida por Lenin. Estaba en contra de la centralización del poder en manos de un hombre, de la disciplina estilo fábrica y de la sustitución de la clase obrera por el partido. Su concepción sobre el partido era más cercana a aquella del Partido Socialdemócrata alemán, expurgada de sus tendencias conservadoras y burocráticas. Trotsky se había desempeñado como presidente del Soviet de San Petersburgo en 1905, y nuevamente en 1917. Él, por encima de todos los bolcheviques, tenía una concepción del soviet, y de hecho se rehusó a aprobar la toma del poder en octubre de 1917 hasta que ésta fuera rubricada por el soviet. Como hemos visto, esto lo llevó a rehusarse a tomar el poder en el periodo 1923-24.
Por otra parte, Trotsky se había manifestado a favor del Partido Bolchevique desde 1917 en adelante, y de hecho la IV Internacional, que él fundara en 1937, estaba basada en la concepción del Partido Bolchevique. Es verdad que el Partido Bolchevique de noviembre de 1917 era una cosa muy diferente de la más temprana concepción leninista sobre el partido, pero mantenía ciertos aspectos importantes. Esta ambigüedad no ha sido resuelta nunca, y no está claro que Trotsky hubiera rechazado su crítica de 1904 dirigida contra Lenin. Es posible que Trotsky aceptara al partido como un mal necesario, pero que luego no encontrara ninguna salida cuando se vio inmerso en una atmósfera donde la fidelidad a Lenin y al partido lo era todo. Trotsky parece haber quedado atrapado entre su propia necesidad de formas democráticas y su aceptación del Partido Bolchevique. Mientras que Lenin no tenía tiempo para remilgos democráticos y estaba en consecuencia del todo dispuesto a expulsar a Stalin de su cargo lo antes posible ya en 1923, Trotsky prefería seguir un curso más constitucional. La IV Internacional de Trotsky estaba igualmente situada a medio camino entre el leninismo y la democracia.
Todos los marxistas, en contraposición a los estalinistas, tienen la opinión de que al final de cuentas, la clase obrera debe gobernarse a sí misma. Los consejos obreros o soviets son la forma obvia para el ejercicio de ese autogobierno. Lenin, sin embargo, prefirió tomar un atajo en relación con esta democracia obrera elemental. Había dos razones por las cuales pudo hacer una cosa así. La primera era que Rusia era abrumadoramente campesina, y el campesinado estaba necesariamente a favor de la pequeña propiedad privada. De aquí que los obreros fueran a la vez una pequeña minoría, y de origen campesino ellos mismos. Como resultado de esto, se hizo necesario tomar el poder pero sólo como medio de ayudar a la revolución en otros países. Hay que recordar que el derecho a voto pleno para todos los adultos varones y mujeres no había sido completamente garantizado en la mayoría de los países del mundo en 1917. 


En segundo lugar, aquel era todavía un periodo de guerra generalizada y de atroces matanzas. Era también un periodo signado por el descontento de las masas, con huelgas generales y la exigencia de cambio del viejo orden. ¿Cómo podía tener lugar el cambio entonces? Una forma era sencillamente tomar el poder en nombre del proletariado y así tomar un atajo respecto al proceso de conjunto. De hecho, todos los otros intentos, en Alemania, en Hungría, etc, fracasaron. La acción drástica de los personeros del viejo régimen, tanto los que actuaban en el interior como en el exterior de Rusia, Alemania y Hungría mostró que una simple toma del poder por parte de los consejos obreros no podía tener éxito sin una fuerza armada y organizada actuando del bando de los obreros.
Trotsky estuvo de acuerdo con el partido de Lenin luego de julio de 1917, viendo la toma del poder en Rusia como el primer paso en el avance hacia el socialismo en el mundo. Nunca había considerado al campesinado más que como aliado de la clase obrera, pero la destrucción de la clase obrera en la guerra civil, y las duras medidas requeridas por esa guerra significaron que el Partido Bolchevique se quedara sin una base popular. ¿Qué podía hacer un socialista en esas circunstancias? Hasta 1923, había esperanzas de que Alemania se convirtiera en socialista, pero después de esa fecha esto parecía muy improbable. De hecho, la mutación del Partido Bolchevique en un partido proto-estalinista ya había comenzado luego de 1921, y su transformación parece inevitable vista desde el presente.
La solución al dilema de Trotsky dista de ser obvia. Podría haber abandonado el país en 1921 o 1923. De hecho, propuso a principios de 1923 ir a Alemania a ayudar a la revolución alemana. ¿Qué hubiera sucedido si los bolcheviques no hubieran tomado el poder en 1917? No es difícil ver que hubiera pasado lo mismo que pasó con los vecinos de Rusia. Hubiera habido una forma temprana de fascismo o por lo menos terror blanco, con todo el antisemitismo y la brutalidad que los blancos mostraron en la guerra civil. La izquierda hubiera sido exterminada físicamente, como lo fue luego de la Comuna de París. Al mismo tiempo, la economía hubiera permanecido tan atrasada como antes. La Rusia zarista no era para nada comparable a Japón, e incluso si se hubiera recuperado de alguna manera alrededor de 1929, la depresión mundial la hubiera hecho retroceder violentamente.
En un sentido entonces, los bolcheviques no tuvieron opción. Fueron elegidos por la historia y ganaron la batalla de la guerra civil sólo para perder la guerra socialista que siguió a continuación. Esta es al menos la sensación que uno tiene de Trotsky. Al mismo tiempo, hay otra forma en la cual ellos ganaron, finalmente. La derrota infligida por Stalin a la Revolución de Octubre no pudo borrar a la revolución de octubre misma, ni el impacto que ésta tuvo sobre la historia mundial. Se había demostrado que el capitalismo era vulnerable. Era posible erigir una alternativa, una percepción que incluso ni el triunfalismo provocado por la caída del estalinismo puede trascender. Desde la Revolución de Octubre, las instituciones del capitalismo en decadencia han reflejado esta victoria inicial abortada. Trotsky siempre contemplaba la historia, y en este sentido él ha resultado triunfante.
No obstante, la cuestión sigue estando presente, sobre si el atajo no retrasó la revolución mundial o el avance hacia el socialismo. Ya han pasado casi ochenta años desde la Revolución de Octubre y no hay partidos socialistas sustanciales en ningún país hoy en día. El socialismo es definido aquí en el sentido que le daba Trotsky: un nuevo sistema socio-económico en el cual el trabajo asalariado es abolido y el proletariado se encuentra en el poder. No hay ningún partido de masas hoy en día que abrace estos principios. Por el contrario, los partidos estalinistas se han transformado como mucho en socialdemócratas, mientras que la socialdemocracia apoya ahora la naturaleza eterna del mercado y del trabajo asalariado. Trotsky fue un hombre de acción que escribió la teoría para esa acción. No era un pedagogo, un luchador político ni Marx.
La segunda acusación es que interpretó erróneamente la naturaleza del nuevo régimen social surgido bajo Stalin. Los dos puntos están conectados, en el sentido de sostener que hubiera sido su deber haberle arrancado el poder a Stalin, en la medida en que hubiera comprendido la naturaleza de la contrarrevolución que había tenido lugar. Sus análisis acerca del estalinismo se volvieron cada vez más críticos con el paso de los años, pero no logró entender al estalinismo en los años cruciales en que hubiera podido evitar su ascenso. Otros, tales como quienes eran miembros de la Oposición Democrática, tomaron una línea mucho más firme mucho más temprano. Trotsky primero luchó por construir una oposición en el seno del Partido, luego una oposición por fuera del partido pero como oposición leal, y finalmente dio por muerto al Partido, y la Internacional Comunista junto con él. Incluso entonces siguió defendiendo a la Unión Soviética contra cualquier ataque exterior. Veía a la nacionalización y a la “planificación” como conquistas anticapitalistas cruciales que debían ser defendidas. El estalinismo, incluso en sus años más atroces, fue calificado por Trotsky de centrista, en contraposición a la posición derechista y por lo tanto pro-burguesa de Bujarin. Por analogía con los sindicatos socialdemócratas traidores y burocráticos, que podían ser considerados como instituciones degeneradas que no obstante prestaban un servicio a los obreros, no importa qué tan limitado fuera éste, Trotsky sostenía que la Unión Soviética era un estado obrero degenerado que defendía a los obreros, no importa qué tan mal lo hiciera.


El problema que sigue en pie, sin embargo, es que Trotsky no actuó en contra de Stalin precisamente porque no logró entender la naturaleza del régimen que había nacido entonces. Como resultado de esto, no sólo fracasó en tomar el poder, sino que también se opuso a emprender acciones populares directas contra el régimen. Los grandes hombres cometen grandes errores. La gente común puede que no cometa ningún error porque no tienen la oportunidad, o la capacidad incluso. Trotsky no podía concebir la magnitud de la retirada y de la derrota real que se había producido. Los centralistas democráticos, algunos mencheviques, los anarquistas y otros marxistas se opusieron a Stalin antes y más resueltamente, pero nunca tuvieron ninguna esperanza de éxito. Su fracaso se debió en gran medida a su incapacidad de comprender el proceso un poco mejor. De hecho, una lectura rápida de los materiales de todos los oposicionistas de izquierda hasta Trotsky muestra un análisis que apenas si merece ser leído. Muy frecuentemente no es más que una serie de declaraciones democráticas, empíricas y de tinte humanista.
Incluso la oposición articulada más tarde por Rizzi, Burnham y Shachtman carece casi por completo de un basamento en la economía política, a lo que se sumó el problema de que carecían de conocimiento empírico del tema que abordaban: la URSS. Su doctrina del colectivismo burocrático fue y sigue siendo poco más que una consigna. El punto de vista del capitalismo de estado fue planteado desde el vamos por los mencheviques, pero tampoco tenía sustento alguna en la realidad. Su reencarnación tardía en las obras de Tony Cliff y sus seguidores, así como en los dichos de Mao y sus seguidores, no podría tener valor alguno, más que el de ser una consigna que expresa desprecio hacia el estalinismo. En consecuencia, no debe sorprendernos que Trotsky saliera ileso de todas las batallas teóricas libradas en esos frentes. De hecho, sus seguidores los trotskistas, que repitieron dogmáticamente todos sus dichos, parecían a menudo ser superiores a sus oponentes más críticos por las mismas razones.
El resultado teórico, sin embargo, ha sido desastroso. Mientras que el mismo Trotsky es un pensador complejo, multifacético, incluso a veces contradictorio, sus seguidores se convirtieron a menudo en epígonos semi-estalinistas. La falla, aquí, radica en parte en el legado de Trotsky en la medida en que no logró comprender completamente la naturaleza del estalinismo en sí. Se puede sostener, por supuesto, que Trotsky afirma efectivamente que su naturaleza es indeterminada y que por lo tanto no se lo puede acusar por la actitud equivocada de sus supuestos seguidores. El problema, sin embargo, es que siempre consideró a Stalin como centrista, incluso aunque éste fuera peor que Hitler, según Trotsky. Es casi imposible cerrar este círculo. Por un lado Stalin es contrarrevolucionario, un monstruo responsable de la muerte de millones de personas, mientras que por el otro defiende la propiedad nacionalizada. Hay planificación en la URSS pero también hay no planificación en la URSS, según Trotsky. Stalin defiende la propiedad nacionalizada pero por el otro lado Trotsky dice que éste es el órgano de la burguesía. Un seguidor escolástico podría elaborar una respuesta formalmente lógica, pero nadie más podría hacerlo.
En condiciones donde la oposición al estalinismo frecuentemente significaba la muerte tanto en el Este como en el Oeste, no es sorprendente que con este legado los trotskistas se convirtieran en sectarios escolásticos: los monjes de nuestra época. La Unión Soviética no era un estado obrero y no quedaba ningún movimiento obrero en pie allí. La derrota de nuestro tiempo fue mucho más completa de lo que Trotsky podría haber imaginado. Podría ser que el optimismo revolucionario evitara que él viera los abismos de desdicha en los cuales se había hundido un país que una vez había sido revolucionario. Podría muy bien suceder que fuera su optimismo lo que mantuviera encendida la llama socialista en un momento en el cual el estalinismo había sumergido al mundo en una edad oscura con la cual ninguna otra se compara.
La muerte del estalinismo nos permite hacer una revaloración creativa de las ideas de Trotsky. Su actitud crítica hacia la antigua URSS y su despiadada crítica hacia Stalin han sido reivindicadas. Muchos de los críticos, incluyendo a Deutscher sostuvieron que Trotsky se había propasado en su libro sobre Stalin, su último trabajo inconcluso. De hecho, la profundidad de los crímenes de Stalin se revela mayor con el paso de los años. El concepto de la imposibilidad y la falsedad intrínseca de la doctrina del socialismo en un solo país es ahora ampliamente aceptado, incluso más allá de las filas trotskistas. La revolución permanente en tanto versión moderna de la tarea del proletariado de emancipar a la humanidad no es tan bien conocida, y recoge menor aceptación. Se sostiene que países como la India demuestran que las revoluciones nacionales, democrático-burguesas son posibles. Contra esta visión se dice que India es independiente, ni económica ni por lo tanto políticamente. También se sostiene que estamos en una época de fuerzas en pugna, cuyo resultado aún no ha sido decidido. En un sentido la época misma es la de la revolución permanente.
Queda claro ahora que ningún “movimiento de liberación nacional” ha logrado tener éxito más allá del objetivo inmediato de abolir el control político directo de la potencia colonial. En la mayoría de los casos, el país ha sucumbido a la dominación neo-colonial. En el caso de los países en los que el estalinismo tomó el poder, ahora podemos observar un resultado complejo. Por un lado, en aquellos países que han derrocado al estalinismo hay una dependencia abrumadora de occidente, mientras que en los restantes países estalinistas no hay ni democracia burguesa ni una independencia genuina de las potencias occidentales.
Cualquiera sea la conclusión, está claro que el concepto de revolución permanente podría ser usado como una herramienta creativa, pero no como una reafirmación dogmática de lo acertado que estaba Trotsky. En parte, el problema se remonta a la incapacidad de Trotsky de resolver la cuestión de la naturaleza teórica del estalinismo. La razón puede tener que ver con la naturaleza accidental del estalinismo en sí, o el hecho de que Trotsky fuera asesinado antes de que pudiera comprender todo el horror que trajo aparejado, pero esto no hace ninguna diferencia. En tanto el estalinismo es considerado como centrista entonces su doctrina tienen un grado limitado de validez y sus acciones ameritan una defensa parcial. Entonces, en oposición a la doctrina de la revolución permanente, se puede discutir que las élites locales pueden lograr la independencia del imperialismo.


Dicho de otra manera, la doctrina de la revolución permanente se opone en forma contundente a cualquier revolución por etapas en la marcha hacia el socialismo, primero una supuesta etapa capitalista y luego una supuesta etapa socialista. El estalinismo ha insistido en forma permanente en intercalar un primer estadio de liberación y un segundo estadio socialista. El efecto que esto ha tenido ha sido ayudar a que nuevas elites se alcen con el poder, que luego se enfrentaron a la izquierda y la destruyeron. Esto sucedió desde la época de Chiang Kai-shek en adelante. En verdad, en ese momento, en el periodo 1927-28, Trotsky se trabó en una polémica escrita con Preobrashensky sobre este mismo punto. Preobrashensky insistía en las dos etapas necesarias en China, contra los argumentos de Trotsky.
El fracaso del estalinismo en el plano interno de sus propios países, y en el tercer mundo ha conducido a que la izquierda adopte una visión muy sombría. Algunos hablan de una crisis del marxismo. El análisis de Trotsky conduce a una conclusión diferente. Fue Marx quien sostuvo que para que la revolución fuera permanente, los obreros debían tomar el poder. Hasta ese momento no puede haber más que fracasos. La historia del siglo XX está repleta de fracasos de parte de los revolucionarios en introducir el socialismo que le habían prometido a las masas. No es sorprendente que las masas no confíen en ningún revolucionario. Para Trotsky, como para Marx, no hay tal cosa como el socialismo sin la clase obrera en el poder. El socialismo antidemocrático no es socialismo. La planificación sin democracia no es planificación. La doctrina de la revolución permanente permanece sin mancha alguna. Como tal, es la doctrina de la esperanza y del optimismo en un mundo de desesperación y de desesperanza.
Trotsky correctamente señaló que ningún país subdesarrollado podía alcanzar el nivel de los países desarrollados. Fue la guerra fría misma la que obligó a desarrollar económicamente regiones particulares del mundo. Una vez que la guerra fría tocó a su fin, el crecimiento económico se desaceleró. Sólo unos pocos creen ahora en un nuevo paradigma económico. Un capitalismo que sólo puede mantenerse a través de una guerra fría o caliente mediante el control sobre la clase obrera y el uso del gasto militar para neutralizar las contradicciones económicas es un capitalismo condenado. El estalinismo sostuvo al capitalismo por más de sesenta años. Esa época se acabó.