1 de abril de 2008

Edipo, el porvenir de la sexualidad

La tragedia es seguramente la más brillante de las invenciones griegas y la que mayor esplendor alcanzó, contemporánea e históricamente. La tragedia griega clásica supone el inicio de un género que aún hoy en día pervive y que sigue tomando como ejemplos indiscutibles de maestría aquellas obras que en la Grecia clásica se escribieran mucho antes del nacimiento de Cristo.
El tema de la tragedia procede de los cantos homéricos y de los ciclos micénico y tebano. Dentro de este último se incluye el conjunto de poemas que narran los acontecimientos ocurridos en la leyenda que tiene como eje central al personaje de Edipo y a la posterior guerra entre tebanos y argivos. Ninguno de estos poemas se ha conservado y de ellos solo se conocen unos pocos fragmentos. Para aproximarse a su esquema básico hay que recurrir a otros poemas posteriores y a las tragedias de la época clásica.
Son tragedias cuyos argumentos están basados en el ciclo tebano: "Los siete contra Tebas" de Esquilo de Eleusis (525-456 a.C.); "Las suplicantes" y "Las fenicias" de Eurípides de Salamina (485-406 a.C.); y "Antígona", "Edipo Rey" y Edipo en Colono" de Sófocles de Colono (496-406 a.C.).
Edipo, el héroe principal del denominado ciclo tebano, desde antes de su nacimiento fue condenado por los dioses a ser asesino de su padre y esposo de su madre, la trágica Yocasta. De este mito griego, el médico neurólogo Sigmund Freud (1856-1939) tomó el nombre para designar a uno de los principales tramos de la maduración del yo infantil: el "complejo de Edipo".
De este modo designó al enfrentamiento entre el hijo y el padre dentro de un proceso de deseo de la madre, a la que el poeta norteamericano Ezra Pound (1885-1972) llamó tan significativamente "la primera gran amante". Conforme el yo infantil va fortaleciéndose por la maduración biológica del organismo y también por efecto del aprendizaje, la angustia creada por el sentimiento edípico da pie a fantasías cuya vigencia Freud observa en el adulto.
En 1897, a sus cuarentiun años, Freud "descubrió" este complejo, fundamental tanto para explicar las neurosis, como para dar razón de los princi­pios normativos de toda conducta humana -la conciencia moral- e incluso de la vida civilizada en general.
En el complejo en cuestión se plantea una situación "triangular" análoga a la que figura en el mito griego de Edipo: el destino había dispuesto que el joven Edipo, sin saberlo, matase a su padre, Layo, rey de Tebas, resolviera el enigma de la Esfinge y, como recompensa, se casara con Yocasta, la reina, que era su madre. El oráculo de Delfos reveló la ver­dad a Edipo y éste se cegó y anduvo errante hasta su muerte.
En la fase fálica, hacia los cinco años, niños y niñas sienten una profunda atracción sexual por el progenitor del sexo opuesto: los niños que­rrían tener para sí -poseer- a su madre y suplantar al padre. Este, querido y admirado, pasa a ser también odiado (ambivalencia). Si por aquel entonces el niño, insistentemente ocupado por sus genitales en esta fase fálica, ha sido amenazado más o menos veladamente por el padre con la castración, se origina un complejo de castración. Tal conflicto de tendencias contrapuestas, de­seo y temor, amor y odio, facilita la identificación con el padre: el niño acepta y hace suya la autori­dad paterna y se impone a sí mismo las normas que emanan del padre. Así se constituye la personalidad infantil, a la vez que aparece la conciencia moral y el sentido del deber: ambos, dice Freud, son consecuencia de la resolución del complejo de Edipo.


En el periodo siguiente, en la llamada fase de latencia, se apaciguan y olvidan, pero no desaparecen, los conflictos vividos en la infancia. Que­dan en el inconsciente y, pasada la pubertad, afectarán al sujeto, enriqueciendo su personali­dad o perturbándola.
El mito edípico puede ser pensado como tragedia, como destino y, fundamentalmente, como estructura constituyente del sujeto. El Edipo es un concepto estructural del psicoanálisis, pues es no sólo el núcleo de las neurosis sino también el momento decisivo en que culmina la sexualidad infantil y en el que se decide el porvenir de la sexualidad y de la personalidad adultas, fundamentalmente, a través de las identificaciones que posibilitan y definen la posición sexual masculina o femenina y la manera de ser en general.