No es exactamente el mundo obrero. La novela tiene cuatro capítulos, cada uno lleva el nombre de un personaje. El primer capítulo se llama Roberto Bertini, el segundo, Eduardo Pizarro, el tercero, Jean Dupont, y el cuarto, Enrique Warning.
¿Intenta con esto hacer un retablo con los distinos sectores involucrados en la Semana Trágica?
Los cuatro confluyen en un punto de la ciudad de Buenos Aires que sería Plaza Once aunque no la nombro, y tienen un pronunciamiento político-ideológico muy claro. Roberto Bertini viene del profundo sur, es hijo de una familia italiana, de padre muy severo. Y aparece en uno de esos camiones desde los que se tiraba contra los judíos y los bolcheviques. Como dice ahí, "da lo mismo bolcheviques judíos o judíos bolcheviques, la misma cosa". Luego está Eduardo Pizarro, un hombre de la pampa bonaerense, un terrateniente. El está por azar o curiosidad; la novela se iba a llamar "El profundo azar". También está Jean Dupont, que participó en la comuna de París y es dueño de una librería en un barrio de ricos. El último es un joven, Enrique Warning, que de pronto se siente aterrado por lo que ocurre. Warning participará luego en la Guerra Civil española, cruzará la frontera cuando la República es derrotada. La ocupación nazi en Francia lo encontrará dictando literatura en una escuela de provincia. Eso es todo.
Se intuyen distintos abordajes, distintos destinos bajo un mismo fenómeno.
Así es. Roberto Bertini viene a tirar contra los bolcheviques judíos. Claro que el final de él no es el de un criminal ni tampoco el de un arrepentido. El caso es que él baja del camión, hace fuego y mata a Eduardo Pizarro, que se cruza en la mira de su fusil. Y lo mata por azar. Había apuntado a Enrique Warning. Le mete un balazo en la espalda y lo mata. Después deambula por Buenos Aires y vuelve a una pensión en la que tiene una relación morbosa con la dueña. Y no sale más hasta el día de su muerte.
Por lo visto usted vuelve a cruzar política y violencia.
Hasta hoy no se conoce una política que no sea violencia. Y en este país, mucho menos. Este país es un país de criminales.
Se desprende de sus novelas que no aceptar el orden de las cosas sigue siendo para usted un valor.
Sí pero, ¿qué peso tiene un libro? A mí escribir me da mucho placer pero, ¿qué importa lo que yo escriba?
Usted dice que éste es un país de asesinos, y por otra parte en "El farmer", le hace decir a Rosas que los líderes tienen que saber que cuentan con la cobardía incondicional de los argentinos...
Así es. Y hay que contar con eso. Nosotros, todos, somos argentinos.
¿También los intelectuales?
La pregunta me obliga a invocar a un par de intelectuales que no estaban en eso: Rodolfo Walsh y Haroldo Conti. El primero un militante y el segundo, un buen cristiano.
¿Qué relación traza entre usted y ellos, entre usted y Borges, entre usted y Gelman?
Entre Gelman y yo hubo una buena amistad. Yo sigo reconociendo que es, lejos, el mejor poeta argentino. No nos separó la práctica política. Fueron cuestiones personales las que nos alejaron. A Borges lo empecé a leer tarde por prejuicios ideológicos. Pero al fin, como con Trotsky, lo leí y aprendí algunas cosas. Con Bioy Casares no me pasó lo mismo. Siempre me pareció un escritor que no arriesga.
¿Cuál es su relación con Piglia?
En primer lugar, hay una amistad que es muy fuerte, de por lo menos treinta años. En segundo lugar, pienso a Piglia como un maestro. Alguien que, como Borges, sin proponérselo, enseña. A mí siempre me sorprende la morosidad de su trabajo en un país donde, si uno no sale con un libro por año, no existe.
Piglia dijo una vez que Walsh era el único que hubiera podido escribir el "Facundo" del siglo veinte. ¿Comparte esa certeza?
Hay algunos de sus libros, como "¿Quién mató a Rosendo?", que si bien no son exactamente el "Facundo", se aproximan bastante. Dan una descripción del país y de lo que hoy estamos viviendo por anticipado.
Usted, que acude con tanta frecuencia a los materiales de la historia, ¿no tiene también el objetivo de ajustar cuentas con ella?
Yo siento que uno escribe porque no puede hacer otra cosa. Lenin hablaba de obreros cansados a los treinta años. Yo tengo setenta. ¿Qué cree usted que puedo hacer si no escribir? Escribir para darme placer, para probarme a mí mismo que todavía puedo poner cuatro palabras juntas.
¿A qué escritores respeta?
No. Me parece muy "light". Pero sí me importa el autor de "V", Thomas Pynchon. He leído por ahí alguna crítica desfavorable pero se acaba de reeditar "The last best hope" (La última esperanza), de Ed McBain, muy bien traducido por Márgara Averbach. Ese autor me interesa. Será de segunda, todo lo que ustedes quieran. Pero me interesa.
¿De América Latina?
¿A quién voy a leer? ¿A Vargas Llosa? Vargas Llosa se terminó.
¿García Márquez?
He leído todo de García Márquez y ahora me digo que no hay que esforzarse. No sé qué hará ahora García Márquez pero creo que su ciclo está terminado. Ya es suficiente. Escribe excelentes artículos. Es un excelente periodista. No sé. A lo mejor nos vuelve a sorprender con algún otro título que atraiga. Pero me parece que dijo todo lo que tenía que decir.
¿Qué piensa de la cultura en estos diez años de menemismo?
Que como el país, se degradó. Los escritores, por ejemplo, ¿por qué ya no se reúnen con un propósito determinado?
A raíz de los ataques de la OTAN a Yugoslavia salió una solicitada de los artistas plásticos. Pero, con excepción de unos pocos, los escritores no se pronunciaron.
Así es. Los pintores argentinos tienen una característica que a mí me genera mucho respeto. Consiguen reunirse, se pasan el papel, lo firman y ahí están.
¿Usted intentó pasar un papel y fracasó?
No. Ni lo pienso hacer.
¿Y si le pasan alguno, si comparte la causa?
Debería leer el texto. Me han leído textos por teléfono y dije sí, pongan lo que quieran.
Pero, ¿en qué están entretenidos los escritores? ¿Por qué su ausencia de la escena pública?
Habría que preguntarles...
¿A qué se debe su retiro de Buenos Aires?
Pregúntense en qué anda Belgrano Rawson. Saer se ha ido del país. Piglia pasa la mitad del año en los Estados Unidos. Yo me fui a Córdoba. No es muy lejos, claro. No hay que cruzar ningún océano.
Pero es una manera de irse.
Sí, es una manera de irse.
¿Qué es lo que dejó de valer la pena para quedarse?
Si yo le digo que nada dejó de valer la pena es una respuesta un poco chirriante y soberbia.
Lo que le voy a decir sólo vale para mí. Yo me siento en mi casa en Córdoba y veo cómo los limones empiezan a amarillear. A pasar del verde al oro. Y ahí muy tranquilo puedo decirme esto: tengo la comida asegurada, me pagan derechos, me dan anticipos, diarios como "Clarín" me comentan. Mi ego está completamente satisfecho.
Se repliega al mundo de lo privado...
A ver. Mi próxima novela, "Tierra de exilio", empieza con una pregunta: "¿Me da algo?". Todos los días al mediodía tocan el timbre de casa, que es una casa de barrio, son seis o siete chiquillos para los que mi esposa compra dos kilos de manzanas todos los días. Y a esos chiquitos cuando los miro, cuando no estoy irritado conmigo mismo y los miro, los pienso como potenciales fascistas. Apenas crecen ya pasaron por la comisaría. Y hay otros con los que tengo una relación de caballeros, que cargan 45. Con este joven que suele cargar una 45, la relación se estableció a partir de algo que yo imagino que es similar a lo que le pasó a Esteban Echeverría. El jovencito éste, portador de una 45, se enteró de que yo escribía porque vio un recorte que pegaron en la biblioteca donde él y sus amigos van al cine. Los paisanos aceptaban a un "dandy" como Echeverría porque tocaba la guitarra, y yo puedo circular de noche tranquilo cuando termina el cine que dan en la biblioteca porque escribo.
Hace treinta años no imaginábamos que esos chicos iban a ser potenciales fascistas. Eran carne de revolución.
Pero creo que la filosofía entre comillas que emana del reinado del menemismo hace diez años es una filosofía antisolidaria, que se asemeja a la rapiña. Que hoy no haya condiciones en este país para que se establezca un régimen fascista no quiere decir que no las haya mañana. La relaciones carnales, de las que habla el canciller, con los Estados Unidos implican hoy, todavía, el ejercicio de una democracia formal. Pero eso que también se llama "el gran país del Norte" prohijó a los Trujillo y a los Somoza. Y tuvo muy buena relación con Videla.
Después de hacer ese diagnóstico, ¿cómo resiste usted?
Ya le dije. Como todos los días. Tengo algunas nanas, pero son las lógicas de la edad. Soy un privilegiado. Difícilmente a mí me vayan a rechazar un texto, no importa lo mediocre que sea, porque cubro el costo de la edición. Yo creo que estoy llegando al final del camino.
Usted dijo que cuando uno se repite tiene que parar. ¿Cómo esquivó la repetición en "El profundo sur"?
"El profundo sur" no tiene ni un solo trazo autobiográfico. Hasta en Rosas lo había, pero aquí no. En "Tierra de exilio" sí, pero me parece que ése cierra una saga que comienza con "El precio", editada en el '57. Sigue con "El verdugo en el umbral" y culmina con "Tierra de exilio". Está, además, ese secreto placer de tener un libro y ver el nombre de uno en la tapa, de abrir lo que uno escribió y releerlo. Tengo todos mis libros en mi biblioteca de Buenos Aires, en la de mi casa de Córdoba, en el departamento de mi madre. Es una sensación que no se compara con ninguna. Por lo menos en mi caso. Pero es verdad: hay que parar. No como un imperativo, sino porque creo que yo estoy llegando al final, que no tengo más nada que escribir. Este es un país muy monótono.
¿Por qué traer, con un libro, la temática de la Semana Trágica al presente?
Porque este país tuvo desde fines del siglo pasado un movimiento ideológico, político y sindical muy fuerte. Y todo eso ha desaparecido. No voy a definir a "El profundo sur" como una evocación, porque evocación convoca nostalgia. Pero mientras lo escribía podía sentirme copartícipe de un intento de cambiar el mundo.
De ser parte de aquellos que no fueron unos incondicionales cobardes.
Así es. Aunque siempre fueron una minoría, resistían. Fíjense en lo que es la izquierda ahora. Tras la caída del Muro de Berlín, esa izquierda que se asumía como revolucionaria ha desaparecido de la contienda política. Las consignas de la lucha de clases han sido reemplazadas por las de la lucha contra la corrupción.
¿Lo vive como una reducción de la lucha política?
Y claro. Si la política burguesa que se practicó aquí siempre estuvo acompañada por la corrupción. Política y corrupción aquí son como el cuerpo y su sombra.
A eso iba la pregunta sobre aquello que dejó de valer la pena.
¿Qué dejó de valer la pena? ¿Cambiar el mundo? No. Yo creo que sigue siendo una propuesta. Porque el mundo no se va a suicidar, pero la vida se va a convertir en algo mucho más atroz de lo que es ahora.
Y usted, ¿cómo resiste?
Masturbándome con la literatura. Yo creo que hay que tomar la literatura y masturbarse con ella cada vez más.