El escritor y biógrafo alemán Emil Ludwig (1881-1948), observó en 1943 que "sólo nuestro siglo (se refiere al siglo XX) ha logrado valorar y amar la obra de Beethoven como se lo merece, y ha encontrado en el aparente caos de pensamientos, sentimientos e imágenes la lógica musical en un centro trascendente". En efecto, la creciente fascinación que ganó su música, mucho tiempo después de su muerte, es un acontecimiento extraordinario y justifica el agregado de un par de anécdotas relativamente recientes referentes al compositor de la inmortal "Mondscheinsonate"
(Sonata Claro de Luna).
En 1974, en muchas ciudades y aldeas de China, empezaron a aparecer periódicos y carteles murales que denunciaban a Beethoven como exponente de "la podrida cultura burguesa occidental". Por lo que después se supo, la embestida fue responsabilidad de la famosa Banda de los Cuatro (una camarilla de dirigentes del Partido Comunista Chino ultra maoístas), dirigida por la mujer de Mao, Jiang Qing (1914-1991); pero lo cierto es que su música fue prohibida en toda China, convirtiendo a Beethoven -a casi un siglo y medio de su muerte- en el protagonista de uno de los casos de censura más increíbles de la historia.
La censura de ideas, de textos y canciones, de fotografías o películas, puede ser algo que repugna pero, ciertamente, no sorprende a nadie. Censurar un ritmo, una tonalidad, una melodía, un sonido y hasta un silencio es -en el mejor de los casos- un acto de suntuoso surrealismo. Aunque tal vez sea verdad lo que comentó un crítico musical cuando el mundo se enteró de la insólita novedad: "No cabe suponer que la política cultural de China se maneje de pésima manera, sino
bien lo contrario: Jiang y su banda apreciaron correctamente el carácter subversivo de la música en general y de Beethoven en particular".
Algún tiempo antes que Beethoven fuera censurado en China, en los años '60, Anthony Burgess (1917-1993), uno de los grandes de la literatura inglesa contemporánea, dio a conocer la novela que lo hizo famoso, "A clockwork orange" (La naranja mecánica, 1962). Sobre la realidad de un atroz episodio sufrido en carne propia, Burgess anticipó el nihilismo y la crueldad de la rebeldía adolescente en las grandes ciudades de fines del siglo XX: el protagonista principal de su narración, un brutal pandillero que goza vejando y violando a la gente mayor, sólo conoce un lapso de placidez espiritual en su despiadada vida cotidiana, y ese lapso es el que pasa refugiado en su cuarto, escuchando la música de Beethoven con el sometimiento y el éxtasis de un adicto. Todo un símbolo.
"Antes de Beethoven se escribía música para lo inmediato: con Beethoven, se empieza a escribir música para la eternidad." Lo dijo Albert Einstein (1879-1955), y no hay más remedio que darle la razón.