1 de abril de 2008

Emile Zola, escritor naturalista... y fotógrafo

Emile Zola, nacido en París el 2 de abril de 1840, fue el más promi­nente de los escritores naturalis­tas franceses. Su obsesiva preten­sión de realismo, en ocasiones definida como ingenua, tenía co­mo antecedentes filosóficos el positivismo de Augusto Comte (1797-1857) y su consecuente fe en el progreso mecánico.
Escribió una serie de veinte novelas entre 1871 y 1893 bajo el título genérico de "Les Rougon Macquart" que lo convirtió en uno de los máximos escritores de fin de si­glo. Con ellas produjo un sorprendente y completo retrato de la vida francesa de finales del siglo XIX. Sin embargo, fue calificado de obsceno y criticado por exagerar la criminalidad y el comportamiento a menudo patológico de las clases más desfavorecidas. Entre las novelas de esta serie se destacan "La fortune des Rougon" (La fortuna de los Rougon, 1871), "L'assommoir" (La taberna, 1878), "Nana" (1880), "Germinal" (1885), "La béte humaine" (La bestia humana, 1890) y "La débacle" (El desastre, 1893).
Su participación activa en 1898 en el escandaloso caso Dreyfus le dio categoría intelectual a su estética. "J'accuse" (Yo acuso) fue el texto con el que decidió comprometerse a fondo en la búsqueda de un ideal de justicia, y su publicación le costó una secreta y rápida huida a Lon­dres, escapando -entre otras hu­millaciones- de la cárcel. "Fran­cia es un país contradictorio" es­cribió en esa ocasión, "consagra la libertad pero no se atreve a utilizarla sin pensar en las conse­cuencias". Con el paso de los años fue menos devoto de la lite­ratura y más amante de su aman­te, la bella Jeanne Rozerot.
En agosto de 1888 Zola se fue de vacaciones a Royan, un pequeño pueblo sobre la costa atlántica; con él viajaron su mujer Alexandrine -quien había llevado consigo a su costurera, Jeanne Rozerot, una espi­gada muchacha de veintiún años-, su editor, Georges Charpentier (1846-1905) y el pintor Fernand Desmoulin (1857-1914). Zola tenía entonces cuarenta y ocho años -edad que en esa época se consideraba el inicio de la vejez-, pe­saba 100 kilos y tenía 114 centímetros de cintura, una corpulencia exagerada para un hombre de 1,70 metros de estatura. Su carrera literaria, que había empezado veinte años antes, había conocido momentos triunfales. Era el nú­mero uno de las letras francesas desde la muerte de Victor Hugo, acaecida unos años antes. Y Zola lo sabía. Lo que ignoraba es que la vida le reservaba todavía algunas sorpresas. Estaba lejos de sospechar que diez años después, con la publicación de "Yo acuso" en el periódico L'Aurore, partici­paría en la fase más turbia del caso Dreyfus y se ganaría los odios más encarnizados.
En "Bonjour Monsieur Zola" (Buen día señor Zola, 1954), el ensayista francés Armand Lanoux (1913-1983) cuenta: "Ese mes de agosto, en su madurez, Jeanne Rozerot le reservaba también un descubrimiento: el del amor. Zola se había casado dieciocho años antes con una mujer mayor que él, Alexandrine Meley, que no po­día tener hijos. Zola, quien tributaba cul­to a la fecundidad, padecía en silencio. Había sido, sin embargo, un buen esposo, consagrado por entero a su obra en la que desahogaba sus pasiones eróticas, in­tolerables para las buenas conciencias de la mayoría de los lectores. Y de pronto surge la costurera, con sus canciones, su risa y su silueta estilizada. Así, junto con el del amor, llegan otros dos des­cubrimientos, que se conjugan de un modo asombroso con su aventura y ha­cen inolvidable aquel verano de 1888: la bicicleta y la fotografía. Amar a Jeanne. Llevar de paseo a Jeanne. Fotografiarla. Resultado: pier­de 25 kilos. Es tanto como de­cir que se vuelve un hombre joven".
El alcalde de Royan, Víctor Billaud (1852-1936), amigo de la familia y frecuente visitante de la residencia de veraneo fue quien inició al escritor en su gusto por la fotografía. El escritor adquirió algunos de los mejores equipos disponibles en la época e instaló en sus sucesivos domicilios sendos laboratorios fotográficos.
Fruto de su romance con Jeanne Rozerot tuvo dos hijos, Denise y Jacques. Vivían en Verneuil, no muy lejos de su residencia de Médan, en la ribera del Sena, y durante varios años los visitó a diario en bicicleta y compartió con ellos sus momentos de privacidad más plenos. Los retratos de Jacques, Denise y la propia Jeanne revelan a un fotógrafo sin afectación, que conocía la técnica y que se complacía en congelar con luz instantes cotidianos y de intimidad.
Zola fue un aficionado avanzado; dirigió su objetivo, básicamente, a registrar retratos y escenas de su vida familiar, pero también realizó innumerables estudios de naturaleza muerta y de paisaje. Le interesó especialmente el paisaje urbano y París ocupó un lugar preponderante; cuando tuvo que exiliarse en Londres a causa del affaire Dreyfus, fue la capital inglesa la que centró su atención. En 1900, ya de regreso a París, realizó una vastísima documentación de la Exposición Universal; las principales construcciones y monumentos erigidos con motivo del acontecimiento, entre ellos la Torre Eiffel, fueron captados con suma destreza. En total, Zola dejó cerca de 3000 fotografías; casi el mismo número de páginas de que consta su obra escrita.
Zola, dueño de un espíritu metódico y un apasionamiento singular, logró conver­tirse en un excelente técnico de la foto­grafía. Poseía una docena de cámaras e instaló tres la­boratorios de tiraje y revelado. Por supuesto que no fue tan excelso fotógrado como para ocupar un lugar en la historia de la fotografía francesa junto a Gaspard Tournachon Nadar (1820-1910), Eugéne Atget (1857-1927) o Robert Demachy (1859-1938). Pero lo cierto es que sus imágenes son especialmente deliciosas si se las analiza dentro de un contexto en el cual la fotografía era todavía pura ciencia aplicada al arte de producir imágenes, es decir, un conjunto de procedimientos basados en principios ópticos y fotoquímicos.
Su prá­ctica de la fotografía no nació de la creación, sino que se relacionaba, al parecer, con una dobe frustración que no ha sido aún determinada.
"En primer término -explica Lanoux en la obra citada-, recordemos que Zola nació en París, en 1840, pero to­dos sus estudios los hizo en Aix-en-Provence. En el colegio de Aix, su es­píritu un poco lento y su acento chi­llón le ganaron las burlas de sus com­pañeros. Un chico duro, robusto, lo amparó; era un año mayor que él y había nacido en aquel lugar. Paul Cézanne era su nombre. Así nació una profunda y larga amistad no exenta de dificultades. Pues bien, la vocación de Cézanne era la poesía, la de Zola el dibujo; más tar­de intercambiaron estas inclinaciones. Sin embargo, eso no impide pensar que siempre hubo en Zola un pintor oculto".
No hay duda de que Zola te­nía una cuenta que saldar con la pintu­ra, y que sus fotografías se beneficia­ron de ello. Ellas derivan más del arte impresionista que cultivaba Paul Cézanne (1839-1906) que de sus novelas sociales, género en el que fue todo un maestro.
El fotógrafo Zola no investigaba, contemplaba. Lo hechizaban los paisajes y, sobre todo, los rostros. Y aquí apareció la segunda frustra­ción: el novelista amó con pasión a Jeanne Rozerot y a los dos hijos que tuvo con ella. Pero ese amor no pudo ser dichoso porque lo brindaba a una fami­lia adúltera. "La escisión de esta doble vida que he tenido que vivir ha termi­nado por desesperarme -escribió Zo­la-. Jeanne me ha tribu­tado el regio festín de su juventud y devuelto a mis treinta años, hacién­dome el hermano mayor de mi Denise y de mi Jacques".Enterada por una carta anó­nima, su esposa Alexandrine intentó sin resultado reco­brar al marido infiel. Sin embargo, tras el fallecimiento de Emile y Jeanne, se quedó con los dos niños y los adoptó para que heredasen el ape­llido de su padre. Para el sacerdote y escritor británico Lewis Carrol (1832-1898), la fotografía ha­cía las veces de contacto físico con las niñas, quienes fueron su gran pasión; para Zola, este lugar lo ocupó la vida familiar.
Tal vez Zola mostró cierta dosis de origi­nalidad en el empleo que hacía a veces del ángulo de tres cuartos invertido cuando retrataba a Jeanne, dejando li­bre la oreja para destacar la nuca, pero por lo general adoptaba el grupo frontal más convencional. Para él, la fo­tografía no era un terreno virgen que debía ser explorado e inventado a la vez como ocurría con su literatura, sino un instrumento dócil para captu­rar y retener. En una palabra, un ojo y una memoria. Si bien Zola escribió con inteligencia e imaginación, lo cierto es que tomó sus fotografías con el corazón.
El 29 de septiembre de 1902 murió en su casa de París, intoxicado por el monóxido de carbono que emanaba de una chimenea en mal estado, un hecho que suscitó muchas sospechas dadas las reiteradas amenazas de muerte que había recibido a raíz del caso Dreyfus, cuando el gobierno, apoyado por los partidos conservadores, el ejército nacionalista y la Iglesia Católica, lo acusó por injurias y lo persiguió hasta que se demostró la inocencia definitiva del capitán de origen judío y el complot militar.