21 de abril de 2008

Kurt Vonnegut, la conciencia negra de Estados Unidos

El libro "Slaughterhouse Five" (Matadero cinco) se convirtió en la Biblia de todos los opositores a la guerra de Vietnam. Muchos llevaban la edición de bolsillo de esta novela y se sabían párrafos enteros de memoria. Su autor, un agnóstico y librepensador, socialista en la meca del capitalismo, depresivo crónico –con un intento de suicidio con píldoras y alcohol– y figura clave de la literatura norteamericana del siglo XX, fue calificado por la crítica norteamericana como un "visionario" y un "auténtico desobediente y humanista".
Kurt Vonnegut -de él se trata- fue a la ciencia ficción lo mismo que Ingmar Bergman (1918-2007) y Luis Buñuel (1900-1983) fueron al cine: ninguno de ellos perteneció completamente al género en que se los encasilló. En realidad, no pertenecen a nin­gún género; no se los puede encasillar. Combinaron sus experiencias hasta conseguir mezclas explosivas; llevaron sus sensaciones al máximo volumen enseñando a caminar a la imaginación, y descubrieron algo nuevo. Lo suyo, más que una forma de arte, fue una forma de vida. Así como Bergman y Buñuel crearon su propia visión del cine, Vonnegut hizo lo propio con la literatura de ciencia ficción.
Vonnegut nació en Indianápolis, Estados Unidos, el 11 de noviembre de 1922, justo a tiempo para crecer y ser enviado a luchar en la Segunda Guerra Mundial. Fue la época en que Indianápolis, como todas las ciudades norteamericanas, "que había tenido una vez su forma peculiar de hablar inglés, sus chistes y leyendas, sus poetas, sus villanos, sus héroes y galerías para sus artistas, se convirtió en una pieza intercambiable de la maquinaria norteamericana". Esta es una de las cosas que Vonnegut siempre lamentó. "El ser humano está concebido para tener un hogar, para volver siempre -o sentir que puede volver- a su árbol, su cueva o su pueblo, donde encuentre la presencia protectora de algo que no es otra cosa que él mismo".
Después de la Segunda Guerra Mundial, no volvió a Indianápolis. Era una ciudad que no tenía nada que darle ni que recibir de él. Entonces eligió otras "piezas de la maquinaria". Todas eran idénticas. Finalmente se quedó a vivir en Cape Cod, una península del estado de Massachussets. Se casó, tuvo tres hijos, y después otros tres, cuando adoptó los de su her­mana, que había muerto. Vonnegut creía que los niños no reciben la educación que deberían recibir. "Acabas de nacer y te irás antes de darte cuenta. ¿Por qué no recibir la información nece­saria para vivir plenamente, para encon­trar un sentido en la existencia de uno mis­mo? A menudo pensaba que debía haber un manual para darle a los niños, y que les dijera qué tipo de planeta teníamos, porqué no se caen de él, cuánto tiempo probablemente estarían aquí, cómo evitar las hiedras venenosas y cosas por el estilo. Una vez traté de escribir uno. Se llamaba ‘Welcome to the Earth’ (Bienvenido a la Tierra). Pero me quedé parado explicando porqué no nos caemos del planeta. La gravedad no es más que una palabra".
En gran parte, la idea le surgió cuando era muy chico: "Me preguntaba de qué se trataba la vida, y oía lo que decían los mayores, y me reía". Entonces le hubiera gustado mucho que le mostrasen un libro como el que después quiso escribir. “Un libro así ayudaría mucho a los chicos a desenvolverse en un medio que en realidad no comprenden, porque no es el que instintivamente estaban preparados para habitar. Un medio en el que la gran mayoría de las cosas están porque están, son porque son, o simplemente no las com­prenden porque nadie quiere explicárselas, o no sabe cómo hacer para que las entien­dan. Un chico de primer grado tendría que saber que su cultura no es una invención racional; que hay muchas alternativas a nuestra sociedad".
Vonnegut también estaba convencido de que la so­lución de muchos problemas humanos estaba en que todos tuviesen familias muy gran­des. "Los seres humanos necesitan todos los parientes que puedan conseguir. Imagínense que tienen un pariente o más en cada ciudad, en cada pueblo. Parientes decididos a ayudarlos, a darles una cama y algo de comer. Parientes dispuestos a impedir que alguno de ustedes se transforme en un Hitler o en un ladrón de barrio. Parientes, no necesariamente como posibles donantes o receptores de amor, sino de simple decencia".
La idea era similar a la que llevó a formar las comunidades hippies durante la década de los 60: aparte de cariño y protección, los miembros de una comunidad se propor­cionarían mutuamente la decencia que no podían encontrar en las grandes y corrom­pidas "piezas de la maquinaria". "Las comunidades quieren volver al modo en que los seres humanos han vivido durante un millón de años, lo cual es in­teligente".
Pero no todo fue tan sencillo: "Por des­gracia, esas comunidades no permanecen unidas durante mucho tiempo y por último fracasan porque sus miembros no son parientes en realidad, no tienen suficientes cosas en común. Para que una comunidad funcione realmente, no se tiene uno que preguntar lo que está pensando la persona que tenemos al lado. Esa es una sociedad primitiva. En una comunidad de desco­nocidos que ahora han sido reunidos com­pulsivamente, es seguro que los funda­dores van a tener diferencias infernales. Pero sus hijos, estarán más cómodos entre sí, tendrán más experiencias y actitudes en común, serán más como parientes genuinos".
En "Slapsticks" (Payasadas, 1976) Vonnegut propuso, un poco en broma, una alternativa. El presidente de los Estados Unidos (un hombre de dos metros de altura, apariencia prehistórica, con seis dedos en cada mano, cuatro tetillas y una mente mediocre que es en realidad la mitad de un supercerebro), decide reunir a los norteamericanos en grandes familias. Para identificarse, cada uno debe incluir entre su nombre y su apellido el nombre de su familia. Cada familia lleva un nombre de flor, de elemento químico, de animal o de dios griego, seguido por un número. Así, nos encontramos con personas llamadas Wilbur Narciso-11 Swain, Vera Ardilla-5 Zappa, etcétera. Las familias se forman al azar, e incluyen miles de miembros. En cada una hay ejemplares de todas las clases sociales, de todos los oficios, de todas las edades. Muchas familias empiezan a editar revistas y periódicos propios, y poco a poco sus in­tegrantes se van uniendo entre sí, tienden a vivir cerca unos de otros, a anudarse mutuamente. También se producen fricciones, claro. Y enemistades entre diferentes familias. Pero nada puede ser perfecto, ni siquiera debe tratar de serlo. Han aparecido nuevos problemas, pero muchos de los viejos se han resuelto, y los seres humanos se sien­ten como parte de una unidad que requiere que vivan y aprovechen su vida, que les da mayor libertad y a la vez les exige mayor respeto por sí mismos y por quienes los rodean. Vonnegut estaba un poco atemorizado de tomarse en serio su idea, aunque en un reportaje anterior a la novela habló de ella con todo convencimiento: "Siempre que es­toy solo en un hotel de una gran ciudad, miro los Vonnegut en la guía del teléfono, y nunca encuentro a nadie. Pero si yo fuera un Narciso o una Ardilla o un Cromo, ten­dría muchos números a los que llamar".
Su primera novela, "Player piano" (La pianola), apareció en 1952. Vonnegut contó de dónde salió la idea: "Yo trabajaba en Schenectady para la General Electric, completamente rodeado de máquinas y de ideas para máquinas; en­tonces, escribí una novela sobre gente y máquinas, y las máquinas por lo general sacaron la mejor partida, como suele su­ceder con las máquinas. Y yo me enteré por los críticos que era un escritor de ciencia ficción. No lo sabía. Suponía que escribía una novela sobre la vida, sobre las cosas que no podía evitar ver y oír en Schenectady, un pueblo muy real. Desde enton­ces he sido un ocupante testarudo de un cajón de archivo titulado Ciencia Ficción y me gustaría salirme, en especial debido a que muchos críticos serios confun­den ese cajón con una cloaca".
La novela transcurre en un lugar lla­mado Ilium, en el Estado de Nueva York. Un Ilium imaginario, "compuesto de tres sectores: en el noroeste están los direc­tivos, los ingenieros y funcionarios civiles, así como unos pocos profesionales; en el nordeste están la máquinas, y en el sur, en la otra orilla del río Iroquois, está la zona conocida localmente como Homestead, donde vive casi toda la gente. Si se di­namitara el puente sobre el Iroquois, pocas rutinas se verían perturbadas. No mucha gente, a ambas orillas, tiene razones, apar­te de la curiosidad, para cruzar". Todos los habitantes de Homestead trabajan en el Ejército o en el Cuerpo de Reconstrucción y Reclamaciones, una vasta aglomeración de gente que no tiene nada productivo que hacer en esa sociedad rígida, a la que no se le permite hacer nada productivo, por no ser lo suficientemente inteligente para diseñar maquinarias o dirigir los negocios y las industrias.
Tiempo después publicó "The sirens of Titan" (Las sirenas de Titán, 1959), "Mother night"
(Madre noche, 1961) y "Cat's cradle" (La cuna del gato, 1963) que se convirtió en un best-seller.
Vonnegut no era religioso, pero tampoco ateo. Desde su infancia había vivido en un ambiente escéptico, aunque veía algo bueno en casi todas las religiones, considerándolas una especie de grandes familias. Aunque las diferencias de credo a veces provocasen guerras, los seres humanos -pensaba- estaban un poco más unidos gracias a las religiones. Para Vonnegut, cumplían la función de "una gran fuente de spaghetti en el centro de una mesa".
Vonnegut inventó una religión, la llamó Bokononismo, y su mesías era Bokonon. Este concepto estaba presente en "La cuna del gato", en la que Bokonon explicaba su dogma -los Calypsos- con un len­guaje sencillo y popular. El verdadero nombre de Bokonon era Lionel Boyd Johnson, y se trataba de un negro nacido en la isla de Tobago. Su base de operaciones era San Lorenzo, una isla-estado perdida en el mar Caribe. El y su culto eran perseguidos por la ley. Sin em­bargo, todos los habitantes de la isla, in­cluido el presidente, "Papá Monzano", eran fieles bokononistas: "Los bokononistas creemos que la hu­manidad está organizada en equipos, equipos que cumplen la Voluntad de Dios sin descubrir jamás qué están haciendo. Esos equipos se llaman karass".
Ningún ser humano tenía la posibilidad de saber cuáles eran los otros miembros de su karass, ni cuál era la tarea que cada karass tenía asig­nada. Ni siquiera le servía descubrirlo, pues esa tarea estaba siempre fuera de la comprensión de un simple ser humano. Cada karass giraba en torno de un objeto, llamado wampeter, que le daba unidad, y a la vez le servía de eje. Tampoco existía la manera de saber cuál era el wampeter del karass del cual cada uno formaba parte. Los seres humanos, que inconsciente­mente sabían de la existencia de los karass, pero conscientemente no, tendían a formar falsos karass; esos falsos karass se llamaban granfalloons, y carecían totalmente de sen­tido a los ojos de Dios. Entre los granfalloones más habituales estaban los clubes sociales, las reuniones de canasta, las ligas de decencia, etcétera.
Otro concepto importante del bokononismo era el de los foma. Los foma eran "men­tiras piadosas dichas con la intención de reconfortar a las almas simples: un ejem­plo: la prosperidad está a la vuelta de la esquina". El bokononismo utilizaba muchos foma. La primer frase de "Los libros de Bokonon", que contenían toda la sabiduría del mesías, decía: "Todas las cosas verda­deras que voy a contarte son mentiras des­vergonzadas". Dice Bokonon: "Quería que todas las cosas tuvieran algún sentido, para que pudiéramos sentirnos felices y no tensos. E inventé mentiras, de tal modo que en­cajaran bien, y transformé este mundo triste en un paraíso". La historia de la creación según Bokonon era la siguiente: "En el principio, Dios creó la Tierra, y la contempló desde Su cósmica soledad. Y Dios dijo: Hagamos criaturas vivien­tes del barro, para que el barro pueda ver lo que Hemos hecho. Y Dios creó todos los seres vivientes que ahora se mueven, y uno de ellos era el hombre. Sólo transformado en hombre podía el barro hablar. Dios se acercó en cuanto el barro que hacía de hombre se in­corporó, miró alrededor y habló. El hom­bre parpadeó. ¿Cuál es el propósito de todo esto?, preguntó con cortesía. ¿Todo debe tener un propósito?, preguntó Dios. Claro, dijo el hombre. Entonces piensa tú algún propósito para todo esto, dijo Dios. Y se fue".
Durante muchos años Vonnegut no fue lo que se dice un autor famoso. Pese a haber escrito varias novelas, libros de cuentos, artículos, ensayos, conferencias y multitud de relatos sueltos, en general de mucha calidad, permanecía lejos de las listas de best-sellers de la literatura y de las ediciones de lujo. Era leído por un círculo más bien pequeño, for­mado por partes iguales de consumidores de ciencia ficción y lectores de publica­ciones subterráneas.
Sin embargo, en 1969, Vonnegut se hizo famoso. Diecisiete años después de "La pianola", publicó "Slaughterhouse five" (Matadero cinco) y, prácticamente de la noche a la mañana, dejó de ser un escritor subte­rráneo (a pesar de que "La Pianola" había ob­tenido en 1953 el Premio Internacional de Fantasía, que no alcanzó para sacarlo de un relativo anonimato).
Según palabras del autor, "Matadero 5" es "una novela hecha a la manera telegráfica y esquizofrénica del planeta Tralfamadore, de donde vienen los platos voladores". La novela es bastante autobiográfica. Cuenta el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde, tal como lo presenció Vonnegut, durante la Segunda Guerra Mundial. En ese entonces pasaba la mayor parte del tiempo trabajando en Dresde, en una fábrica de jarabe de malta para mu­jeres embarazadas. Era prisionero de guerra. Los prisioneros de guerra debían trabajar para pagar su mantenimiento. Así y todo "pesaba casi ochenta kilos cuando entré en el ejército norteamericano y cuan­do salí del campamento de prisioneros de guerra pesaba unos sesenta; realmente pasamos hambre".
El bombardeo de Dresde destruyó una inmensa cantidad de obras de arte, edi­ficios antiquísimos, y miles de seres humanos. Allí murió más gente que en cualquier otra acción aislada de la Segunda Guerra Mundial. Pero la novela cuenta muchas otras cosas, especialmente la vida de Billy Pilgrim, una vida que no sigue el ordenamien­to habitual, sino que se divide en pantallazos sueltos de tiempos y lugares diver­sos. Así, pasaba de Dresde a Tralfa­madore (donde Billy era llevado por los tralfamadorianos para habitar una especie de zoológico), de Tralfamadore a los Estados Unidos, y de los Estados Unidos a Dresde. La mezcla, explicó Vonnegut, tenía un sentido muy claro: "Los pasajes de ciencia ficción de 'Matadero 5' son como los payasos en Shakespeare. Cuando Shakespeare pen­saba que el público ya soportaba suficiente material pesado, daba un poco de ánimo, traía a un payaso o a un mesonero atontado o algo por el estilo, antes de volver a po­nerse serio. Y los viajes a otros planetas, la ciencia ficción de una clase obviamente cómica, es el equivalente de traer a los payasos de tanto en tanto para aligerar las cosas".
Con esta novela se constituyó en uno de los críticos más feroces de la sociedad contemporánea, aludiendo a la guerra, la destrucción del medio ambiente y la deshumanización. Expresó estos temas a través de la ciencia ficción, mezclándola con un humor ácido e hilarante. "Matadero cinco" es hoy considerada una de las obras más importantes de la literatura estadounidense del siglo XX.
Vonnegut ya había escrito otro libro relacionado con la Segunda Guerra Mundial: "Madre noche", el diario de un nazi que es­peraba ser juzgado por sus crimines de guerra. En "Madre noche" no había viajes a otros planetas, ni nada que pareciera ciencia ficción. No había payasos. La vida diaria era lo suficientemente fantástica para que esas cosas no hicieran falta. Tampoco hubo ciencia ficción en "God bless you, Mr. Rosewater" (Dios lo bendiga, Sr. Rosewater, 1965), en donde con su habitual estilo sarcástico arrojaba patadas al aire, pero donde al aire más le dolía: "Todo lo que en mi cabeza pasa por ser una cultura es en realidad un montón de avisos publicitarios". Tal vez la clave de su perspectiva, la de un socialista estadounidense –en la tradición de Eugene Victor Debs (1855-1926), fundador del Partido Socialista–, se puede sintetizar en una frase del propio Debs que Vonnegut solía repetir: "Mientras exista una clase baja estaré en ella. Mientras haya algo criminal me mantengo fuera. Y mientras haya un alma en prisión yo no me siento libre".
Continuó experimentando en "Breakfast of Champions" (El desayuno de los campeones, 1973), uno de sus mayores éxitos y quizás, su obra maestra. Un libro simplista pero profundo en el que a través de altos niveles de humor, cinismo e ironía, fue particularmente crítico y agudo en su visión del mundo y de la cultura norteamericana.
Después siguieron "Jailbird" (Pájaro enjaulado, 1979), "Deadeye Dick" (Buena puntería, 1982),
"Galápagos" (1985), "Bluebeard" (Barbazul, 1987) y "Hocus Pocus" (1990). Con el lanzamiento de "Timequake" en 1997, Vonnegut anunció su retirada del campo de la ficción. Continuó escribiendo para la revista "In this times" de la que era editor, contribuyendo con ensayos de política estadounidense o con notas de simple observación.
En noviembre de 2005, durante la presentación de su último libro "Man without country" (Un hombre sin patria), una recopilación de artículos muy críticos sobre George W. Bush, aún tuvo las fuerzas para crear una fuerte controversia con sus declaraciones. Vonnegut afirmó, refiriéndose a los árabes suicidas de las Torres Gemelas, que era "honorable morir por lo que uno cree", y rechazó la idea de que estuvieran motivados por creencias religiosas distorisionadas. "Mueren por su autoestima", afirmó. "Es terrible privar a alguien de su autoestima. Es como si tu cultura no fuese nada, tu raza no fuese nada, tu no fueses nada", y comparó sus acciones con la decisión del presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, al lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945. Sobre la guerra de Irak dijo: "Lo que George Bush y su pandilla no se imaginaban era que la gente fuese a resistirse". A raíz de estas declaraciones, muchos necios en Estados Unidos sugirieron que Vonnegut había sucumbido finalmente a los achaques propios de su edad.
Aquel que había abrevado en Theodore Sturgeon (1918-1985), en Hunter Thompson (1937-2005) y aún en Louis Ferdinand Céline (1894-1961), falleció víctima de las lesiones cerebrales que había sufrido tras una caída en su casa de Manhattan, a los 84 años, el 11 de abril de 2007.
Cada libro suyo fue una fies­ta y a la vez un infierno; en ellos nos mostró paredes desnudas donde creíamos ver papeles pintados, y papeles pintados donde sólo percibíamos paredes desnudas.