Numerosos son los esfuerzos de la psicología intentando explicar el gusto de un individuo por sentir el cosquilleo que le eriza los pelos de la nuca viendo una película o leyendo algún cuento de terror. El hecho de ingresar a ciertas zonas oscuras donde existen distorsiones fascinantes y abismos tenebrosos genera -para no pocas personas- un placer especial, tal vez porque existe la seguridad de que, una vez transitado ese mundo, el regreso a la tranquilizadora realidad de la vida cotidiana está a resguardo. Stephen King (1947), un maestro indiscutido del género, lo definió en su ensayo de 1979 "Danse macabre" (Danza macabra) como "un paseo al filo de la locura pero con regreso asegurado".Respecto a las manifestaciones estéticas que producen miedo, la literatura ofrece una amplia gama de posibilidades. El filósofo griego Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.), uno de los teóricos literarios más antiguos, le atribuyó a la literatura una función benéfica, expiatoria de las emociones del terror y la piedad que agobian a los hombres: la catarsis (del griego "katharsis", purificación). La definió como una purga espiritual, una función liberadora mediante la cual el espectador de la tragedia griega recuperaba su equilibrio emocional. Muchos siglos después, el ya citado King sostuvo que existen, en cada uno de nosotros, "puntos de presión fóbicos, unas habitaciones recónditas en el fondo de nuestra alma donde guardamos todos los miedos -las fobias- reunidos pacientemente a lo largo de la vida. Ahí penetran los cuentos, las novelas o las películas de terror para despertar esos temores, avivarlos, hacerlos crecer y volverlos insoportables. Como si a una fogata a punto de extinguirse le agregásemos combustible... y del mejor".El novelista norteamericano afirma en el prólogo a su "Night shift" (El umbral de la noche) de 1979: "El gran atractivo de la ficción de horror es que nos sirve de ensayo para nuestras propias muertes: el autor abre las compuertas de la identificación y la catarsis. Lo sobrenatural es una especie de pantalla de filtración entre el consciente y el inconsciente. Los verdaderos horrores son el odio, la alienación, el envejecimiento; son los llamados puntos de presión fóbicos, en donde la ficción de horror presiona para desestabilizar. Una buena manera de reconocer las fisuras que separan lo consciente de lo inconsciente es tener claro que lo que nos asusta probablemente asuste a otros".
En un artículo publicado en 1973 por la revista "Writer's Digest" titulado "The horror market writer and the ten bears" (El escritor de género de terror y los diez osos), el autor de "Pet sematary" (Cementerio de animales) propone una lista de las cosas a las que comúnmente se les tiene pavor y que él denomina "los diez osos del miedo": la oscuridad, las cosas gelatinosas (pegajosas), las deformidades físicas, las serpientes, las ratas, los lugares cerrados, los insectos (arañas y cucarachas), la muerte, los otros (paranoia) y por los otros (seres queridos). Todo consiste en mezclar convenientemente algunas de estas cosas (por ejemplo, un corte de luz durante un viaje en ascensor y la sensación de que una rata mordisquea la punta de nuestro zapato o que una araña camina por nuestro cuello) para generar un clima de horror insoportable.Las expresiones modernas del género de terror han llevado situaciones de este tipo hasta los bordes mismos de dos mundos contiguos: el real y el virtual. En ese límite, las zonas fronterizas se tocan, se contagian, se desdibujan, y la imagen y la realidad pasan a ser categorías dudosas; el tiempo y el espacio -como referencias de lo cotidiano- se alteran en un grado perturbador. "La asimilación (aprehensión) de este estado de cosas trae consigo temor (aprensión)", asegura Rosemary Jackson en "Fantasy: the literature of subversion" (Fantasía: literatura y subversión), su ensayo de 1981, "el pago por espiar a través de las ventanas semicerradas del género fantástico es siempre el miedo".
Existen manifestaciones del género de terror desde tiempos inmemoriales, como testimonian los antiguos mitos y leyendas. No obstante, sólo a partir del siglo XVII esta actividad narrativa se convirtió en una clara manifestación de orden estético. Recién durante el siglo XX se sumó a esas manifestaciones la actitud reflexiva sobre tal actividad, al organizarse y jerarquizarse diferentes posturas críticas con la intención de definir al género. Tal vez las de mayor importancia teórica sean las de la corriente francesa representada por los críticos literarios Caillois, Vax y Castex.
Roger Caillois (1913-1978) en "Au coeur du fantastique" (En el corazón de lo fantástico, 1965) dice: "Todo lo fantástico es una ruptura del orden reconocido, una irrupción de lo inadmisibie en el seno de la inalterable legalidad cotidiana". Louis Vax (1924), en "L'art et la littérature fantastiques" (Arte y literatura fantásticas, 1960), explica: "La narración fantástica se deleita en presentarnos a hombres como nosotros, situados súbitamente en presencia de lo inexplicable, pero dentro de nuestro mundo real". Y Pierre Castex (1924), por su parte, en "Le conté fantastique en France" (El cuento fantástico en Francia, 1951) agrega: "Lo fantástico se caracteriza por una intrusión brutal del misterio en el marco de la vida real".
Según el escritor argentino Roberto Faggiani (1957), en su prólogo a "Cuentos clasificados T" de 1999, estas tres definiciones poseen algunas propiedades en común: "Plantean la existencia de un mundo reconocible de normalidad-legalidad-realismo, frente a otro que contiene elementos de orden y de naturaleza radicalmente distintos. El modo de aparición-inserción de estos elementos distintos en el mundo normal se da casi siempre a través de una irrupción violenta, un choque brutal, un fenómeno que sucede súbitamente. Como consecuencia de este violento encuentro, se produce una ruptura-fractura en el mundo reconocible, que ya no vuelve a ser el mismo otra vez. Estos rasgos comunes permiten concebir la noción de los dos mundos que se enfrentan. Al mundo conocido de nuestra experiencia cotidiana se oponen elementos de otro mundo extraño y, por lo tanto, inexplicable y perturbador. La consecuencia más notable es el enfrentamiento y choque abrupto, lo que convierte a la realidad conocida en una especie de ámbito inestable, sujeto a cambios y presiones de distinto calibre".Otro crítico que partió de la idea de los dos mundos es el búlgaro Tzvetan Todorov (1939), quien en su ensayo "Introduction á la littérature fantastique" (Introducción a la literatura fantástica, 1970) sostuvo que ante la irrupción en el relato de un elemento inexplicable, el lector -de manera obligatoria- y el protagonista -de manera opcional-, dudan sobre la naturaleza de los acontecimientos descriptos. Dice Todorov: "En un mundo que es el nuestro, el que conocemos, sin diablos, sílfides, ni vampiros se produce un acontecimiento imposible de explicar por las leyes de ese mismo mundo familiar. El que percibe el acontecimiento debe optar por una de las dos soluciones posibles: o bien se trata de una ilusión de los sentidos, de un producto de la imaginación, y las leyes del mundo siguen siendo lo que son, o bien el acontecimiento que se produjo realmente es parte integrante de la realidad, y entonces esta realidad está regida por leyes que desconocemos. Lo fantástico ocupa el tiempo de esta incertidumbre. En cuanto se elige una de las dos respuestas, se deja el terreno de lo fantástico para entrar en un terreno vecino: lo extraño o lo maravilloso. Lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural. La posibilidad de vacilar entre ambas crea el efecto fantástico".Por otra parte, algunos autores han procurado determinar los orígenes y la evolución del género fantástico de terror. El primero y más famoso fue el escritor norteamericano Howard Philliphs Lovecraft (1890-1937), cuando escribió en 1927 "Supernatural horror in literature" (El horror sobrenatural en literatura), donde dice que "el miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido". Mucho más acá en el tiempo, el catalán Rafael Llopis (1933) publicó en 1974 su "Historia natural de los cuentos de miedo", donde afirma que "la literatura de miedo surge en el siglo XVIII, porque un público escéptico quería encontrar un escalofrío de terror que, de cuando en cuando, pusiera en tela de juicio tanto racionalismo suelto". Para este autor, la historia de la literatura de terror se divide en cuatro períodos, a saber: novela gótica (siglo XVIII), relato de fantasmas (siglo XIX), cuento materialista de terror (siglos XIX y XX) y las nuevas tendencias surgidas a partir de la década del '50 del siglo XX.Siguiendo esta clasificación, nos remontamos a fines del siglo XVIII cuando un público lector sensibilizado por las ideas surgidas al amparo del Romanticismo, presencia el nacimiento de la novela gótica como respuesta a su inquietud e interés por emociones más fuertes. La primera novela gótica reconocida es "The castle of Otranto" (El castillo de Otranto, 1764) de Horace Walpole (1717-1797), la cual presenta a un húmedo y viejo castillo como el ámbito privilegiado de esta literatura.
En estos siniestros lugares ocurren también las historias de Ann Radcliffe (1764-1823), autora de "The mysteries of Udolpho" (Los misterios de Udolpho, 1794) y otras cinco extensas novelas que le cimentaron una fama duradera. Matthew Gregory Lewis (1775-1818) con su novela "The monk" (El monje, 1796) consiguió vincularse a los éxitos inmediatos que brindaba la moda y, cuando el público comenzaba a cansarse de las fórmulas repetidas hasta el hartazgo y la novela gótica entraba en su decadencia, Charles Robert Maturin (1782-1824) publicó la última gran obra de este período: "Melmoth the wanderer" (Melmoth el errabundo) en 1820. Como dato anecdótico se puede mencionar el hecho de que autores que frecuentaban otros géneros también incursionaron en el terror, tales los casos de Walter Scott (1771-1832) reconocido autor de novelas históricas que publicó en 1831 "Letters on demonology and witchcraft" (Cartas sobre demonología y brujería), Washington Irving (1783-1859) famoso por su obra satírica y humorística que publicó en 1824 "The adventure of the german student" (La aventura del estudiante alemán) y el poeta romántico Thomas Moore (1779-1852) que hizo lo propio en 1827 con "The epicurean" (El epicúreo).El siguiente paso fue el surgimiento de las historias de fantasmas. La "Ghost story" -tal la denominación original- nació en Gran Bretaña al amparo de la doble moral victoriana imperante en una sociedad que oscilaba entre la prosperidad material de la burguesía dominante y la pobreza más absoluta de las clases trabajadoras surgidas tras la novedosa Revolución Industrial. Los nobles caballeros que vivían de sus rentas en las colonias y frecuentaban exclusivos clubes cimentaron una escala de valores éticos -rígidos, cínicos e hipócritas- que pasó a ser la única aceptada socialmente. Es obvio que, detrás de esa fachada, las clases adineradas se entregaban a todo tipo de excesos y desenfrenos. La formidable represión sexual que caracterizó a esta época (en la que llegaron a cubrirse las patas de los pianos por ser consideradas indecentes o a no servir patas de pollo a las damas en una comida por su supuesta connotación fálica), encontró su vía de escape en la prostitución que proliferaba en los barrios más pobres de Londres y en las ciudades en las que se asentaba el poder económico de la alta burguesía industrial. Esta ambigüedad se puso de manifiesto en "Strange case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde" (El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde) de Robert Louis Stevenson (1850-1894), la novela que desde 1886, año en que se publicó, se convirtió en el arquetipo de la doble personalidad.
La literatura de esta época tuvo como características propias la brevedad, el humor y el realismo. Así, el cuento fue su mayor expresión, dotado de un humor sobrio y medido, y ambientado ya no en exóticos castillos feudales, sino en las calles y los lugares cotidianos en los que cualquier ciudadano de entonces desarrollaba su vida. De este modo, se lograba que la irrupción del horror lograra efectos contundentes.
El irlandés Sheridan Le Fanu (1814-1873) fue el iniciador de esta escuela y autor de varios cuentos notables reunidos en el volumen "In a glass darkly" (En un vidrio misterioso). También escribió varias novelas entre las que se destaca "Carmilla", sobre una mujer vampiro lesbiana, precedente directo del "Drácula" que Bram Stoker (1847-1912) escribiría en 1897. El principal autor de cuentos de fantasmas fue Montague Rhode James (1862-1936), quien llevó este movimiento a su plenitud literaria con "Ghost stories of an antiquary" (Historias de fantasmas de un anticuario), aunque quien enterró definitivamente los exhaustos horrores góticos fue Arthur Machen (1863-1947) con "The white people" (El pueblo blanco) y "The inmost light" (La luz íntima).Infinidad de autores de origen anglosajón -principalmente mujeres- se especializaron en escribir estos relatos. Los que alcanzaron mayores niveles de calidad y sofisticación fueron Hector H. Munro (1870-1916) -bajo el pseudónimo literario de Saki-, Elizabeth Gaskell (1810-1865), Margaret Oliphant (1828-1897), Amelia Edwards (1831-1892), Charlotte Riddell (1832-1906), Mary Elizabeth Braddon (1837-1915), Rhoda Broughton (1840-1920), F. Marion Crawford (1854-1909), Vernon Lee (1856-1935), Edith Wharton (1862-1937), Matthew P. Shiell (1865-1947), Edward F. Benson (1867-1940), Richard Middleton (1882-1911), Hugh Walpole (1884-1941), H. Russell Wakefield (1888-1964) y Leslie P. Hartley (1895-1972) entre tantísimos otros.
A Algernon Blackwood (1869-1951) y Walter de la Mare (1873-1956) les correspondió cerrar la etapa del cuento de fantasmas victoriano. El primero fue un gran cultivador del terror fantasmagórico enmarcado en majestuosos parajes de naturaleza virgen con títulos como "The empty house" (La casa vacía), "The lost valley" (El valle perdido), "Ancient sorceries" (Antiguas brujerías) y "The dance of death" (La danza de la muerte). El segundo fue uno de los mejores estilistas del género, maestro del terror psicológico en extrañas tramas con ingredientes oníricos y desesperantes como en el caso de "The riddle" (El enigma) y "On the edge" (Sobre el abismo).
De todas maneras, con Henry James (1843-1916), que postuló en su novela "The turn of the screw" (Otra vuelta de tuerca) la imposibilidad de verificar la existencia o no de los fantasmas, y con Oscar Wilde (1854-1900) que los parodió en "The Canterville ghost" (El fantasma de Canterville), el movimiento no desapareció del todo. La novela gótica y el cuento de fantasmas siguen aún hoy escribiéndose con fervor.