La ecología puede definirse como la ciencia
que se ocupa de las relaciones de los organismos entre si y con su medio, como la disciplina biológica
que estudia los seres vivos en su último nivel de integración con el medio
ambiente. Este, a su vez, es el resultado de la interacción de los
sistemas naturales con los sistemas sociales. Los sistemas naturales
están constituidos por elementos físicos como aire, agua y tierra (biotopo)
y el conjunto de los organismos vivos (biocenosis). Los sistemas sociales
están constituidos por los grupos humanos, con todo aquello que pueden
aportar de historia, cultura, ritos y tradiciones. Ambos sistemas -el
natural y el social- conviven en esa envoltura del
globo terráqueo que el geólogo inglés Eduard Suess (1831-1914) llamó
"el lugar sobre la superficie de la Tierra donde mora la vida”: la biosfera
(del griego “bio”: vida,” sphaira”: esfera).
La biosfera es el sistema que
abarca a todos los seres vivientes de nuestro planeta y a su hábitat; es decir,
la delgada capa terrestre en donde se desarrolla su ciclo vital: el
aire, el agua y el suelo donde, desde los organismos más diminutos hasta las
imponentes especies de plantas y animales, han encontrado el sustento para
sobrevivir. Comienza a los 150 metros bajo el agua y se eleva hasta la
punta de los árboles más altos. En ella existen más de 1.400.000 especies
distintas que conforman una compleja red ecológica. La biosfera condiciona las
posibilidades de desarrollo, las que dependen en mayor o menor grado de la
disponibilidad, tipo y forma, identificación y utilización de los
recursos, y las características demográficas, de relieve,
clima, ubicación geográfica, etc. En ecología no importan tanto los
elementos que constituyen la biosfera como las interacciones que se producen
entre ellos. La sociedad humana, por ejemplo, conforma su medio
ambiente pero, al mismo tiempo, su supervivencia y desarrollo exigen la
explotación del mismo. Ese proceso de desarrollo socioeconómico,
por implicar la utilización de recursos, generación de desechos,
desplazamiento de población y actividades productivas y otros procesos que
alteran los ecosistemas, afecta de diversas maneras con su
dinámica a la biosfera y con ello, a su vez, al propio desarrollo,
generando así nuevas condiciones para el proceso ulterior y
así sucesivamente.
En "Sustentabilidad
ambiental del crecimiento económico", el economista chileno vinculado
a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL) Osvaldo Sunkel (1929) considera que el hombre se encuentra en
ese sentido "en una posición de juez y parte con respecto a la naturaleza,
ya que la explotación del medio ambiente interfiere con los ciclos
ecológicos naturales. Esta interferencia puede ser asimilada por los
ecosistemas ya que éstos, gracias a su heterogeneidad y complejidad, poseen una
capacidad relativamente alta de regeneración y autorreproducción. Pero si
se exceden ciertos límites, la intensidad, persistencia y otras
características de la interferencia pueden llegar a desorganizar los
ciclos regeneradores y reproductivos de los ecosistemas a punto de
producir un colapso ecológico, exigiendo los consiguientes reajustes
sociales". Pierre George (1909-2006), geógrafo francés profesor
de la Sorbona, afirmaba en "L'environnement" (El medio ambiente)
que éste es "el medio global con cuyo contacto se enfrentan las
colectividades humanas y con el cual se encuentran en una situación de
relaciones dialécticas de acciones y reacciones recíprocas que ponen en juego
todos los elementos del medio. Según el nivel de civilización técnica de los
grupos humanos y según la influencia del medio natural, el medio ambiente será
primordialmente obra de la naturaleza o bien obra de los hombres; finalmente
está animado por procesos físicos y fisiológicos que los hombres desencadenan,
controlan o soportan, en su condición de existencia o en su misma
subsistencia".
Un documento presentado por
la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad de Buenos Aires
señala que "el calentamiento del sistema climático es inequívoco como lo
evidencian las observaciones de incrementos en los promedios globales de
temperaturas aéreas y oceánicas, el derretimiento extendido de hielos y nieves,
y el crecimiento medio global en los niveles del mar. En las escalas
continentales, regionales y oceánicas se han observado numerosos cambios
climáticos que marcan tendencias de largo plazo. Estos incluyen cambios en
los hielos y temperaturas árticas, extensos cambios en el régimen de las
precipitaciones, salinidad oceánica, patrones de vientos y otros aspectos
relacionados a climas extremos incluyendo sequías, lluvias abundantes, olas de
calor e intensidad de ciclones tropicales". Según un estudio
británico publicado por la revista "Science", las temperaturas del
siglo XX fueron las más elevadas de los últimos mil doscientos años. Llegaron a
esta conclusión tras estudiar la disposición de los anillos de árboles
milenarios, las zonas de hielos perpetuos de Groenlandia, fósiles y escritos
conservados desde la Edad Media. Para los autores del texto, el cambio operado
en esta ocasión, al contrario que los cambios climáticos anteriores, es debido
principalmente a la acción del hombre.
Tal como ha definido
el Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC), compuesto por
dos mil quinientos científicos de todo el mundo que trabajan para la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático
(UNFCCC), la evidencia del cambio climático se basa en observaciones de
los aumentos de temperatura del aire y de los océanos, el derretimiento de
hielos y glaciares en todo el mundo y el aumento de los niveles de mar a nivel
mundial. La organización cita el aumento de las temperaturas a nivel mundial
que han sido, en los últimos doce años, los más calurosos desde 1850,
aumentando un promedio de 0.74º durante el siglo XX, y la mayor parte
de este aumento ha sido en los últimos treinta años. Agrega además que
la concentración atmosférica de dióxido de carbono ha aumentado
un 42% desde la Revolución Industrial hasta la actualidad y que
ese aumento incide directamente en la elevación de la temperatura de la
Tierra.
Para los expertos del
IPCC, no hay dudas en cuanto a que el cambio de clima es atribuible, directa o
indirectamente, a la actividad humana, que altera la composición de la
atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima observada
durante períodos de tiempo comparables. Un informe publicado en Inglaterra
señala la gravedad de los problemas generados por el cambio climático para el
progreso económico y social: "El cambio climático incidirá sobre los
elementos básicos de la vida humana en distintas partes del mundo: acceso al
suministro de agua, producción de alimentos, salud y medio ambiente. A medida
que se va produciendo el calentamiento del planeta, cientos de millones de
personas podrían padecer hambre, escasez de agua e inundaciones
costeras" (el nivel mundial del mar ha aumentado 17 centímetros
durante el siglo XX). A lo que debe agregarse el nuevo tipo de fenómeno
migratorio, el de los “refugiados ambientales”, que ya está provocando.
La World Wildlife Fund (WWF),
una organización conservacionista con sede en Suiza y oficinas en más de cien
países, considera que el cambio climático "es sólo la punta del
iceberg de un modelo insostenible. La crisis económica, ambiental y social
es la manifestación de un modelo de desarrollo insostenible basado en los
principios de explotación de los recursos para extraer el máximo
beneficio en el menor tiempo posible, sin considerar el impacto que esto
genera en los ecosistemas y las poblaciones". Desde la revolución
industrial, el modelo de desarrollo ha tenido como fuente de
energía el consumo de carbón, petróleo y gas. La combustión de
estos combustibles fósiles libera dióxido de carbono a la atmósfera y
producen un tremendo impacto ambiental y el consecuente cambio
climático. La incidencia del aumento de dióxido de carbono en la
atmósfera, que produce el llamado "efecto invernadero",
dispara la frecuencia y la intensidad de las olas de calor y las sequías,
e intensifica otros fenómenos naturales como los tornados y las
inundaciones. La temperatura media global, prevé la WWF, "aumentará entre 1º
y 3º a mediados de siglo y de 2º a 5º a finales de siglo".
Algunos países, incluyendo
Estados Unidos y Australia, han negado el calentamiento global, arrojando dudas
sobre la misma ciencia que hizo sonar las alarmas. Otros países, como Gran
Bretaña, en cambio, quieren reducir las emisiones de gases de
efecto invernadero. Para el físico británico Paul Davies
(1946), ambas posiciones "son irrelevantes pues de cualquier manera
es una lucha sin esperanzas de ser ganada. Conociendo la naturaleza
humana, la gente seguirá utilizando combustibles como
el petróleo hasta que comience a acabarse. Mientras tanto, los
niveles de dióxido de carbono en la atmósfera seguirán aumentando, la
temperatura subirá irremediablemente y la población mundial vivirá un
desplazamiento gigantesco". Se estima que si el aumento de la
temperatura promedio global es mayor a 4º comparado con las temperaturas
preindustriales, en muchas partes del mundo los sistemas naturales no podrán
adaptarse y, por lo tanto, no podrán sustentar a sus poblaciones circundantes.
En otras palabras, no habrán recursos naturales para sustentar la vida
humana. Dentro de dos décadas, la utilización de energías renovables, que
hoy supone el 13% del consumo mundial, pasará a ser de un 18%. Por su
parte, el consumo de carbón y petróleo sufrirá un ligero descenso
hasta rondar entre el 25 y el 30% del consumo total. En cualquier
caso, estas cifras son insuficientes para mitigar el cambio
climático.
Mariano Marzo (1952) catedrático
de Estratigrafía y profesor de Recursos Energéticos y Geología del Petróleo
en la Facultad de Geología de la Universidad de Barcelona,
en un artículo publicado por el diario "El País" de
España cuestiona el actual paradigma del desarrollo económico.
"Sabemos -escribe- que para resolver un problema el primer paso es
formularlo correctamente. Lo más apropiado en estos momentos es propiciar
una reflexión realista sobre la naturaleza, alcance y ramificaciones del
complejo problema que pretendemos solucionar". En 1997 el economista
energético japonés Yoichi Kaya (1934) formuló una ecuación conocida
como "Identidad de Kaya". En ella se demuestra que el
dióxido de carbono emitido por la actividad humana depende del producto de
cuatro variables consideradas a escala global: la población, el producto bruto
interno per cápita, la intensidad energética y las emisiones de dióxido de
carbono emitidas por unidad de energía consumida. "Para que el
resultado final de una multiplicación de cuatro factores sea cero -dice Marzo-,
basta con que uno de ellos lo sea. Pero, hoy por hoy, este supuesto constituye
un sueño lejano. Lo que sí está en nuestras manos es tratar de reducir las
emisiones de dióxido de carbono. Ahora bien, para lograr este objetivo no
podemos obviar dos hechos. El primero es que las proyecciones de Naciones
Unidas sugieren que, aunque en la actualidad estamos ya asistiendo a un
descenso de las tasas de fertilidad, la población mundial seguirá creciendo en
los próximos cincuenta años, pasando de cerca de 6.900 millones de personas a
un máximo de 9.500 millones, para después estabilizarse en respuesta a una
mejora generalizada de las condiciones de vida. El segundo, es que el vigente
paradigma socioeconómico asume como un dogma indiscutible que el producto bruto
mundial per cápita puede y debe seguir creciendo
indefinidamente". Los dos condicionantes comentados han llevado a la
comunidad internacional a concluir que la lucha contra el cambio climático debe
centrarse en la tercera y cuarta variables de la ecuación de Kaya, tratando de
rebajar la intensidad energética y las emisiones de dióxido de carbono.
En el caso de la primera, se
busca mejorar la eficiencia tanto desde el punto de vista de la oferta como del
de la demanda, mientras que en el caso de la segunda se persigue el despliegue
de fuentes de energía tanto renovables como la nuclear. "Esta
estrategia para reducir las emisiones de dióxido de carbono -agrega el profesor
Marzo- da por sentado que la innovación tecnológica en el sector energético
será capaz por sí sola de compensar los efectos derivados del crecimiento
demográfico y económico previstos en el futuro. Ahora bien, las proyecciones en
el horizonte de 2035 contenidas en un reciente informe del Gobierno de Estados
Unidos no son precisamente optimistas al respecto. Según esta fuente, en los
próximos veinticinco años, el mundo podría reducir su intensidad energética a
algo menos de la mitad y disminuir ligeramente la intensidad de carbono
respecto a los valores de 2007. Sin embargo, estas mejoras se verían
ampliamente contrarrestadas por el crecimiento del producto bruto interno per
cápita (cercano al 100%) y por el aumento de la demografía (próximo al 30%), de
forma que, en conjunto, la multiplicación de los cuatro factores de Kaya arroja
el resultado de que en 2035 las emisiones globales de dióxido de carbono se
habrán incrementado en algo más del 40% respecto a las de 2007".
"A la luz de la Identidad
de Kaya, el análisis de la historia del consumo energético, así como del
crecimiento económico y demográfico de la humanidad en los últimos cien años,
nos indica que el cambio climático es, en buena parte, consecuencia de un
desarrollo económico y demográfico sin precedentes, posibilitado por el uso
masivo de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas). Afirmar, como a
menudo se hace, que el cambio climático es tan solo el resultado del uso masivo
de dichos combustibles es una verdad a medias. Equivale a culpar a la bala, o
la pistola que la dispara, de un asesinato, sin analizar quién aprieta el
gatillo. Ciertamente, el dióxido de carbono que (junto a otros gases de
efecto invernadero) provoca el actual desequilibrio climático proviene en su
mayor parte de la quema de combustibles fósiles, pero no deberíamos olvidar que
el uso masivo de estos ha sido requerido por un paradigma socioeconómico basado
en el crecimiento global, continuo e ilimitado. Hoy en día, los
combustibles fósiles representan alrededor del 80% del mix de energía primaria
mundial y sin ellos el sistema colapsaría. Pero aún hay más: sin carbón,
petróleo y gas, el consumo energético mundial no podría haberse multiplicado
por un factor cercano a cinco durante el periodo 1950-2000, posibilitando que
durante el mismo periodo el producto bruto mundial se multiplicara por siete y
la población mundial por algo más de dos. Desgraciadamente, el precio a pagar
ha sido que las emisiones de dióxido de carbono se han multiplicado por casi
cinco durante los cincuenta años considerados", afirma Marzo.
El principal problema
subyacente es que el crecimiento exponencial vivido en la segunda mitad del
siglo XX se repartió de manera muy desigual. El desarrollo económico ha
beneficiado al 20% de la población mundial que reside en los países
industrializados, de forma que estos países acaparaban en el año 2000 cerca del
80% del producto bruto mundial, mientras que el resto de los habitantes del
planeta apenas habían incrementado su consumo energético y su producto bruto
per cápita. El estilo de desarrollo de unos y otros se ha expresado a
través de diversas formas de la interacción sociedad-naturaleza. Se han
utilizado los recursos naturales de distinta manera: dando un uso
productivo a unos, depredando otros y manteniendo varios sin utilización.
Esto tiene que ver con el uso de la tecnología como conjunto de
conocimientos y habilidades aplicados a la explotación de esos
recursos, pero se relaciona también con aspectos sociales y
culturales, y, muy especialmente con los económicos.
La actividad humana, es
indudable, ha distorsionado la naturaleza para obtener un rápido beneficio,
pero sin medir las consecuencias. Cuando se habla de contaminación, ya sea de
la atmósfera, del suelo o de las aguas, de inmediato se piensa en las
sustancias -peligrosas para el ser humano- que se alojan en el medio ambiente.
Sustancias que pueden ser inhaladas o ingeridas a través del agua o los
alimentos. Pero no se piensa que también son tóxicas para el resto de seres
vivos. La mayor parte de estas
sustancias se acumulan en los tejidos grasos de los animales, por lo que se van
transfiriendo a lo largo de las cadenas alimentarias, amplificando sus efectos
mediante un proceso de bioacumulación, en un constante suma y sigue. Y como
gran depredadora que es, la especie humana se sitúa en la cúspide de todas esas relaciones
alimenticias, con lo cual corre el riesgo de convertir su cuerpo en un
auténtico depósito de sustancias tóxicas. Por lo tanto, la alternativa es
replantear las formas de aprovechamiento del ambiente natural. Reorganizar las
industrias extractivas, de transformación y transporte, las estrategias
agrícolas, pecuarias y pesqueras, de tal modo que sean compatibles con el
sistema de autorregulación que la naturaleza ha desarrollado por más de 700
millones de años.
El calentamiento global es hoy
una realidad palmaria y se espera su agravamiento con el correr de los años.
Esto ocasionaría, entre otras cosas, el aumento del nivel del mar entre 18 y 59
centímetros (lo que pondría en peligro áreas costeras e islas pequeñas), el
incremento en intensidad y frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos
(lo que ocasionaría daños irreparables en la agricultura y la consecuente
escasez de alimentos), la agudización de las enfermedades
respiratorias, cardiovasculares e infecciosas (bajo condiciones de calor
extremo se desarrollan el dengue, la malaria, el cólera y la fiebre
amarilla), y la alteración de la calidad tanto de las aguas superficiales como
subterráneas (disminuyendo así los niveles de producción de los
embalses y la cantidad de agua potable disponible para el consumo).
Todo esto constituye un panorama realmente desolador.
El filósofo
alemán Martin Heidegger (1889-1976) se preguntaba hacia 1930 en
"Die grundbegriffe der metaphysik. Welt, endlichkeit, einsamkeit"
(Los conceptos fundamentales de la metafísica. Mundo, finitud,
soledad): "¿Hay alguien que no desee saber qué es lo que viene, de
manera que se pueda preparar para ello en una forma que se sienta menos
preocupado y afectado por el presente?". La respuesta es sí, definitivamente. Sobre
todo si las predicciones se basan en hechos angustiantes y no en entretenidas
especulaciones. Así, mientras algunos periodistas y divulgadores
mercenarios lo llaman el "gran fraude del calentamiento global",
lo que los individuos pueden hacer es quedarse tranquilamente en sus casas,
cruzados de brazos y mirando televisión, o asumir el axioma del fundador de la
escuela de Psicología Analítica Carl Jung (1875-1961), médico psiquiatra,
psicólogo y ensayista suizo, que rezaba: “Todo aquello de lo que no tomamos
consciencia, lo que nos sucede, tanto acciones como contradicciones, se manifestará
en nuestras vidas como destino”.