Usted ha vinculado los tonos antinacionales de ciertas escrituras latinoamericanas (Fernando Vallejo, Horacio Castellanos Moya, Diogo Mainardi) con el momento de las desnacionalizaciones o privatizaciones. ¿Hay escrituras, voces o tonos vinculados con el momento actual, en el que estaríamos asistiendo a una suerte de reformulación del Estado o la Nación?
Veo un cambio en relación con las identidades en
la literatura. La postulación de las identidades nacionales (lo argentino, lo
mexicano), tan claras en los años '60 y en los clásicos latinoamericanos,
desaparece, y en cambio aparecen identidades locales, del barrio, de la ciudad.
Pienso en textos muy actuales: "Agosto", de Romina Paula, cuenta un viaje al
interior, pero no se trata de lo nacional sino de la relación íntima con otro
lugar; en "Las teorías salvajes", de Pola Oloixarac, está el mundo de la
facultad. Siempre son identidades locales. O identidades gay, feministas, que
no son nacionales, son globales.
Muchas de
estas nuevas escrituras, que suelen llamarse "malas" en el sentido de que
serían menos literarias, conviven con las otras, que se siguen produciendo.
¿Qué podría decirnos de esto?
La literatura no tendría en sí misma marcas
estéticas o literarias. Hay escritores que son más barrocos, que inflan el
estilo, que escriben con marcas literarias que no necesariamente agregan valor
literario. Frente a la facultad que, como agencia de canonización, valora las
escrituras que tienen más marcas literarias y menos las más despojadas,
suspendo el juicio y caracterizo: hay escrituras con marcas literarias y
escrituras que las borran. Obviamente considero que hay valores, escrituras que
me gustan o no me gustan. Algunas de las que tienen marcas literarias para mí
son malas, recargadas. En cambio, otras mucho más modestas me interesan más
porque tienen una vibración diferente.
¿Cuándo
dice: "Esto es bueno"?
Ah, ahí estoy yo. Lo puedo racionalizar y decir
que no me gusta porque es una escritura muy barroca, o porque las frases están
mal ritmadas. Yo uso criterios literarios para eso, pero no pretendo
imponerlos. Parto de la base de que es muy difícil juzgar el presente, que está
siempre en debate. La que pone el valor es la historia. Por eso caracterizo, no
juzgo: veo que hay textos que subrayan lo literario y otros que lo borran, y que
hay procesos de estetización que tienen que ver con la circulación de libros,
los mercados globales, los premios, todo el aparato que legitima y valora.
Antes eran la facultad y la academia los que prestigiaban, ahora es más el
aparato de distribución internacional, de premios y jerarquías. La literatura
está sometida a una red de agentes, de aparatos de distribución, y en función
de esa globalización se consideran mejores o peores. Un premio hace que se lea
un libro que de otro modo no se hubiera leído. La estetización de un texto no
dependería totalmente de valores intrínsecos, sino de formas de circulación.
Hay algo de constitución de élites en la valorización de escrituras
minoritarias. En el cine se ve con más claridad.
¿Que ha
leído últimamente con interés?
Lo que más me apasionó en el último año fue la
serie "Millennium", de Larsson. Me pareció espectacular, me agarró, no la podía
largar. También hay series televisivas que me atrapan así. Yo digo que lo que
me atrapa es buenísimo, sea televisión, sea un "best-seller". La captura me
fascina. Ningún libro de los que estoy leyendo últimamente me ha capturado
tanto. Me gustó mucho "Los topos" de Félix Bruzzone. Me gustó también lo de Pola,
aunque lo considero muy barroco, una escritura muy trabajada. Mi escritura
favorita es la sequedad, por eso me gustó lo de Bruzzone. Trato de leer lo que
sale.
¿Qué cambió en la literatura argentina durante los últimos diez
años?
No veo cosas muy nuevas, al contrario, me parece
que la literatura argentina es muy conservadora. Lo que estoy investigando
ahora es "lo que viene después" porque creo que el presente argentino se define
como lo que vino después de los '70. La cultura sueña todo el tiempo esos años.
¿Sigue
viendo a la familia como dominante en la ficción y la política argentinas?
Sí. El peso de la familia viene por el lado de
la memoria, en un sentido amplio, tomando a las madres, las abuelas, los hijos;
la memoria se reformula de generación en generación. La familia es un sujeto político
muy conservador. Cuando hablábamos de revolución, el sujeto político era la
clase.
Escribió
que la velocidad del neoliberalismo es mucho mayor que la de la política y la
hace estallar. ¿Sigue viendo la misma relación entre mercado y política?
Posiblemente sea diferente pero no lo puedo ver
todavía. Voy a comer a un restaurante de Palermo Hollywood y para mí son los '90: el tipo de gente, el uso del diseño. En esa década entra un rayo de
globalización, de homogeneización que quedó en la literatura y en la cultura.
Me objetan que con el kirchnerismo, eso sería distinto. Yo no veo grandes
cambios.
¿No ve
marcas nacionales en nuestra literatura?
Yo creo que lo argentino
es exhibir un dominio de la cultura occidental que otros no tienen, algo que no
se ve en ningún país de América Latina ni en España. Es así desde Sarmiento,
es así en Borges. Es una marca fuerte.
En su último libro, "Aquí América Latina. Una especulación", se lanza a especular, analizar, interpretar, cuestionar y crear: lo suyo desde hace casi cuarenta años. ¿Por qué tanta literatura?
Porque es lo que aprendí a leer, pero si alguien quiere entrar por la pintura, la fotografía u otro lugar, que entre: la imaginación pública es todo lo que circula y se dice. La cuestión es poder extraer el jugo de lo que se lee.
En el libro establece un sistema literario compuesto por escritores, escritores jóvenes y escritoras mujeres, ¿por qué?
Hay una sola literatura, de mujeres y hombres, pero la sociedad coloca la escritura femenina en un segundo plano, en el mismo lugar que se le da a los jóvenes, el de promesas: quedan ahí, en una especie de espera. Y no hablo de guerra de género, sino de inclusión en el centro. No es así en la poesía y tal vez ni siquiera en el cuento; pero la novela queda como un coto masculino. Pero no está mal estar junto con los jóvenes. Es una zona que se mueve, porque el centro está congelado a veces, ¿no?
El libro antes tuvo otras formas: un diario, un curso en el Centro Cultural Ricardo Rojas, varios artículos en revistas...
El proyecto nació en 2000 cuando regresé a la Argentina desde Estados Unidos y empecé a interesarse por las temporalidades. Sentía que me movía entre dos tiempos. En Estados Unidos el futuro está todo el tiempo presente: nace un chico y se le abre una cuenta, se le empieza a depositar dinero para la universidad. Acá el futuro no existía. Para indagar el problema, comencé a escribir un diario en el que registraba noticias, lecturas de libros, películas, conversaciones con amigos. La indagación dio lugar a un curso sobre el tema y la literatura producida ese año en Buenos Aires, y también a un texto. No sabía qué hacer con eso, eran quinientas páginas, así que lo puse en el "freezer" y empecé a escribir sobre la ciudad, sobre la nación, con libros a los que accedía desde la biblioteca de Yale y que me acercaban mis estudiantes. Así nacieron los artículos que aparecieron en revistas y que ahora conforman la segunda parte del libro, "Territorios". En 2005, con la jubilación y el regreso a la Argentina, retomé el diario abandonado para dar forma a la primera parte del libro, "Temporalidades".
Las dos partes son bastante diferentes. La primera es más experimental, más compleja; el formato diario, con una fuerte presencia del yo y la exhibición de cierta intimidad, la hace muy atractiva.
Fue la aparición de mi Yo lo que me permitió dar forma a esa primera parte. Significó apartarse un poco de la crítica. Es como un ensayo de ahora, que implica una autobiografía, algo que se adapta al modo de lectura actual. La segunda parte la considero más clásica.
Una de las ideas centrales del libro es la desaparición de las dicotomías que se usaron durante mucho tiempo para pensar la crítica. Cada frase es a la vez teórica-ficcional-paródica-ensayística: términos que tradicionalmente se pensaron como antagónicos.
Totalmente. La característica de la primera parte es la ambivalencia entre ficción y teoría. Por momentos se ve la parodia y por momentos es un ensayo. La segunda es más clásica.
El libro comienza proponiendo "especular". ¿Cómo funciona eso?
"Especulación" es una palabra que tiene varios sentidos. Yo la uso por lo menos en tres. Como adjetivo que se relaciona con el espejo y sus imágenes. También uso "especular" como verbo: pensar y teorizar. Además, tiene que ver con calcular ganancias, como en la especulación financiera, por ejemplo. Me interesa que esta palabra tenga un sentido moral ambivalente. Además, la especulación es propia de un género que siempre me fascinó: la ficción especulativa, que se relaciona con la utopía y la ciencia ficción. La especulación es una especie de pensamiento, pero es aceptable porque no es pretensioso. Es un pensamiento bastardo, ficcionalizado, que procede por imágenes. La palabra "especulación", con todos sus juegos, fue la que me guió en la escritura de este ensayo. La especulación inventa un mundo diferente del conocido; es un universo sin afuera, que es "realvirtual".
Está muy atenta al presente y a los cambios que se han producido. En el libro inventa palabras fusionando otras: "realidadficción", "tiempoaquí", "intimopúblico". ¿Para pensar un nuevo mundo hay que usar un nuevo lenguaje?
Lo de hacer palabras fusionadas surgió de un error. Yo entregué el artículo sobre los tonos antinacionales a la revista "Grumo" en un archivo de Mac y usaba palabras separadas por guiones, pero se ve que el procesador de ellos no los leyó. El error me llevó a pensar en una posibilidad de escritura que advirtiera que el mundo ha cambiado: terminó el mundo bipolar, cayó el Muro, las oposiciones que antes parecían inconciliables se fusionan.
En su último libro, "Aquí América Latina. Una especulación", se lanza a especular, analizar, interpretar, cuestionar y crear: lo suyo desde hace casi cuarenta años. ¿Por qué tanta literatura?
Porque es lo que aprendí a leer, pero si alguien quiere entrar por la pintura, la fotografía u otro lugar, que entre: la imaginación pública es todo lo que circula y se dice. La cuestión es poder extraer el jugo de lo que se lee.
En el libro establece un sistema literario compuesto por escritores, escritores jóvenes y escritoras mujeres, ¿por qué?
Hay una sola literatura, de mujeres y hombres, pero la sociedad coloca la escritura femenina en un segundo plano, en el mismo lugar que se le da a los jóvenes, el de promesas: quedan ahí, en una especie de espera. Y no hablo de guerra de género, sino de inclusión en el centro. No es así en la poesía y tal vez ni siquiera en el cuento; pero la novela queda como un coto masculino. Pero no está mal estar junto con los jóvenes. Es una zona que se mueve, porque el centro está congelado a veces, ¿no?
El libro antes tuvo otras formas: un diario, un curso en el Centro Cultural Ricardo Rojas, varios artículos en revistas...
El proyecto nació en 2000 cuando regresé a la Argentina desde Estados Unidos y empecé a interesarse por las temporalidades. Sentía que me movía entre dos tiempos. En Estados Unidos el futuro está todo el tiempo presente: nace un chico y se le abre una cuenta, se le empieza a depositar dinero para la universidad. Acá el futuro no existía. Para indagar el problema, comencé a escribir un diario en el que registraba noticias, lecturas de libros, películas, conversaciones con amigos. La indagación dio lugar a un curso sobre el tema y la literatura producida ese año en Buenos Aires, y también a un texto. No sabía qué hacer con eso, eran quinientas páginas, así que lo puse en el "freezer" y empecé a escribir sobre la ciudad, sobre la nación, con libros a los que accedía desde la biblioteca de Yale y que me acercaban mis estudiantes. Así nacieron los artículos que aparecieron en revistas y que ahora conforman la segunda parte del libro, "Territorios". En 2005, con la jubilación y el regreso a la Argentina, retomé el diario abandonado para dar forma a la primera parte del libro, "Temporalidades".
Las dos partes son bastante diferentes. La primera es más experimental, más compleja; el formato diario, con una fuerte presencia del yo y la exhibición de cierta intimidad, la hace muy atractiva.
Fue la aparición de mi Yo lo que me permitió dar forma a esa primera parte. Significó apartarse un poco de la crítica. Es como un ensayo de ahora, que implica una autobiografía, algo que se adapta al modo de lectura actual. La segunda parte la considero más clásica.
Una de las ideas centrales del libro es la desaparición de las dicotomías que se usaron durante mucho tiempo para pensar la crítica. Cada frase es a la vez teórica-ficcional-paródica-ensayística: términos que tradicionalmente se pensaron como antagónicos.
Totalmente. La característica de la primera parte es la ambivalencia entre ficción y teoría. Por momentos se ve la parodia y por momentos es un ensayo. La segunda es más clásica.
El libro comienza proponiendo "especular". ¿Cómo funciona eso?
"Especulación" es una palabra que tiene varios sentidos. Yo la uso por lo menos en tres. Como adjetivo que se relaciona con el espejo y sus imágenes. También uso "especular" como verbo: pensar y teorizar. Además, tiene que ver con calcular ganancias, como en la especulación financiera, por ejemplo. Me interesa que esta palabra tenga un sentido moral ambivalente. Además, la especulación es propia de un género que siempre me fascinó: la ficción especulativa, que se relaciona con la utopía y la ciencia ficción. La especulación es una especie de pensamiento, pero es aceptable porque no es pretensioso. Es un pensamiento bastardo, ficcionalizado, que procede por imágenes. La palabra "especulación", con todos sus juegos, fue la que me guió en la escritura de este ensayo. La especulación inventa un mundo diferente del conocido; es un universo sin afuera, que es "realvirtual".
Está muy atenta al presente y a los cambios que se han producido. En el libro inventa palabras fusionando otras: "realidadficción", "tiempoaquí", "intimopúblico". ¿Para pensar un nuevo mundo hay que usar un nuevo lenguaje?
Lo de hacer palabras fusionadas surgió de un error. Yo entregué el artículo sobre los tonos antinacionales a la revista "Grumo" en un archivo de Mac y usaba palabras separadas por guiones, pero se ve que el procesador de ellos no los leyó. El error me llevó a pensar en una posibilidad de escritura que advirtiera que el mundo ha cambiado: terminó el mundo bipolar, cayó el Muro, las oposiciones que antes parecían inconciliables se fusionan.