¿Se reconoce en la caracterización que alguna vez hizo de su querido Felisberto Hernández?
Definirse uno es un poco difícil. No me pongas en
aprietos. Te definen los demás.
¿Qué lecturas marcaron su escritura?
De Felisberto sí reconozco una influencia directa, pero de
las otras lecturas no, son muy indirectas. Yo leí a los rusos, a los
norteamericanos, a algunos europeos, pero no puedo saber qué lecturas marcaron
mi escritura. Si leés a Dostoiesvsky va a incidir en tu escritura pero de
manera muy indirecta, porque es un ruso, porque es un novelista, porque es otro
tono, otra tónica.
¿Qué lecturas le interesaron? ¿A cuáles vuelve?
¿Los que vuelvo a leer? ¡Son tantos! Yo doy talleres todas
las semanas, así que tengo que buscar autores distintos. Te puedo hablar de los
latinoamericanos que estuve dando. Me interesa el sentido del humor de Alicia
Steimberg e Isidoro Blaisten. Y los cuentos camperos del uruguayo Juan José
Morosoli, muy bien hechos. Y Alejandro Zambra, el chileno. Entre los peruanos,
vimos a dos mayores, Alfredo Bryce Echenique y Julio Ramón Ribeyro, y a dos muy
jóvenes que son muy buenos y me gustan mucho: Santiago Roncagliolo y Daniel Alarcón.
Y también al colombiano Juan Gossaín, que es muy gracioso, con un humor muy de
allá.
Le interesan más los narradores latinoamericanos.
En este momento, porque estoy dando el curso. Pero los
norteamericanos tienen grandes cuentistas, una cantidad impresionante: Flannery
O'Connor, CarsonMcCullers, Erskine Caldwell.
A contado alguna vez que no fue una lectora ni una escritora precoz.
De
chica leía, claro, pero empecé a descubrir autores cuando empecé Filosofía. En
primer año tenés Introducción a la Literatura y ahí empecé a leer. Leía los
suplementos de los diarios. Y un autor te lleva a otro. A escribir también
empecé de chica, pero no es que me pusiera a escribir ni que fuera una pasión.
Nunca pensé que iba a ser escritora. Tampoco lo pienso ahora, no lo pienso
demasiado.
Buena parte de sus relatos refieren experiencias de su
niñez o de su primera juventud, y de pueblos suburbanos como Moreno o Paso del
Rey, donde se crió. ¿El suburbio o el pueblo y el pasado son materias más
maleables que el presente y la gran ciudad?
Yo tengo mucha referencia de la gente de Moreno, porque mis
padres y mis abuelos eran oriundos de Moreno, prácticamente desde los comienzos
del pueblo. Entonces sé mucho de la vida de las personas del pueblo. Y por la
parte materna, tengo mucha referencia de migración. Y todo eso lo usé, lo uso
en mis cuentos. En cuanto a escribir sobre la infancia... volver a la infancia es
volver a una zona en que uno es otro. El personaje puedo ser yo, pero a estas
alturas es otra persona.
Tiene muchos relatos de escuela, de profesores, maestras,
directoras.
¡Y claro!, porque he trabajado toda la vida en la docencia.
En general, yo tengo siempre un cable a tierra. Cada relato sale de situaciones
reales, vividas. De algo que he visto, percibido, sentido. Los del colegio, de
cosas del colegio, de experiencias de escuela, observadas o vividas. Lo mismo
que los de mi infancia.
Muchos de sus relatos están escritos en primera persona.
Algunos cuentan experiencias que uno puede reconocer como próximas a su mundo, otros no. ¿Probar una voz ajena es probar otras vidas, meterse en
la piel de otro?
Las personas sirven como un buen soporte para lo
que querés contar. Y sí, la primera persona es un poco como captar un personaje
por lo que dice, por lo que hace. Un poco, dentro de lo que se puede, porque lo
que piensa la gente no lo sabe nadie.
Está muy atenta a cómo habla la gente. Tiene un oído muy
afinado para captar expresiones, particularidades en el habla de los
personajes.
Sí, sí, cuando me interesa un personaje, sí.
Suele decir a sus alumnos que un relato es como un vestido
o una ropa. Puede ser precioso pero no ser para uno. ¿Qué relatos son para usted y cuáles no?
Yo puedo decir los que no son para mí. No es para mí el
policial, porque no tengo la menor aptitud detectivesca. Salvo cuando veo a Columbo -que te va mostrando todo lo que hace-, nunca sé quién puede ser el
criminal, no sé nada de los móviles, no tengo ninguna capacidad investigativa.
Y tampoco me interesa mucho la ciencia ficción. Jamás escribí nada que pueda
ser ciencia ficción o policial. Son géneros que parece que me estuviesen
vedados.
¿Hay también temáticas que le están vedadas?
No, temáticas no. Pero algo que no puedo abordar es el
manejo de muchos personajes a la vez, me da mucho trabajo. Prefiero manejarme
con tres, cuatro o cinco. Pero en cuanto a temáticas, no, porque nunca sabés lo
que te puede interesar. De repente te interesa algo que hasta el momento no te
había interesado. Fijate, por ejemplo, el libro de viajes ("Viajera crónica"). No tiene nada que
ver con la infancia ni con la juventud. Son crónicas de viajes, cosas que veo
por ahí, miro, proceso, recojo.
¿"Viajera crónica" reúne las crónicas que escribió para el suplemento cultural del
diario "El País" de Uruguay?
Sí, salvo la de Formosa, que apareció en la publicación
del Parque España, de Rosario. Mi vínculo con el Uruguay se remonta a comienzos de
los años '90, cuando fui invitada a Alemania junto con otros nueve
escritores argentinos y dos uruguayos. Nos llevaron en tren por toda
Alemania. Fuimos a tres ciudades. Cada cuento que leíamos, nos pagaban. Y más que de los argentinos, me hice amiga
de los dos uruguayos, Mario Delgado Aparaín y Tomás de Mattos. Y entonces me
agarró toda una cosa con el Uruguay, qué sé yo. En uno de mis viajes a
Montevideo, hace unos quince años, fui hasta el diario "El País" y hablé con Homero Alsina Thevenet, que
era el director del suplemento cultural. Le conté de mis dificultades para
publicar y enseguida Alsina
Thevenet me propuso hacer una nota. "Pero no pongas malas palabras", me advirtió. Era muy gracioso, yo nunca ponía malas palabras.
¿Usted proponía los lugares?
Sí, y en general me decían que sí. ¡Si me pagaban poquísimo!
Aprovechaban que yo viajaba. Yo sabía qué lugares les podían interesar. Todos
los pueblos de Uruguay, las ciudades argentinas grandes o los puntos turísticos
donde ellos van, como Bariloche. Entre Ríos les interesa porque son vecinos,
tienen mucha relación. ¡Y son casi iguales!, mucho más que un porteño. Y Europa
y América Latina obviamente les interesaba porque me costeaba el viaje yo. Pero pagaban muy poco.
¿Quiénes le inspiraron los personajes de "Turistas", su último libro de cuentos?
Para algunos personajes he investigado mucho, como en "Bernardina". Primero leí a Roa Bastos para tomar el idioma paraguayo,
después me compré una guía para situarla donde yo quería, en Ibicuy. Y me traje
una señora que trabaja en casa y como me gustó lo que me contó, la usé como
base. Pero también usé mucho lo que leí en los diarios de Asunción. Porque en
el castellano de Paraguay hay una cadencia guaraní. Ellos dicen: "Mar-che una
pit-za para la o-cho". Es decir cortan, pero no solamente importa la cadencia
sino las expresiones. En los diarios se puede leer apresaron a
la "roba-coches", no a la ladrona, forman una palabra con dos. Una mujer
misteriosa, una mujer que no le tomás el punto, es una "mujer-tiniebla", esa
expresión es muy linda, es preciosa. Como me gustan mucho los paraguayos, al
principio pensé hacer un cuento sobre una fiesta de la colectividad paraguaya,
pero después me mi cuenta de que era mejor escribir sobre una inmigrante; era
más complicado, pero más lindo. Así que leí mucho para escribir ese cuento.
El personaje de Bernardina tiene un aire de familia con
otra entrañable protagonista de sus cuentos, Leonor. ¿Por qué le gustan tanto
las vidas y las historias de las empleadas domésticas?
La afinidad tiene que ver con el temple: Leonor o
Bernardina son personas optimistas, y a mí me gustan esas personas que se
construyen la casa, que van de acá para allá, que no se quejan porque el padre
las castigaba. Cuando contaba que el padre de Bernardina tenía diecisiete hijos
y que los castigaba, que trenzaba un látigo para fajarlos, mis alumnas del
taller decían: "¡Qué cacique inmundo!", y todas esas cosas que dicen los
sectores medios. Mi vinculación parte del temple, de que son personas optimistas. El
inmigrante ve todo con ojos nuevos.
En el cuento "Turistas y viajeros" establece una diferencia
entre el turista y el viajero...
Pero esa diferencia después se anula. Tengo un libro de
viajeros italianos a Nápoles y terminan todos en la Vía Toledo. Los turistas a
la larga terminan en la calle principal. Porque la calle principal es como tu
casa, a lo mejor está cerca del hotel o algo así. Acá también pasa lo mismo,
¿por qué deambulan por Florida o Avenida de Mayo? Sí, pueden recorrer otros
lugares, pero hay vías obligadas y van ahí.
Pero si el viajero es alguien que se mueve más por su
cuenta, usted parece ser mucho más viajera que turista, aunque también se
comporte como turista.
Sí, hay lugares donde no podría ser otra cosa que turista.
Si fuera a la India, iría como turista porque como viajera me perdería y no
entendería nada. Como viajera me muevo con suerte diversa.
¿Por qué a los argentinos no nos gusta que nos reconozcan
cuando estamos en otros países?
Es muy raro, porque los argentinos en el exterior dicen que
si ven a otro argentino, cruzan para la vereda de enfrente, como si fuera un
enemigo, ¡ja, ja!. Los argentinos, que somos tan veleidosos, sobre todos los
porteños, cuando vamos al exterior queremos ser otros, nos convertimos en otra
persona. Mucha gente que va a Brasil se disfraza de brasileño con collares y
pulseras, cambia su "look" y se pone cosas que acá no se pondría. Hay un deseo de
convertirse en otra persona, en ciudadano del mundo, vaya a saber. El porteño,
viniendo de tantas etnias, es una mezcla rara. Si va a Europa, va con la idea
de buscar los orígenes. Fijate que nosotros decimos: "Argentina y el exterior",
como si fuera un espacio ilimitado, ¿o no? Lo mismo pasa cuando decimos "Buenos
Aires y el interior", pero el interior es tan distinto. De acá a cuarenta
kilómetros es una cosa, de acá a ciento cincuenta kilómetros es otra, y ni
hablemos del sur o del norte. Pero decimos "Buenos Aires y el interior"; no
especificamos, más bien pensamos de manera muy amplia. Y el mundo es tan grande
y tan diverso, y el interior también. Se da también un fenómeno opuesto: los
exiliados se han pegado mucho, se ven entre ellos, toman mate y tienen
nostalgia. ¡Qué sé yo, los argentinos somos muy raros!
Quizá no queremos que nos reconozcan porque anhelamos
mimetizarnos con los españoles o los italianos.
Sí, también la capacidad de mímesis es muy grande. Acá en
general hablamos muy mal los idiomas; en muchos lugares de América Latina
hablan mucho mejor en inglés o en otros idiomas. Pero nosotros creemos que
hablamos portugués o italiano, como la mujer del cuento que dice: "¿Cuánto
costi?" o "un cortato", es como si el italiano o el portugués fueran un
castellano dado vuelta y ya está. Pero esto se corresponde con la fantasía de
que es fácil hablar otros idiomas, entonces nos largamos a hablar portugués o
italiano. No creemos que haya que hacer un esfuerzo.
En el cuento "Turismo urbano" vuelve a aparecer, sólo
mencionada, la tía demente, la casi famosa tía María, protagonista de "Mudanzas", de "Paso del Rey", de tantos otros relatos. ¿Por qué esa joven, tan disconforme con su vida, no
puede alejarse de esos poetas borrachos, marginales y resentidos?
Ya le hice la autopsia a mi tía la loca, la usé tanto,
pobrecita. Esa chica no se podía ir porque quizá quería seguir aprendiendo de
ese mundo fuerte y raro. Yo la observaba mucho. Ella era una cosa increíble. Por ejemplo, veía pasar a Belgrano por la calle, con un portafolio. Y te avisaba. O miraba televisión, y siempre comentaba una propaganda de jabón, "qué limpita esa chica", decía, o si no, preocupada, "pero esa chica ya se ha bañado". A mí me llamaba mucho la atención mi tía. Vivía en la casa de mi tío José, una casa espléndida, no sé por qué vivía ella ahí. La destrozó por completo, porque se la pasaba tirando agua. Y les tiraba agua a los pollos también, y no los dejaba salir; los pollos a veces se escapaban y no sabían ni caminar. Parece gracioso, pero la pobre estaba terriblemente mal. Tenía una astucia, sin embargo; cuando la internaban sufría tanto, lloraba tanto, que la sacaban. Nunca decía que venía del loquero o del hospital, decía "del colegio". En serio fue una maestra de estilo de lenguaje, porque decía una cosas rarísimas. Y le tenía aversión a ciertas palabras. "Inquilino" la ponía frenética. "Chaleco" también, porque se la habían llevado con un chaleco de fuerza. María tenía un diagnóstico de esquizofrenia paranoide, no era un chiste. Pero yo no le tenía miedo ni cuando se ponía violenta, y jugaba con ella, especialmente a la paleta. Cuando se nos perdía, nunca iba a buscar la pelota, siempre decía "se fue a la casita de los jugadores". A mí me gustaba quedarme con ella cuando se ponía violenta, porque me gustaba ver el pasaje del estado de relativa normalidad a gritar y enojarse, quería ver cómo era eso.
¿La
memoria familiar, entonces, es una fuente básica de su literatura?
Yo creo
que toda la literatura es un ejercicio de memoria. A mí las historias
familiares me gustan mucho, porque allí suelen estar otros temas que me
interesan, desde el ascenso social hasta las migraciones. Pero en realidad creo
que crecer en un pueblo es un aprendizaje literario, porque cuando uno es chico
entra a muchas casas y conoce muchas realidades. Y si tiene familia extendida,
más casas aún y con más confianza.
En abril de 2010 la Fundación El Libro lo otorgó el premio al Mejor Libro Argentino de
Creación Literaria.
Sí. El premio me sorprendió. Sobre todo porque hacía
muchos años que no me invitaban a la feria. Antes me llamaban para mesas de
cuentistas, presenté libros; pensé que había hecho algo. Una vez coordiné muy mal
una mesa, yo no sirvo para coordinar, y pienso que fue eso. Después hice una
crónica, porque como toda cosa fallida te sirve para escribir. Y sí, cuando salió
el premio me pareció extraño.
En los últimos años fue dejando de a poco ese lugar más
secreto que ocupaba. El premio le dio una mayor visibilidad.
Lo de escritora de culto es una bola. Yo siempre tuve
críticas. Del primer libro que escribí tuve críticas, y en ese entonces no
sabía por dónde venía nada. Y también tuve distinciones, me premió la Fundación
Konex. Y cuando enviaron a escritores argentinos a Alemania, me mandaron a mí.