¿Cómo fue el proceso de escritura de "La intemperie", cuándo fue que decidió escribir y luego publicar y cómo fue la selección que hizo de lo escrito para publicar?
Nunca había pensado en publicar. Simplemente eso se fue dando. Yo empecé haciendo una especie de notas sobre la pérdida cuando estalló la crisis, eran como como aguafuertes y bueno, quedaban ahí y nunca, nunca yo supuse que iba a terminar en nada porque nunca hice ficción. El libro tampoco es una ficción ficción. Lo que sí, de repente empecé a sentir la necesidad de reflexionar como en voz alta, en primer lugar por una cuestión de soledad pero también por compartir ciertas cosas que me estaban pasando y que, digamos, escribir era una manera de creer lo que estaba pasando, porque lo que realmente sucedía a nivel del país era muy, muy fuerte y había que seguir viviendo de alguna manera y seguir viviendo a pesar de coincidir con una pérdida, con la amorosa. Entonces se conjugaron muy fuertemente las dos cosas. Y el momento en el que empecé a escribir es el momento en el que empieza la novela, es precisamente ese día, que creo que es lo único real que coincide, en donde creo que fue un 31 de diciembre cuando yo tenía la noche de fin de año por delante y estaba absolutamente sola en una ciudad terriblemente silenciosa, porque las crisis tienen eso de bueno, que traen silencio, y la ciudad empiece a reverdecer en sus ruidos, empieza a superarse. En ese momento estaba haciendo esas notas, se me habían acumulado y empecé a jugar con ellas como si fueran un rompecabezas, a sacar de esas notas hilos de narración que se fueron dando, conjugando y naciendo y así se fue haciendo la novela.
Dijo recién que no es un texto del todo de ficción, concepto que aparece en el paratexto donde se lo define como novela. ¿Piensa que le sirvió la coartada de la ficción para poder escribir sobre esa experiencia?
En realidad no da libertad la ficción sino que es un enorme desafío ante el cual casi te digo que cedo. Escribir ficción me resulta sumamente difícil porque tengo un trabajo principal de ocho horas, un trabajo de oficina. Mi ritmo no es el de un escritor que se sienta, se pone a ver, que tiene su tiempo y un determinado entrenamiento. Digamos que yo escribo desde los bordes, desde los bordes de mi propio tiempo. Entonces era bastante difícil decirme a mí misma "querés escribir una ficción". De alguna manera pensé en novelar todo eso, en hacer los personajes, pero lleva mucho tiempo porque si vos vestís a un personaje de ficción tenés que desvestirlo, tenés que volver a peinarlo, tenés que hacer que hable siempre de la misma manera, esa secuencia de la ficción a mí me resulta muy ficticia para nuestra vida cotidiana actual, tan invadida por hechos que parecen ficticios. Me parecía un desafío casi insuperable. Pero, por otro lado, el hecho de saber que eso no se iba a leer como un ensayo me permitía, sí, todo lo que tiene que ver con la libertad poética y reflexión sobre la música, sobre el lenguaje.
En la novela la narradora dice "basta de Borges" y en una entrevista mencionaba que habría que leer más a Puig. ¿Qué autores, qué biblioteca piensa que estaría bueno recuperar?
Yo creo que hay que recuperarlos a todos todo el tiempo, pero me parece que a Puig todavía no lo recuperamos del todo. De Puig recuperamos un gesto que tiene que ver con el pop, que tiene que ver con factores más costumbristas, pero Puig tiene una enorme dimensión moral, es casi femenino en su afán por la cuestión moral. Eso me fascina en este momento mucho más que Borges. Y el "basta de Borges" tiene que ver con una historia personal. Yo me doctoré sobre Borges, entonces lo leí de atrás para adelante, me lo sé de memoria, digamos, y a veces hasta parece el único autor argentino. En ciertos círculos, ¿no? Siempre se vuelve a él, se lo usa, y siempre hay otro libro nuevo más, hay otro libro de fotos más, hay otro lugar nuevo que toma Borges, etc. Borges es el gran culpable también de una literatura cerrada sobre su propio lenguaje, es el gran responsable del gran oficio argentino por la literatura pero también es el responsable de la ausencia de narración.
A cuatro años de aquel libro, aparece ahora "La omisión"... ¿Cuál es la omisión?
La omisión es no ser fiel a uno mismo. Matilde Vedia, la protagonista, se entera después de la muerte de su marido que él era gay y tenía un amante al que le había puesto un departamento. Ese hombre había hecho feliz a otro hombre y quizás él mismo consiguió ser feliz. Pero ese no es el conflicto de la novela.
¿Cuál es, entonces?
En todos los personajes hay un conflicto con el poder que está representado por roles que les han sido impuestos. Cada uno a su modo está todo el tiempo queriendo salirse de ese rol dentro del que se sienten incómodos pero que, al mismo tiempo, es el que les permite cierta ilusión de seguridad. Es algo muy típico de la clase media alta argentina a la que pertenecen y que tiene muy pautado todo lo que se debe hacer. Hay una simulación constante de una determinada manera de ser, de mostrarse, de comportarse. Esa "omisión", esa falta de compromiso con la realidad de los afectos y la realidad es un rasgo de nuestra clase media alta. Hubo desaparecidos, hay corrupción, tu hijo se droga, la especulación inmobiliaria se lleva puestos a los barrios de la infancia… pero la vida pasa y cuando una se quiere acordar, los hijos están grandes, vos seguís yendo al mismo peluquero los viernes y seguís usando el mismo tapado pelo de camello. Matilde, al bucear en la vida de su marido muerto, termina por ver su propia desimplicancia. Esa es la omisión: no poder devolver el afecto. Es lo que se siente con situaciones donde se obró con injusticia o se dejó de decir algo y es tarde para repararlo. El itinerario de ella es un aprendizaje de las maneras de pedir perdón. Creo que logra dar el salto y reparar la omisión con los que están vivos.
El título de la novela no remite necesariamente a la homosexualidad del marido de Matilde...
Pero la incluye. Matilde podría haberse ocupado más. Al final se da cuenta de que su educación, por esa especie de indiferencia de cierta clase alta, le hizo omitir también la homosexualidad. El título tiene que ver con esa frase de Rimbaud: "Por delicadeza perdí mi vida". Creo que es algo muy femenino perder la vida por delicadeza. Me parecía que la palabra más adecuada era la omisión de algo; esos hiatos de la vida que te hacen arrepentir después.
El escenario de la novela, aunque centrado en una historia de desamor, deja ver una Argentina con sus equívocos originarios como el mal llamado "granero del mundo" y ahora las corporaciones sojeras. ¿Por qué le interesó introducir estos temas?
Es que lo político es privado y viceversa. Lo dijeron las feministas de los años '60, que tenían mucha razón. Nuestra vida cotidiana está trasvasada por decisiones políticas, económicas. Por ejemplo: desde que cada naranja o cada ananá vienen con una horrenda etiqueta pegada, la fruta tiene sabor a industria. Producida en serie para exportarse. Otro ejemplo: durante la cosecha de la soja no se acerca un solo pájaro, mientras que en las cosechas de cereales no manipulados genéticamente los pájaros sobrevuelan como locos tratando de pescar alguna semilla. La soja sabe a agroquímicos y suele tener olor a huevo podrido. La tierra en su conjunto, la naturaleza se han vuelto un "commodity", una mercancía a ser explotada y vendida. ¿Y todo para qué? Para que muy pocos sigan acumulando riqueza y los pobres, echados de sus lugares de origen, pasen a engrosar las villas miseria del planeta. Lo mismo pasa con la construcción: cada vez hay más gente sin vivienda. Mientras tanto, se construyen más y más torres, no como viviendas, sino como territorios para mantener el valor del dinero.
¿De qué modo comprender esa nostalgia por el campo? Que, en definitiva, es una nostalgia política, ¿no?
Sí, por supuesto. El campo es una especie de geografía simbólica para Matilde, que quiere que permanezca intacta. El campo es todo lo que se está perdiendo en cuanto a agricultura en escala. Ahora se ha convertido en una industria y está igual de polucionado que las ciudades. Ese campo, que es pura nostalgia, también está desapareciendo, como están desapareciendo las ciudades como ámbitos públicos y múltiples. Esa nostalgia de la infancia es la nostalgia por un mundo con diferencias; un espacio más humano y propio que el espacio urbano. Por eso Matilde quiere sostener el campo, aunque no sabe si va a poder o no. Esta es la incertidumbre de hoy: que lo rural se pierda definitivamente. La vida de campo tal como fue en su origen está sostenida únicamente por las comunidades indígenas cerradas. No existe más el chacarero, el campesino en sí; son una reliquia. El campo es la gran metáfora de la pérdida. Hasta el 2008, en todo el planeta había más campo que ciudad. Ahora hay más ciudad que campo.
¿No hay otra alternativa para el campo que la soja?
No, para campos de la dimensión del campo de la novela. Una agricultura en escala necesita mucha gente; es decir si tenés una hectárea de campo haciendo agricultura o ganadería en escala, de eso pueden vivir apenas tres familias. La soja en este momento es lo único que rinde. Hay tanta demanda de soja en China y en Europa que tiene un precio tan alto como nunca lo tuvo en la historia. Mientras la soja tenga un precio alto, no se va a plantar otra cosa, sin tener en cuenta la destrucción que implica: que arruina los suelos, taladra los bosques y expulsa a las comunidades indígenas. También es muy perverso el ciclo económico de la soja, que va a China y a Europa para forraje. Los europeos la usan como comida barata para cerdos y pollos. Y a su vez exportan al Africa barato y eliminan toda la población campesina del Africa. Después hacen programas para ayudar a los países africanos. Todo el sistema económico está basado en el agotamiento absoluto de la tierra, de la naturaleza. Cada vez hay menos sapos en el campo. No tenés pájaros comiendo los granos; no les gusta la soja. Es una economía que no piensa en el futuro. Me parece que es un fin de fiesta: "no importa: sigamos adelante". La depredación es universal; no hay cómo salvarse más que todos juntos.
Así como sobrevuela en toda la novela el tema de la identidad de los personajes, también hay apuntes del imaginario colectivo, como la resistencia a incorporar las nuevas tecnologías o las disputas ante la mención al peronismo…
A los personajes los veo muy argentinos, insertos en el aquí y ahora, cada uno con sus berrinches y su sabiduría, con sus frustraciones y esperanzas. ¿Qué desean? que la vida mantenga el misterio, la sensualidad y la pasión que tenía en la infancia. Desean formar parte de una multiplicidad, poder elegir y tener un futuro, que no se construyan más torres en Buenos Aires.
Contar una historia en particular, ¿determina sus elecciones estéticas? ¿Qué cosas le sirven y qué no a la hora de narrar?
Después de haber hecho una ruptura de géneros en "La intemperie", donde además se jugaban tantas cuestiones personales, yo necesitaba volver al mundo de la ficción y contar una historia con personajes enteramente inventados. Algo que me preocupaba muchísimo era cómo mantener la atención a lo largo de trescientas páginas. Encontré un buen recurso: introducir el personaje de Sara Fiorito, una amiga de la juventud de Matilde, a quien ella había dejado de ver durante décadas pero con quien había compartido cosas esenciales. Sara la devuelve a la época de los deslumbramientos, porque allí está la clave de todo lo que dejó atrás.
¿Entiende que frente a la experimentación de su primera novela, ésta representa un regreso al realismo?
Más que realista, yo diría que es una novela bastante tradicional, intencionadamente. No quería experimentar, quería entrar en una escritura que se sostuviera sola porque para mí era un desafío y una necesidad para oponerla a "La intemperie" que fue una experiencia durísima. Debía curar esa herida.
Aunque la novela tiene una estructura muy cerrada y muy sólida, deja los finales abiertos...
Como en la vida, nunca nada se termina de cerrar.
¿Eso también es una respuesta al realismo? ¿Contar hasta un cierto punto?
En cierta medida. Sin embargo, a pesar del final abierto hay una propuesta esperanzadora.
Las dos novelas se inician con una pérdida, pero pareciera que hablan menos de la desaparición física que de cierta idea más metafísica en torno a la ausencia.
Para mí, entrar en la madurez fue empezar a sentir cada vez más el registro de la pérdida. Pero también creo que este es un momento del mundo muy ligado a la pérdida. Están puestos en juego muchos tesoros que pueden llegar a ser irrecuperables: la naturaleza, el contacto interpersonal. El mundo en el que vivimos ha empezado a tener dimensiones extra humanas, de una profunda destrucción y desmesura, que desconocen o niegan las relaciones humanas de verdad. La idea de la pérdida tiene menos que ver con la nostalgia que con lo que decía Hanna Arendt: lo que está puesto en juego. Hay demasiada concentración de riqueza, demasiada determinación de nuestras voluntades en favor de intereses económicos. Deberíamos volver a leer a Marx.