Usted ha dicho que no quisiera que sus libros estuvieran en el estante de crítica literaria de las bibliotecas. ¿Por qué?
Porque considero que ya no hago crítica literaria.
¿Qué hace, entonces?
Trato de ver algo, algún
punto del mundo en que vivimos, a través de la literatura. Leo el modo en que
la literatura construye realidad, construye mundo, temporalidades,
subjetividades, territorios, para pensar las condiciones de vida actuales. Y
uso la literatura porque tengo entrenamiento en eso, pero se podría ver el
mundo a través de cualquier cosa: la sociedad, el cuerpo, las creencias. Una
vez que sabés leer algo, lo podés usar para pensar lo más general, incluso
podría decir "lo humano" contemporáneo.
¿Por qué
decidió la reedición de "El género gauchesco"?
Lo que decidí fue la reedición de toda mi obra.
Refiriéndonos al género gauchesco en particular, vale decir que esta es la
segunda reedición, la anterior había sido en 2000, en Editorial Perfil. Cada
doce años, como una cosa rítmica, ¿no? Este es uno de los libros que más
quiero. Muchos me decían que lo tenían en fotocopias, que lo habían leído así;
creo entonces que es valiosa la reedición.
¿Cómo lo
ve hoy, a casi veinticinco años de aquella primera edición?
Lo veo fresco, incluso ahí utilizo el concepto
de biopolítica, el uso de los cuerpos. Por supuesto, para entonces yo había
leído todo Foucault y Bajtin, que son los pilares de este libro. Foucault y su
modo de ver la historia y Bajtin con la voz y las posiciones, y ahí entraron
los dos en ese tema nacional. Yo estaba tratando de trabajar en el "Martín
Fierro", pero me di cuenta de que no daba para hacerlo solo, que quería hacer
todo el género, y descubrí que la gauchesca era un género nacional, propio.
Eso
implicó tener que modificar su aparato crítico.
También mi escritura, con todas esas notas...
Porque es un libro que tiene dos textos todo el tiempo: uno arriba y otro
abajo. Siento que se transformó en un clásico. No fue escrito para eso, porque
fue más bien vanguardista, experimental, pero finalmente se volvió clásico.
Si hacemos
un corte en su producción hasta la aparición de "El género gauchesco", vemos que
sus publicaciones se habían sostenido en un modo de fabricación gradual, con un
sentido de ampliación. Primero trabajó sobre un libro ("Cien años de soledad:
una interpretación"), luego sobre un autor ("Onetti. Los procesos de
construcción del relato") y finalmente sobre todo un género.
Sí, se va ampliando. Después viene "El cuerpo del
delito", que es un corpus. Aunque ahora no trabajo más en crítica
literaria en sentido estricto, en el sentido de autor y obra. Es un camino
donde yo voy recorriendo y quemando etapas, y quiero experimentar con otros
formatos; no quiero usar ese mismo formato de autor-obra que es lo que yo llamo
crítica literaria, yo quiero pasar de eso. Justamente uno de los textos que
estoy escribiendo ahora se llama "De la crítica literaria al activismo cultural";
o sea, busco ampliar. No quedar chiquita encerrada en la carrera de Letras. La
gente de Letras queda atrapada en un elemento en particular. Yo ahora estoy
dando clases en un posgrado en Sociales y veo que los estudiantes de
Comunicación son mucho más interesantes que los de Letras, justamente porque no
se circunscriben a la literatura, están mejor preparados para leer el contexto.
Se abren
al campo.
¡Exacto!, algo que está más allá de la
literatura y que puede denominarse cultura.
Y al que
puede accederse desde distintas disciplinas.
Así es. Justamente estoy tratando de escribir
sobre lo "post" y lo "trans", atravesar disciplinas, que es lo que hace el arte
ahora, porque vale decir que no es un invento mío.
Un toque
de atención de su parte.
Sí, ver cómo funcionan las prácticas. En este
sentido, la literatura es la más conservadora de las prácticas, no hay
demasiada innovación en la literatura y menos en la argentina, donde la cultura
sigue siendo muy conservadora, donde no hay riesgo, búsqueda.
¿Por qué
sucede eso?
Puede atribuírsele, en principio, a la
dependencia económica con España. Algo que yo llamo estructura imperial, porque
ellos siguen mandando en la lengua, aunque también creo que ahora están en
decadencia, ¿no? Porque hoy, la literatura latinoamericana es mucho mejor que
la española.
¿Podría
ampliar la noción de dependencia económica?
En los '90, España explotó con unos proyectos de
dominación total, que avanzaron sobre la lengua: radios, teléfonos, diarios,
libros, porque los libros están dentro de ese mercado de la lengua, pero no
están aislados de todo lo demás. Hay que reconocerles a los españoles que se
dieron cuenta de que la lengua daba plata, y entonces lo español como recurso
económico. Porque imperio y lengua van siempre juntas. La expansión imperial es
también expansión lingüística.
Pero
también hubo resistencias en Argentina.
Sí, claro, ahí entra nuestro carácter rebelde.
La gauchesca, en ese sentido, es fundante. Tiene sus marcas claras.
¿Qué
marcas encuentra en la literatura argentina actual?
Esa cosa reflexiva, que suele ser aburrida, eso
que necesitan los escritores para poner algún elemento intelectual, de
reflexividad, porque la cultura argentina es una cultura muy intelectualizada.
Antes fue por la cultura francesa, pero ahora no hay modelos, porque la cultura
francesa también se fue para abajo.
Con cada
libro, activa una manera de leer, de escribir y de hacer crítica que se clausura
con la publicación de ese libro; luego vuelve a cero y arranca con otro
esquema.
Sí, y me cuesta mucho mantener ese sistema,
porque a veces paso dos años de duelo, sin poder pensar en nada. Hasta unos
meses antes de la salida de "Aquí América Latina", por ejemplo, estaba como anulada.
A mi psicoanalista la tenía loca: "No tengo nada, estoy en el vacío total, ¡me
estoy convirtiendo en una ama de casa!".
¿Psicoanalista?
Parece algo anticuado.
Ahora puede ser visto así, pero desde los '60
hasta hace muy poco, si eras argentino tenías que psicoanalizarte. ¿Ves? Ahí
tenés otra marca nacional.
Porteña,
más bien.
Sí, tenés razón. Yo empecé a analizarme cuando
llegué a Buenos Aires en los '60, con Alberto Fontana, que usaba lisérgicos,
alucinógenos. Después me analizaba dos o tres años, dejaba cinco; luego volvía…
Yo quiero escribir sobre lo que era vivir en los '60 porque era muy divertido,
y había algo que no veo ahora: creatividad colectiva. Ahora todo está capturado
por la industria, todo es capitalismo. En los '60 también había capitalismo,
pero había un escape rebelde de eso, y de ahí la creatividad. Ahí sí la
influencia francesa era muy importante. Yo compraba los libros en la librería
Galatea, títulos de Gallimard, de Du Seuil. No había computadoras ni internet,
pero todos estábamos al tanto de todo en el mismo momento. Una época en que
leíamos a Foucault, a Althusser, lecturas importantes.
Años
gordos en teorías.
Ahora vivimos en una época pobre en conceptos,
muy pragmática. La cultura de la dispersión, de desprestigio de lo intelectual,
de lo teórico, porque hay una especie de "fiaca" colectiva. La escuela y la
cultura se vinieron abajo, en el menemismo ocurrió eso. La carrera de Letras,
por ejemplo, está en una crisis terminal, como que va muriendo, con planes de
estudio de los '80, cuando en realidad deberías actualizarlos cada cinco años.
Todo es muy aburrido. Vale decir que eso no es patrimonio solamente de la
Argentina, Francia también está muy mal.
Un
panorama muy distinto al que le tocó vivir en sus años de formación
universitaria en Rosario.
Yo tuve una universidad de oro: David Viñas,
Tulio Halperín Donghi, Adolfo Pietro, el grupo Contorno fueron mis maestros.
Una de las cosas que estoy escribiendo ahora es sobre Viñas, mi gran maestro.
¿Qué lo
distinguía del resto?
El tenía una máquina de lectura, y vos veías que
esa máquina lo explicaba todo. Además sus clases, donde él hacía una puesta en
escena… era un "performer" del saber.
En ese entonces
conoció a Ramón Alcade, su maestro de griego, su marido, su padre de algún
modo.
Hoy es más normal que las parejas se lleven
dieciocho años como nosotros, pero en ese entonces… Ellos salían de Buenos
Aires porque ahí no conseguían laburo, porque la facultad estaba copada por los
viejos carcamanes. Me acuerdo que después de las clases, salíamos a cenar. Se
hacían fiestas, bailábamos, entonces ahí había romances de todo tipo, y te
imaginarás que las chicas de veinte estábamos fascinadas por los profesores.
¿Por qué
eligió Letras?
En realidad elegí Filosofía; en Rosario, el
primer año era común entre Filosofía y Letras. Ese primer año me hice amigas
inseparables, que cuando tuvieron que elegir se inclinaron por Letras, y a mí
me daba lo mismo, y entonces por seguirlas me metí en Letras. Además, ellas me
decían: "Qué mal vestidas van las de filosofía". ¡Y era verdad!
¿Hoy
volvería a hacer Letras?
No. Hoy me gustaría elegir periodismo, porque
quisiera ser más aventurera. O actuación, también me gustaría ser actriz.
Durante la
temporada dictatorial que se inició en 1966 y culminó en el '73 con el llamado
a elecciones, usted publicó su primer artículo y se abocó al estudio de lo que
finalmente sería su primer libro: "Cien años de soledad. Una interpretación".
Pero también bebió de la efervescencia del Di Tella, del boom editorial y,
luego del tartamudo ensayo democrático peronista, viajó a Estados Unidos para
participar en el programa que había dispuesto el gobierno norteamericano para
sacar intelectuales de Argentina y Chile. Intuyo
que esa distancia, geográfica, cultural, pero también emocional es la que le
permitió hacer un libro como "Aquí América Latina".
Es muy gratificante moverte entre dos mundos, no
estar integrada: allá soy argentina y acá soy alguien que viene de Estados
Unidos; mirás las cosas de otro modo, eso te deja pensar.
¿Por qué
es tan difícil pensarse latinoamericano en Argentina?
Porque somos unos racistas de mierda, porque
nosotros somos blancos y los otros son morochos. Bueno, eso en primer lugar,
luego por la idea de la cultura argentina como más europea, más avanzada, y eso
viene de 1880. "La París de América Latina", se decía de Buenos Aires, y se
sigue diciendo. ¿Podés creerlo?