Hablemos de la escritura…
He tratado de rescatar en algunos de mis libros esa impresión de la que le hablaba cuando íbamos a cazar con mi tío, que volvió a aparecer en mí después de mucho tiempo, que había olvidado. Uno se lanza a la aventura de la existencia, una aventura bastante monótona por otro lado, sobre todo en mi caso, que soy de lo más sedentario. Pero se olvida de todas esas cosas, y esas impresiones vuelven, y curiosamente, la escritura remueve todo eso. La escritura, cuando uno empieza a escribir, cuando uno quiere ponerle un nombre a un personaje secundario, por ejemplo, el cual no había pensado que iba a aparecer en el libro y necesita un nombre, de pronto siempre viene un nombre de esa época. Cuando tiene que pintar una impresión, viene una impresión totalmente olvidada que reaparece y es una cosa muy impresionante. La escritura tiene esta cosa de singular que está orgánicamente ligada al hombre, es decir, la escritura y el lenguaje. La escritura es una técnica para evocar, pero el lenguaje que se evoca cuando se está creando literariamente es uno, está ligado orgánicamente al hombre. La pintura, la música son instrumentos, son mediaciones exteriores si se quiere, son como prótesis. También la escritura lo es, pero la escritura evoca la lengua y la lengua está profundamente ligada, entrañablemente unida, indisolublemente unida a la interioridad humana. Entonces es el lenguaje el que conserva toda la experiencia vivida. Cuando empezamos a escribir se pone en movimiento el lenguaje, y por lo tanto se pone en movimiento también tocia la experiencia vivida.
¿Sus personajes Tomatis y Garay son de la época de cuando vivía en Santa Fe?
El nombre Tomatis es de esa época; el nombre Garay es de una época más tardía, porque Garay es un personaje que tiene una afiliación sociológica, vaga, porque no es tan marcada, pero que un lector argentino entiende inmediatamente. Es más precisa, y ese nombre Garay lo define como alguien de la ciudad. No olvidemos que por ahí cerca por donde transcurren mis libros hay una ciudad fundada por Garay que se llama Santa Fe. Garay es un nombre de esa región, entonces no hay que explicarle nada al lector. Además, todos estos personajes se llaman o Garay López o López Garay. La gente me pregunta: "¿Pero Garay López?". Sí, son de la misma familia. Podemos decir Anchorena, Bullrich...
¿Cómo compatibilizó su decisión de estudiar Derecho con la poesía?
Bueno, la decisión no duró mucho tiempo porque rendí algunas materias, pero fíjese, me quedó mucho de la Facultad de Derecho. Finalmente, mi hija estudia derecho ahora. Siempre decimos que es genética la cuestión, pero naturalmente es una broma. Ahora que todo es genético... dicen que el suicidio es genético, que el que le gusten los ñoquis a uno es genético...
La culpa la tiene el abuelo…
Sí, siempre la culpa la tiene otro, siempre la culpa la tiene otro, y eso le permite a estos genetistas quitarle toda responsabilidad a la sociedad en la que vivimos. Si el suicidio es genético, nadie es responsable del suicidio de alguien, o la pobreza, pronto van a decir que la pobreza es genética, en fin, todo eso. Un disparate.
En su obra, algunos abogados suyos, algunos jueces suyos, han tenido vidas patéticas también, ¿no?
Es verdad, es verdad.
Vidas tremendas…
Sí, tremendas y, bueno, sí, es cierto. Terribles, un juez de "Cicatrices", ¿no? y el abogado de "Cicatrices". Hay dos abogados en esa novela.
Tiene que ver con lo decíamos al principio: a través de la palabra la literatura va rescatando...
Se va rescatando un mundo perdido; esa aventura de Proust de querer recuperar su pasado puso en funcionamiento un mecanismo a través de la memoria voluntaria y de la memoria involuntaria, que era la que él buscaba para que se produzcan esas grandes epifanías que hay en ese libro inmenso. Es eso, uno tiene la impresión de que en un determinado momento se abrieron unas compuertas en la cabeza de Proust, en la memoria, porque él empezó "En busca del tiempo perdido" como artículo. Después se le ocurrió que se podía hacer un cuento; después pensó hacer una novela corta; después terminó siendo una novela que no acababa nunca. Se siguió escribiendo sola después de la muerte del autor porque es una especie de máquina que sigue todo el tiempo en movimiento. Proust, que era un hombre enfermo y que había tenido una vida muy mundana, escribía con una especie de furia. Se transformó en el mártir de su propia escritura, de su propia obra, de su propio pasado, que lo arrastró a un trabajo de escritura hercúlea que era superior a su fuerza y que terminó matándolo.
Usted contaba la manera de relacionarse con Santa Fe, y yo hacía un paralelo imaginándolo a usted en París cuando uno de sus personajes decía que no lograba verse desde afuera como hubiese deseado. "Yo, en cambio, que había llegado del horizonte borroso, el primer recuerdo que tengo de ellos es de su exterioridad". ¿Cuál era la exterioridad que usted podía ver desde París?
¿A mí mismo? Bueno, de las primeras experiencias, mis primeras vueltas a la Argentina, cuando yo veía a la gente, la veía un poco diferente de como la había visto hasta ese momento; la veía exterior, la veía fuera de mí y, al mismo tiempo, yo me veía a mí mismo entre ellos y me veía diferente, me veía como yo los veía un poco a ellos... lo contrario hubiese sido inescrupuloso, indecente. Pretender que se estaba afuera y que se podía ver a los otros sin verse a sí mismo como formando parte de. Yo volví al cabo de tres años recién, después al cabo de ocho años, después al cabo de catorce años y, a partir de 1982, ya empecé a venir regularmente. Entonces ya me siento un poco fuera pero, al mismo tiempo, adentro y allá también; en París es lo mismo: me siento un poco afuera y un poco adentro.
Pero supongo que en esta visión externa, por lo menos hasta el '82, se debe haber producido un quiebre con lo que pasó en la Argentina en 1976.
Los peores años de mi vida ocurrieron entre 1974 y 1980. Fue muy duro para mí, creo que estaba escribiendo "Nadie nada nunca". Me llevó cuatro años. Yo estaba trabajando en un aislamiento completo, total. Después salí a flote otra vez, yo lo atribuyo a la influencia de estar en el extranjero con mis vicisitudes personales y, al mismo tiempo, el sentimiento de que no tenía más país, no tenía más lugar propio.
Usted identificó esa dictadura con invierno, con noche, con oscuridad. Sin embargo, me llamó la atención una declaración en una entrevista donde la periodista se acerca a una ventana y observa el cielo tormentoso de París. Usted le dice: "ahora se pone lindo el tiempo, a mí me gusta cuando se pone negro".
Sí, es cierto. Me gustan mucho las tormentas, me gusta cuando el cielo se pone muy negro y va a estallar una tormenta, si estoy al abrigo naturalmente, no voy a correr riesgos inútiles. Yo salía corriendo cuando veía venir una tormenta. Tenía un miedo terrible a los truenos, me asustaban mucho los rayos... en el campo también. Pero me gusta mucho el cielo cuando se pone muy negro y tengo como un sentimiento de liberación, me siento muy distendido cuando vienen esas lluvias torrenciales.
Se me presenta curioso que se sienta distendido y esa novela, "Nadie nada nunca" marque eso mismo: lo negro, lo oscuro…
Pero ese es el cielo negro de invierno. No tiene nada que ver con la tormenta, que puede ser en pleno verano o en plena primavera, en medio de un día de sol, de mucho calor, se desata una tormenta que se va juntando. Hay unas tormentas fabulosas aquí, en el Río de la Plata. También Darwin habla de esas tormentas y da una explicación, dice que a él le parece que esas tormentas eléctricas tan fuertes se deben a una especie de relación entre la humedad del ambiente y el encuentro de agua dulce con agua salada y eso produce una reacción físico-química que favorece la tormenta.