La
rosarina María Negroni (1951) es, sin dudas, una de las voces más importantes
del actual panorama de la poesía argentina. Sus libros, entre
ellos "De tanto desolar", "La jaula bajo
el trapo", "El viaje de la noche", "Islandia",
"La ineptitud" y "Arte y fuga" así lo atestiguan. Es,
también, traductora y autora de los libros de ensayo "Ciudad
gótica", "Museo negro”, "El testigo lúcido" y
"Galería fantástica", y de las novelas "La
anunciación" y "El sueño de Ursula". Alternando su
residencia entre Buenos Aires y Nueva York desde 1985, obtuvo su
doctorado en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Columbia y es
profesora en el Sarah Lawrence College y en la New York
University. Negroni es una polígrafa virtuosa, nutrida y determinada a la
vez por su propia biografía, su exilio voluntario, su existencia errante.
"La poesía es una lucha feroz contra las palabras y una queja interminable
por ese destierro del cuerpo que ocurre siempre a manos del lenguaje", ha
escrito. "Cuando llegué por primera vez a Nueva York -cuenta- llevaba
conmigo una valija mal cerrada, ocho años de dictadura y exilio interno, una
familia de clase media contra la que me había rebelado, varios amigos
desaparecidos y una desesperación creciente frente a lo que me parecían trabas infranqueables". La
siguiente entrevista fue realizada por Jorge Hardmeier utilizando para sus
preguntas textos de la propia Negroni. Publicada en el nº 19 de la revista
"El Anartista" de diciembre de 2004, en ella la escritora habla del
lenguaje poético y de sus libros, ese "intento de transformar las
sensaciones de inquietud y malestar, por medio de la magia muchas veces penosa
de la escritura, en una suerte de defensa del fracaso y una apuesta al extravío
como posibilidad existencial".
"Sin
fracaso -escribió usted- no existiría la utopía". ¿Qué otros
elementos necesita la utopía para existir?
La utopía
y el fracaso son como dos caras de la misma moneda. Una no se sostiene sin el
otro. Podríamos decir que el fracaso es la condición misma de la
existencia de la utopía, como el carácter elusivo del objeto deseado es la
condición misma de la existencia del deseo. Lo mismo ocurre con la escritura.
Es la imposibilidad de decir lo que sostiene la palabra. La poesía es el género
donde esa imposibilidad alcanza su grado máximo. La poesía lucha contra las
palabras, pone en evidencia la grieta incesante entre lo que se dice y lo que
se querría decir. Y, precisamente, en ese desfasaje
o desarreglo o insuficiencia de lo decible, encuentra su botín, su inagotable
libertad. La poesía es un género subversivo por naturaleza: hace un canto de lo
que no se puede poseer y, de ese modo, se pone afuera de lo controlable. Hay
dos frases que me gustan sobre este tema. Una es del poeta Jobn Ashbery:
"La poesía pareciera implicar un fracaso, la celebración de un estado
fallido de las cosas". La otra es de Beckett: "No importa, fracasa,
fracasa de nuevo, fracasa mejor".
"Que
viera en el pasado sólo el nombre de una ausencia tan precaria como la
presencia en la que pensamos". "El viaje es
la presencia de la ausencia". "La
escritura como vocación de la ausencia". ¿Qué
elementos caracterizan, en su poética, las nociones de ausencia, presencia y
presencia de la ausencia y cuál es su relación con el viaje de la escritura?
Pienso en
la "vía negativa" de los místicos. Dios, o para el caso la realidad,
es eso que no se puede nombrar, lo que se deja describir, sólo a
través de lo que no es. Ni esto ni eso. Nada y siempre. El vacío, en
todo caso, no es lo contrario de la plenitud sino su paradójico complemento. Me doy cuenta de que estoy proponiendo, una
vez más, una suerte de máquina de reversos. También en la gótica, la
necesidad del descenso y la fascinación con la oscuridad, son la contracara
del impulso de luz, del anhelo de desvelamiento.
"Yo
tuve algo enorme y poderoso como un mundo. El privilegio de mirar la belleza
no de poseerla". ¿Cuál es la superioridad de mirar la
belleza en relación a poseerla? ¿Dónde radica el poder de mirar
la belleza? ¿Qué sería poseer la belleza?
Esta idea
es un poco melancólica. ¿Por qué sería preferible desear a tener, contemplar
a poseer? Y, sin embargo, así lo creo. Es como si viera ciertas ventajas
en la carencia: entre ellas, la de volver imposible el discurso unívoco,
es decir el que confía en sus propias certezas y tiende, por eso mismo, a
volverse autoritario. La poesía, siempre me pareció, nace en la adversidad, en
el momento en que se instaura una distancia, una falla. Entonces algo hace
chispas y aparece el anhelo de curación, como diría Pound, o bien, un
estallido de rebelión, no desprovisto de cierta tristeza o bien, ambas cosas a
la vez. El paraíso del poeta es siempre un paraíso perdido, como el de Milton,
un recuerdo, un espacio para rememorar y extrañar, un sitio de exilio donde
todas las fabulaciones son posibles.
"La
rosa en la rosa oculta". "Empecé a enumerar las cosas, es decir
a ocultarlas". ¿Qué ocultan las palabras? ¿Qué es
lo que diferencia a la cosa, a la idea de la cosa y a la palabra que la nombra? ¿Las palabras
buscan ese centro inhallable? "Sólo un acatamiento ha de llevarte al centro invisible
del poema". ¿Qué tipo de acatamiento lleva al centro del poema?
Un
acatamiento a lo oscuro, a lo desconocido, a lo incomprensible. De todas las
frases que cita, la que más me gusta es "Empecé a enumerar las cosas,
es decir a ocultarlas". Hay allí algo crucial: el postulado de que
el lenguaje es veladura y disfraz, y también despojo y supresión. Todo lo
que logra ser dicho desaparece de algún modo. Muchas veces he tenido la
impresión, penosa por cierto, de que cada uno de mis libros era una
especie de despedida. Los libros, en este sentido, serían como pequeños
mausoleos. En el contrato de la escritura, que ofrece como
recompensa el duelo y la reparación, hay unas
cláusulas escondidas, que aparecen a pie de página, con letras
chiquitas. Lo que allí se dice es que la escritura también nos quita lo
que teníamos, aunque ese algo que teníamos no fuera más que el dolor.
Algo nos es arrebatado en el acto de escribir. Del dolor que
sentimos, digamos, queda como
resabio una estatua hermosa, algo bello
pero muerto. Hölderlin lo dijo de manera diáfana y brutal. "La
poesía -escribió- es un cementerio hermoso".
"Si
el lenguaje sólo puede hablar de sí mismo, si todo lo que nombra queda
cancelado... entonces, al menos, queda la opción del crimen: abrir una
suerte de fuga lingüística, dar comienzo a un gesto cínico que haga saltar
por los aires la institución (la falacia) de la comunicación. Librado a su
arbitrio, el lenguaje revela su verdadera vocación: aludir, compulsivamente, a
aquello que ha sido suprimido, reprimido y expulsado de lo sexual". ¿Cuál
es la verdadera vocación del lenguaje, atentar contra el lenguaje materno
-como diría Barthes- o aludir a lo que ha sido expulsado de el?
El
lenguaje oscila todo el tiempo entre dos impulsos contrapuestos: por un lado,
normalizar,
comunicar, edulcorar y, por el otro, hacer estallar los significantes
suprimidos por "la buena educación", en un intento por
vivificar, restituir, traer al medio de la escena lo que ha sido
censurado en el lenguaje "civilizado" de la comunicación.
Pizarnik es, quizá, la poeta argentina que mejor y con más saña ha hablado de
esto. Ha hablado del poema que la expulsa, del deseo de hacer el cuerpo
del poema con el cuerpo. A sus planteos, yo agregaría que el lirismo
es quizá la forma más sutil y más cruel de la autocensura.
¿Qué
elementos debe tener una escritura para constituirse en un "enigma
generoso"?
No sé qué
elementos debe tener. No me gusta, en general, la idea del deber
ser, se riñe mal con la poesía.
"Hay
una vida afectiva del verbo donde éste se decanta, pasando del sonido natural
al puro sonido del sentimiento: la esperanza (ese sentimiento no poético)". ¿Qué
es lo que determina que un sentimiento sea o no poético?
Cualquier
sentimiento, en la medida en que es genuino (inasible), puede ser
poético. Yo diría más bien cualquier emoción (esto incluye a las ideas, que
son emociones del pensamiento). Lo de la esperanza es una "boutade".
"Esa desesperanza radical del texto,
que es también insuficiencia de lo escrito, es el puente que une a Kafka
con el impulso gótico". ¿No resulta toda escritura -además de la de
Kafka y el gótico- insuficiente e inacabada?
Si, claro,
pero hay una cuestión de grados y de conciencia de esa insuficiencia y ese
inacabamiento. En ciertos escritores, como Kafka, como Beckett, esa conciencia
es filosa, casi intolerable.
"Habría que viajar sin rumbo,
buscando familiarizarse con las cosas para vaciarlas de
lo humano y devolverlas a su propia belleza, su propio sufrimiento inmóvil. Lo
visible es desvío, variación de algo que no
es, pérdida de tiempo. Por eso las cosas que no
son, decía un gran sabio,
son mejores que aquellas que son". ¿Cómo
sería posible vaciar a las cosas de lo humano? ¿Cuál es la belleza propia
de las cosas? ¿La belleza de las cosas es una belleza tipo platónica,
con una forma ideal, una esencia, una idea superior a la cosa tangible?
En esta
pregunta hay varias ideas. "Vaciar las cosas de lo
humano" apunta a un deseo de dejar que el mundo sea sin nosotros, sin
que lo contamine nuestra mirada, nuestra codicia, nuestra subjetividad. La
segunda, que propone "las cosas que no son son mejores que aquellas que
son" busca ampliar nuestro concepto de realidad. Creo que fue Octavio Paz
quien dijo que no se oponía al realismo, siempre y cuando, en el
concepto de realidad, se incluyeran, por
ejemplo, la realidad de los sueños, la del deseo, la del
espíritu. La interpretación convencional que reduce lo real a lo visible deja
afuera todos los otros planos, y paradójicamente nos distrae de ellos. De ahí
esa frase de que "lo visible es desvío" o "pérdida de
tiempo".
"El río viaja siempre. Sólo nuestra
posición cambia". "La ciudad donde dormís ahora se mece como queja.
Veo que la ciudad se acerca y pasa por delante como si fuera un
río". ¿No viajamos y viajan las ciudades, los ríos? ¿Nuestra
posición es la quietud donde sólo cambia la posición por el movimiento
del río, las ciudades? ¿Es posible entonces el viaje, en este caso?
Sí, claro,
no sólo es posible, sino inevitable. El viaje, sabemos, es la metáfora
de la vida por excelencia. De ahí que la épica, que es el primer género
literario, suela tener la estructura (formal y argumental) de un
periplo iniciático. Mi único agregado sería, tal vez, la idea de que el viaje
no es una prerrogativa exclusivamente humana. Todo viaja, en realidad,
todo se mueve (las ciudades, los árboles, los deseos, las piedras),
aunque nosotros no tengamos los instrumentos o la capacidad para
percibir esos movimientos. Una vez más, me interesa la idea de
des-subjetivizar el mundo, al menos hago esfuerzos en ese sentido.
¿Qué es la
isla? ¿Una "forma sutil, feroz, del sufrimiento... como
crear"? ¿Lo que se busca sabiendo que jamás se encontrará? ¿Lo que huye
("lo que huye es la isla")? ¿La violencia de una palabra ("¿hay
violencia más triste que la palabra isla?")? ¿Un mundo incontaminado y perfecto?
¿La articulación de todos estos elementos?
Sí, todo
eso. De ahí que Islandia sea la isla de la poesía, el mundo
encerrado que contiene todas las jugadas posibles, como un ajedrez
imaginario jugado por dioses o niños.
"Acaso porque en ella
la idea de mujer precedía a la mujer, iba de pasión en pasión,
sin poder calmar su sed. Tu sólo amas esa región desconocida de ti
misma que desearía amar". "Pidió que la dejara, para que el
amor fuera completo, abandonada al estupor
de una felicidad insatisfecha". "Como en el amor, lo único
que existe desde siempre es la tristeza". ¿Qué lugar ocupa el amor en
su poética? ¿Qué amamos: la idea del amor, lo desconocido, la búsqueda
del amor, el peligro o la tristeza que en él existe desde siempre?
Esta
pregunta es muy difícil. Si supiera la respuesta, acaso no escribiría. Hasta donde
puedo ver, la pasión está relacionada con la noche y la falta; el amor, con
la generosidad y la entrega; la pasión con la rebeldía, el amor con la
rendición. La pasión crece con cada nuevo desconsuelo, se mueve a compás de lo
imposible, la imposibilidad la hace temblar. El amor tiene que ver con la luz
del atardecer, quiero decir con la luz un poco cansada pero también llena de
agradecimiento y asombro sosegado frente al carácter sagrado de todo lo que
existe.
"Toda patria es un encierro. Sufrir
puede ser una patria". ¿Qué patrias nos encarcelan?
¿El sufrimiento es un encierro?
Sí, toda
pertenencia encarcela un poco, porque supone obediencia, aceptación tácita
de las reglas comunes, conformidad. La patria es una pertenencia por
antonomasia, como lo son, en algún sentido, la familia, la ideología, los
valores sociales. Sí, toda explicación o versión unívoca de las cosas nos
coharta. Sufrir, en tanto se ha instalado en nosotros como costumbre, también
puede encerrar. Sí, el sufrimiento es un encierro, algo que, entre otras
cosas, nos impide ver la realidad más amplia del ser.
"Dicen que la noche y la pena y la muerte no son lo opuesto
de la felicidad". ¿Qué es lo opuesto a la muerte? "Todavía no ha
llegado su tiempo de morir. No ha practicado bastante. Cada muerte
era un ensayo". ¿Cuáles son las posibles muertes, según su mirada
poética ¿Cómo se practica la muerte? ¿Cómo es
merecedor, uno, de su propia muerte?
Concebimos
a la muerte como algo opuesto a la vida. Pero, en realidad, no
es así. Los sufíes, incluso, hablan de morir antes de morir para
poder realmente acceder a la vida. Este tipo de muerte hay que merecerla,
tolerarla. Implica mi trabajo de clarificación
espiritual. Es como querer llegar más rápido a lo que de verdad importa: eso
que no vemos mientras estamos enredados en la infinita red de miedo y sufrimiento
y ambición y anhelo de posesión del ego. "Muero porque no
muero", escribió Teresa de Jesús para expresar lo mismo.
"Construyó
así, no una casa suya, sino una casa para su deseo, encontrando al fin la
forma imaginaria, es decir real,
de su castillo. No hay fortaleza más inexpugnable
que la imaginación". ¿Lo real es sólo lo imaginario? ¿Cómo es
esta relación de la imaginación como forma de la angustia y como la
fortaleza más inexpugnable? Si es una forma de angustia, ¿angustia
de qué, si es posible nombrarlo?
Todas las
citas que menciona pertenecen a uno de los ensayos de "Museo
negro",
donde
hablo del caso del primer autor de novelas góticas, Horace Walpole. Se
sabe que Walpole había soñado un castillo y se dedicó durante años a
construirlo, para lo cual contrató y despidió, sucesivamente, a los
más insignes arquitectos de Europa sin poder dar con la forma de su sueño.
Hasta que un día decidió escribir el sueño y allí, digo yo, encontró
"la forma imaginaria", es decir, real de su deseo. Lo imaginario,
claro, es más real que lo real, en tanto proviene en línea recta del inconsciente y
de lo arcaico, de lo que no se puede nombrar, es decir del deseo. ¿Por qué la
fortaleza de la imaginación sería la más inexpugnable? Porque en ella, el
autor/artista/soñador está en el centro del mundo; más aún, es él mismo el
centro del mundo.
"La
memoria y el conocimiento, se entiende, son una misma cosa. La repetición compulsiva
puede ser una forma del olvido". "A fin de no olvidar lo
que saben (lo que será olvidado en el lugar de origen"). ¿No
existen diferencias entre conocimiento
y memoria? ¿Qué lugar ocupan la memoria y el olvido en su poética? ¿Cuál es ese
lugar de origen donde olvidar?
Una
leyenda dice que, al momento de nuestro nacimiento, un ángel nos besa en los
labios para que olvidemos lo que vivimos antes de nacer. Desde esta perspectiva,
la vida humana sería la tarea interminable de recordar lo que esa borradura ha
velado. Otras teogonías tratan el mismo tema con ligeras variantes. En el año
601 de la Emigración, probablemente en la Mecca, el filósofo y místico
Ibn-Arabi redactó un poema que tituló "El árbol del mundo". Allí se
cuenta que, en el principio, Dios era un Tesoro Escondido que ansiaba
conocerse, y por eso crea el mundo, es decir escribe el árbol del Devenir y la Divergencia.
A medida que lo hace, sin embargo, compadecido de su propio destierro, insufla
en cada uno de los seres una pequeñísima chispa capaz de instigar en ellos la
reminiscencia de ese Sitio Impensable, donde habitan en perfecto equilibrio,
exentos de forma, límite o atributo alguno, lo Deseado, el Deseo y Quien
Desea. Curiosa antología circular que, haciendo de la plenitud del universo
un préstamo, interpreta la muerte como restitución y anhelo. No sé de inspiración
o desamparo tan brusco y tan solidario: como Dios, los seres se exilian de sí,
buscan en reiteradas desapariciones el secreto adentro del
Secreto, añorando algo que llevan oculto adentro. El conocimiento, me
parece intuir, es más un acto de despojamiento que de acumulación, más cercano
al silencio que a los fuegos artificiales de la erudición. Me ha llevado años
entender algo tan simple.
¿Qué
caracteriza a ese "abismo del tiempo (que es también el abismo de la
falta de identidad)" propio de los poetas? ¿Sólo es característico de
las poetas?
No, el
abismo del tiempo y de la identidad no pertenece sólo a los poetas, sino a los
seres humanes en general. La única diferencia es que algunos poetas,
filósofos, artistas, cineastas (no todos) se dedican a habitarlos con más
perseverancia que sus congéneres.