El concepto de ficción es un tema arduo. Así lo reconoce Saer al explayarse sobre él: "No se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o
irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la ‘verdad’, sino
justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación,
carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una
reducción abusiva y un empobrecimiento. Al dar un salto hacia lo inverificable,
la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve
la espalda a una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge
en su turbulencia, desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender
saber de antemano cómo esa realidad está hecha. No es una claudicación ante tal
o cual ética de la verdad, sino la búsqueda de una un poco menos rudimentaria. La ficción no es una reivindicación de lo falso. Aun
aquellas ficciones que incorporan lo falso de un modo deliberado o fuentes
falsas, atribuciones falsas, confusión de datos históricos con datos
imaginarios, etcétera, lo hacen no para confundir al lector sino para
señalar el carácter doble de la ficción, que mezcla, de un modo inevitable, lo
empírico y lo imaginario. Esa mezcla, ostentada sólo en cierto tipo de
ficciones hasta convertirse en un aspecto determinante de su organización, como
podría ser el caso de algunos cuentos de Borges o de algunas novelas de Thomas
Bernhard, está sin embargo presente en mayor o menor medida en toda ficción, de
Homero a Beckett. La paradoja propia de la ficción reside en que, si recurre a
lo falso, lo hace para aumentar su credibilidad. La masa fangosa de lo empírico
y de lo imaginario, que otros tienen la ilusión de fraccionar 'a piacere' en
rebanadas de verdad y falsedad, no le deja, al autor de ficciones, más que una
posibilidad: sumergirse en ella. De ahí tal vez la frase de Wolfgang Kayser: 'No
basta con sentirse atraído por ese acto; también hay que tener el coraje de
llevarlo a cabo'. Pero la ficción no solicita ser creída en tanto que verdad, sino en tanto que
ficción. Ese deseo no es un capricho de artista sino la condición primera de
su existencia, porque sólo siendo aceptada en tanto que tal, se comprenderá que
la ficción no es la exposición novelada de tal o cual ideología, sino un
tratamiento específico del mundo, inseparable de lo que trata. Este es el punto
esencial de todo el problema, y hay que tenerlo siempre presente, si se quiere
evitar la confusión de géneros. La ficción se mantiene a distancia tanto de los
profetas de lo verdadero como de los eufóricos de lo falso. Su identidad total con lo
que trata podría tal vez resumirse en la frase de Goethe: 'La novela es una
epopeya subjetiva en la que el autor pide permiso para tratar el universo a su
manera; el único problema consiste en saber si tiene o no una manera; el resto
viene por añadidura'. Esta descripción, que no proviene de la pluma de un
formalista militante ni de un vanguardista anacrónico, equidista con idéntica
independencia de lo verdadero y de lo falso". Si bien es casi imposible discurrir sobre los vericuetos filosóficos del concepto "verdad", las narraciones de Saer postulan que la misma está asociada al concepto de profundidad, esto es, con la existencia de una hondura de la realidad que, guarecida por la apariencia, espera su restitución ya momentánea o definitiva, ya hipotética o cierta, a través de la narración. Seguidamente, la séptima parte de la síntesis de entrevistas concedidas por el autor de "El concepto de ficción".
A partir de "La
pesquisa" y, sobre todo en "Las nubes", sus novelas parecerían haber apostado a
índices de legibilidad mayores que los que regían sus textos anteriores. ¿Hay
que entender ese abandono como una actitud estratégica?
No
estoy de acuerdo con esa lectura. Esas novelas no hacen sino prometer un relato
que nunca se cumple. En "La
narración-objeto", precisamente, incluí dos textos breves en los que explico un poco cómo funcionan
esas novelas.
Sus ideas sobre la
literatura provienen no tanto de una teoría sino de la historia misma de la
literatura en el siglo XX. Uno de los artículos incluidos en "La narración-objeto" analiza la historia de la novela como un progresivo desmantelamiento de la
epopeya.
Los
procesos de masificación de la literatura se remontan al siglo XIX. Pero la historia de la novela en el siglo XX
es muy experimental y muestra ese progresivo desmigajamiento
de las formas, un uso traicionero de los procedimientos de la epopeya que la
ponen fuera de época. El "Ulises" de Joyce, los libros de Nathalie Sarraute,
de Thomas Bernhard, de Arno Schmidt. ¡O "Pedro Páramo"! Esa es la tradición más
específica del siglo: un progresivo desmigajamiento del relato. En esos
relatos, la moral del fracaso es una constante. Es por eso que se puede decir
que el optimismo es opresor. La redención es imposible... La idea misma de
redención es psicológicamente inadmisible. En arte, la idea de redención es engañosa.
Por eso hay que adoptar otro punto de vista. Es lo que hicieron Arlt, Borges, Di
Benedetto. Es lo que se puede leer, también, en el "Martín Fierro". La paradoja
es que el triunfo de la literatura se convierte en la ilustración de esa moral
del fracaso. Esa moral del fracaso estimula la creación artística, porque el
carácter triunfalista de los valores de la epopeya es opresor. Comparemos a dos
grandes héroes por todos conocidos. Don Quijote, no importa por qué razón, no
miente nunca. Mientras que el Cid Campeador no duda en efectuar cualquier
engaño (como el episodio de los prestamistas, a quienes deja en prenda dos
arcones llenos de arena) para cumplir con su proyecto político. Don Quijote es
ya un héroe moderno de novela, mientras el Cid responde al modelo de la epopeya.
Entre las opiniones más
heréticas que se atrevió a escribir en "La narración-objeto" se lee una condena
masiva de la ficción anglosajona contemporánea…
No
veo ningún escritor norteamericano
que reúna las condiciones de los escritores del pasado. Saul Bellow me parece simpático. A Philip Roth
directamente no puedo leerlo. Tiene una prosa tan banal y tan dirigida a cierto público.... No sé. Lo que me
pasa con esos escritores es que ya
no me atrevo a leerlos. No he leído a Don DeLillo. No he leído a Martin Amis, tampoco. Sus declaraciones me
parecen de una total banalidad. Esa cultura me parece totalmente agotada. Y no hay que hablar, para explicarlo,
de posmodernismo. No se trata de
posmodernismo sino de neoclasicismo. Y ya sabemos a qué aburrimientos ha llevado el neoclasicismo, con su repetición
puramente exterior de una retórica.
Se trata de escritores muy tradicionalistas.
Eso nos recuerda la
consigna de Pier Paolo Pasolini: "No hay que abandonar la tradición a los
tradicionalistas".
Pasolini
me estimula sobre todo como
intelectual y como crítico. El cine último de Pasolini, me parece, había perdido su fuerza, pero sus
intervenciones seguían siendo de una extraordinaria lucidez. En sus primeros films es muy elocuente la idea de que el
Tercer Mundo empieza en los
suburbios de Roma (presente también en sus novelas). Esa integración de mitos y de representaciones de
culturas diferentes es algo muy interesante. Y Pasolini trajo lo extranjero a su cultura local, en el mismo
sentido en que lo hicieron los cubistas con el arte negro. Pasolini ha sido un
gran mezclador de tradiciones culturales.
Pensar la tradición significa trabajar también para el pasado. Un artista
verdadero hace su obra modificando una cierta tradición y no repitiéndola
puntualmente. Para enfrentar las exigencias actuales de la literatura sigue
siendo importante la tradición, además de las exigencias del nuevo lector. En
el caso de la tradición rioplatense -que es la que me interesa, y en relación
con la cual escribo- lo que importa pasa por la literatura gauchesca, José
Hernández (no coincido con Borges en su predilección por Ascasubi), Sarmiento,
Mansilla, Onetti, Felisberto Hernández, Quiroga, Arlt.
Hace un tiempo apareció un reportaje a Roa Bastos en
el que decía notar un cierto cansancio del género novela, como una especie de
repetirse siempre en lo biográfico, en lo autobiográfico, y quería preguntarle, ¿no hay en ese permanente autorreferenciarse la revelación de una incapacidad
de los escritores para abarcar este tiempo como un todo y entonces acuden al
recurso de lo propio y lo fragmentado?
No es mi caso. Trato siempre de
insertar todo lo que escribo en una especie de referente inmediato para
mostrar, justamente, las convenciones narrativas, para no utilizarlas de manera
ingenua, pero no está ni en "El entenado" ni en "La pesquisa" ni en "El limonero
real"; el elemento autobiográfico es inevitable, las únicas referencias para un
escritor son sus sentidos, sus pensamientos, eso es inevitable, pero en
realidad la gente tiende a confundir algunos de mis personajes conmigo y otros
personajes con otra gente, si uno tiene barba deducen que es ese, trato de
hacer un término medio, si hay diez personas en un grupo hay uno o dos que pueden
ser barbudos. Uno saca las cosas de su experiencia, por supuesto, pero de ahí a que
haya una huella autobiográfica muy marcada en la novela actual... Lo que creo
es que hay muchas malas novelas, en la actualidad veo muy pocos buenos
novelistas, por no decir casi ninguno. No me refiero a la Argentina sino en
general al mundo entero, no piensen que creo ser el mejor novelista del mundo,
no, pero por ejemplo el otro día veía la lista de candidatos al premio Nobel y
era terrible, era toda una serie de personajes acartonados. Un mundo impuesto
por las cancillerías, por los Bancos, en fin, no se sabía bien quien había
propuesto todos esos candidatos. Veo en la novela una gran fatiga pero porque los
novelistas han elegido esa opción del mercado, ellos quieren hacer las cosas lo
más rápidamente posible y facilitárselas al lector. La autobiografía es la cosa
más evidente del relato, por supuesto es gente que no ha reflexionado; para
hacer música hay que estudiar, hay que saber música, para construir una casa
hay que ser arquitecto, para escribir una novela basta con estar alfabetizado,
entonces hay muchas personas que se creen cultas y novelistas solamente porque
han ido a la escuela primaria y secundaria o porque son hijos de ministros. Todo el mundo quiere escribir la novela de su vida, todo el mundo cree que su
vida es una novela: animadores de TV, militares, torturadores, asesinos, gente
que ha matado a su familia va un editor a la cárcel a hacerles firmar un
contrato. Eso no tiene nada que ver con la novela, la novela es una forma,
exige una mediación formal reflexionada, pensada, que tenga una coherencia
propia. Es como la pintura: hace falta toda una serie de conocimientos. Pasó en
una época con la poesía, todo el mundo escribía poesía, por eso Eliot decía:
"Sólo se puede tomar en serio a aquel que quiere ser poeta después de los
veinticinco años".
¿Usted considera que hay algún rasgo literario
por el cuál se pueda advertir la presencia de lo posmoderno en la literatura?
Sí, para mí la posmodernidad es un movimiento de reacción contra la vanguardia,
digo bien "contra la vanguardia", no después de la vanguardia (al
decir pos pareciera que hubiese una fatalidad cronológica), pero es una reacción
contra la vanguardia. Creo que la vanguardia con sus actitudes excluyentes (a
mi modo de ver totalmente justificadas) generó mucho resentimiento en el arte y
la literatura oficiales; entonces se produjo una reacción. Al mismo tiempo el
posmodernismo está muy ligado al mercado porque es la repetición al infinito de
las formas y de los géneros ya perfectamente consolidados que tienden a
transformarse en productos industriales. Cuando se trata de cuestiones
comerciales el cliente quiere reencontrar en su mesa o en su baño siempre el
mismo producto, si el producto que le gustó la primera vez varía, la próxima vez
no lo va comprar. Los editores también quieren hacer eso con las novelas,
quieren que todas las novelas tengan la misma forma, que se parezcan, que
hablen del mismo mundo, etc., porque sino los lectores se les van a ir. Por
supuesto que en esa actitud de querer oír siempre la misma historia hay una
actitud infantil muy fuerte, una pulsión infantil. Cuando uno le cuenta una
historia a un chico, éste no quiere que se le cambie nada, pero justamente el arte
está en contar siempre la misma historia de manera que el oyente se vaya
haciendo cada vez más adulto al escuchar todas las transformaciones que esa historia
va sufriendo. Si nosotros le contamos a nuestros hijos siempre la misma
historia y no dejamos que el principio de realidad comience a actuar en su
mundo de fantasía quedará siempre como un niño inmaduro y sufrirá mucho en el
futuro. En cambio si vamos introduciendo el principio de realidad que se
manifiesta a través de la forma y del pensamiento en el acto de escritura, ahí
vamos tratando a nuestro lector como alguien cada vez más adulto, más abierto. Esa es la diferencia.
A la luz de esta reacción contra la
vanguardia, ¿se podría decir que hay una complicidad entre el lector y el
escritor para rechazar la idea del mundo que implicaba la vanguardia?
Es un complot, no es un acto de inteligencia. Hay un acto de inteligencia entre
el verdadero lector y el verdadero escritor; la diferencia está, además, en que
cuando se trata de arte verdadero, es el lector el que va hacia la obra y no la
obra hacia el lector. En el mundo industrial es la obra la que va hacia el
lector por medio de la publicidad. Además, en el mundo del mercado no se trata
de lector sino de público, el público es una masa anónima indiferenciada que no
sabemos bien de qué está compuesta, en cambio el lector es un individuo que
elige cada uno de los textos y ese selector es el que va difundiendo la
cultura, no el público; el público ahoga la cultura, el público quiere la
repetición, el eterno retorno de lo idéntico. La cultura va transformando poco
a poco nuestros datos y nuestra visión del mundo, el público era el que creía
que la tierra era plana, el que creía que los cuadros impresionistas no se
entendían, el que insultó a Stravinsky cuando "La consagración de la primavera" o
el que decía que Arlt escribía mal, ese es el público. El lector es quien se da
cuenta de que, a pesar de que haya errores de ortografía en la obra de Roberto Arlt, es un escritor muy importante. Como él mismo decía: muchos académicos escriben
bien y no los leen ni siquiera los miembros de su familia.
En "La
narración-objeto" usted critica las industrias culturales. ¿Cómo han
modificado éstas los propósitos y las manifestaciones de la cultura?
No
está ni bien ni mal que una obra literaria o pictórica se transforme en un
valor de cambio. La fatalidad de un objeto bello y único es que quien tenga los
medios pueda poseerlo. Pero el problema está cuando el proceso se invierte. Es
cuando el galerista le dice al pintor que haga treinta cuadros porque van a llegar
cuatro o cinco coleccionistas norteamericanos. En Estados Unidos, por menos de 600
páginas, un editor no publica un libro. Porque ya ha calculado el tiempo que le
lleva a una ama de casa leer un número determinado de páginas por día y a
cuánto deben venderlo. Sólo al final se preocupan por lo que le pone adentro.
En tiempos en que el
imperio dominante encarna también una anti-cultura, ¿qué lugar le va a caber a
la cultura en el mundo?
Los
Estados Unidos son el lugar donde la peste posmoderna comienza. El
posmodernismo es una manera de lanzar toda mercancía al mercado cultural. Esa
es una de sus características definitorias. Todas esas mezclas de estilos, la
reivindicación de la novela histórica, todo aquello que es reivindicación de la
mercancía, viene del posmodernismo. Esa exacerbación de la consideración de la
cultura como una mercancía y de liberar el mercado de la cultura, viene de los
Estados Unidos. Ya existía en Europa, pero es en Estados Unidos en donde se
exacerbó hasta un punto en que hay una confusión total entre lo que es cada
vez más repetición de formas ya utilizadas, como se hace con los productos
industriales, de lo que es verdadera creación. Eso viene de ahí.
¿Qué lugar ocupará
nuestra literatura?
Nuestra
literatura, aquí, tiene que ser la primera de las literaturas. Los novelistas
de "best-sellers" argentinos deben ser tratados mejor que los autores de "best-
sellers" norteamericanos. La literatura argentina la construyen los argentinos
para los argentinos, no para la exportación. Aunque digan que nadie es profeta
en su tierra, es falso. Alguien puede no ser bien leído en un período, durante
cierto tiempo, en su país o en su idioma; pero cuando empiece a ser leído, será
mejor leído en su país que en el extranjero. De eso no me cabe la menor duda.