Una vez el escritor español José Hierro dijo, refiriéndose a los "opinólogos"; "Hay mucho viejo verdísimo literario, como los viejos verdes que se hacen ver ante las señoritas, aunque no les interesen, para que parezcan como que siguen existiendo y siguen estando. Hay muchos que escriben aunque no tengan nada que escribir para mostrar que siguen existiendo y siguen estando".
Sí, también hay muchos que no existen, que nunca existieron, que ganan cantidades fabulosas. El de Hierro es un juicio interesante. Hay muchos autores que hace años que no publican, pero quieren estar presentes en el candelero todo el tiempo. Bueno, la culpa de eso la tiene un poco el periodismo. Muchos escritores en el siglo XX entendieron que para hacerse una reputación literaria hay que estar presente en el periodismo y si es posible fuera de las páginas literarias. Entonces dan reportajes en las secciones deportivas, hablan de política o de moda o son jurado en los festivales de cine; todo eso es una forma de hacer publicidad a su obra, de que su nombre esté presente en la cabeza, en la memoria de los espectadores o de los posibles lectores y, por esta intervención martillante y excesiva, tratan de no salir del candelero, aunque los libros que escriban sean ya totalmente trasnochados. Bueno, es un fenómeno de la sociedad de consumo. El libro es una mercancía, el escritor es un productor y su presencia pública es una forma de publicidad, se puede discutir o no la cuestión. Y tal vez haya algo de viejo verdísimo en el sentido que dice José Hierro.
Esta ciencia que ha creado la literatura, la ''opinología", tiene una variante comercial pero, ¿no cree también que tiene una variante directamente relacionada con el ego de las personas?
Sí, probablemente. Sartre decía una cosa: "Un escritor tiene que decir lo que tiene que decir, lo que no tiene que decir lo tiene que callar". Eso lo han aprendido muchos escritores. Tenemos autores como Rulfo, Beckett, Onetti, Faulkner, Joyce que hacían lo que tenían que hacer y se callaban la boca. Hay una confusión bastante frecuente entre periodismo y literatura. Yo no estoy aquí para denigrar el periodismo, porque de todas maneras el periodismo es una contribución importante para el conocimiento de mi obra literaria; pero simplemente lo que yo quiero dejar bien sentado es que la persona que cree que porque escribe periodismo o porque escribe literatura puede escribir lo contrario, y que lo contrario es equivalente, está totalmente equivocada. Entonces las opiniones de un autor en un diario tienen poco y nada que ver con su literatura. Muy pocos autores siguen prolongando su trabajo literario. Yo estoy escribiendo desde hace algunos años en varios diarios. Cuando comencé a hacerlo, reflexioné bastante sobre lo que tenía que hacer y decidí no hablar -salvo una o dos veces y cuando lo hago explico el porqué lo hago- en primera persona. Y parecería que la prensa les pide a los autores de hablar en primera persona, de dar opiniones; es un poco como si fuese el irresponsable de turno que puede decir lo que quiere. Yo he sido periodista, trabajé tres años en un diario y, cuando yo escribía mis artículos periodísticos, nunca hacía literatura; yo hice noticias de policía, tribunales, universitarias, el estado del tiempo...
Como Angel, uno de sus personajes.
Si usted quiere... aunque varias veces he logrado algunas temperaturas agradables cuando mis conciudadanos me parecía que se lo merecían y desagradables cuando creía que no, lo cual ocurría la mayor parte del tiempo. No es que yo me quiera dar en ejemplo de lo que hay que hacer, pero la manera en la que yo reflexioné sobre este fenómeno de los escritores que escriben en los diarios sobre cualquier cosa, opinan y se creen obligados a transformarse, a hablar de banalidades; no le voy a decir que hablan de los guardapolvos blancos cuando empiezan las clases en otoño pero... O hablar, opinar sobre la política internacional en términos de politólogos; en sociología en términos de sociólogo. Yo en tanto que escritor no estoy obligado a saber más de política que un maestro de escuela o que un obrero. Tengo sólo opiniones personales sobre la cuestión porque todos los elementos para juzgar un acontecimiento político no están a mi disposición como pueden estarlo.
Por lo que usted dice, en la literatura se está verificando una degradación del silencio, del silencio que Rulfo manejaba tan bien porque era un hombre austero…
Bueno, yo cuando vengo al país y tengo que dar todos esos reportajes en cadena porque estoy pocos días me siento sucio de palabras. Es como si las palabras que yo he pronunciado chorrearan en mi cuerpo como un sudor y todo el tiempo me siento en falta conmigo mismo, porque yo durante muchos años me mantuve en silencio. Tuve una serie de opciones literarias, digamos de política literaria negativas: no ir a la televisión, no dar demasiados reportajes en los diarios, no escribir en la prensa y al final llegó un momento que mi figura literaria tuvo tanta acogida que casi naturalmente todas esas cosas yo las empecé a hacer
y,
al mismo tiempo, me di cuenta de que cuando uno le da un reportaje a uno, no
puede no dárselo a otro. En general, en los diarios, ha aterrizado mucha gente
que yo conozco desde antes de que trabajara en los diarios. Pero al mismo
tiempo cuando uno va creciendo y cambiando y ejerciendo actividades que antes
no hubiese realizado, finalmente se da cuenta de que no estaba tan... de que
podía realizarlas sin demasiado daño para su persona, para su personalidad o
para su imagen. A pesar de todo esto, cuando pienso en Beckett, por ejemplo,
siempre me avergüenzo un poco de mí mismo.
Usted decía que la gran
literatura siempre toca la política ¿Puede haber diferencias de carácter
literario, de calidad y de temática entre un hombre de derecha y neoliberal,
como Vargas Llosa, en lo conceptual de la literatura y usted que es un hombre
afín al socialismo, afín a la izquierda?
No,
para mí las cosas que cuentan son los valores literarios solamente. Hay muchos
escritores de derecha que me gustan como por ejemplo Céline, Borges. No es el
caso de Vargas Llosa. Vargas Llosa no me gusta como escritor, no porque sea de
derecha, cada cual tiene derecho a pensar lo que quiera y no me interesa lo
que piensa políticamente, pero Vargas Llosa me parece un escritor un poco trasnochado,
un poco vetusto. Su forma literaria me parece vetusta, por eso no me gusta,
pero no es porque sea de derecha, es su forma de escribir. A mí me gusta mucho
Céline, a veces me gusta Céline y a veces no, no me gusta todo lo de Céline; y
Borges me gusta mucho y Borges era un hombre de derecha, era un hombre
conservador, liberal.
A lo que me refiero es
a, como dice usted, que toda gran obra tiene relación con la política.
Tiene
relación con la política en la medida que una obra, además de ser un producto
individual, es un acto privado que se transforma en un hecho social y al
transformarse en un hecho social está incluido en la generalidad de la ley. Un
objeto social está atravesado por todas las energías sociales, los vectores que
constituyen la vida de una sociedad, y entonces el vector político entra en esa
estructura, eso es todo lo que quise decir. Eso no significa que tenga que
tener un contenido social. Podemos decir que la obra de Beckett aparentemente
no tiene ningún contenido social, aunque si analizamos un poco "Esperando a
Godot" vemos a un personaje que le va pegando a otro con un látigo, entonces yo
podría interpretar que es la representación de una situación de opresión en
nuestra sociedad. Yo no voy a ser tan tonto como para hacer ese análisis como
primordial en la obra de Beckett, que tiene una obra de una enorme intensidad
metafísica. Pero, en realidad, la metafísica tampoco se la puede apartar de la
sociedad. La condición del hombre es una, entera, con todos los aspectos que
su existencia le presenta, de tanto aspectos metafísicos, como físicos, como
biológicos, como sociales, como políticos, como religiosos, etcétera.
¿Cómo describe su
relación con la figura de Borges?
Digamos que Borges es Borges. Hay cosas de su épica, de su visión
tradicionalista, que es lo que menos me motiva de su obra. Me aburren. Las
historias de los compadritos están bien escritas, pero de nuevo, no me resultan
tan interesantes como otras cosas. Siempre me propongo desmitificar la épica;
me parece casi necesario después de lo que vivió nuestro país...
En "El concepto de la
ficción" reúne todos sus ensayos sobre literatura. ¿Es este libro un mapa de la
tradición personal en la que se inscribe su obra?
Es
el mapa de mis lecturas. De mi problemática como escritor. Nunca pensé
publicarlo porque no sabía si estilísticamente funcionaba. Para mí la forma es
fundamental, y si mis ensayos no tienen esa forma no vale la pena, un profesor
lo puede hacer mejor que yo. Entre esos ensayos, que llevan fechas que van
desde 1965 a 1996, algunos fueron encargos, pero descubro que esos encargos
estaban realizados de acuerdo con una afinidad.
Son curiosos los nombres
de sus libros: "Glosa", "La mayor", "La pesquisa", también "El arte de narrar", puesto
a una colección de poemas. Todos apuntan a algo formal. ¿Son un gesto de no
concesión a los lectores?
Nooo.
Aunque yo creo que no hay que hacerle concesiones a los lectores. Cuando
Pasolini leyó a cierto autor latinoamericano dijo una frase perfecta y
lapidaria: "Considera a su público como si fuese su productor". Mi
obligación como escritor es que la cosa funcione. Si después al lector no le
gusta, ese es un riesgo que corro. El lector tiene que ir hacia el libro y no
el libro hacia el lector. Yo fui siempre hacia los libros; ningún libro me vino
a buscar. Sería pretencioso pensar que Kafka escribió "La metamorfosis" pensando
en mí. Ahora hay un sistema de promoción de todo lo que es convencional. Son
entonces las novelas convencionales las que se venden más, son los personajes
más convencionales los que aparecen por televisión, pero eso no importa. Pienso
que los libros tienen que vivir por sí solos como vivieron para mí el día que
descubrí en una mesa de saldos una novela de Faulkner, o cuando tenía quince años y
descubrí en una antología de poesía los nombres de Vallejo, de Salinas, de
Neruda. Esas son las mejores experiencias de mi vida.
En sus ensayos
manifiesta una fe muy grande en el arte como experiencia liberadora, más allá
de las opiniones de ese arte. Me interesa preguntarle si lo popular o lo
"bajo", que también aparecen en sus relatos, son una especie de
contrapunto a esa fe.
Para
nada. Lo popular forma parte de mi experiencia, yo soy de orígenes bastante
modestos. Nací en un pueblo, viví en barrios populares.
¿Cómo incide la lectura
en la escritura?
Para
mí, la lectura es un gran placer. La prefiero a la escritura, porque yo no
escribo en forma placentera, me cuesta mucho y lo hago en forma muy laboriosa. Al mismo tiempo, la
lectura es una especie de puente, una pasarela a través de la cual es necesario
transcurrir para poder tener una imagen del mundo. En nuestra época es
imposible tener una visión aproximativa del mundo sin la lectura. Por eso es
tan importante que los chicos sean alfabetizados y lean.
¿Por qué unos autores y
no otros se convierten en referentes en el universo de los lectores?
Hay
afinidades selectivas y misteriosas. Hay escritores que marcan generaciones.
Borges y Arlt marcaron a la generación del '60. Antes de los '60 se estaba con
Borges o con Arlt. A partir de nuestra generación se entendió que un escritor
no es el más culto o el que escribe con menos errores, sino el que tiene un
mundo personal y coherente, que expresa su totalidad en cada texto. Eso define
a un escritor como tal. La intensidad de ese mundo le da un valor universal.
¿Hay cierta desazón en
los escritores de hoy teniendo en cuenta que el libro se ve muy amenazado por
muchos factores?
No
creo. La muerte del libro la vienen anunciando desde hace mucho tiempo...
También la muerte de la
historia.
Sí,
también. Pero eso no era una idea, era un eslogan, una expresión de deseo.
Terminar con la historia significaba terminar con el comunismo, decir: "ahora somos todos ultra liberales. Llegamos a un punto en el cual ya no
hay más historia". Fíjese cómo, al poco tiempo nomás, la historia mostró
el hocico, nauseabundo, como de costumbre.
¿Es consciente del lugar
que ocupa hoy dentro de la literatura argentina?
No. No sé. No pienso nunca en el lugar que ocupo. No me pienso a mí mismo en
absoluto. Pienso en relación con mis libros. Si juzgo por la repercusión que
tienen mis libros, la repercusión periodística, la crítica y todo eso, pensaría
que ocupo un lugar importante. Pero eso es lo que se ve. Después hay mucha
gente cuya opinión ignoro, a la que probablemente no le gusten mis libros. Pero
nunca pienso en esos términos.
¿Y en qué piensa?
Pienso
en la coherencia interna de lo que escribo. Eso sí me preocupa. Me preocupa
escribir cosas en las que no creo. No podría hacer eso. Pero no como credos
políticos o morales, sino estéticos. Más bien sobre todo en una frase o en una
palabra en la que no creo, o en una frase que me parece que no puede salir de
mí. Yo reconozco inmediatamente una cosa que he escrito o que no he escrito. Da
lo mismo. Por ejemplo, un papel que se entremezcla entre mis papeles, lo leo y
digo "ésto no lo escribí yo", y efectivamente es así. Y otra cosa que me
preocupa también, en la cual pienso, y pienso cada vez más a medida que
envejezco, es que me gustaría seguir creando con la misma energía, porque tengo
muchas ganas de escribir muchas cosas todavía.
¿Cuándo va a escribir el
tratado de filosofía en una lengua popular del Río de la Plata?
Cuando
tenga algo que decir... pero no creo. Como dicen los franceses, "mañana no
es la víspera".