12 de febrero de 2009

Manuel Vicent: "Un es­critor es aquél que no sabe hacer nada, ni arreglar un enchufe ni cambiar la rueda de un coche"

Manuel Vicent (1936) es un escritor nacido en Vilavella, Castellón, España. Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras en la Universidad de Valencia, se trasladó a Madrid para cursar estudios de Periodismo en la Escuela Oficial. Allí comenzó a colaborar en las revistas "Hermano Lobo" y "Triunfo", y publicó sus primeros artículos sobre política en el desaparecido diario "Madrid". El reconocimiento del público le llega a partir de su ingreso en el diario "El País", donde escribe crónicas parlamentarias. En 1979, publica en el suplemento dominical del mismo diario una serie de cuarentisiete retratos sobre personajes claves de la transición que fueron agrupados más tarde en el libro "Retratos de la transición", al que seguirían "Crónicas urbanas", compuesto por relatos periodísticos mezclados con ficción literaria, "Por la ruta de la memoria", unas crónicas de viajes publicadas en el mismo diario y las recopilaciones de artículos periodísticos "Las horas paganas" y "Espectros". Además de su labor periodística, Vicent se ha destacado como narrador. En este sentido descuellan sus obras "Pascua y naranjas", "Balada de Caín", "No pongas tus sucias manos sobre Mozart", "La muerte bebe en vaso largo", "El azar de la mujer rubia", "Tranvía a la Malvarrosa", "Jardín de Villa Valeria", "La novia de Matisse", "Otros días, otros juegos", "Verás el cielo abierto" y "León de ojos verdes". Vicente Muleiro (1951), escritor y periodista porteño, lo entrevistó cuando estuvo en Buenos Aires protagonizando en el Centro Cultural de España tres jorna­das donde se abordó su obra, las que concluyeron con la presentación de su novela "Cuerpos sucesi­vos". La entrevista fue publicada por la revista "Ñ" nº 5 del 1 de noviembre de 2003.¿Cómo surge su opción por la literatura?

Me recuerdo de adolescente con un libro en la mano y sintiendo una pulsión que venía de muy adentro. Me dije a mí mismo que algún día yo sería feliz si escri­biera un libro. Esa pulsión desapareció. Fui a la universidad, es­tudié derecho, filosofía. Después, sin darme cuenta, y sin pensar que iba a ser escritor, un día me encontré en un bar de Madrid escribiendo una historia, la historia de un amigo mío, un gordo de ciento cincuenta kilos que había muerto en un accidente.

¿Ahí ya se lanzó a escribir o hubo accidentes en el medio?

No hubo accidentes porque tuve suerte con esta primera obra, "El resuello", una novela breve, que en seguida se publicó. Después tuve el premio Alfaguara del '66 y esto me abrió las puertas de la literatura. Yo no sabía hacer absolutamente otra cosa. Un es­critor es aquél que no sabe hacer nada, ni arreglar un enchufe, ni cambiar la rueda de un coche. Y puesto que no sabía hacer nada empecé a escribir. Cuando esta escritura se hace oficio empiezas a ver al mundo bajo la especie de las palabras.

¿Qué libros pesaron para con­solidar esa vocación?

Leía lo que estaba prohibido en España. Leía a Sartre, a Camus, a André Gide, venía más bien de la literatura francesa. Antes había leído las novelas de aventuras, las que se leen en la adolescencia y a la generación del '98, Miguel de Unamuno. En el Colegio a noso­tros nos prohibían la lectura pero nos enseñaban la refutación, la refutación de ciertas lecturas me parecía excitante y por ese morbo empecé a leer.

Por lo tanto, la censura jugó un papel en su carrera.

Primero la aventura y después el morbo de leer lo prohibido.

Usted manejó distintas cuer­das: algún tono vanguardista y otros más clásicos. ¿Donde ubi­caría "Cuerpo sucesivos"?

Creo que es una novela "pop". Una novela de acopio, de super­posiciones. Así como un cuadro "pop" es una serie de objetos popu­lares emulsionados por una estética y por una plástica que le dan una unidad, ésta es una serie de historias de amor que están emulsionadas por una misma estética del fracaso.

Me gustaría que aproximara la lupa a este criterio de novela "pop".

"Pop" es popular, es un movi­miento estético plástico que toma seres domésticos, figuras del ci­ne, rostros populares, y los incor­pora a un mundo unificado por una plástica común.

Usted ha dicho que la fantasía no le interesa. Sin embargo, en "Cuerpos sucesivos" hay notables saltos de la realidad a la fantasía.

A mí la fantasía me parece oriental: alfombras voladoras que acaban por desaparecer en el espacio. Ninguna alfombra volado­ra ha inventado nada. La imagi­nación es el motor de la creación. Todos los inventores de objetos, de máquinas, han sido grandes observadores de la realidad. La imaginación siempre parte de la realidad. Así que a esos saltos que usted dice los veo imaginati­vos, veo que pueden suceder.

Hay en su novela una perma­nente cercanía entre el amor y el peligro ¿Eso es una concep­ción?

Es una concepción vital, como las dualidades placer-pecado, placer-peligro, amor-muerte. Es una constante mía que parte de viven­cias de la infancia. Adquirí el uso de razón en medio de una posguerra, en medio de unos balnea­rios derruidos donde la belleza y la destrucción eran prácticamen­te la misma cosa.

¿Le terminó pareciendo que esa dualidad es permanente?

En el tema del amor siempre me descubro trabajando una do­ble personalidad. Es decir, todos los protagonistas amantes de mis novelas vienen de otra parte: un náufrago que resucita, un adolescente que cambia de nombre pa­ra poder amar sin culpa, una per­sona que se salva de la muerte a través de la pulsión estética. Y en este "Cuerpos sucesivos" es al­guien que resucita del interior de sí mismo, desde su propio abis­mo, pero cambia de personali­dad, como aquel náufrago que acude a la orilla si hay una voz que le llama; en este "Cuerpos su­cesivos" ese náufrago emerge de dentro de sí mismo.

Define "Cuerpos sucesivos" como una novela "pop", pero hay una permanente presencia de la alta cultura: la música de Schubert, los poemas de Pedro Sali­nas y de Luis Cernuda. ¿Cómo es esto?

Así como en la pintura "pop" están los objetos vulgares, domésticos, unificados por una plástica que los profundiza, en este caso unas historias de amor están sumergidas por medio de la música y de unos altos poemas y esas historias que podían ser vulgares, se convierten a mi modo de ver, en mi intención, en un río oscuro subterráneo lleno de peces negros, entrañables.

¿A qué se debe esa presencia del arte que aparece llamado a jugar un papel en la historia de la pareja protagonista?

Una virgen con niño de Leonar­do Da Vinci, o de Rafael, si está en el altar, está para que te salve, te ayude, te transmita su energía. Si llevas esas pinturas a un mu­seo pierden su carga religiosa pe­ro adquieren una carga estética, una emoción estética que es tan sanadora como la propia emo­ción religiosa. Me interesa la energía que transmite el arte.

¿Qué contactos tuvo con la Ar­gentina hasta aquí?

Estoy conectado con este país, sobre todo con Buenos Aires que es la ciudad que conozco y amo. A la Argentina la conocí a través de amigos refugiados en Madrid en los años '70, tengo un contacto a partir de la amistad. Así que pa­ra mí es ir a una ciudad donde ya tienes alma. Porque cuando uno va a una ciudad, primero tiene que mandar el alma y después encontrarla. Siempre que he ido a Buenos Aires me he encontra­do con mi alma.

¿La muerte de Manuel Váz­quez Montalbán ha hecho pen­sar sobre cuántos escritores quedan en España?

Desde ya que es una gran pér­dida la muerte de Manolo, por su gran vitalidad y su gran entrega a la escritura. Estamos pasando un momento de agotamiento. Hay como una especie de desencanto, de imposibilidad de conmover.

Y en su caso, ¿qué tenemos ha­cia adelante?

Estoy remontando el río de la memoria a través de lo que he comido, de los sabores pero no como recetas de cocina, sino ha­blando de las sensaciones que he tenido en el gusto, remontando ese río hasta llegar al potaje de mi madre, a la comida de la casa. Pero a la vez contando con quién he comido: nombres, paisajes. Me propongo recorrer ese río con toda la gente con la que lo he na­vegado y hablar de las riberas que he visto en su curso. Tal vez escriba la continuación de "Cuer­pos sucesivos". Por ahora me ima­gino a esta pareja en Alejandría, a él maravillosamente alcoholiza­do, viendo pasar barcos, conver­sando con mercaderes y a ella to­talmente enamorada con unas broncas increíbles y amándose hasta los huesos.

Si llegan a la felicidad no va haber libro. Borges decía que la felicidad no le corresponde a la literatura; así que en algún mo­mento a sus personajes les va a pasar algo terrible.

Borges tenía razón, pero vere­mos. No lo sé todavía.