Eric Packer es joven, brillante y despiadado. Manda más que los presidentes de las naciones. Pero no es el típico tiburón de Wall Street: lee poesía de calidad, habla varios idiomas, posee numerosas obras de arte, aunque también un bombardero nuclear y viaja en una limusina con el suelo de mármol. Pero justamente ese día experimenta una cierta sensación de mortalidad. La idea se me ocurrió durante la crisis bursátil de abril de 2000, cuando cayeron los valores "puntocom". Pensé en escribir una novela que transcurriera en el último día de una era, de la edad dorada del cibercapital, de los negocios de Internet. Un día en que pasáramos súbitamente de la Guerra Fría a la era del terror global.
Packer mira el mundo a través de los vidrios de su limusina, o a través de los televisores de plasma del mismo vehículo. Siempre con filtros, y eso parece servirle a usted para crear una atmósfera vaporosa de distanciamiento.
¿Acaso no es así cómo vivimos? La gente experimenta el mundo a través de una mediación. Packer cree que los datos de las pantallas tienen una vida orgánica real, no distingue entre esos gráficos en movimiento, esas barras que suben y bajan, y el mundo natural. Es como esos especialistas financieros que estudian muy seriamente los elementos de la naturaleza -insectos, árboles- para intentar comprender el funcionamiento de los mercados y tomar decisiones.
¿Cómo transformará al inhumano Packer ese viaje absurdo hacia un corte de pelo?
Sí, incluso se va encontrando casualmente varias veces a su esposa y se enamorará de ella al final. No quería confinarlo del todo. Está en Nueva York y hay muchas cosas alrededor de la limusina: una manifestación anti-globalización, una visita del presidente de Estados Unidos, el entierro de un rapero...
Pero todo eso, incluso lo más chocante -manifestantes que infestan de ratas vivas los lugares más "fashion" de la ciudad-, forma parte de lo mismo, del "american way of life".
El sistema americano funciona así: fagocita lo peligroso, lo neutraliza. Sin embargo, no siempre tiene éxito. La cultura hegemónica tiende a asimilar los opuestos, a integrar. Los escritores somos lo contrario. Un escritor lo es si escribe en contra de este proceso de suavizarlo todo. Hay que escribir contra el poder del Estado, de las grandes empresas, del consumismo rampante y de toda la basura que quieren hacernos tragar. Los escritores, en mi país, reciben muchas ofertas para integrarse en el sistema, pero eso es una tentación que, más que nunca, deberíamos resistir.
Algunos leyeron su novela como la crónica de un mundo que se desmorona, el que empezó a caer con las Torres Gemelas.
Justo cuando puse el punto final, se produjeron los ataques del 11-S. Tras una larga pausa, decidí no tocar ni una coma. No era necesario. Vivimos en el colapso. La diferencia entre la realidad y mi novela es que en ésta todo sucede más rápido.
Creo que tiene una teoría sobre la rivalidad entre los terroristas y los novelistas...
A partir de los años '80, los terroristas y los dictadores, con sus atrocidades, configuraron la narrativa del mundo. Antes eran los escritores quienes creaban los miedos y los imaginarios colectivos del horror.
En "Cosmópolis" la paranoia está no tan presente como en otras de sus obras.
Norteamérica sufrió un inmenso miedo en los sesenta y setenta, con la Guerra Fría y la carrera de armamentos. Mi ficción procede de ahí, era algo presente en la cultura y lo recogí.
Packer, con sus circuitos cerrados de televisión, llega a la locura de espiarse a sí mismo.
La tecnología permite alcanzar los límites sin cuestionarlos, y eso me preocupa. Cualquier arma o cualquier desarrollo técnico que sea posible realizar, se va a acabar haciendo y utilizando. ¿Sabe usted lo que nos salvó de la bomba atómica?
No.
Tanto Estados Unidos como la Unión Soviética tenían enormes espacios vacíos, mares y desiertos donde probar sus armas atómicas. Sin esos sitios de ensayo, no se habría satisfecho la necesidad psicológica de ver cómo funcionaban.
A pesar de haber entrado en la historia de la literatura, usted sigue experimentando.
Un poco. Pero no tanto como dicen. Me sorprende leer que me alejo del realismo y creo un mundo irreal, fantasioso... ¡Pero si yo describo el mundo tal como es!
Quizá su mundo es muy real, pero no siempre verosímil.
Mmm... Comparto esa distinción. Pero, aun así, hay lectores que me han dicho: "Hombre, es que con lo del bombardero nuclear que posee el protagonista se ha pasado usted, ¡eso le resta verosimilitud!". Pues mire, eso precisamente está sacado de la realidad: he conocido a un tipo en California que se ha comprado, en el mercado negro ex soviético, un avión bombardero totalmente invisible a los radares. Lo más sorprendente suele ser lo cierto.