El poeta cubano Roberto Fernández Retamar (1930) cursó estudios de Humanidades en la Universidad de La Habana, su ciudad natal, y, en 1954, se recibió de Licenciado en Filosofía y Letras. Luego obtuvo doctorados en La Sorbona de París y en la Universidad de Londres. Ha disctado cursos sobre Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Yale y en las universidades de Praga y Bratislava. Fue fundador de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba; Consejero Cultural de su país en Francia; fundador -y director hasta 1986- del Centro de Estudios Martianos; Profesor Honorario de la Universidad Mayor de San Marcos, Lima; Doctor Honoris Causa de la Universidad de Sofía, Bulgaria; Doctor Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires, Argentina; Profesor Emérito de la Universidad de La Habana; miembro de la Academia Cubana de la Lengua; Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y miembro del Consejo de Estado. Comenzó su actividad literaria en 1951, colaborando en la revista "Orígenes". Entre 1959 y 1960 fue Director de la "Nueva Revista Cubana" y en 1962 fundó, junto a otras personalidades, la revista "Unión". A partir de 1965 es el Director de la revista "Casa de las Américas". Por su labor poética ha obtenido los premios Nacional de Poesía en 1952, Latinoamericano de Poesía Rubén Darío en 1980, Internacional de Poesía Nikola Vaptsarov de Bulgaria en 1986, Nacional de Literatura en 1989, Internacional de Poesía Pérez Bonalde de Argentina en 1994, de la Crítica Literaria en 1996 y la Medalla oficial de las Artes y las Letras, otorgada en Francia en 1998. En el nº 244 de la revista "Casa de las Américas" de abril de 2006, apareció una entrevista realizada a Fernández Retamar por el escritor chileno Sergio Marras (1950) cuando, tras la caída de la Unión Soviética y el recrudecimiento del bloqueo estadounidense en 1991, Cuba atravesaba la durísima etapa que sería conocida como "Período especial". Lo que sigue a continuación es la primera parte de ese extenso reportaje.¿Está de acuerdo con que en América Latina han sido los escritores quienes desde el siglo XIX, o quizá antes, modelaron ideológicamente las repúblicas e impusieron un esquema ilustrado sobre una realidad que no siempre correspondía a la europea?
Sí, pero sólo hasta cierto punto. Los escritores, supongo que en todas partes del mundo, le damos voz al silencio. Somos los portavoces, como figuras literarias, de las comunidades en que vivimos. Por otra parte, como usted no desconoce, indudablemente en nuestra América el escritor ha desempeñado un papel que va más lejos que en otras sociedades. Se atribuye a Bergson haber dicho que España no tenía filosofía, sino refranero. Quizá la anécdota es falsa, pero apunta a algo en que yo quiero insistir: la filosofía, a la manera como se consideró en la antigua Grecia o entre los grandes alemanes, ha sido relativamente pobre en España, y sobre todo en la América Latina; aquí, en general, los escritores han invadido sus terrenos. No se puede hacer una historia del pensamiento de nuestra América limitándose solamente a los filósofos y similares, sino que hay que incluir, y de manera importante, a los que tradicionalmente se llama escritores. Del pensamiento latinoamericano no se puede excluir a Sarmiento, a Martí, a Darío, a Henríquez Ureña, a Mistral, a Reyes, a Martínez Estrada, a Vallejo, a Neruda, a Carpentier, a Guillén, a Lezama y a otros, incluyendo a colegas que usted ha entrevistado para su libro. En este sentido, para volver a la pregunta, el hecho de que hayan sido escritores los que han manejado conceptos como los que usted menciona no quiere decir que lo hayan hecho necesariamente de espaldas a sus respectivas comunidades. Creo que lo han hecho, más bien, dándoles voz.
¿Pero no piensa que a veces estos escritores-políticos son voluntaristas, que hacen un cóctel de un cierto Iluminismo con un cierto Romanticismo, y lo imponen a través de una institucionalidad vertical, aparentemente libertaria, pero con mucho pragmatismo napoleónico?
Voy a esquematizar, ya que la situación es mucho más compleja. Hay pensadores que efectivamente han intentado imponer criterios no acordes con nuestras realidades. Un ejemplo clásico por su grandeza, por su talento y por su desvarío, es Sarmiento. No cabe duda de que Sarmiento, que es un escritor admirable, satisface ese punto de vista suyo, que consiste en tratar de imponer lo que él llama la "civilización", es decir los esquemas de la sociedad europea capitalista, en nuestras tierras, con lo cual termina por hacer de estas últimas, en la medida en que logra imponer sus ideas, lo que él mismo llama una sucursal. ¡Qué palabra! Pero, por lo visto, en el siglo XIX, a diferencia del XX, se era menos tramposo y se hablaba con más claridad. Estos pensadores quisieron hacer de nuestros países sucursales de las respectivas metrópolis, sólo que no en plan de igualdad, sino alimentando a la casa central.
¿Entonces usted aún cree que el desarrollo de unos países es posible a costa del subdesarrollo de otros?
Sí. Propuse hace ya tiempo hablar de países subdesarrollantes, para darle un sentido binario correcto a la pareja subdesarrollado-subdesarrollante, y no subdesarrollado-desarrollado, como se quiere hacer aparecer. Africa no nació subdesarrollada. De hecho, en el siglo XV había muchos niveles civilizatorios en Africa, igual que en todos los continentes. La llegada del europeo, de los nacientes occidentales, y la furiosa depredación que ello implicó para el resto del planeta, desarticuló hasta el día de hoy, de una manera brutal, a Africa. Como en el caso de América, destruyó sus grandes culturas. Cuando Sarmiento y pensadores como él propusieron la imposición de la "civilización", lo que hicieron fue sencillamente convertirse en escuderos de la explotación ejercida por los países subdesarrollantes. Pero no fueron así todos los pensadores latinoamericanos. No fue en absoluto, por ejemplo, el caso de Bolívar. Se suele decir, no sin razones, que Andrés Bello, con su "Alocución a la Poesía", inauguró lo que podría llamarse la independencia cultural de nuestra América. Sin embargo, creo que esa independencia cultural la inició el propio Bolívar. Los textos literarios de Bolívar, que son cronológicamente previos a los correspondientes textos de Andrés Bello, inauguraron esa independencia cultural. El vio con gran claridad, en su "Carta de Jamaica", la especificidad nuestra y la necesidad de atenerse a esa especificidad. Hubo también una figura deslumbrante en Chile: Francisco Bilbao. Me parece increíble que Bilbao no disfrute de la difusión de su obra, ya que es sencillamente imprescindible. Bilbao tomó el punto de vista de los aborígenes y les dio voz hasta que esas comunidades la adquirieran por sí mismas. Se me ha dicho en algunas ocasiones que yo he contrapuesto a Martí y Sarmiento y que eso no tiene sentido porque son de dos épocas distintas. Pero Sarmiento y Bilbao son de la misma época, y muchos de los textos de Bilbao son contra Sarmiento. "El civilizado", lo llamaba, para ironizar.
Para la mayoría de los chilenos no es mucho más que una calle...
La ignorancia que yo tenía a los cuarenta años de Bilbao y la ignorancia, en general, que se tiene en nuestro continente de Bilbao, figura que honraría a cualquier comunidad humana en la Tierra, sólo es una parte de este problema que estamos planteando. Hay muchas otras figuras que desconocemos en Venezuela, en Colombia, en Centroamérica y que no se corresponden con ese tipo de intelectual sucursalero que era Sarmiento, sino que se corresponden con el tipo de intelectual que quiere interpretar las realidades de un país sin imponerle esquemas extraños.
¿Martí seguramente será un ejemplo para usted?
Claro, la figura arquetípica en este orden es Martí. "Ni de Washington, ni de Rousseau viene nuestra América, sino de sí misma", dice Martí. Pero si bien Martí es una figura todo lo grande que se quiera, no es única. Hay una enorme cohorte de pensadores latinoamericanos, incluso en el siglo XIX, que ponen sus armas intelectuales, generalmente aprendidas en las metrópolis, al servicio de sus pueblos. No en el sentido demagógico, sino en un sentido orgánico.
¿Pero a pesar de eso, no cree usted que por muy buena intención que hayan tenido estos pensadores, por muy abiertos que hayan estado hacia sus propias realidades, finalmente lo que primó fue un esquema racionalista ilustrado, aderezado con impulsos epopéyicos románticos, que si bien no lo impusieron a sangre y fuego, lo hicieron caprichosamente sin importarles mucho si era funcional o no?
Así como la misión de un carpintero es hacer muebles, y los puede hacer (buenos o malos) sólo el carpintero y no el bombero, el astrónomo o el shamán, la misión de un pensador es producir pensamiento. Pero eso no quiere decir que los muebles que hace el carpintero sean para que se siente solamente el carpintero, o que los pensamientos producidos por los pensadores sean solamente para consumo de los pensadores. Pensar es estructurar la realidad.
El ejemplo europeo y también el norteamericano son muy diferentes. Si bien hay intelectuales que van organizando el pensamiento, que lo van sistematizando, este surge de una experiencia de abajo, a través de muchos años, a través de sucesivas contradicciones, de enfrentamientos, de luchas de todo tipo. A mí me da la sensación de que en América Latina ese pensamiento de abajo no llega hasta arriba, sino que permanece en la élite, y desde allí se regulan las normas de comportamiento y las reglas del juego del Estado...
Yo no daría por sentado que en el caso de los Estados Unidos el pensamiento venga de abajo, como usted dice. Los grandes ideólogos, para utilizar una palabra que se ha vuelto mala, de la independencia norteamericana -piénsese en el caso de Jefferson-, también pensaron desde arriba hacia abajo. Lo que ocurre es que, como el rayo, o como la vara de vidrio que entra en el agua, el pensamiento se refracta de acuerdo con la realidad. Uno de los grandes textos en la historia de la humanidad es la Declaración de Independencia norteamericana, según la cual todo hombre nace libre, etcétera. Pero eso no impidió que durante casi un siglo la república surgida de aquella importante guerra de independencia mantuviera la esclavitud, lo cual es su contradicción más flagrante. Ni siquiera se tomó en cuenta, por supuesto, la opinión de los esclavos, no hay ni que decirlo. Los prohombres de la independencia norteamericana, que mantuvieron a los negros como esclavos durante casi un siglo, también exterminaron a los indígenas, que viven ahora en campos de concentración que se llaman reservaciones. Los campos de concentración de Hitler o de Stalin me parecen escandalosos, pero ¿por qué se olvida que eso sigue existiendo en este Continente? Y en Europa pasó otro tanto. Por eso le decía: ¿cuál es la alternativa? Quisiera conocer en la historia de la humanidad una alternativa en la cual el pensamiento no se articule primero en el plano del pensador. Eso ocurre hasta en los casos mejor intencionados, como podrían ser Bilbao, Martí o Mariátegui, que quisieron con la mejor voluntad interpretar el sentido de lo colectivo. Y no creo para nada que, respecto a esto, los pensadores latinoamericanos difieran de los pensadores de otras partes del mundo.
Pero los latinoamericanos vivimos un mundo dicotómico, un poquitito esquizoide entre idea y realidad... ¿O no?
Indudablemente hay una dicotomía entre los que imponen olímpicamente sus criterios, aún lastimando a sus pueblos, y los que hacen grandes esfuerzos por interpretarlos. No quiero ensañarme con Sarmiento, ya he dicho todo lo que tenía que decir sobre él, y quizá demasiado. Pero en algunos casos es terrible, porque esa implantación de los criterios de Sarmiento, en la Argentina fue monstruosa: incluyó destruir físicamente no sólo a los indígenas, sino incluso a los gauchos, incluso al pueblo mestizo que se estaba gestando en la Argentina. Es terrible haber leído las instrucciones de Sarmiento al general correspondiente, diciéndole: nada hay más hermoso que regresar con el brazo tinto en sangre de gauchos. Eso no lo dijo Hitler, no se dijo en Alemania. Eso lo dijo en este continente Sarmiento.
¿Funesto Sarmiento y su "civilización o barbarie"?
Yo creo que los hombres como él resultaron finalmente funestos para nuestro continente, para nuestro pueblo. Afortunadamente, no llegaron a exterminar a todo el pueblo argentino. Y en la Argentina pasó una cosa muy ilustrativa: Sarmiento y los suyos expresaron el deseo de blanquear su país (deseo que no fue desconocido en Cuba: fue una de las metas de José Antonio Saco). Soy de un barrio orillero que se llama La Víbora, un barrio más o menos humilde, donde había dos barberías, una para blancos y otra para negros. ¿Cuándo un cubano deja de ser blanco o deja de ser negro? Aquellos hicieron llegar una gran inmigración con la idea de que los argentinos atrasados, mestizos, etcétera, fueran suplantados por esa inmigración. Pero con la inmigración no sólo llegaron futuros millonarios, sino también, en números cuantiosos, trabajadores que al final no abrazaron la causa sarmientina y fueron la salvación de la Argentina. Por ellos la Argentina no llegó a ser Rhodesia. Yo he llegado a plantear que posiblemente Sarmiento se hubiera sentido feliz de ser no un latinoamericano, sino un latinoamerikaano.
Pero usted, ¿se siente más blanco o más negro?
Eso es inverificable. Cuando era niño, mi padre, que era profesor, me llevaba a sus clases, y una colega de él le decía: "qué lindo es su hijo, parece un príncipe inglés". Y yo más o menos introyecté, como dicen los sicoanalistas, esa idea: hasta que me enfrenté con la realidad de que absolutamente a ningún inglés se le ocurrió nunca tomarme por inglés y, en cambio, cuando ocurrió la nacionalización del Canal de Suez, los compañeros árabes, con los que entonces estudiaba en la Universidad de Londres, vinieron a abrazarme y besarme y a hablarme en árabe, porque yo, desde el punto de vista somático soy, visiblemente, un semita. Al ser de origen hispánico, de seguro tengo antepasados árabes, judíos, lo que se quiera.
¿Existen las razas para usted?
No. Porque ello es relativo. Hay un tipo de ser humano que en La Habana se llama "blanco de Oriente": en nuestras provincias orientales es blanco y en La Habana ya es mulato. Yo soy blanco frente al que vive en Tanzania, pero frente a los que viven en Finlandia, es notorio que soy mulato. No existe una demarcación, sencillamente porque no existe en la naturaleza tampoco. Hay, desde luego, rasgos somáticos obvios, características incluso fisiológicas, pero que no tienen ninguna repercusión cultural ni histórica.
¿Está usted de acuerdo en que todo este pensamiento de nuestros próceres, que usted parece admirar, finalmente no es más que una especie de sincretismo de Romanticismo e Iluminismo, como diría Sábato, que integra un montón de categorías occidentales como el progreso, como las etapas históricas, con la epopeya y que son conceptos que no tienen nada que ver, por ejemplo, con la mayoría de los habitantes de México, con los habitantes del altiplano boliviano o con la santería cubana? Pareciera ser que ellos son gente cuya aproximación al mundo tiene que ver más con Rulfo que con Marx, Rousseau o Beethoven.
En efecto, el pensamiento del Siglo de las Luces, como diría irónicamente Alejo Carpentier, fue muy fuerte en los próceres de la independencia. El Romanticismo también fue muy fuerte en figuras como Bilbao; pero cuando llegamos a Martí, ya no se trata ni de un pensador que sale del Iluminismo, ni de un romántico en el sentido histórico concreto del término, ni de un liberal. Martí sobrepasa con rapidez el liberalismo, incluso en los aspectos más radicales, y accede a otra etapa de pensamiento, en la que nos encontramos todavía. Algunos han sugerido, yo entre ellos, aunque esto es discutible, llamar "demócrata revolucionario" a este tipo de pensador, que ya no representa, como en siglos anteriores, el punto de vista de una eventual burguesía nacional que se frustró en casi todos nuestros países y se convirtió en polea de transmisión entre las metrópolis y sus pueblos. El sustento ideológico de Martí, junto a otros como Betances y Hostos en Puerto Rico, se afirma en el sentir de sectores mucho más populares, de una pequeña burguesía radicalizada, de campesinos medios y pobres, del incipiente proletariado, etcétera. Mi criterio es que Martí no sólo escribió la última estrofa del poema bolivariano, sino además la primera de otro que dista mucho de estar concluso y que apenas se ha bocetado. Martí no es sólo el último de los libertadores de nuestro continente en el siglo XIX, sino el primero de los libertadores de nuestra América en el siglo XX.
¿Por qué le da un sentido tan trascendente a Martí? Pareciera ser una especie de oráculo...
No es un oráculo, pero no es cualquier pensador del XIX. En su última carta al mexicano Manuel Mercado, que quedó inconclusa, le dijo: "estoy [...] en peligro de dar mi vida por mi deber, puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo, de impedir a tiempo que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América". Ya no es el último libertador del siglo XIX quien está hablando y proponiendo no sólo la independencia frente a España. Martí propone también la independencia frente a la nueva metrópoli de nuestro continente, que son los Estados Unidos. En ese sentido, Martí es un punto axial en nuestra América, en nuestra acción y en nuestro pensamiento. Sienta las bases de una tarea ulterior que es ésta en que estamos, dramáticamente, en estos momentos.
¿Por qué fracasa el sueño o proyecto bolivariano? La Revolución cubana es el último intento de este sueño, de este proyecto, y, bueno, ha habido una serie de problemas que todos conocemos. ¿Por qué este sueño se ha hecho imposible?
No se trata tanto de un proyecto que ha fracasado como de un proyecto que se ha pospuesto. Las razones por las que no pudo realizarse en tiempos de Bolívar son objetivas y claras. Las trece colonias norteamericanas tenían entre sí un nivel de desarrollo heredado de Inglaterra que nuestro continente no podía heredar de España porque no lo tenía España, y nadie puede dar lo que no tiene. En los Estados Unidos se prosiguió una inserción en la historia iniciada por los ingleses, que capitanearon el capitalismo moderno, y los Estados Unidos sencillamente lo llevaron adelante. Nosotros teníamos, de México a la Tierra del Fuego, un mundo gigantesco e incomunicado. Un mundo de países o de pedazos, no sé cómo llamarlos, muy aislados entre sí. Dispersos en un continente vastísimo, no había ni estructuras ni condiciones sociales, económicas o geográficas para que pudieran realizarse los proyectos de Bolívar. Era materialmente imposible que Bolívar hubiera logrado hacer los Estados Unidos de América del Sur, por la pobreza económica y los espacios inmensos que había entre uno y otro país, además de la falta de experiencia política que tenía la América Latina.
¿La sigue viendo como una utopía realizable?
Creo que la de Bolívar es una utopía realizable, y de hecho una y otra vez renace ese sueño o ese proyecto con un nombre u otro. Renació en el Che Guevara. ¿Qué es lo que fue a hacer el Che a Bolivia? Sencillamente, a crear un ejército bolivariano. Claro, ese ejército ya no sería un ejército orientado sólo por el pensamiento iluminista de Bolívar: sería orientado por el pensamiento, llamémosle socializante, de nuestros días. Pero sería hijo del proyecto bolivariano.
Pero eso pasó hace casi veinticinco años y fracasó rotundamente...
Nosotros no podemos retomar el proyecto bolivariano tal cual, porque sería un disparate, pero sí lo podemos hacer dentro de las circunstancias nuevas que se vayan produciendo...
¿Pero qué pasa con este sentimiento latinoamericanista, por ejemplo, cuando ve que México hoy día, gran precursor del latinoamericanismo, busca una alianza estratégica con Estados Unidos? ¿U otros países como Chile y Venezuela?
Siento varias cosas. El pueblo mexicano es un gran pueblo, complejísimo, tiene problemas tremendos, tiene una inmensa frontera con los Estados Unidos. Y a lo largo de su historia México ha tenido diversos acercamientos (a menudo desastrosos) con los Estados Unidos, y este del Tratado de Libre Comercio es uno de ellos. No cabe duda de que un gobernante tiene que ser realista. Quizá la tarea de soñar sea propia sobre todo de los poetas, y los políticos tienen que ser necesariamente más realistas. No se le puede pedir a ningún gobernante ni de nuestro continente ni de ninguna parte que deje de ser realista y que deje de afrontar las cosas. Si nosotros en Cuba no estuviéramos bloqueados, como lo estamos desde hace más de treinta años, por los Estados Unidos (que nos han cerrado el comercio no sólo de ellos, sino de muchas naciones directa o indirectamente sometidas por ellos o que son, por lo menos, anuentes a sus dictámenes), lo que nos ha obligado a vincularnos con otros países, y a provocar lo que todos saben, no veo por qué Cuba no podría tener relaciones comerciales también con los Estados Unidos. Cómo voy a censurar yo a ningún gobernante de ningún país latinoamericano porque mantenga relaciones económicas con los Estados Unidos cuando nosotros también las mantendríamos de no estar bloqueados. Ahora bien, ¿estos gobernantes van a entregar de pies y manos sus respectivos países a los Estados Unidos? Francamente, no lo creo. O al menos no lo espero.