Pues estoy por publicar un libro de relatos, "Angeles, demonios y fantasmas", que incluye "Vlad", una historia de vampiros en México. El libro incluye esa historia de unas cien páginas y otros cinco relatos fantásticos.
¿Podría leerse "Vlad" como una alegoría de la actualidad política y social del mundo?
No, de ninguna manera, "Vlad" y los otros relatos son producto de la imaginación y no pueden leerse como una alegoría de nada. Yo siempre he escrito ficciones fantásticas. Es algo que está en mi obra. Y, en alguna medida, en la realidad: esta semana me encontré con la tapa de la revista "The Economist" que dice, refiriéndose a Putin, el presidente ruso, "Vlad, the impaler" que es el personaje de mi relato.
Usted y la tapa de la revista se refieren a Vladimir, el empalador, personaje histórico que inspiró la novela "Drácula", de Bram Stoker.
Sí. Una novela genial.
En "Vlad", ¿usted recrea el mito?
La historia transcurre en la ciudad de México, en el presente. Imagínese lo que es para Drácula llegar, ávido de sangre, a una ciudad como México, de veinte millones de habitantes. Ahí le ocurren una serie de cosas que no voy a contarle a usted ahora porque mataría toda sorpresa.
Hay una moda de lo gótico y el vampirismo en el mundo.
¿Ah, sí?
¿Qué puede adelantar sobre la novela que está escribiendo sobre un guerrillero colombiano?
Bueno, verá usted. Es la historia de Carlos Pizarro, un líder guerrillero del M-19, que estuvo en armas hasta que se dio cuenta de que inevitablemente la guerrilla y el narcotráfico se iban a unir. Cuando tuvo esa certeza, en 1990, Pizarro llamó a su gente a abandonar las armas y se lanzó como candidato a la presidencia de Colombia. Pero durante un vuelo de Bogotá a Medellín, en plena campaña, un sicario salió del baño del avión y lo asesinó a tiros. En el tiroteo con los guardaespaldas de Pizarro, cayó muerto también el asesino. En el zapato del sicario encontraron una carta: "No se olviden de pagarle los dos mil dólares a mi mamacita". Es una buena historia, ¿no?
Sí, y usted sabrá contarla. ¿Ya terminó de escribirla?
No, voy por la mitad de la novela, que se llama "Aquiles o el guerrillero y el asesino". En realidad, más allá de la historia, lo que me interesó de la vida de Pizarro es que tiene muchos elementos novelísticos. El pertenecía a una familia burguesa, era hijo de un almirante de la marina de guerra, educado por los jesuitas y, como muchos otros jóvenes latinoamericanos en su situación, sintió la necesidad de luchar por la justicia y se lanzó a la lucha revolucionaria. Igual que Simón Bolívar y Fidel Castro, Pizarro es un producto de la educación jesuítica, que produjo muchos rebeldes.
¿La escritura de este libro supuso cierto trabajo de investigación periodística?
Sí, me ayudaron mucho mis charlas con Gabo García Márquez y Alvaro Mutis. También he hablado con la familia de Pizarro, con sus hermanos, que me han dado mucha información.
Acaba de cumplir setenticinco años. ¿Qué ve cuando mira hacia atrás y se ve a los treinta o cuarenta?
Pues veo a alguien con muchísima energía para escribir y al mismo tiempo para otras actividades. Viajar, leer, ir a fiestas, jugar, hacer amigos...
¿Cómo se imagina dentro de unos años?
Pues vea usted, yo voy a caerme muerto escribiendo. Yo soy discípulo de Balzac. Balzac ha sido siempre mi modelo, y Balzac se murió escribiendo.
Usted vivió parte de su adolescencia en Buenos Aires. ¿Qué recuerdos tiene de esos años?
Mire, yo le debo mucho a Buenos Aires... Llegué días después de asumir la presidencia el general Farrell y el ministro de Educación era Hugo Wast. Entonces yo tenía dieciseis años y me negué a ir a la escuela porque era una educación francamente fascistoide y me parecía insoportable. Mi padre lo entendió. Y eso me permitió descubrir tres cosas fundamentales: Borges, el tango y el sexo. De modo que mi gratitud hacia Buenos Aires es infinita.
Alguna vez dijo que los argentinos tienen la necesidad de llenar un vacío; no sé si se refería a un vacío territorial o cultural...
No, me refería a una relación con el pasado. Nosotros, los mexicanos, descendemos de los aztecas; ustedes los argentinos descienden de los barcos. Ya que es un país migratorio reciente, la Argentina no tiene el espectacular pasado mexicano que se remonta a los mayas y a los aztecas. De modo que la Argentina ha tenido por eso el desafío de crear una cultura para llenar grandes vacíos históricos y culturales. Por ese gran esfuerzo la literatura argentina, pues, es la mejor de América Latina.
¿Le parece, realmente?
Sí, absolutamente. Bueno, en primer lugar debo aclarar una cosa, que yo veo a la literatura en español como un todo. No me gusta dividirla en parcelas nacionales, pero si lo hiciéramos, yo creo que las obras que ha producido la Argentina, de Sarmiento para acá, son realmente las estrellas de la literatura latinoamericana. No hay otro país que tenga un Borges, un Bioy, un Cortázar, bueno, Arlt, Macedonio... Es una riqueza absolutamente extraordinaria.
No es por competir en gentilezas, pero México lo tiene a usted, a Paz, a Rulfo, a Reyes.
No, claro, ha habido muy buenos escritores. Y no se olvide de Sor Juana Inés de la Cruz. Pero yo creo que como continuidad y abundancia y calidad de literatura, si la consideramos nacionalmente, la argentina es la número uno. Ahora, por fortuna, sentimos que los escritores argentinos son mexicanos, son nuestros, ¿no? Y son españoles también y nos pertenecen a todos. Porque tenemos una gran ventaja -una de las pocas que tenemos sobre el mundo anglosajón- y es que ellos tienden a dividir, a separar las literaturas. Recordará usted el famoso dicho de Bernard Shaw: Inglaterra y Estados Unidos son dos países unidos por el mismo océano y separados por dos lenguas distintas. Y el fenómeno se repite si ve usted a Nigeria y a Canadá y a Africa del Sur y a Nueva Zelanda. Siempre son literaturas nacionales, no hay una constelación de la lengua inglesa. En tanto que en nuestro caso, sí. Rubén Darío le pertenece a la América Latina y a España. García Lorca le pertenece a España y a la América Latina. En ese sentido, abarcamos mucho más, nos consideramos mucho más solidarios de nuestras culturas que los anglosajones.
Elija uno y sólo uno entre sus libros.
No, no. No me haga esa pregunta porque todos son mis hijos. Y de repente, un hijo es tuerto o al otro le falta una pierna, pero uno los ve bonitos y los quiere a todos. Lo que sí puedo decirle es que yo siempre he sido fiel a lo que me interesa escribir, sin pensar si va a tener éxito comercial o no, si va a gustar o no, nunca me ha interesado eso, siempre he escrito lo que yo quería.
¿Usted cree que muchos escritores piensan de esa forma cuando escriben?
Yo creo que los buenos escritores piensan así. Luego hay escritores comerciales que escriben para satisfacer al mercado, eso no me interesa. La fidelidad del escritor debe ser a la escritura misma, al hecho de escribir, sin pensar que se pueda publicar siquiera. Es difícil, todos pensamos que vamos a ser publicados y quisiéramos ser leídos y aplaudidos, pero a veces no es así y lo que importa no es eso sino la fidelidad a la literatura y a la imaginación propia.
Ya que habla de aplausos, ¿esperaba el Nobel este año?
Nooo, para nada. El Nobel ya me lo dieron cuando se lo dieron a García Márquez, se lo dieron a mi generación, todos nos sentimos premiados con Gabo. Ahora se ha otorgado uno de los mejores premios Nobel de la historia, a J.M. Coetzee, algo que yo celebro enormemente. Es realmente un premio bien dado, que no nos queda sino aplaudir.
Acá aún se lamentan de que no se lo hayan dado a Borges.
Pues sí, pero Borges puede dormir en paz porque está en buena compañía; está en la compañía de Joyce, de Proust, de Kafka, de Virginia Woolf, que tampoco recibieron el Nobel.
Usted ha dicho hace horas apenas que "México es una prostituta que ha recuperado su virginidad y ahora no sabe cómo comportarse como una virgen".
¡Já, já, já! No hablaba del país sino de la política mexicana, ¿no?, que fue un poco prostibularia durante el largo régimen del PRI y de repente pues esta señora de la calle resulta que ha recobrado la virginidad sin necesidad de una Celestina que intervenga para coserla, ¿no? Pero estamos aprendiendo a ser un país demócrata. Lentamente y con muchos escollos, a ejercer una democracia que en realidad nunca hemos ejercido en México; éste es un país con una larga tradición autoritaria desde Moctezuma hasta los señores presidentes, ha sido un país autoritario. Y mire usted: lo que es muy grave es que empieza a haber una nostalgia autoritaria en muchas partes de la América Latina, porque se le concede a los gobiernos autoritarios la capacidad de hacer cosas.
Desde "La región más transparente", en 1958, hasta "La silla del águila", el año pasado, sus novelas han explorado la identidad cultural de México. ¿Cómo ha cambiado su idea de México desde entonces hasta hoy?
En nuestra cultura, la búsqueda de identidad ha sido una constante. Pero ya la tenemos. Todo mexicano sabe lo que es ser mexicano y todo argentino, lo que es ser argentino. En América Latina ya sabemos quiénes somos. Hay que salir del discurso de la identidad para entrar en el de la diversidad. Debemos descubrir lo que todavía no somos. Estamos en un cruce de caminos: tenemos que movernos de la identidad adquirida a la diversidad por adquirir. La identidad es importante pero se puede pervertir en chauvinismo y odio hacia los grupos que no la comparten. Necesitamos respeto a la diversidad política, religiosa, sexual y cultural.
Su última novela, "La silla del águila", transcurre en el futuro.
En el 2020, sí.
¿Por qué eligió ese tiempo?
Mire, porque me daba mucha más libertad para evadir la caracterización actual de la política mexicana y para inventar personajes. Es también un acto de exorcismo, porque a veces los escritores quisiéramos ser profetas y acabamos en exorcistas. Yo he querido exorcizar la posibilidad de que Condoleezza Rice sea presidenta de los Estados Unidos. Aparece como presidenta en mi novela y capaz que se me convierte en profecía en vez de exorcismo, Dios nos libre.
Si fuera así, quién nos salvaría de la guerra preventiva. ¿Qué le parece esa doctrina?
El unilateralismo, la guerra preventiva son un portento de catástrofe, una profecía de apocalipsis. Desde el momento en que una sola nación se arroga el derecho de ir a la guerra preventiva, crea una situación en la que todos los vecinos pueden sospechar del vecino, en la que se pueden iniciar guerras catastróficas a partir de la simple sospecha o de la mala información, como sucedió en el caso de Irak. Se puede haber invocado la existencia de armas de destrucción masiva, pero resulta que no están en ninguna parte. Ahora se ha cambiado el tema a "no no no, fuimos allí para liberar a Irak de un terrible tirano, Sadam Hussein, un tirano armado y apapachado y amamantado por los Estados Unidos desde hace veinte años. Bueno, pasemos por alto eso pero veamos una realidad extraordinaria, terrible, y es que Hussein, un feroz tirano, un tipo despreciable y horrible, mantenía a Irak a salvo del terrorismo, era un bastión contra el terrorismo. Ahora, sin Saddam, Irak se ha convertido en el centro mundial del terrorismo, ahí se están reuniendo todos y por eso los Estados Unidos no pueden controlar la situación. Bush le dio luz verde al terrorismo internacional con la guerra de Irak. Es una paradoja extaordinaria.
¿Cuál es el futuro de esto?
Soy muy pesimista. Creo que los Estados Unidos ganaron la guerra y están perdiendo la paz. Y a veces uno siente hasta compasión por ellos. Quizá hay que ayudarlos para que no nos arrastren a un mayor desastre. El hecho es que después de haber despreciado a las Naciones Unidas, de haber violado el derecho internacional, han tenido que regresar con la cola entre las piernas, a pedir auxilio de las Naciones Unidas para tratar de establecer un mínimo de seguridad y de estabilidad en Irak. Están fracasando pero lo que pasa es que ya no van a poder emprender otras aventuras. Antes se hablaba del eje del mal: vamos a ir a Corea y vamos a Irán y vamos a ir a todas partes. Hoy ya no se atreverían a hacerlo. La mayoría de los efectivos militares de los Estados Unidos están comprometidos en Irak y no pueden controlar a ese país.