16 de febrero de 2009

Entremeses literarios (XL)

LA UÑA
Max Aub
España (1903-1972)

El cementerio está cerca. La uña del meñique derecho de Pedro Pérez, enterrado ayer, empezó a crecer tan pronto como colocaron la losa. Como el féretro era de mala calidad (pidieron el ataúd más barato) la garfa no tuvo dificultad para despuntar deslizándo­se hacia la pared de la casa. Allí serpenteó hasta la ventana del dormitorio, se metió entre el montante y la peana, resbaló por el suelo escondiéndose tras la cómoda hasta el recodo de la pared, para seguir tras la mesilla de noche y subir por la orilla del cabecero de la cama. Casi de un salto atravesó la garganta de Lucía, que ni ¡ay! dijo, para tirarse hacia la de Miguel, traspasándola. Fue lo menos que pudo hacer el difunto: también es cuerno la uña.


ENCUENTRO CON EL VERDUGO
Pablo De Santis
Argentina (1963)

Tuve que viajar por motivos de trabajo a una ciudad del norte. Llegué a la caída del sol y caminé en busca de alojamiento. En todas partes me decían lo mismo: no había lugar para mí. Entré en la calle más angosta y oscura de la ciudad, confiado en que nadie más que yo buscaría una habitación entre aquellas paredes. La dueña de una de aquellas cuevas miró con su único ojo mis monedas y aceptó darme una habitación. El precio fue alto.
- El único inconveniente es que tiene que compartirla.
No me importó: había dormido con las peores compañías. Me tendí en un catre de madera, junto a la ventana. En el fondo de la habitación, en una cama de madera, alguien dormía. Al despertar encontré, al pie del catre, a un hombre gigantesco. Había empezado a hablar antes de que abriera los ojos.
- Los dos somos forasteros. Este no es un buen sitio para forasteros.
Me contó el largo viaje que lo había llevado hasta allí. Lo escuché con paciencia. Después de su relato dijo:
- No sabes quién soy, sino no hubieras hablado conmigo. Soy el verdugo.
Esperaba que me alejara de un salto.
- Un oficio como cualquiera -dije.
- Aquí nadie me habla.
Buscó entre sus cosas una varilla de madera, atada a una correa de cuero.
- Cuando voy al mercado tengo que señalar los alimentos con esta vara. Nadie quiere comer una manzana que ha sido tocada por la mano del verdugo.
- Veo que es un pueblo de gente ignorante y supersticiosa -dije con desgano.
- Vienes de afuera y dices no creer en estas cosas. ¿Pero acaso serías capaz de darme la mano?
Me tendió una enorme mano roja, llena de cicatrices: heridas y marcas dibujadas por el roce de las sogas y el filo de las hachas.
Apreté su mano, menos fría que la mía.
- Es la primera vez que alguien le tiende la mano al verdugo. ¿Quién eres, que no le tienes miedo a nada?
- Soy el nuevo verdugo -respondí-. He venido a reemplazarte.



CIENCIA
Héctor Germán Oesterheld
Argentina (1919-1978)

En algún lugar de los vastos arenales de Marte hay un cristal muy pequeño y muy extraño. Si alzas el cristal y miras a través de el, verás el hueso detrás de tu ojo, y mas adentro luces que se encienden y se apagan, luces enfermas que no consiguen arder. Son tus pensamientos. Si oprimes entonces el cristal en el sentido del eje medio, tus pensamientos adquirirán claridad y justeza deslumbrante, descubrirás de un golpe la clave del Universo todo, sabrás por fin contestar hasta el último por qué. En algún lugar de Marte se halla ese cristal. Para encontrarlo hay que examinar grano por grano los inacabables arenales. Sabemos, también, que, cuando lo encontremos y tratemos de recogerlo, el cristal se disgregará. Sólo nos quedará un poco de polvo entre los dedos. Sabemos todo eso, pero lo buscamos lo mismo.


CONJUGACION DEL VERBO AMAR
Pedro Antonio de Alarcón
España (1833-1891)

Coro de adolescentes:
- Yo amo, tú amas, aquél ama; nosotros amamos, vosotros amáis; ¡todos aman!
Coro de niñas (a media voz):
- Yo amaré, tú amarás, aquélla amará; ¡nosotras amaremos! ¡vosotras amaréis! ¡todas amarán!
Una fea y una monja (a dúo):
- ¡Nosotras hubiéramos, habríamos y hubiésemos amado!
Una coqueta:
- ¡Ama tú! ¡Ame usted! ¡Amen ustedes!

Un romántico (desaliñándose el cabello):
- ¡Yo amaba!
Un anciano (indiferentemente):
- Yo amé.
Una bailarina (danzando delante de un banquero):
- Yo amara, amaría... y amase.
Dos esposos (en la menguante de la luna de miel):
- Nosotros habíamos amado.
Una mujer hermosísima (al tiempo de morir):
- ¿Habré yo amado?
Un pollo:
- Es imposible que yo ame, aunque me amen.

El mismo pollo (de rodillas ante una titiritera):
- ¡Mujer amada, sea usted amable y permítame ser su amante!
Un necio:
- ¡Yo soy amado!

Un rico:
- ¡Yo seré amado!

Un pobre:
- ¡Yo sería amado!

Un solterón (al hacer testamento):
- ¿Habré yo sido amado?
Una lectora de novelas:
- ¡Si yo fuese amada de este modo!

Una pecadora (en el hospital):
- ¡Yo hubiera sido amada!
El autor (pensativo):

- ¡Amar! ¡Ser amado!


NOTICIAS ANTES DE TIEMPO
Eduardo Berti
Argentina (1964)

Un influyente matutino de Bruselas publicó, a lo largo de tres meses y a ritmo de una por día, una serie de breves informaciones de índole local -siempre arrinconadas en la página ocho- que al momento de la salida del diario aún no habían ocurrido, pero que se cumplían inexorablemente a las seis de la tarde, para salir a la mañana siguiente en los otros periódicos de Bélgica. El fenómeno fue detectado por un ex maestro de escuela que presentó una demanda acusando al director del matutino de "promover hechos desgraciados y/o delictuosos". Para que estas noticias se realizasen había sido necesario -alegaba el demandante- que alguien allegado a la redacción cometiera el incendio, el secuestro, el robo o el crimen allí profetizados. El director se negó con terquedad a revelar como obtenía dichas "primicias" amparándose en la "confidencialidad de las fuentes". El juez fijó, no obstante, una multa abultada contra el matutino por haber divulgado "noticias antes de tiempo".


EL IRRITADOR
Fernando Sorrentino
Argentina (1942)

El 8 de noviembre fue mi cumpleaños. Me pareció que una buena manera de festejarlo consistía en entablar un diálogo con alguna persona desconocida. Serían las diez de la mañana. En la esquina de Florida y Córdoba detuve a un señor de unos sesenta años, muy bien vestido, con un maletín en la mano derecha y con cierto aire vanidoso de abogado o escribano.
- Discúlpeme, señor -le dije-, ¿usted podría por favor indicarme cómo debo hacer para llegar a la plaza de Mayo?
El señor se detuvo, me observó de pies a cabeza y me contestó con una pregunta ociosa:
- ¿Usted quiere ir a la plaza de Mayo o a la avenida de Mayo?
- En principio me gustaría ir a la plaza de Mayo, pero, si tal cosa no fuera posible, me conformaría con ir a cualquier otro lugar.
- Muy bien -dijo, ansioso por hablar y sin haberme prestado la menor atención-. Tome hacia allá -señaló el sur-, y va a cruzar Viamonte, Tucumán, Lavalle…
Me di cuenta de que iba a encontrar placer en enumerar las ocho calles que yo debería cruzar, y entonces decidí interrumpirlo:
- ¿Usted está seguro de lo que dice?
- Absolutamente seguro.
- Discúlpeme si dudo de su palabra -expliqué-, pero hace unos minutos un hombre con cara de inteligente me dijo que la plaza de Mayo quedaba hacia allá -y señalé en dirección a la plaza San Martín.
El señor se limitó a decir:
- Será alguien que no conoce la ciudad.
- Sin embargo, como le decía, era un hombre con cara de inteligente. Y yo, como es lógico, prefiero creerle a él, y no a usted.
Mirándome con severidad, me preguntó:
- A ver, dígame, ¿por qué prefiere creerle a él antes que a mí?
- No es que yo prefiera creerle a él antes que a usted. Pero, como le dije, ese hombre tenía cara de inteligente.
- ¡No me diga…! ¿Y yo tengo cara de burro, acaso?
- ¡No, no…! -me escandalicé-. ¿Quién dijo tal cosa?
- Como usted dijo que el otro hombre tenía cara de inteligente…
- Es que, en verdad, era un hombre con un rostro muy inteligente.
Mi interlocutor mostró alguna impaciencia:
- Muy bien, caballero -dijo-, estoy bastante apurado, así que lo saludo y me retiro.
- De acuerdo, pero ¿cómo hago para llegar a la plaza San Martín?
Hubo en su cara un breve gesto de contrariedad:
- ¿Pero no me había dicho que quería ir a la plaza de Mayo?
- No: a la de Mayo, no. A la plaza San Martín quiero ir. Nunca se habló de la plaza de Mayo.
- En ese caso -ahora señaló hacia el norte-, tome por Florida, y va a cruzar Paraguay…
- ¡Usted me está volviendo loco! -protesté-. ¿No me dijo antes que tenía que tomar hacia el lado opuesto?
- ¡Porque usted me dijo que quería ir a la plaza de Mayo!
- ¡En ningún momento hablé de la plaza de Mayo! ¿Cómo se lo tengo que decir? ¿Usted no entiende el idioma o todavía está medio dormido?
El señor enrojeció; vi cómo su mano derecha se crispaba contra la manija del maletín. Me dirigió una frase que es preferible no repetir y se puso en marcha con pasos rápidos y violentos. Daba la sensación de estar un poco enojado.


EL OTRO LADO DE LA CAMA
Diego Golombek
Argentina (1964)

Luego de más de quince años de matrimonio, una noche ensayaron una novedad: intercambiar los lados de la cama donde dormían. Así, no sólo durmieron en geografías diferentes, en donde las luces, los ruidos y las texturas cambiaban, sino que también llegaron a soñar los sueños del otro. Fue toda una noche en la que se enteraron de las imágenes, deseos y secretos que ocurrían al otro lado de la cama. Al otro día, de común acuerdo, comenzaron los trámites de divorcio.


EL HOMBRE INVISIBLE
Raúl García Luna
Argentina (1948)

Rompió la notificación de despido: otro chiste de sus colegas. Se despidió de su esposa e hijos: nadie le contestó. Saludó al portero: el portero ni lo miró. Paró un taxi: el taxista siguió de largo. Hizo cola en la parada de un micro: le pasaron de costado como si fuera un poste. Llegó a su despacho: todos de vacaciones al mismo tiempo. Leyó más notificaciones de despido: las hizo pedacitos. Revisó papeles pendientes: ninguno para la fecha. Bajó a almorzar con sus colegas: discutían de fútbol, los sordos. Llamó al mozo: el mozo no le dio ni la hora. Un mendigo ciego pedía moneditas: le echó una en la lata. El cieguito tanteó el aire con el bastón y exclamó: "¿Quién anda ahí?".


FILOSOFIA DEL DOLOR
Víctor Meza Hernández
Venezuela (1952)

Profesor de filosofía de la Universidad Summa. Disertaciones. Elucubraciones. Condecoraciones. Al final, después de tantos escolásticos y de un maniqueísmo nauseabundo, asume una postura medio existencialista; digo medio, porque nunca lo declaró. Lleva la vejez con dignidad hipócrita, porque la diálisis semanal y los cólicos nefríticos acabaron para siempre con toda la pestilente filosofía. En estos momentos sólo concibe el dolor. Maldice. Pide la muerte... Nada de muertes sublimes, novelescas, sólo una rápida y reconfortante muerte, y al diablo con esa vida mísera de filósofo frustrado que nunca olió una flor verdadera.


EXCESIVOS LADRONES
Ana María Shua
Argentina (1951)

Robaron el equipo de audio y los candelabros y la comida de la heladera y los ceniceros de cristal de Murano y el televisor y hasta los equipos de aire acondicionado y robaron también la heladera misma y la mesita del televisor y el resto de los muebles y los dólares guardados en la caja fuerte empotrada en la pared del dormitorio y después robaron la caja fuerte y también la pared del dormitorio y después robaron el resto de las paredes y los cimientos que las sostenían y el techo que en ellas se sustentaba y las cañerías de bronce que las atravesaban y después robaron los árboles y flores del jardín y después el jardín mismo y el terreno sobre el cual había estado construida la casa y robaron el basamento de granito y varias capas geológicas incluyendo una durísima de basalto puro y las napas de agua que en ellas había y siguieron robando y robando hasta provocar la irrupción de la lava en una explosión volcánica que ocultó por completo las pruebas de sus fechorías, los terrenos circundantes, el pueblo entero y buena parte del partido del conurbano en el que se produjera el hecho delictivo y varias zonas de los partidos aledaños y, merecidamente, a ellos mismos, por chapuceros, improvisados y sobre todo exageradísimos ladrones.