17 de febrero de 2009

Juan Sasturain: "Siempre hay historias viejas, de padres e hijos, que desde el pasado vienen a aflorar, a reventar en el presente"

El escritor y periodista argentino Juan Sasturain (1945) es Licenciado en Letras egresado de la UBA y trabajó en la docencia en las universidades de Buenos Aires y de Rosario durante los años setenta. Como periodista colaboró en los diarios "Clarín", "La Opinión", "Sur" y "Página/12", y en las revistas "Humor", "Super Humor", "Feriado Nacional" y "Fierro", estas dos últimas de su creación. Escribe ficciones, poesía y ensayos. Entre 1985 y 1988 publicó las novelas policiales protagonizadas por el veterano detective Etchenike "Manual de perdedores" (originalmente en dos partes) y "Arena en los zapatos". "Pagaría por no verte", novela en la que regresó el detective, apareció a fines de 2007. A principios de los noventa vivió en Barcelona y de esa época son las novelas "Parecido S.A." y "Los dedos de Walt Disney". Al regreso, publicó en Buenos Aires la novela "Los sentidos del agua". Posteriormente reunió sus cuentos en "Zenitram" y "La mujer ducha". Sus últimas novelas son "Brooklyn & Medio" -para el público juvenil- y "La lucha continúa". Ha escrito ensayos sobre historieta y humor gráfico -"El domicilio de la aventura" y "Buscados vivos"-, y sobre el mundo del fútbol: "El día del arquero", "Wing de metegol", "La patria transpirada" y los cuentos de "Picado grueso". Además, reunió sus poemas en "Carta al Sargento Kirk y otros poemas de ocasión" y es el guionista de la serie de historietas "Perramus", una saga de cuatro volúmenes dibujada por Alberto Breccia (1919-1993) en los años ochenta. Actualmente conduce el programa de televisión "Ver para Leer". El escritor y guionista Marcelo Birmajer (1966) lo entrevistó para el nº 274 de la revista "Ñ" del 27 de diciembre de 2008.Creo que de mi fondo literario, los únicos tres que no me recomendaste son Bashevis Singer, Somerset Maugham y Lion Feuchtwanger. Justo ahora estoy releyendo "Ashenden: or the british agent" (El agente secreto), de Maugham. Como sé que compartimos la afición, te comento: Graham Greene le robó dos ideas a Maugham. Una es la idea de "The end of the affair" (El fin de la aventura), una de las mejores novelas de Greene, aunque la me­jor, para mí, sigue siendo "The quiet american" (El ame­ricano impasible). En "The hour before dawn" (Antes de amanecer), la novela de Maugham, un personaje femenino le ofrece a Dios dejar de ver a su amante a cambio de que lo conser­ve con vida. La Sarah de "El fin de la aventura" hace lo mismo. La otra la sacó Greene de "El agente secreto": en el cuento llamado "Gustav" (Gustavo), el personaje escribe falsos informes de espionaje; igual que en "Our man in Havana" (Nuestro hombre en La Habana), de Greene. Y para colmo, Greene se permite escribir un ensayo perdonándole la vida a Maugham, diciendo que sí, que es un buen contador de historias, pero que escribe en un lenguaje convencional.

No debe haber sido fácil escri­bir ni siquiera esas tibias palabras a favor de Maugham, en ese momento. Lo que queda es que lo defendió en un momento en que todos lo ata­caban. Y la verdad es que a Maug­ham lo atacaron durante toda su vida como escritor.

Desde que te conocí en 1986, y hasta aho­ra, siempre te veo señalando lo que no está en el escaparate, ya sea un libro, un guión o una película. De hecho, tu programa en televisión está hecho de tal modo que siempre parece algo casual; nunca una consagración de nada.

Las recuperaciones dependen, entre comillas, de las coyunturas y de las olas literarias. Hay cosas que se ponen de moda en un de­terminado momento... Lo impor­tante a veces es cierta lectura que no necesariamente corresponde a la época. Puntualmente, en la crí­tica de libros, no creo haber sido demasiado heterodoxo, solamen­te en algún momento. Pero sí me gusta recordar que durante el año '81, por ejemplo, escribí para un medio atípico como era la revista "Humor", sobre toda la literatura argentina que se publicó ese año. Haber acompañado "Respiración artificial", de Piglia; o "Maldición eterna a quien lea estás páginas", de Puig, por recordar sólo dos, bueno, no está mal.

Yo creo que en tu caso hay una paradoja. Por un lado, trabajás con géneros considerados marginales: la historieta, el policial, el western. Pero vos, en lo per­sonal, nunca tenés una actitud juvenil o transgresora. Sos lo que yo definiría como una per­sona normal. Ni siquiera fuiste de izquierda.

No, porque fui peronista siem­pre, por mi viejo, por la historia de mi familia. Además, cuando era pendejo, en mi primera adolescen­cia fui católico ferviente, es decir que tengo un camino distinto que otros. Cuando otros agarraban la bandera de la militancia, yo agarré la bandera de la militancia espiri­tual, digamos. La época de la bús­queda del absoluto... pero también pasé por la protoguerrilla.

¿Por la protoguerrilla?... ¿Por Montoneros?

No, proto... Las FAR.

¿Cuánto te duró eso?

Un año y medio largo. Desde el '69 hasta el '71. Sobre todo por el contacto con un hombre excepcio­nal: Carlitos Olmedo. Jugábamos al fútbol en la facultad, él me reclutó.

¿Y por qué te vas?

No sé, eso no lo sé, pero no era para mí. Podía reconocer la justi­cia de la causa, podía entender las razones por las cuales había entra­do, pero también sentía las razo­nes personales. En la adolescencia, fue abrazar el cristianismo como una forma de solución mágica a todas las cuestiones... una casa donde encontrás todas las respuestas. Entonces vivo tranquilamente a los catorce, quince años, que tenés un flor de quilombo. Si le tenés mucho temor a los cambios o a hacerte las grandes preguntas, encontrás una buena receta y te metés ahí. De algún modo la militancia revo­lucionaria te contestaba... y le daba sentido a tu vida. Pero en algún momento me di cuenta de que ha­bía algo que podía ser válido para muchos, pero no lo era para mí. Llámalo una cuestión de piel. Yo seguí militando pero no allí.

¿Y es esa búsqueda de ab­soluto lo que te lleva a buscar estos géneros marginales, poco reconocidos; como si la verdad no pudiera estar expuesta?

Hay dos cosas distintas. Una es la validación de las experiencias personales, que tiene que ver con aquellas cosas que te han hecho feliz, aquellas cosas que te llenaron el alma. Y a mí me pasó con cier­tas cosas que reivindico siempre como fundantes. Una puede ser la práctica del fútbol; otra puede ser la lectura de formación, que en mi caso, que es un caso generacional, tuvo que ver con la lectura de cier­to tipo de aventuras. Las aventuras pasaban por la historieta y la reivindicación de la historieta viene por ahí. Es la aventura como lugar existencial, como el lugar de las preguntas por el sentido. La aven­tura es la situación límite en que te jugás no la vida, sino el sentido de tu vida.

Y para vos, el fundador de la aventura es Oesterheld.

Mi reencuentro con Héctor Oesterheld, no con él personal­mente, sino con su nombre, es de algún modo una parábola. Tené en cuenta que "El Sargento Kirk", "Ernie Pike", las historietas de Oesterheld que leía en mi infancia, fueron fundamentales para que yo siguiera la carrera de Letras, y me dedicara, finalmente, a escri­bir mis propias historias. En el '75 yo ejercía la docencia en la carrera de Letras. Me amenazan los de la Triple A. Y poco después, en ese clima irrespirable de la dictadura, decido llamarme a silencio. Entro como corrector en "Clarín", y no publico una palabra hasta el '78. Y la primera palabra que publico en el '78, es Oesterheld. El mismo apelli­do que me había llevado a buscar la escritura y que, de algún modo, también me llevó al silencio cuan­do no se podía decir lo necesario. Pero vuelvo con ese nombre en el '78, con un artículo sobre "El Eternauta", para "Clarín", precisamente, en "Cultura y Nación". La primera vez que se publica una nota sobre Oesterheld en un suplemento cul­tural, y sobre "El Eternauta".

¿En ese momento él estaba desaparecido?

¿Dónde estaba en ese momento Oesterheld? Yo no sabía. Yo escri­bo y digo, como buen ganso, que el autor ahora estaba en el exterior. Porque por lo que yo sabía, lo ha­bían agarrado, pero había podido salir del país. Yo no tenía ningún contacto cercano, ninguna otra información. Entonces, suena el teléfono una noche en la sala de corrección de "Clarín", y era Elsa Oesterheld. Me dice: "Habla Elsa Oesterheld, ¿usted sabe dónde es­tá mi marido?". Yo sentí que era exactamente el último de los pelo­tudos. Yo digo: "No, la verdad no sé". "¿Y por qué puso eso?". "Es lo que me dijeron". "¿Pero usted sa­be qué ha pasado?". Yo dije: "No". "Venga a mi casa un día de estos". Entonces fui un día a la casa de Elsa y ahí me enteré de todo... de todo. Y del drama familiar: cuatro hijas desaparecidas. La ilusión de Elsa de recuperar a una de las hi­jas... Bueno, a partir del '79 en adelan­te, es cuando empiezo de nuevo a escribir, pero ya en otro registro. Renuncio a la corrección en el '79 y en lugar de ir a laburar, me pongo a escribir.

Por esa época creás un per­sonaje que te va a acompañar hasta hoy: Etchenique, el prota­gonista de "Manual de perdedo­res". Curiosamente, aunque vos por entonces no habías llegado a los cuarenta, tu personaje ya es un veterano. Eso refuerza mi percepción de que siempre te negaste a ser joven.

Tenía una distancia de edad con Etchenique que recién se ha acor­tado ahora. En la primera versión, el personaje se llamaba Robledo y vivía una historia relacionada con la militancia universitaria, con las organizaciones armadas. Robledo, que tenía treinta y pico de años en esa primera versión, finalmente aparece en "Manual de perdedores" como Etchenique.

¿A qué edad nace Etcheni­que?

Cuando nace, Etchenique tiene sesentisiete.

Nace como un veterano.

Exactamente. Ahora, yo me aproximo a él mientras él persiste, porque la historia sigue transcurriendo en el año '80.

Permitime un salto en el tiem­po, para evitar un salto temáti­co, porque quiero aprovechar el tema de "El Eternauta" para pre­guntarte por tu propia historieta: "Perramus", ese álbum dibujado por Alberto Breccia. Porque ahí aparece también el tema de la resistencia, del olvido... Ya no como lo trata Oesterheld, pre-dictadura; sino post-dictadura. Precisamente, ese guión me pa­rece muy relacionado con esa noche terrible que pasás con Elsa Oesterheld...

"Perramus" fue, claramente, al menos para mí, sin demasiada conciencia, un gesto catártico, en varios sentidos. El personaje se me ocurre en el '81, '82, a finales de la dictadura. Lo primero que pensé fue en un hombre que al dormir olvidaba todo y que cada día era otro, volvía a empezar sin memo­ria. La idea, supongo, era la de vi­vir en un presente absoluto, liber­tad plena sin condicionamientos. El olvido no era una limitación; la memoria, en cambio, era un las­tre. Pero no pude o no supe hacer­lo. O no quise. Y conté otra cosa: el olvido puntual y borrador como elección consciente que no deja rastros de lo que hizo que se lo eli­giera... Perramus, abandona a sus compañeros de lucha, indefensos y en inferioridad ante el enemigo. Elige olvidar; y mágicamente el olvido le es concedido. Pero só­lo para ser puesto nuevamente a prueba, aunque no sepa quién fue. El tratamiento del tema era y es absolutamente borgeano en todas sus variantes y no es casual que el Maestro tuviera protagonismo en la historia. También hay mucho Oesterheld, mucho Conrad ahí: el hombre que puede o no estar a la altura de las circunstancias -lo que cree, lo que espera de sí mismo- en una situación límite. Y las consecuencias: la culpa y su expiación.

Volvamos al cachorro de es­critor, al Sasturain que llega a la Capital.

Yo nací en Gonzalez Chaves, pro­vincia de Buenos Aires. Mi viejo era bancario. Cuando llega el gol­pe del '55, lo echan por peronista. Ahí empezamos a peregrinar por la provincia. Pasé una temporada muy linda en Mar del Plata... mi viejo administraba el hotel de un tío, y yo colaboraba. Ahí también aparecen las revistas de historie­tas. Después vivimos en lugares como Médanos, Rauch... Vine a la Capital a estudiar Letras.

¿Y qué letras te encontrás?

Si tengo que mencionar un des­lumbramiento, al voleo, la litera­tura norteamericana... Y el segmento policial me ha acompaña­do desde entonces, como escritor, siempre cruzado por ese hotel de Mar del Plata, y por el murmullo de Rauch o Médanos.

¿Y por qué esa senda poli­cial?

Más como escritor que como lector. Porque yo no leo policiales, así, en general. Leo autores.

Pero leíste todos los policia­les.

Yo no leo policiales, Marcelo, yo leo autores...

Leíste todo Dashiell Hammet, te lo sabés de memoria.

Bueno, leo Hammet. Pero auto­res, no leo cualquiera.

¿Y Agatha Christie?

No, no leo Agatha Christie.

¡¡¿No?!!

¡No, no! Conozco algunos, no he leído mucho, ni tampoco me in­teresa. Yo creo que esa literatura norteamericana fue una marca generacional.

Yo creo que es una marca personal, no generacional. Ha­blaste de tu padre, peronista que, después del golpe del '55, se niega a renegar del peronis­mo y pierde su laburo. También me hablaste de la búsqueda del absoluto, y de la culpa. Ahora bien, en el policial tenemos una épica y una ética. Marlowe vive en un tiempo en que se matan seres humanos de a miles, pero él busca al culpable de un ase­sinato. Sigue buscando a Caín por haber matado a Abel. En el medio de esas tramas incompren­sibles de Chandler, lo único que entendemos es que el detective quiere reconstituir el orden de la vida: matar al inocente está mal, y se debe hacer justicia.

Lo ético y lo épico juntos, sí. Eso es absolutamente así. Es decir, el descubrimiento de un género que es épico y en el cual la ética es de­terminante, eso es absolutamente cierto. Y es una marca, para mí, tanto al leer como al escribir.

En algún momento te fuiste de la Argentina...

Yo jamás pensé en irme de acá. Nunca. Nunca junté guita para irme, nunca pensé irme, nunca pensé en vivir en otro lado. Era co­mo un desafío siempre estar acá.

Pero sin embargo te tomaste el buque en los '90. Me acuerdo que estábamos los tres, con De Santis, trabajando en el diario "Sur", en una cosa que se llamaba "La Yapa". Y te fuiste a España...

Yo no elegí solo mi viaje a Espa­ña, ni mi permanencia allá. Fue­ron apenas tres años, siempre en Barcelona, que me encanta. Desde la asunción de Menem al verano del '92. Se dieron circunstancias que saludablemente me "empu­jaron": el despido de "Fierro", una pareja nueva, una hermosa oferta de trabajo (que después no se con­cretó). Y España, en ese momen­to, me vino muy bien. Antes, hasta entonces -y tenía más de cuarenta años- jamás había pensado en irme a vivir afuera. Lo sentía como una borrada ideológica... Nun­ca me gustaron las quejas sobre "este país de mierda", los falsos exilios y otras agachadas. Pero una vez afuera, la lejanía me hizo muy bien. Primero, el indulto de Menem a los milicos y a la con­ducción de Montoneros me costó un cólico nefrítico y una revisión culposa de qué había votado -por estúpida "disciplina partidaria"- antes de irme. Y enseguida, esa política económica desastrosa... Así que me abrí en ese momento del peronismo con un texto, "Es­crito sobre un cuerpo", que está en "Carta al sargento Kirk y otros poemas de ocasión". Y en esos po­cos años, con dificultades, arran­cando de abajo, todo de nuevo, me hice una vida, me adapté a las nuevas condiciones. Así que laburé un montón y de todo, tuve una hija, escribí tres lindas novelas... Y cuando me estaba consolidando, ya insta­lado y con papeles a la vista -otra vez por razones de algún modo "externas"- me volví sin decidir­lo del todo yo solo. Había dejado a mis hijos mayores adolescentes en banda en Buenos Aires, tenía que hacerme cargo, necesitaba recuperarlos después de algunos desencuentros. Y al volver en el '92, todo fue distinto: yo era otro, y el país también.

Volvamos al presente. El título de tu última novela podría ser una frase de ese otro gran Etchenique, el hacedor de aforismos creado por Fontanarrosa...

El título de "Pagaría por no verte", un verso maravilloso de Celedonio Flores, lo tenía desde mucho antes de escribir la novela. La cuestión era encontrar cómo justificarlo después, con algún incidente de la trama. Tenía eso, el título, y otra linda idea: "Los espías no tosen". Partí de ahí. El título me mandaba al pasado, la sensación de no que­rer volver a ver a alguien, por lo que revuelve... Y lo del espía y la tos me permitía imaginarlo a Et­chenique en una situación de tensión entre dos lealtades: investi­gar a alguien -una mujer, seguro- pero al mismo tiempo, mientras espiaba, toser. No sabía si se le es­capaba o si era a propósito... Hasta que supe que algo lo hacía darse a conocer, le impedía seguir in­vestigando. ¿Qué le pasaba? ¿Una culpa vieja? Y como en todas las novelas anteriores de Etchenique -me doy cuenta ahora- siempre hay historias viejas, de padres e hijos, que desde el pasado vienen a aflorar, a reventar en el presente. Lo que pasa es que en este caso el involucrado es el propio veterano.

Elegí un libro, una película y una actriz.

"Nine stories" (Nueve cuentos), de J.D. Salinger; Lauren Bacall a los die­cinueve, en "To have and have not" (Tener y no tener), de Hawks, y "The third man" (El tercer hombre), de Carol Reed sobre el relato de Graham Greene, con Orson Welles.

¿Qué quiere Dios de noso­tros?

Quiere que lo inventemos, que lo creamos -de creer y de crear- necesario.