No debe haber sido fácil escribir ni siquiera esas tibias palabras a favor de Maugham, en ese momento. Lo que queda es que lo defendió en un momento en que todos lo atacaban. Y la verdad es que a Maugham lo atacaron durante toda su vida como escritor.
Desde que te conocí en 1986, y hasta ahora, siempre te veo señalando lo que no está en el escaparate, ya sea un libro, un guión o una película. De hecho, tu programa en televisión está hecho de tal modo que siempre parece algo casual; nunca una consagración de nada.
Las recuperaciones dependen, entre comillas, de las coyunturas y de las olas literarias. Hay cosas que se ponen de moda en un determinado momento... Lo importante a veces es cierta lectura que no necesariamente corresponde a la época. Puntualmente, en la crítica de libros, no creo haber sido demasiado heterodoxo, solamente en algún momento. Pero sí me gusta recordar que durante el año '81, por ejemplo, escribí para un medio atípico como era la revista "Humor", sobre toda la literatura argentina que se publicó ese año. Haber acompañado "Respiración artificial", de Piglia; o "Maldición eterna a quien lea estás páginas", de Puig, por recordar sólo dos, bueno, no está mal.
Yo creo que en tu caso hay una paradoja. Por un lado, trabajás con géneros considerados marginales: la historieta, el policial, el western. Pero vos, en lo personal, nunca tenés una actitud juvenil o transgresora. Sos lo que yo definiría como una persona normal. Ni siquiera fuiste de izquierda.
No, porque fui peronista siempre, por mi viejo, por la historia de mi familia. Además, cuando era pendejo, en mi primera adolescencia fui católico ferviente, es decir que tengo un camino distinto que otros. Cuando otros agarraban la bandera de la militancia, yo agarré la bandera de la militancia espiritual, digamos. La época de la búsqueda del absoluto... pero también pasé por la protoguerrilla.
¿Por la protoguerrilla?... ¿Por Montoneros?
No, proto... Las FAR.
¿Cuánto te duró eso?
Un año y medio largo. Desde el '69 hasta el '71. Sobre todo por el contacto con un hombre excepcional: Carlitos Olmedo. Jugábamos al fútbol en la facultad, él me reclutó.
¿Y por qué te vas?
No sé, eso no lo sé, pero no era para mí. Podía reconocer la justicia de la causa, podía entender las razones por las cuales había entrado, pero también sentía las razones personales. En la adolescencia, fue abrazar el cristianismo como una forma de solución mágica a todas las cuestiones... una casa donde encontrás todas las respuestas. Entonces vivo tranquilamente a los catorce, quince años, que tenés un flor de quilombo. Si le tenés mucho temor a los cambios o a hacerte las grandes preguntas, encontrás una buena receta y te metés ahí. De algún modo la militancia revolucionaria te contestaba... y le daba sentido a tu vida. Pero en algún momento me di cuenta de que había algo que podía ser válido para muchos, pero no lo era para mí. Llámalo una cuestión de piel. Yo seguí militando pero no allí.
¿Y es esa búsqueda de absoluto lo que te lleva a buscar estos géneros marginales, poco reconocidos; como si la verdad no pudiera estar expuesta?
Hay dos cosas distintas. Una es la validación de las experiencias personales, que tiene que ver con aquellas cosas que te han hecho feliz, aquellas cosas que te llenaron el alma. Y a mí me pasó con ciertas cosas que reivindico siempre como fundantes. Una puede ser la práctica del fútbol; otra puede ser la lectura de formación, que en mi caso, que es un caso generacional, tuvo que ver con la lectura de cierto tipo de aventuras. Las aventuras pasaban por la historieta y la reivindicación de la historieta viene por ahí. Es la aventura como lugar existencial, como el lugar de las preguntas por el sentido. La aventura es la situación límite en que te jugás no la vida, sino el sentido de tu vida.
Y para vos, el fundador de la aventura es Oesterheld.
Mi reencuentro con Héctor Oesterheld, no con él personalmente, sino con su nombre, es de algún modo una parábola. Tené en cuenta que "El Sargento Kirk", "Ernie Pike", las historietas de Oesterheld que leía en mi infancia, fueron fundamentales para que yo siguiera la carrera de Letras, y me dedicara, finalmente, a escribir mis propias historias. En el '75 yo ejercía la docencia en la carrera de Letras. Me amenazan los de la Triple A. Y poco después, en ese clima irrespirable de la dictadura, decido llamarme a silencio. Entro como corrector en "Clarín", y no publico una palabra hasta el '78. Y la primera palabra que publico en el '78, es Oesterheld. El mismo apellido que me había llevado a buscar la escritura y que, de algún modo, también me llevó al silencio cuando no se podía decir lo necesario. Pero vuelvo con ese nombre en el '78, con un artículo sobre "El Eternauta", para "Clarín", precisamente, en "Cultura y Nación". La primera vez que se publica una nota sobre Oesterheld en un suplemento cultural, y sobre "El Eternauta".
¿En ese momento él estaba desaparecido?
¿Dónde estaba en ese momento Oesterheld? Yo no sabía. Yo escribo y digo, como buen ganso, que el autor ahora estaba en el exterior. Porque por lo que yo sabía, lo habían agarrado, pero había podido salir del país. Yo no tenía ningún contacto cercano, ninguna otra información. Entonces, suena el teléfono una noche en la sala de corrección de "Clarín", y era Elsa Oesterheld. Me dice: "Habla Elsa Oesterheld, ¿usted sabe dónde está mi marido?". Yo sentí que era exactamente el último de los pelotudos. Yo digo: "No, la verdad no sé". "¿Y por qué puso eso?". "Es lo que me dijeron". "¿Pero usted sabe qué ha pasado?". Yo dije: "No". "Venga a mi casa un día de estos". Entonces fui un día a la casa de Elsa y ahí me enteré de todo... de todo. Y del drama familiar: cuatro hijas desaparecidas. La ilusión de Elsa de recuperar a una de las hijas... Bueno, a partir del '79 en adelante, es cuando empiezo de nuevo a escribir, pero ya en otro registro. Renuncio a la corrección en el '79 y en lugar de ir a laburar, me pongo a escribir.
Por esa época creás un personaje que te va a acompañar hasta hoy: Etchenique, el protagonista de "Manual de perdedores". Curiosamente, aunque vos por entonces no habías llegado a los cuarenta, tu personaje ya es un veterano. Eso refuerza mi percepción de que siempre te negaste a ser joven.
Tenía una distancia de edad con Etchenique que recién se ha acortado ahora. En la primera versión, el personaje se llamaba Robledo y vivía una historia relacionada con la militancia universitaria, con las organizaciones armadas. Robledo, que tenía treinta y pico de años en esa primera versión, finalmente aparece en "Manual de perdedores" como Etchenique.
¿A qué edad nace Etchenique?
Cuando nace, Etchenique tiene sesentisiete.
Nace como un veterano.
Exactamente. Ahora, yo me aproximo a él mientras él persiste, porque la historia sigue transcurriendo en el año '80.
Permitime un salto en el tiempo, para evitar un salto temático, porque quiero aprovechar el tema de "El Eternauta" para preguntarte por tu propia historieta: "Perramus", ese álbum dibujado por Alberto Breccia. Porque ahí aparece también el tema de la resistencia, del olvido... Ya no como lo trata Oesterheld, pre-dictadura; sino post-dictadura. Precisamente, ese guión me parece muy relacionado con esa noche terrible que pasás con Elsa Oesterheld...
"Perramus" fue, claramente, al menos para mí, sin demasiada conciencia, un gesto catártico, en varios sentidos. El personaje se me ocurre en el '81, '82, a finales de la dictadura. Lo primero que pensé fue en un hombre que al dormir olvidaba todo y que cada día era otro, volvía a empezar sin memoria. La idea, supongo, era la de vivir en un presente absoluto, libertad plena sin condicionamientos. El olvido no era una limitación; la memoria, en cambio, era un lastre. Pero no pude o no supe hacerlo. O no quise. Y conté otra cosa: el olvido puntual y borrador como elección consciente que no deja rastros de lo que hizo que se lo eligiera... Perramus, abandona a sus compañeros de lucha, indefensos y en inferioridad ante el enemigo. Elige olvidar; y mágicamente el olvido le es concedido. Pero sólo para ser puesto nuevamente a prueba, aunque no sepa quién fue. El tratamiento del tema era y es absolutamente borgeano en todas sus variantes y no es casual que el Maestro tuviera protagonismo en la historia. También hay mucho Oesterheld, mucho Conrad ahí: el hombre que puede o no estar a la altura de las circunstancias -lo que cree, lo que espera de sí mismo- en una situación límite. Y las consecuencias: la culpa y su expiación.
Volvamos al cachorro de escritor, al Sasturain que llega a la Capital.
Yo nací en Gonzalez Chaves, provincia de Buenos Aires. Mi viejo era bancario. Cuando llega el golpe del '55, lo echan por peronista. Ahí empezamos a peregrinar por la provincia. Pasé una temporada muy linda en Mar del Plata... mi viejo administraba el hotel de un tío, y yo colaboraba. Ahí también aparecen las revistas de historietas. Después vivimos en lugares como Médanos, Rauch... Vine a la Capital a estudiar Letras.
¿Y qué letras te encontrás?
Si tengo que mencionar un deslumbramiento, al voleo, la literatura norteamericana... Y el segmento policial me ha acompañado desde entonces, como escritor, siempre cruzado por ese hotel de Mar del Plata, y por el murmullo de Rauch o Médanos.
¿Y por qué esa senda policial?
Más como escritor que como lector. Porque yo no leo policiales, así, en general. Leo autores.
Pero leíste todos los policiales.
Yo no leo policiales, Marcelo, yo leo autores...
Leíste todo Dashiell Hammet, te lo sabés de memoria.
Bueno, leo Hammet. Pero autores, no leo cualquiera.
¿Y Agatha Christie?
No, no leo Agatha Christie.
¡¡¿No?!!
¡No, no! Conozco algunos, no he leído mucho, ni tampoco me interesa. Yo creo que esa literatura norteamericana fue una marca generacional.
Yo creo que es una marca personal, no generacional. Hablaste de tu padre, peronista que, después del golpe del '55, se niega a renegar del peronismo y pierde su laburo. También me hablaste de la búsqueda del absoluto, y de la culpa. Ahora bien, en el policial tenemos una épica y una ética. Marlowe vive en un tiempo en que se matan seres humanos de a miles, pero él busca al culpable de un asesinato. Sigue buscando a Caín por haber matado a Abel. En el medio de esas tramas incomprensibles de Chandler, lo único que entendemos es que el detective quiere reconstituir el orden de la vida: matar al inocente está mal, y se debe hacer justicia.
Lo ético y lo épico juntos, sí. Eso es absolutamente así. Es decir, el descubrimiento de un género que es épico y en el cual la ética es determinante, eso es absolutamente cierto. Y es una marca, para mí, tanto al leer como al escribir.
En algún momento te fuiste de la Argentina...
Yo jamás pensé en irme de acá. Nunca. Nunca junté guita para irme, nunca pensé irme, nunca pensé en vivir en otro lado. Era como un desafío siempre estar acá.
Pero sin embargo te tomaste el buque en los '90. Me acuerdo que estábamos los tres, con De Santis, trabajando en el diario "Sur", en una cosa que se llamaba "La Yapa". Y te fuiste a España...
Yo no elegí solo mi viaje a España, ni mi permanencia allá. Fueron apenas tres años, siempre en Barcelona, que me encanta. Desde la asunción de Menem al verano del '92. Se dieron circunstancias que saludablemente me "empujaron": el despido de "Fierro", una pareja nueva, una hermosa oferta de trabajo (que después no se concretó). Y España, en ese momento, me vino muy bien. Antes, hasta entonces -y tenía más de cuarenta años- jamás había pensado en irme a vivir afuera. Lo sentía como una borrada ideológica... Nunca me gustaron las quejas sobre "este país de mierda", los falsos exilios y otras agachadas. Pero una vez afuera, la lejanía me hizo muy bien. Primero, el indulto de Menem a los milicos y a la conducción de Montoneros me costó un cólico nefrítico y una revisión culposa de qué había votado -por estúpida "disciplina partidaria"- antes de irme. Y enseguida, esa política económica desastrosa... Así que me abrí en ese momento del peronismo con un texto, "Escrito sobre un cuerpo", que está en "Carta al sargento Kirk y otros poemas de ocasión". Y en esos pocos años, con dificultades, arrancando de abajo, todo de nuevo, me hice una vida, me adapté a las nuevas condiciones. Así que laburé un montón y de todo, tuve una hija, escribí tres lindas novelas... Y cuando me estaba consolidando, ya instalado y con papeles a la vista -otra vez por razones de algún modo "externas"- me volví sin decidirlo del todo yo solo. Había dejado a mis hijos mayores adolescentes en banda en Buenos Aires, tenía que hacerme cargo, necesitaba recuperarlos después de algunos desencuentros. Y al volver en el '92, todo fue distinto: yo era otro, y el país también.
Volvamos al presente. El título de tu última novela podría ser una frase de ese otro gran Etchenique, el hacedor de aforismos creado por Fontanarrosa...
El título de "Pagaría por no verte", un verso maravilloso de Celedonio Flores, lo tenía desde mucho antes de escribir la novela. La cuestión era encontrar cómo justificarlo después, con algún incidente de la trama. Tenía eso, el título, y otra linda idea: "Los espías no tosen". Partí de ahí. El título me mandaba al pasado, la sensación de no querer volver a ver a alguien, por lo que revuelve... Y lo del espía y la tos me permitía imaginarlo a Etchenique en una situación de tensión entre dos lealtades: investigar a alguien -una mujer, seguro- pero al mismo tiempo, mientras espiaba, toser. No sabía si se le escapaba o si era a propósito... Hasta que supe que algo lo hacía darse a conocer, le impedía seguir investigando. ¿Qué le pasaba? ¿Una culpa vieja? Y como en todas las novelas anteriores de Etchenique -me doy cuenta ahora- siempre hay historias viejas, de padres e hijos, que desde el pasado vienen a aflorar, a reventar en el presente. Lo que pasa es que en este caso el involucrado es el propio veterano.
Elegí un libro, una película y una actriz.
"Nine stories" (Nueve cuentos), de J.D. Salinger; Lauren Bacall a los diecinueve, en "To have and have not" (Tener y no tener), de Hawks, y "The third man" (El tercer hombre), de Carol Reed sobre el relato de Graham Greene, con Orson Welles.
¿Qué quiere Dios de nosotros?
Quiere que lo inventemos, que lo creamos -de creer y de crear- necesario.