Borges me enseñó que las cronologías que proponen los canonistas académicos carecen de toda importancia para el lector, porque las asociaciones que hacen los lectores dependen de sus historias personales y no de la historia de la literatura. Para un adolescente como yo, esa experiencia resultó fundamental porque me transmitió lo más importante que es la libertad de elegir qué y cuándo leer.
De dónde cree que proviene esa necesidad del hombre de contar y leer historias?
Borges una vez publicó un ensayo en el que decía que "el perdurable fin de la literatura es exhibir nuestros destinos", y a mí me parece que esa necesidad de contar y leer historias surge de la idea de enfrentarse con las formas de vida posibles que nunca podremos experimentar por la finitud de nuestra propia vida. Las letras dan coherencia al mundo y, como lectores, al emparejar las palabras con la experiencia, podemos identificarnos con las experiencias de otros, o podemos preparamos para vivir esas experiencias o simplemente nos enteramos de las experiencias de otros que nunca podremos vivenciar y que por fortuna han dejado escritas.
Qué explicación encuentra a la pasión que tienen por la lectura algunas personas y la indiferencia absoluta en otras?
Yo siempre sostengo que el amor por la lectura se aprende, pero no se enseña. Es comparable con el enamoramiento, es algo que no tiene mucha explicación, simplemente sucede. Y al igual que nadie puede obligarnos a que nos enamoremos, nadie puede obligarnos a amar la lectura. En mi caso particular, el amor por la lectura surgió muy tempranamente, cuando tenía cuatro o cinco años y vivía en Israel donde mi padre era embajador del gobierno de Perón. A mi me crió una nodriza con la que aprendí el inglés y el alemán que son mis dos lenguas maternas. Recuerdo que ella me acompañaba todas las semanas a comprar un libro: el primero que adquirí es un ejemplar de los cuentos de los hermanos Grimm. Al pasar mi infancia de país en país, adquirí hábitos de solitario y los libros se transformaron en una forma de abrirme al mundo.
Dijo usted que está preocupado por la actual concepción que predomina en el mundo editorial de tomar a la literatura como un pasatiempo comercial y de restarle la profundidad que es intrínseca a ella.
La literatura da preguntas, no respuestas. Y no es una actividad de simple entretenimiento como nos quiere hacer ver el sistema comercial actual. Años atrás, la biblioteca ocupaba un lugar central en la sociedad, nadie discutía que leer era importante, y hoy eso ha sido desplazado. El capitalismo no puede permitirse un consumidor lento y la literatura requiere lentitud, requiere de la reflexión. Nos presentan "El código Da Vinci" como un libro imprescindible y su versión en inglés está hasta muy mal escrita. Me consta que la traducción al español tuvo que ser corregida y mucho. No obstante, hay espacios en los que se mantiene el viejo espíritu editorial de publicar lo que a los editores les parece bueno, más allá del dominio de la premisa mercantilista. La rebeldía editorial todavía existe y se manifiesta en un buen número de pequeñas empresas editoras y sobre todo en las editoriales universitarias.
Su trabajo como editor lo ha llevado a recorrer amplias zonas del mundo, pero si empezar en París y permanecer casi veinte años en Canadá no es algo tan fuera de lo común, su estadía en la Polinesia al frente de una editorial sí lo es.
Trabajé en Tahití por una casualidad: yo recién me había casado y necesitaba una ocupación. La editorial para la que trabajaba decidió abrir una sucursal allí y acepté el cargo. Editábamos material académico, pero también publicamos los cuentos de Stevenson en el idioma local y anduvieron bastante bien. Aunque fue una linda experiencia, la vida cotidiana allí es tan común y aburrida como en cualquier otro paraíso.
¿Cómo decide qué manuscrito se publica?
No hay parámetros definidos para saber cuándo un manuscrito puede convertirse en libro. Yo debo ser un muy mal editor porque generalmente quiero que casi todo lo que me llega a las manos se publique.
La irrupción de las nuevas tecnologías de la información ha generado un gran debate acerca de la supervivencia del libro, hasta hubo quienes le auguraron a la letra impresa una pronta fecha de extinción.
Yo no pienso que sea así; para mí el libro es un objeto casi perfecto. Pero tampoco pienso que sea excluyente con los textos virtuales, creo que ambos pueden convivir. Te doy un ejemplo: Paulo Coelho publicó toda su obra en Internet, pero porque sabe que la gente que allí lo lea va luego a ir a una librería a comprar sus libros. El problema que yo considero importante destacar en cuanto a Internet, es que la red se ha transformado en un espacio que contiene cualquier cosa. Está bueno que "El Quijote" pueda leerse en la pantalla, pero ¿quién define qué edición o qué traducción es más fiel? Ese es el riesgo.
¿Piensa volver a la Argentina?
Estoy muy cómodo viviendo en Francia y no está en mis planes residir allí aunque guardo los mejores recuerdos de mi adolescencia porteña. Yo agradezco la formación que adquirí en el Colegio Nacional de Buenos Aires y las vivencias de esa ciudad en una época en la que nos pasábamos discutiendo de arte, literatura, filosofía. No se cómo será en la actualidad porque tengo poco contacto, pero no encontré en otros lugares del mundo ese interés universalista por la cultura como era en la Buenos Aires que yo conocí. Me costó mucho acostumbrarme a esa falta de interés por la cultura de otras regiones, sobre todo en Norteamérica. Allí, por ejemplo, cada vez que escribo un artículo tengo que aclarar que Flaubert es un escritor francés, cosa que de ningún modo necesito hacer en la Argentina. Pero siento que no podría volver a vivir porque el peso de las ausencias es para mí más fuerte que el de las presencias.
Se puede decir, entonces, que encontró su lugar en el mundo en Francia.
Más que mi lugar en el mundo, encontré un muy buen lugar para mi biblioteca.