20 de agosto de 2007

Charles Perrault: tradición oral y poder formativo

La psicología y la literatura modernas han puesto repetidamente en la picota el mito de la infancia. Lejos de hablarse ahora de un territorio mágico y falaz, se prefiere investigar con cuidado esa zona plena de realidad, en la que están prefiguradas -o acaso intensificadas- las expectativas de la edad adulta. Por esa razón, los cuentos para niños no admiten más interpretaciones simplistas; su riqueza en figuras simbólicas, la pulcritud de elaboración que habitualmente se esconde tras la sencillez de su apariencia, la revalorización de las creencias y costumbres populares que muchas veces entrañan, obligan a estudiarlos con seriedad y rigor.
Si hubo un escritor que sobresalió en la literatura para niños, sin duda debemos mencionar a Charles Perrault, el creador moderno de “Pulgarcito”, “El gato con botas”, “La cenicienta”, “La bella durmiente”, “Barba azul” y “Caperucita Roja” entre otros. ¿Cuál es hoy el significado de esos cuentos que Perrault recuperó de Giovanni Francesco Straparola (1480-1557) el célebre cuentista del Renacimiento, de Gianbattista Basile (1575-1632) el fabulista napolitano y -sobre todo- de la tradición oral? ¿En qué consisten la felici­dad y la repercusión incesantes de estas narra­ciones?.
Nació el 12 de enero de 1628 en la ciudad de París, mediante un parto doble, en el que también vino al mundo su gemelo Claude. Su familia, perteneciente a la burguesía acomodada, hizo posible que tuviera una buena infancia y concurriera a las mejores escuelas de la época (ingresó al Colegio de Beauvais en 1637) en donde descubre su facilidad para las lenguas muertas. A partir de 1643, comienza a estudiar derecho. Indudablemente hábil y con un notorio sentido práctico, recibe la protección de su hermano mayor Pierre quien es Recaudador General. En 1654 es nombrado funcionario en el servicio gubernamental. Tomó parte en la creación de la Academia de las Ciencias y en la restauración de la Academia de Pintura. Jamás luchó contra el sistema, lo cual le facilitó la supervivencia en una Francia políticamente muy convulsionada y en la que los favoritos caían con demasiada frecuencia.
Su vida, siempre dedicada al estudio, dejaba escaso margen a la fantasía. En su primer libro "Los muros de Troya" (1661), nada infantil se puede apreciar. Esto se debe a que a lo largo de su burocrática y aburrida existencia de funcionario privilegiado, lo que más escribió fueron odas, discursos, diálogos, poemas y obras que halagaban al rey y a los príncipes, lo que le valió llevar una vida colmada de honores, que él supo aprovechar. Fue secretario de la Academia Francesa desde 1663, convirtiéndose en el protegido de Jean Baptiste Colbert, el famoso consejero de Luís XIV, hasta que en 1665, progresa en su categoría laboral convirtiéndose en el primero de los funcionarios reales, con lo que obtiene grandes prebendas. Hace extensiva su buena fortuna a sus familiares, consiguiendo, en 1667, que los planos con los que se construye el Observatorio del Rey, sean de su hermano Claude. En 1671 es nombrado académico, y al año siguiente, contrae matrimonio con Marie Guichon. Es elegido canciller de la Academia y en 1673 se convierte en Bibliotecario de la misma. Ese mismo año nace su primer hijo, una niña, y luego, en el intervalo que va desde 1675 a 1678, tiene tres hijos más y su esposa fallece después del nacimiento del último.
En 1680, Perrault tiene que ceder su puesto privilegiado de primer funcionario al hijo de Colbert. A estos sinsabores vienen a añadirse más tarde otros de carácter literario-erudito, como la célebre controversia que lo distancia de Nicolás Boileau, el historiógrafo de la corte, a propósito de una divergencia de opiniones que se traducen en su obra crítica: "Paralelo de los Ancianos y de los Modernos" en el que se contemplan las Artes y las Ciencias. En 1687 escribió el poema “El siglo de Luís el Grande” y en 1688 “Comparación entre antiguos y modernos”, un alegato en favor de los escritores modernos y en contra de los tradicionalistas. Perrault escribió un total de 46 obras, ocho de ellas publicadas póstumamente, entre las que se halla “Memorias de mi vida". Salvo los cuentos infantiles, toda su obra está compuesta, mayoritariamente, por loas al rey de Francia.
En 1697, cuando ya contaba 69 años de edad, publicó con el nombre de su hijo, Pierre Darmancour (quien había cometido un homicidio siendo casi adolescente y murió en la guerra, tres años antes que el padre en su cama), la obra que había escrito 14 años antes y que le habría de hacer especialmente famoso: “Les Histoires et contes du temps passé avec des moralités ou Contes de ma Mère l’Oye” ("Historias y cuentos del pasado", más conocido como "Los cuentos de la mamá Gansa" por la imagen que ilustraba su tapa). Se trata de un libro breve que contiene ocho narraciones, que se han convertido en verdaderos mitos de la literatura infantil: “Barba Azul”, “La Cenicienta”, “La Bella durmiente del bosque”, “Caperucita roja”, “El gato con botas”, “Las Hadas”, “Riquete el del copete” y “Pulgarcito.
Perrault toma el tema de sus cuentos -como ya hemos visto- de la tradición oral o escrita (folklore popular francés, leyendas medievales, caballerescas o cortesanas y textos del Renacimiento italiano), pero los retoca y los reelabora según el gusto refinado propio de su época. Los cuentos que adopta no pertenecían a la literatura infantil, sino a la literatura oral destinada a ser narrada en las largas veladas de invierno y él los pasó a la literatura escrita y culta. Para ello suprimió cuanto tenían de vulgar, integró los elementos populares del cuento a una trama romántica, los acomodó a la sociedad de su tiempo, y les añadió algunos rasgos de humor, como, por ejemplo, que la malvada ogresa de “La Bella Durmiente del Bosque” quiere comerse a la pequeña Aurora “en salsa Robert”. Pero, para que sus narraciones no perdieran el estilo propio de la transmisión oral ni un cierto aire de inocencia e ingenuidad, utilizó diversos recursos estilísticos, como numerosos arcaísmos, el diálogo, el presente histórico, las repeticiones (“¡Qué orejas tan grandes tienes!”. “Hermana mía, ¿no ves nada?”). Con todo ello transformó el cuento popular e inauguró el género de cuentos destinados a los niños, que tantos seguidores tendría en los siglos siguientes, como la escritora francesa Madame Le Prince de Beaumont (1711-1780), a quien debemos el delicioso cuento “La Bella y la Bestia” tal como ha llegado hasta nosotros; los hermanos Grimm en Alemania -Jacob Ludwig (1785-1863) y Wilhelm Karl (1786-1859)-, quienes adaptaron algunos cuentos tomados del mismo Charles Perrault y contribuyeron decisivamente a la noción moderna del cuento popular y el danés Hans Christian Andersen (1805-1872).
“Y fueron muy felices durante el resto de sus vidas”, después de haber sufrido mil injusticias y contrariedades, éste es el mensaje que suelen encerrar los cuentos de Perrault: el bien y la bondad siempre acaban triunfando. Los ocho cuentos populares de Charles Perrault son, pues, narraciones para niños, en las que aparece un mundo fantástico de hadas, temibles ogros y personajes malvados, aunque nunca exentos de una cierta ingenuidad, es decir, nunca “aterradores”. Pero una lectura atenta y penetrante descubre en ellos experiencias humanas profundas que, bien interpretadas, constituyen una expresión certera de la lógica de la naturaleza humana y, por lo tanto, encierran un gran poder formativo.
“La bella durmiente” -por ejemplo- tiene dos partes, que son prácticamente dos relatos distintos. A lo que es propiamente la historia de la protagonista, Perrault le añade un segundo capítulo en el que la madre del príncipe, de la raza de los ogros, intenta comerse a su hermosa nuera y a sus dos nietos. Las siete hadas madrinas simbolizan el Bien, la generosidad, el compromiso personal para que los demás crezcan y se desarrollen como personas. El hada egoísta y envidiosa de la primera historia y la madre ogresa de la segunda son el Mal, la actitud egoísta del que se entrega a las propias pasiones -envidia, rencor, sed de venganza- y causa perjuicio a cuanto está en su entorno, hasta acabar con la propia destrucción personal (La malvada ogresa es engullida por los repugnantes animales). En ambas historias, el Bien, es decir, el amor desinteresado, triunfa al final, ayudado por otros valores, como la astucia de la primera hada, que logra deshacer parte del hechizo, la compasión, el compromiso y el coraje del mayordomo del palacio, quien se arriesga con tal de salvar la vida de los tres seres inocentes. Al principio, los personajes malvados parecen triunfar, pero terminan por fracasar y destruirse. Aunque el Mal se muestra muy poderoso, la bondad, unida a la inteligencia, siempre acaba triunfando.
“Caperucita roja” en cambio, es el único cuento de la colección en el que triunfa el Mal. Pero es porque la protagonista no reflexiona, no presta atención a su entorno, no piensa adecuadamente. Ni reconoce al Lobo, que ve en ella un simple objeto para su utilidad -comérsela-, ni advierte que los leñadores representan su protección y su seguridad. Le falta prudencia, es decir capacidad de discernimiento. Ve todo borrosamente, no distingue unas realidades de otras. Caperucita no simboliza el Bien, sino la ingenuidad necia. No hay que confundir la tontería con la bondad. Quien es realmente bueno no debe ser necio. Hay que observar con mirada penetrante las realidades del entorno para hacerles justicia y comprometernos con ellas, o guardarnos prudentemente de ellas si representan un peligro para nosotros. El que ve todo confusamente está expuesto a mil peligros. Caperucita roja confunde el Mal -el malvado lobo- con el Bien -un buen amigo- y eso la lleva a su destrucción personal: es devorada por el Mal.
En los ocho cuentos de Charles Perrault, aparece el Mal, en forma de actitud egoísta y agresiva, enfrentado al Bien, como actitud de generosidad y bondad. El Mal tiene una fuerza arrolladora y, al principio, parece que somete o elimina al Bien (La madrastra de Cenicienta, el malvado Barba Azul, la hermana mayor de Las Hadas, el lobo que se come a Caperucita o el ogro de Pulgarcito). El Mal se mueve en el nivel de las relaciones lineales, interesadas y de faltas de respeto. Es el nivel del dominio y el abuso de poder (Barba azul, los ogros). El egoísta pone todas las realidades de su entorno a su propio servicio y destruye las que entorpecen su interés o sus apetencias. Por el contrario, el ámbito del Bien es el nivel de la creatividad, de las relaciones reversibles, de la apertura generosa al encuentro interpersonal y de los valores. El Bien es discreto y silencioso (Pulgarcito), pero se compromete activamente en la promoción de los demás, es reflexivo, auténtico y sincero (Riquete), digno de confianza (El gato con botas) y capaz de perdonar sin rencor (Cenicienta).
En el nivel del dominio y la fuerza, se diría que el Mal vence al Bien. Pero es una victoria falsa, sólo aparente, porque lo esencial del Bien pertenece a un nivel superior y, por tanto, es inaccesible. A ese elevarse de nivel y hacerse invulnerable a los ataques del Mal, lo presenta Perrault como inteligencia, reflexión y astucia. Cuando esto falla, la bondad degenera en estupidez y Caperucita es devorada por el Lobo. Pero si el Bien es iluminado por la inteligencia, el aparentemente más débil triunfa y queda liberado de la opresión del Mal. Cenicienta se convierte en princesa, Pulgarcito se hace rico a expensas del ogro, la mujer de Barba Azul hereda a su cruel marido y el Gato con botas libera a la comarca del temible ogro. El Bien es “suave” como una brisa, pero es “imponente”, causa admiración, “enamora”. Quien está en actitud de apertura generosa y de disposición al compromiso crea unidad, expande su bondad y promociona a los demás. Cenicienta hace felices a las hermanastras, el Gato con botas consigue todos los honores para su amo, Pulgarcito lleva el bienestar a su familia, la viuda de Barba Azul comparte su herencia con sus hermanos.
Esta es la gran lección que encierran los cuentos de Charles Perrault , quien falleció el 16 de mayo de 1703 en París a los 75 años de edad.