El miedo se desencadena en dos situaciones básicas: el temor al abandono o a la pérdida (ansiedad depresiva) y el temor a ser destruido (ansiedad persecutoria). La primera es la situación más frecuente y, cuando se hace crónica, puede desembocar en una depresión en la cual se instala la vivencia de pérdida. Es importante entonces, conocer las pautas que permiten configurar el modo en que se presenta la ansiedad. En primer lugar, saber en qué momento del día existe mayor angustia, qué está pasando en ese momento, si la situación cambia el fin de semana y si disminuye la angustia cuando se está acompañado. Luego, conocer el contenido del miedo, es decir, qué peligro es imaginado y qué se haría si los peores temores se hiciesen realidad.
En psiquiatría siempre hay referencia al pasado, por lo tanto el diagnóstico clínico es completado por el diagnóstico etiológico, que indaga las causas y el desarrollo del cuadro actual. Generalmente el registro de lo que acontece se deriva de algunas preguntas fundamentales: a qué le temíamos cuando éramos niños y si esos temores se hicieron realidad o no; cómo los enfrentamos en el caso afirmativo y si nos preocupábamos porque los temores se repitiesen; si superamos aquellos temores, de qué manera lo logramos y si existen actualmente temores que nos recuerden a los de la infancia; a quién recurríamos para calmar nuestros temores y, en ese caso, ver si nos ayudaban o nos dejaban solos.
Las terapias actuales nos llevan a enfrentar el sufrimiento para quitarnos de encima el enorme peso que significa vivir temiendo que suceda lo peor ya que, tal temor, nos paraliza y nos conduce a esperar las respuestas en los demás, lo que, invariablemente, conduce al incremento de dicho temor. La espera por nuestro rescate que nunca llega generará una desalentadora frustración.
Gran parte de la ansiedad que sentimos, se origina en el hecho de aferrarse al miedo y no actuar. La inacción empeora las cosas y la preocupación es la fe ciega en que ocurra lo peor, ya que acarrea justamente lo que se teme, constituyendo así un círculo vicioso. El alivio de estos padecimientos proviene sin lugar a dudas de la comprensión del mecanismo que los produce.