En 1719, el escritor inglés
Daniel Defoe (1660-1731),
considerado el padre de la novela de aventuras, publicó el libro que lo haría
famoso: "The life and strange surprizing
adventures of Robinson Crusoe, of York, mariner" (La vida y
las extrañas y sorprendentes aventuras del marinero Robinson Crusoe). Dicho
libro se basa en un hecho real. En 1704, el barco "Cinque Ports" al
mando del capitán Stradling, llevaba como contramaestre a un tal Alexander
Selkirk (1676-1721).
La relación entre ambos era pésima y las discusiones empeoraban
día tras día hasta que el capitán decidió abandonar al marinero en una isla en
medio del océano Pacífico. Lo hizo en la que hoy se conoce, en honor al
explorador español que la descubrió, como Isla de Juan Fernández cerca de las
costas chilenas.
Cinco años más tarde otro barco, mandado por el capitán Woodes
Rogers (1679-1732) en un periplo alrededor del mundo, rescató a Selkirk,
quien para entonces había olvidado prácticamente su vocabulario y estaba
acosado por la melancolía y el horror a la soledad. Vuelto a Inglaterra en
1711, contó su alucinante aventura a Defoe, quien tenía por entonces casi
sesenta años y graves problemas por resolver: abundantes deudas y varias hijas
casaderas. Acosado por la necesidad, echó mano a la historia del marinero para
escribir su maravilloso libro.
Desde su primera edición hasta la segunda década del siglo XX, la
novela fue considerada una obra secundaria. Por un lado, como mero
adiestramiento en la lectura, esta novela era una de las carnadas que la
literatura seria ponía en su anzuelo para atrapar a los jóvenes y elevarlos
hacia los niveles superiores de la cultura. Por otro lado, para quienes no
estaban predestinados a ser lectores cultos, la obra era tan sólo una fuente de
entretenimiento y evasión. Pero, a partir de la Primera Guerra Mundial, la cultura
occidental comienza a derrumbarse. Muchos autores consagrados pasan a segundo
plano y otros tradicionalmente relegados a la trastienda, avanzan en sentido
inverso. Defoe corre esta última suerte y con él su personaje más famoso,
Robinson Crusoe, que comienza a ser visto como un personaje clave.
Desde el terreno de la
economía política, ya lo había intuido Karl Marx (1818-1883) en "Das Kapital" (El Capital) y, desde la
literatura, "Robinson Crusoe" fue rescatado por James Joyce (1882-1941). El náufrago que en la
soledad de los océanos, con sólo una navaja y una pipa en el bolsillo,
reconstruye desde la nada todas las formas de vida de las cuales lo separan
miles de kilómetros, más que un destino personal, revela el destino de toda una
sociedad: sobre la playa desierta se despliega una aventura que comienza con la
conversión del salvaje Viernes en un educado sirviente y que culmina con la
transformación de la isla en un próspero emporio comercial.
No es casual que fuera Joyce quien develara este secreto. Por su
propio aislamiento, como irlandés y católico herético, el autor de "Ulysses" (Ulises) es el prototipo del hombre desterrado y
excomulgado, sin patria y sin fe. También el autor de "Robinson
Crusoe", después de una agitada vida política, comercial y literaria,
murió marginado del gran mundo y en completa soledad.
Tanto Defoe como Joyce
fueron náufragos de una misma aventura cultural que nació con los albores de la
burguesía en el Renacimiento y culminó con el desgarramiento de la sociedad
burguesa en la primera Gran Guerra. En el mismo escenario europeo, Defoe vivió
esa aventura en su momento de expansión; Joyce, en sus horas de agonía.
Al frente de su obra cumbre,
Joyce puso el nombre de otro náufrago reincidente: Ulises, héroe que necesitó
deambular por la soledad de los mares para alcanzar una visión madura y
totalizadora de una epopeya comenzada gloriosamente. A sus espaldas, sólo
quedaba una ciudad en ruinas y un campo de batalla que había devorado por igual
a todos los contendientes.
Defoe también alejó a su personaje más allá de los
océanos para plasmar la imagen global de la civilización europea,
particularmente de Inglaterra. Pero hijo de una época de conquista y
expansión, Defoe pudo darle a su náufrago una isla concreta donde trabajar sobre
la realidad exterior. Cuando Joyce comienza su "Ulises", en el mundo
ya no quedaban islas solitarias. Sólo era posible naufragar en el recuerdo y
trabajar sobre una realidad interior.
El detallismo obsesivo de Joyce fue a menudo considerado un
naturalismo exacerbado. Hicieron falta muchos años de relecturas para descubrir
que en su "Ulises", el objeto más humilde, el incidente más grosero
es un microcosmos que puede contener la clave de un universo mayor. Defoe
necesitó siglos para ser comprendido con plenitud. Nadie más que Joyce, en cuya
memoria se sintetizó una cultura de la cual supo ser uno de sus mejores
exponentes, pudo reparar la injusticia. Como si no fuese suficiente, tanto el
ensayo en el que Joyce rescata a Defoe -"Critical
writings" (Escritos críticos)- como la propia novela, se
editaron en la Argentina traducidos por Julio Cortázar (1914-1984), nada
menos.