La derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial (1914-18) significó para el país el comienzo del desorden en todos los niveles. Abolida la monarquía de los Hohenzollern, quedó instaurada la República en 1919. Los socialdemócratas en el gobierno, debieron sortear durante años y con éxito relativo, los conatos de la izquierda comunista y de la extrema derecha. Una, dispuesta a sovietizar el Estado; la otra, obsesionada en la búsqueda de un "poder fuerte" que recuperara a Alemania de las consecuencias humillantes del Tratado de Versalles.
Tres nucleamientos de esta última tendencia pugnaban por llevar a la vanguardia a una clase media arruinada y a la pequeña burguesía, ambas temerosas de nuevas efervescencias bolcheviques (como la de los “espartaquistas”, ahogada en sangre en 1919 con el auxilio de un ejército resentido). De esos grupos, el Partido Nacionalsocialista acaudillado por Hitler fue el que levantó el programa reivindicativo más acorde con las aspiraciones de tan irredentista clientela. Ya en 1920, el Führer proponía, entre cláusulas socializantes, la unión de todos los germanos y el desconocimiento de los tratados de paz, lo que preanunciaba el rearme y la anexión de Austria, los Sudetes, Memel y Dantzig; también el Blitzkrieg (guerra relámpago) contra Europa y la Rusia Soviética. Pero, además, insinuaba la persecución y el terror organizado contra judíos, gitanos, socialistas y demás opositores.
El telón de fondo que, paulatinamente, fue dando sentido a esta doctrina resultaba alarmante: en 1921, los aliados fijaron en 132 mil millones de marcos-oro el monto de las reparaciones que debía pagar Alemania, precipitándola en una pavorosa inflación. El ahorro pequeño y mediano se evaporó y creció la desocupación. La pauperización de amplias capas populares hacía estragos.
El 8 de noviembre de 1923, cuando el dólar se cotizaba, a 130 mil millones de marcos (de 400 que valía por unidad en 1918), Hitler disparó un tiro en una cervecería de Munich, declaró caduca la República y exhortó a quienes lo escuchaban a marchar sobre Berlín. Un día después, el intento golpista fracasaba. Hitler fue a parar a la cárcel y en once meses de prisión rumió y comenzó a redactar "Mein Kampf" ("Mi lucha"), un libro pretendidamente científico en el que buscaba justificar el desempeño que a sí mismo y a la raza germana le cabía en el futuro.
En adelante, su táctica lo llevó a ocupar legalmente el poder. Haciendo camino hábilmente, se habría de granjear la confianza de terratenientes, industriales, comerciantes y altos jefes castrenses, con quienes se explayó largamente sobre sus convicciones politicas. Unos y otros se convertirían en innegables cómplices al respaldar esa cosmovisión en lo que ésta tenía de satisfacción para sus expectativas y aportaron la cuota respectiva necesaria para su concreción. Mientras tanto, de 30 mil "camisas pardas" que eran en 1923, los cuadros nazis se decuplicaban 10 años más tarde. Por entonces, conocidos como S.A. (Sturmabteilungen: secciones de asalto) formaban con los S.S. (Schutrasffein: escuadras de defensa) el aparato disuasivo del líder providencial.
El 10 de octubre de 1931 Hindenburg recibió a Hitler por primera vez. El futuro Führer intentó impresionarlo, pero no lo logró. El canciller Hindenburg pretendía extender el mandato del presidente, decisión que debía tomar el Parlamento. Bruning llamó a Hitler ya que quería que el partido nazi aceptara la prolongación del mandato de Hindenburg. Le lanzó un anzuelo: ofrecía sugerir el nombre de Hitler como sucesor en el puesto de canciller. Pero el líder nazi quería el fin de la República y eso significaba darle más vida. Ofreció apoyar a Hindenburg en las elecciones si se deshacían de Bruning, nombraban un gobierno nacional y convocaban a nuevas elecciones para el Parlamento y la dieta prusiana. Hitler pensaba en la posiblidad de presentarse a las elecciones. Goebbels lo incitaba a hacerlo y el líder siguió su consejo. La campaña fue áspera y confusa.
Hindenburg, que era protestante, prusiano, conservador y monárquico, tuvo apoyo de socialistas, sindicatos y católicos. Hitler, que era católico, austríaco, antiguo vagabundo, nacionalsocialista, jefe de la clase media más baja, contaba con sus propios seguidores y con algunos de clase alta y monárquicos. Resolvió el tema de la ciudadanía al nacionalizarse alemán y emprendió su campaña con energía, recorriendo el país, haciendo ardorosos mítines, hablandole a la ciudadanía y fustigándola hasta llevarla a un estado de frenesí.
Los nazis hicieron una campaña de propaganda como nunca se había visto en Alemania. Pegaron carteles en paredes, distribuyeron ocho millones de folletos y doce millones de periódicos. Llevaron a cabo tres mil mítines en un día. Además, hicieron uso de películas y discos con ayuda de altavoces en camiones. Hindenburg, mientras tanto, conservó la red de radiodifusión a favor de su propio bando.
En las elecciones, el canciller obtuvo el 49,6% y Hitler el 30,1%. Ninguno consiguió mayoría absoluta. Era necesaria una nueva elección. Hitler había logrado aumentar la votación de los nazis en un 86% pero el Presidente lo había rebasado. Emprendió una nueva campaña con más ánimo. Realizó cuatro, cinco mítines en un día, volaba en avión de un punto a otro. Se dedicó a predecir un futuro feliz a todos los alemanes si votaban por él: trabajo para todos los obreros, precios mejores para cultivadores, más negocios, un gran ejército, llegó a prometer que todas las muchachas encontrarían marido. El 10 de abril de 1932 se realizó la segunda elección: Hindenburg sacó un 53% y Hitler un 36,8%. Más de la mitad de los alemanes había expresado su confianza en la República Democrática.
Hitler había duplicado los votos nazis en apenas dos años. El consejo de ministros había decidido suprimir el ejército del partido, la SA, ante el rumor de que si ganaba se apoderaría de Alemania. El golpe aturdió a los nazis. Hitler obedeció, no era momento de rebelión armada. El 8 de mayo se volvió atrás con esta decisión de la SA y Hindenburg llamó a Hitler a apoyar al gobierno. El 1 de junio de 1932 fue nombrado canciller Franz Von Papen. El hombre no era tomado en serio por sus amigos ni enemigos. Se le consideraba superficial, desatinado, intrigante, astuto, vano y ambicioso. No tenía respaldo político. El 4 de junio disolvió el Parlamento y llamó a elecciones para el 31 de julio. El 15 de junio levantó el bando de suspensión de las SA. Le siguió una ola de asesinatos y violencia política como no se había conocido en Alemania. Fuerzas de asalto buscaban peleas y sangre. Sólo en Prusia durante veinte días, hubo 461 batallas campales en las calles con 82 muertos y 400 heridos. Papen prohibió las concentraciones políticas antes de las elecciones. El 20 de julio destituyó al gobierno prusiano y se nombró a sí mismo comisario del Reich en Prusia. Además, proclamó estado de guerra en Berlín. Hitler decidió derrocar a Papen. Los nazis se arrojaron nuevamente a la campaña. Ganaban terreno. En las elecciones del 31 de julio, los nazis consiguieron trece millones 700 mil votos y 230 escaños en el Reichstag. Era el partido más numeroso del Parlamento, pero les faltaba mayoría en la cámara.
Hitler aún no conseguía la mayoría para llegar él mismo al poder. El 4 de agosto fue a Berlín. Pidió ser canciller y para su partido varios puestos de ministros. No era tan fácil. Para presionar, el 10 de agosto las SA tendían un cerco a Berlín. Le dijeron que lo máximo que podía aspirar era a la vicecancillería. Hitler se mostró ultrajado. Sería canciller o nada. Se reunió con Hindenburg, ya de 85 años y repitió su petición. El Presidente replicó que con la tensa situación no podía arriesgarse a transferir el poder a un partido nuevo que no tenía la mayoría y que era turbulento e indisciplinado. Habló de actos de violencia y de ataques a judíos. Hindenburg consideraba que era un partido fuera de control. Le pidió colaboración a otros partidos y que Hitler desechara la idea del poder completo. El viejo presidente le dio un sermón al caudillo nazi. Cuando los alemanes se enteraron de la petición de poderes absolutos, la causa nazi sufrió un revés. El 30 de agosto los centristas se unieron a los nazis y eligieron a Goering presidente del Reichstag.
El canciller Von Papen había conseguido un decreto para disolver la cámara. Pero Hitler ordenó votar la enmienda comunista para derrotar a Von Papen antes de que éste disolviera el Reichstag. Estaba fuera de sí de alegría. El 6 de noviembre hubo nuevas elecciones. El pueblo ya estaba cansado de propaganda y discursos, los nazis no tenían dinero para una gran campaña. Los círculos adinerados se asustaron por la participación del partido en una huelga de obreros del transporte en Berlín.
En la votación, los nazis perdieron 2 millones de votos y 34 escaños del Reichstag. Sólo tenían 196 diputados. Seguían siendo el mayor partido de la nación pero habían retrocedido. Hitler estaba más débil. El 17 de noviembre Papen y los ministros dimitieron. Hindenburg, entonces, llamó a Hitler el 19 de noviembre. El Presidente le ofreció la cancillería si podía asegurar una mayoría manejable en el Reichstag para llevar a cabo un programa definido o bien, le entregaba la vicecancillería a las órdenes de Von Papen. No hubo acuerdo. Hitler no podía asegurar lo que pedía el anciano.
El ejército se puso contra Von Papen y Hindenburg apoyó a la institución armada. El canciller había sido depuesto y el Presidente pensó que libraba a Alemania de una guerra civil. El 2 de diciembre Kurt Von Schleicher fue nombrado canciller. El general llegaba a este alto puesto en la cumbre de la depresión. Estuvo 57 días en el puesto, en una época de odios e intrigas. Trató de que Hitler se uniera a su gobierno. Como no lo logró, trató de dividir al partido. Los nazis estaban en problemas económicos, no tenían fondos para pagar la nómina de miles de funcionarios, para los 2 millones de marcos que costaban las SA a la semana y debían las impresiones de los diarios. En las elecciones en Turingia los nazis perdieron un 40 % de los votos. Sabían que nunca lograrían el poder mediante la votación. Strasser discrepaba con Hitler en la forma de buscar el poder total. Le envió una carta renunciando; su principal seguidor desertaba.
Hitler se sintió traicionado. Pero se esforzó por cerrar en un círculo la lealtad al resto. El nuevo canciller estaba a punto de caer. No contaba con la mayoría del Reichstag. El 28 de enero presentó la dimisión a Hindenburg, quien le pidió a Von Papen que indagara la posibilidad de un gobierno encabezado por Hitler en términos constitucionales. Mientras los nazis celebraban, corrió el rumor de que se estaba preparando una dictadura militar. Goering le fue a avisar a Hindenburg y a Von Papen, mientras Hitler ponía en estado de alarma a la SA en Berlín.
Se nombró Ministro de Defensa a Blomberg el 30 de enero de 1933. El gabinete de Hitler se había constituido y fue nombrado canciller. Los nazis eran minoría. Tenían 3 de 11 puestos del gabinete. Los ministerios importantes, los tenían los conservadores que creían estar usando a los nazis para sus fines. Nadie comprendió en ese momento las fuerzas que se estaban ayudando a encumbrar a las alturas. Los alemanes se impusieron la tiranía nazi a sí mismos.
El error consistió en no oponerse unidos a Hitler. Al mediodía del 30 de enero de 1933, el Presidente nombró canciller a Hitler. Su poder, aunque grande, no era completo. Su tarea inmediata: eliminar a quienes le quitaban parte del poder. Con ese elemento llevaría a cabo su revolución nazi. A las 5 horas armó el primer consejo de ministros. Ayudado por Goering empezó a obligar a sus colegas conservadores para que le siguieran la corriente. Mandó a Goering a hablar con los centristas, que tenían 70 escaños en el Reichstag. Como ponían condiciones, Goering propuso disolver el Reichstag y llamar a elecciones. Hitler dio su aprobación. Fue a hablar con ellos y luego dijo que los del centro hacían peticiones imposibles de aceptar y que no había posibilidad de acuerdo. Pidió al Presidente que disolviera el Reichstag y llamara a elecciones, él aseguró que no haría cambios en el gabinete. El 5 de marzo hubo nuevas elecciones. Los nazis usaron vastos recursos del gobierno para acumular votos. Tenían la radio y la prensa a su disposición, por lo que pusieron en escena una obra maestra de propaganda.
Invitaron a magnates a ayudarlos económicamente. Hitler suprimió las reuniones y la prensa comunista. Goering fue nombrado ministro del Interior de Prusia. Expulsó a los oficiales republicanos y los reemplazó por nazis, sobre todo oficiales de la SA y la SS. Ordenó a la policía evitar hostilidades entre estas dos fuerzas. Invitó a eliminar a todos los que se opusieran a Hitler. El poder policíaco de Prusia (dos tercios de Alemania) fue recayendo en manos nazis. El 27 de febrero de 1933 se incendió el edificio del Reichstag. Hitler acusó a los comunistas de realizar un crimen contra el nuevo gobierno. Goering gritó que con esto comenzaba la revolución comunista. Aunque no hay certeza, al parecer fueron los nazis los que organizaron el incendio. Llevaron tropas de asalto al túnel subterráneo, rociaron con gasolina y elementos químicos inflamables y regresaron. Luego, un pirómano comunista, elegido por los nazis, prendió fuego. En el juicio fue declarado culpable y decapitado. Pero, de todas formas, recayeron sospechas sobre nazis y sobre Goering. El 28 de febrero, Hitler consiguió del Presidente un decreto para la protección del pueblo y del Estado. Quedaban en suspenso las siete garantías de libertades individuales y civiles de la Constitución. Según Hitler, eran medidas defensivas contra actos comunistas de violencia. Se autorizaba, además, al gobierno del Reich para ejercer un completo poder sobre los Estados Federales, cuando fuera necesario, e imponer pena de muerte a crímenes como alteraciones graves de la paz.
Hitler hizo callar a sus adversarios y posibilitó su arresto cuando fuera necesario. Creó así una amenaza oficial a los comunistas provocando miedo a la clase media y campesina. Si no votaban por él en las elecciones, los bolcheviques se apoderarían del poder. Unos cuatro mil funcionarios comunistas fueron arrestados. Era la primera experiencia del terror nazi para los alemanes. Sus partidarios rugieron por las calles de toda Alemania. Los camisas pardas acorralaron a víctimas, las llevaron a barracones de las SA, las torturaron y las golpearon. La prensa comunista y las reuniones políticas fueron suprimidas; diarios socialdemócratas y liberales fueron suspendidos y las reuniones de otros partidos, prohibidas o disueltas. Sólo los nazis podían llevar a cabo campañas sin ser molestados.
Llevaron a cabo una gran propaganda. La radio estatal difundió sus voces, se pusieron banderas en las calles, hicieron grandes concentraciones, anunciaban el paraíso. En las elecciones del 5 de marzo, los nazis lograron 17 millones de votos. Pero, con todo, la mayoría seguía rechazando a Hitler, ya que esa votación sólo representaba un 44%.
Hitler no tenía los dos tercios en el Reichstag, necesarios para hacer su revolución, establecer dictadura con consentimiento del Parlamento. Su plan fue pedir al Reichstag la aprobación de una ley de plenos poderes, confiriéndole al gabinete de Hitler facultades exclusivas legislativas por 4 años. Se necesitaban, nuevamente, dos tercios para lograrlo. Sin embargo, arrestando a unos cuantos comunistas podía asegurar esa proporción. Hitler logró el poder de legislar quitándole atribuciones al Reichstag. Prometió hacer buen uso de esas nuevas facultades.
Así fue enterrada la democracia parlamentaria en Alemania. Todo se hizo con entera legalidad, el Parlamento había cedido su autoridad constitucional a Hitler, cometiendo un verdadero suicidio.
Esta ley de plenos poderes constituyó la base legal para la dictadura del Führer. Desde el 23 de marzo de 1933, Hitler fue el dictador del Reich, como producto de una desenfrenada carrera.
Ya en 1930, el partido de Hitler se ubicaba segundo en el Parlamento, donde la coalición de centro derecha en el gobierno veía imposibilitado su accionar a causa del fraccionamiento interno que le quitaba mayoría. La coyuntura era excelente para los planes de Hitler. La promesa de revanchas y conquistas lanzada por los nazis ganaba simpatizantes y neutralizaba a los indecisos, y una oportuna alianza de derechas lo llevó a la Cancillería el 30 de enero de 1933 con el título de Reichskanzler (Canciller Imperial) primero y Führer (Caudillo) algo más tarde. Las sempiternas divisiones de los partidos de izquierda también contribuyeron a ese triunfo. Mientras tanto, afuera del Reichstag (Parlamento), sobre la Wilhelmstrasse, una multitud jubilosa aclamaba al nuevo líder.
Quedaba abierta otra larga década, cuyo primer tramo consistió en la liquidación de los problemas internos mediante una represión despiadada: era el requisito para asaltar a Europa y el mundo en busca de una hegemonía que solo duraría 6 horrorosos años.
Hindenburg, que era protestante, prusiano, conservador y monárquico, tuvo apoyo de socialistas, sindicatos y católicos. Hitler, que era católico, austríaco, antiguo vagabundo, nacionalsocialista, jefe de la clase media más baja, contaba con sus propios seguidores y con algunos de clase alta y monárquicos. Resolvió el tema de la ciudadanía al nacionalizarse alemán y emprendió su campaña con energía, recorriendo el país, haciendo ardorosos mítines, hablandole a la ciudadanía y fustigándola hasta llevarla a un estado de frenesí.
Los nazis hicieron una campaña de propaganda como nunca se había visto en Alemania. Pegaron carteles en paredes, distribuyeron ocho millones de folletos y doce millones de periódicos. Llevaron a cabo tres mil mítines en un día. Además, hicieron uso de películas y discos con ayuda de altavoces en camiones. Hindenburg, mientras tanto, conservó la red de radiodifusión a favor de su propio bando.
En las elecciones, el canciller obtuvo el 49,6% y Hitler el 30,1%. Ninguno consiguió mayoría absoluta. Era necesaria una nueva elección. Hitler había logrado aumentar la votación de los nazis en un 86% pero el Presidente lo había rebasado. Emprendió una nueva campaña con más ánimo. Realizó cuatro, cinco mítines en un día, volaba en avión de un punto a otro. Se dedicó a predecir un futuro feliz a todos los alemanes si votaban por él: trabajo para todos los obreros, precios mejores para cultivadores, más negocios, un gran ejército, llegó a prometer que todas las muchachas encontrarían marido. El 10 de abril de 1932 se realizó la segunda elección: Hindenburg sacó un 53% y Hitler un 36,8%. Más de la mitad de los alemanes había expresado su confianza en la República Democrática.
Hitler había duplicado los votos nazis en apenas dos años. El consejo de ministros había decidido suprimir el ejército del partido, la SA, ante el rumor de que si ganaba se apoderaría de Alemania. El golpe aturdió a los nazis. Hitler obedeció, no era momento de rebelión armada. El 8 de mayo se volvió atrás con esta decisión de la SA y Hindenburg llamó a Hitler a apoyar al gobierno. El 1 de junio de 1932 fue nombrado canciller Franz Von Papen. El hombre no era tomado en serio por sus amigos ni enemigos. Se le consideraba superficial, desatinado, intrigante, astuto, vano y ambicioso. No tenía respaldo político. El 4 de junio disolvió el Parlamento y llamó a elecciones para el 31 de julio. El 15 de junio levantó el bando de suspensión de las SA. Le siguió una ola de asesinatos y violencia política como no se había conocido en Alemania. Fuerzas de asalto buscaban peleas y sangre. Sólo en Prusia durante veinte días, hubo 461 batallas campales en las calles con 82 muertos y 400 heridos. Papen prohibió las concentraciones políticas antes de las elecciones. El 20 de julio destituyó al gobierno prusiano y se nombró a sí mismo comisario del Reich en Prusia. Además, proclamó estado de guerra en Berlín. Hitler decidió derrocar a Papen. Los nazis se arrojaron nuevamente a la campaña. Ganaban terreno. En las elecciones del 31 de julio, los nazis consiguieron trece millones 700 mil votos y 230 escaños en el Reichstag. Era el partido más numeroso del Parlamento, pero les faltaba mayoría en la cámara.
Hitler aún no conseguía la mayoría para llegar él mismo al poder. El 4 de agosto fue a Berlín. Pidió ser canciller y para su partido varios puestos de ministros. No era tan fácil. Para presionar, el 10 de agosto las SA tendían un cerco a Berlín. Le dijeron que lo máximo que podía aspirar era a la vicecancillería. Hitler se mostró ultrajado. Sería canciller o nada. Se reunió con Hindenburg, ya de 85 años y repitió su petición. El Presidente replicó que con la tensa situación no podía arriesgarse a transferir el poder a un partido nuevo que no tenía la mayoría y que era turbulento e indisciplinado. Habló de actos de violencia y de ataques a judíos. Hindenburg consideraba que era un partido fuera de control. Le pidió colaboración a otros partidos y que Hitler desechara la idea del poder completo. El viejo presidente le dio un sermón al caudillo nazi. Cuando los alemanes se enteraron de la petición de poderes absolutos, la causa nazi sufrió un revés. El 30 de agosto los centristas se unieron a los nazis y eligieron a Goering presidente del Reichstag.
El canciller Von Papen había conseguido un decreto para disolver la cámara. Pero Hitler ordenó votar la enmienda comunista para derrotar a Von Papen antes de que éste disolviera el Reichstag. Estaba fuera de sí de alegría. El 6 de noviembre hubo nuevas elecciones. El pueblo ya estaba cansado de propaganda y discursos, los nazis no tenían dinero para una gran campaña. Los círculos adinerados se asustaron por la participación del partido en una huelga de obreros del transporte en Berlín.
En la votación, los nazis perdieron 2 millones de votos y 34 escaños del Reichstag. Sólo tenían 196 diputados. Seguían siendo el mayor partido de la nación pero habían retrocedido. Hitler estaba más débil. El 17 de noviembre Papen y los ministros dimitieron. Hindenburg, entonces, llamó a Hitler el 19 de noviembre. El Presidente le ofreció la cancillería si podía asegurar una mayoría manejable en el Reichstag para llevar a cabo un programa definido o bien, le entregaba la vicecancillería a las órdenes de Von Papen. No hubo acuerdo. Hitler no podía asegurar lo que pedía el anciano.
El ejército se puso contra Von Papen y Hindenburg apoyó a la institución armada. El canciller había sido depuesto y el Presidente pensó que libraba a Alemania de una guerra civil. El 2 de diciembre Kurt Von Schleicher fue nombrado canciller. El general llegaba a este alto puesto en la cumbre de la depresión. Estuvo 57 días en el puesto, en una época de odios e intrigas. Trató de que Hitler se uniera a su gobierno. Como no lo logró, trató de dividir al partido. Los nazis estaban en problemas económicos, no tenían fondos para pagar la nómina de miles de funcionarios, para los 2 millones de marcos que costaban las SA a la semana y debían las impresiones de los diarios. En las elecciones en Turingia los nazis perdieron un 40 % de los votos. Sabían que nunca lograrían el poder mediante la votación. Strasser discrepaba con Hitler en la forma de buscar el poder total. Le envió una carta renunciando; su principal seguidor desertaba.
Hitler se sintió traicionado. Pero se esforzó por cerrar en un círculo la lealtad al resto. El nuevo canciller estaba a punto de caer. No contaba con la mayoría del Reichstag. El 28 de enero presentó la dimisión a Hindenburg, quien le pidió a Von Papen que indagara la posibilidad de un gobierno encabezado por Hitler en términos constitucionales. Mientras los nazis celebraban, corrió el rumor de que se estaba preparando una dictadura militar. Goering le fue a avisar a Hindenburg y a Von Papen, mientras Hitler ponía en estado de alarma a la SA en Berlín.
Se nombró Ministro de Defensa a Blomberg el 30 de enero de 1933. El gabinete de Hitler se había constituido y fue nombrado canciller. Los nazis eran minoría. Tenían 3 de 11 puestos del gabinete. Los ministerios importantes, los tenían los conservadores que creían estar usando a los nazis para sus fines. Nadie comprendió en ese momento las fuerzas que se estaban ayudando a encumbrar a las alturas. Los alemanes se impusieron la tiranía nazi a sí mismos.
El error consistió en no oponerse unidos a Hitler. Al mediodía del 30 de enero de 1933, el Presidente nombró canciller a Hitler. Su poder, aunque grande, no era completo. Su tarea inmediata: eliminar a quienes le quitaban parte del poder. Con ese elemento llevaría a cabo su revolución nazi. A las 5 horas armó el primer consejo de ministros. Ayudado por Goering empezó a obligar a sus colegas conservadores para que le siguieran la corriente. Mandó a Goering a hablar con los centristas, que tenían 70 escaños en el Reichstag. Como ponían condiciones, Goering propuso disolver el Reichstag y llamar a elecciones. Hitler dio su aprobación. Fue a hablar con ellos y luego dijo que los del centro hacían peticiones imposibles de aceptar y que no había posibilidad de acuerdo. Pidió al Presidente que disolviera el Reichstag y llamara a elecciones, él aseguró que no haría cambios en el gabinete. El 5 de marzo hubo nuevas elecciones. Los nazis usaron vastos recursos del gobierno para acumular votos. Tenían la radio y la prensa a su disposición, por lo que pusieron en escena una obra maestra de propaganda.
Invitaron a magnates a ayudarlos económicamente. Hitler suprimió las reuniones y la prensa comunista. Goering fue nombrado ministro del Interior de Prusia. Expulsó a los oficiales republicanos y los reemplazó por nazis, sobre todo oficiales de la SA y la SS. Ordenó a la policía evitar hostilidades entre estas dos fuerzas. Invitó a eliminar a todos los que se opusieran a Hitler. El poder policíaco de Prusia (dos tercios de Alemania) fue recayendo en manos nazis. El 27 de febrero de 1933 se incendió el edificio del Reichstag. Hitler acusó a los comunistas de realizar un crimen contra el nuevo gobierno. Goering gritó que con esto comenzaba la revolución comunista. Aunque no hay certeza, al parecer fueron los nazis los que organizaron el incendio. Llevaron tropas de asalto al túnel subterráneo, rociaron con gasolina y elementos químicos inflamables y regresaron. Luego, un pirómano comunista, elegido por los nazis, prendió fuego. En el juicio fue declarado culpable y decapitado. Pero, de todas formas, recayeron sospechas sobre nazis y sobre Goering. El 28 de febrero, Hitler consiguió del Presidente un decreto para la protección del pueblo y del Estado. Quedaban en suspenso las siete garantías de libertades individuales y civiles de la Constitución. Según Hitler, eran medidas defensivas contra actos comunistas de violencia. Se autorizaba, además, al gobierno del Reich para ejercer un completo poder sobre los Estados Federales, cuando fuera necesario, e imponer pena de muerte a crímenes como alteraciones graves de la paz.
Hitler hizo callar a sus adversarios y posibilitó su arresto cuando fuera necesario. Creó así una amenaza oficial a los comunistas provocando miedo a la clase media y campesina. Si no votaban por él en las elecciones, los bolcheviques se apoderarían del poder. Unos cuatro mil funcionarios comunistas fueron arrestados. Era la primera experiencia del terror nazi para los alemanes. Sus partidarios rugieron por las calles de toda Alemania. Los camisas pardas acorralaron a víctimas, las llevaron a barracones de las SA, las torturaron y las golpearon. La prensa comunista y las reuniones políticas fueron suprimidas; diarios socialdemócratas y liberales fueron suspendidos y las reuniones de otros partidos, prohibidas o disueltas. Sólo los nazis podían llevar a cabo campañas sin ser molestados.
Llevaron a cabo una gran propaganda. La radio estatal difundió sus voces, se pusieron banderas en las calles, hicieron grandes concentraciones, anunciaban el paraíso. En las elecciones del 5 de marzo, los nazis lograron 17 millones de votos. Pero, con todo, la mayoría seguía rechazando a Hitler, ya que esa votación sólo representaba un 44%.
Hitler no tenía los dos tercios en el Reichstag, necesarios para hacer su revolución, establecer dictadura con consentimiento del Parlamento. Su plan fue pedir al Reichstag la aprobación de una ley de plenos poderes, confiriéndole al gabinete de Hitler facultades exclusivas legislativas por 4 años. Se necesitaban, nuevamente, dos tercios para lograrlo. Sin embargo, arrestando a unos cuantos comunistas podía asegurar esa proporción. Hitler logró el poder de legislar quitándole atribuciones al Reichstag. Prometió hacer buen uso de esas nuevas facultades.
Así fue enterrada la democracia parlamentaria en Alemania. Todo se hizo con entera legalidad, el Parlamento había cedido su autoridad constitucional a Hitler, cometiendo un verdadero suicidio.
Esta ley de plenos poderes constituyó la base legal para la dictadura del Führer. Desde el 23 de marzo de 1933, Hitler fue el dictador del Reich, como producto de una desenfrenada carrera.
Ya en 1930, el partido de Hitler se ubicaba segundo en el Parlamento, donde la coalición de centro derecha en el gobierno veía imposibilitado su accionar a causa del fraccionamiento interno que le quitaba mayoría. La coyuntura era excelente para los planes de Hitler. La promesa de revanchas y conquistas lanzada por los nazis ganaba simpatizantes y neutralizaba a los indecisos, y una oportuna alianza de derechas lo llevó a la Cancillería el 30 de enero de 1933 con el título de Reichskanzler (Canciller Imperial) primero y Führer (Caudillo) algo más tarde. Las sempiternas divisiones de los partidos de izquierda también contribuyeron a ese triunfo. Mientras tanto, afuera del Reichstag (Parlamento), sobre la Wilhelmstrasse, una multitud jubilosa aclamaba al nuevo líder.
Quedaba abierta otra larga década, cuyo primer tramo consistió en la liquidación de los problemas internos mediante una represión despiadada: era el requisito para asaltar a Europa y el mundo en busca de una hegemonía que solo duraría 6 horrorosos años.