En 1857 se fundaron la Asociación Tipográfica Bonaerense y la Sociedad de Zapateros San Crispín, pero, estas organizaciones denotaban más un carácter mutual que estrictamente sindical, al igual que la Sociedad Española de Socorros Mutuos y Unione e Benevolenza, dos entidades que grupos de inmigrantes organizaron en 1858.
Es recién en 1877 cuando se constituyó la primera estructura sindical con carácter moderno: la Unión Tipográfica Bonaerense, que realizó, al año siguiente, una huelga por la reducción de salarios que afectaba a sus afiliados. El triunfo de este hecho de fuerza marcó la celebración del primer convenio colectivo que se conoce en la Argentina. La creación del Sindicato de Comercio (1881), la Sociedad Obrera de Albañiles y la Unión Obrera de Sastres (1882) y La Fraternidad (1887), agrupando a conductores y foguistas ferroviarios, señalaron, junto a otras estructuras sindicales, la voluntad organizativa de la clase trabajadora. Bien es cierto que los sindicatos eran débiles en sus primeros intentos; generalmente se constituían en torno de un conflicto frente a una necesidad y, una vez superados estos problemas desaparecían; la pérdida de una huelga podía también, determinar su retirada de la escena gremial. No podía, tampoco, pensarse en un sindicato nacional ni en una estructura centralizada. Una excepción a esto fue el caso de La Fraternidad (fundada por un puñado de maquinistas del entonces Ferrocarril de la Provincia de Buenos Aires -el mismo que después se llamó del Oeste, más tarde Sarmiento y actualmente TBA- en el salón de la Sociedad Italia Unita de la Capital Federal), que buscó aunar el aspecto gremial y mutual, dentro de un esquema organizativo que consolidara una sola entidad fuerte y permanente.
La estructura económica, política y social en que se dieron estas primeras organizaciones sindicales, estaba definida primordialmente por el fenómeno inmigratorio, que llevó a modificar
-entre 1895 y 1914- el desarrollo de la población argentina, la que sufrió cambios notables en su crecimiento, composición y distribución geográfica. La inmigración masiva constituyó uno de los ejes en que se asentó la economía agro-exportadora, fundada en la dependencia del capital europeo, principalmente el inglés. El país se desarrolló en función del puerto, mirando hacia el exterior, lo que se tradujo en graves desequilibrios internos: el desmedido crecimiento del litoral en detrimento del interior del país, la estructura latifundista del campo argentino -que dilapidaba sus excedentes en importaciones de lujo en lugar de canalizarlos en el desarrollo del sector industrial- y la postergación del desenvolvimiento del mercado interno.
En términos políticos, este modelo se tradujo en el estrecho control ejercido por una elite -la oligarquía- que basaba su poder en el monopolio de la tierra y en la ocupación del aparato del Estado (los estancieros crearon en 1866 la Sociedad Rural Argentina y los industriales el Club Industrial en 1875 y la Unión Industrial Argentina a partir de 1887). Ligado a esta elite, irrumpió el capital extranjero, bajo la forma de empréstitos públicos, hipotecas o inversiones directas, teniendo un peso decisivo en las decisiones de esta elite. El Estado oligárquico que se estructuró en la Argentina, a mediados del siglo XIX, fue consecuencia, precisamente, de este pacto esencial entre los sectores dominantes nativos y los intereses extranjeros.
En términos políticos, este modelo se tradujo en el estrecho control ejercido por una elite -la oligarquía- que basaba su poder en el monopolio de la tierra y en la ocupación del aparato del Estado (los estancieros crearon en 1866 la Sociedad Rural Argentina y los industriales el Club Industrial en 1875 y la Unión Industrial Argentina a partir de 1887). Ligado a esta elite, irrumpió el capital extranjero, bajo la forma de empréstitos públicos, hipotecas o inversiones directas, teniendo un peso decisivo en las decisiones de esta elite. El Estado oligárquico que se estructuró en la Argentina, a mediados del siglo XIX, fue consecuencia, precisamente, de este pacto esencial entre los sectores dominantes nativos y los intereses extranjeros.
En este contexto, la inmigración, que había llegado en principio para contribuir a la colonización de la tierra, se vio impedida de acceder a ella, debido a la estructura latifundista de la misma. Frustrada esta posibilidad, numerosos inmigrantes se dirigieron entonces hacia los centros urbanos, donde pasaron a engrosar el mercado de trabajo. Junto con la población nativa, constituyeron, por un lado, el proletariado urbano; por el otro, pasaron a integrar las capas medias en actividades como el comercio y la industria, creando talleres y establecimientos, por lo general pequeños, ya que no contaban con un gran capital.
Al acercarse a la última década del siglo, la Argentina recién se estaba reponiendo de las profundas heridas recibidas en las largas guerras civiles que precedieron a su organización nacional. Un millón de inmigrantes le habían inyectado nueva sangre y un poderoso impulso de progreso. Grandes empresas industriales y comerciales se instalaban en el país, mientras se extendían los ferrocarriles. Todo era progreso, esplendor y riqueza, menos en los hogares de los trabajadores, donde la miseria aumentaba. La sociedad estaba sufriendo su primera crisis moral y económica y se aproximaba a ese momento que los historiadores de hoy conocen como la crisis del 90. Un estirón repentino y doloroso. Sobrevino la desvalorización de la moneda y, como tantas otras veces lo experimentarían después, fueron los obreros quienes sufrieron el mayor coletazo del empobrecimiento, con jornadas de trabajo que estaban muy por encima del ideal de ocho horas y remunerados con salarios de hambre. Por eso no fue casual que las huelgas comenzaran a dominar el panorama nacional.
Al acercarse a la última década del siglo, la Argentina recién se estaba reponiendo de las profundas heridas recibidas en las largas guerras civiles que precedieron a su organización nacional. Un millón de inmigrantes le habían inyectado nueva sangre y un poderoso impulso de progreso. Grandes empresas industriales y comerciales se instalaban en el país, mientras se extendían los ferrocarriles. Todo era progreso, esplendor y riqueza, menos en los hogares de los trabajadores, donde la miseria aumentaba. La sociedad estaba sufriendo su primera crisis moral y económica y se aproximaba a ese momento que los historiadores de hoy conocen como la crisis del 90. Un estirón repentino y doloroso. Sobrevino la desvalorización de la moneda y, como tantas otras veces lo experimentarían después, fueron los obreros quienes sufrieron el mayor coletazo del empobrecimiento, con jornadas de trabajo que estaban muy por encima del ideal de ocho horas y remunerados con salarios de hambre. Por eso no fue casual que las huelgas comenzaran a dominar el panorama nacional.
La última década del siglo XIX es un período de transición y organización de las estructuras sindicales básicas. El movimiento obrero argentino aún estaba inmaduro para crear una verdadera central sindical capaz de coordinar la acción en el ámbito nacional. En 1901 un grupo de sindicatos socialistas y anarquistas crearon la Federación Obrera Argentina (FOA), pero la unidad entre ambas corrientes no perduró. En 1903 los socialistas formaron la Unión General de Trabajadores (UGT) y en 1904 los anarquistas constituyeron la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). A partir de ese momento el movimiento obrero argentino tuvo siempre centrales de máxima conducción y, a pesar de la división, la unidad sería una preocupación permanente en todos los congresos sindicales. Los hechos mismos ponían en evidencia la importancia de la unidad: de las 14 huelgas generales que declararon ambas centrales entre 1900 y 1914, sólo tuvieron éxito las cuatro que fueron declaradas conjuntamente en 1904, 1907, 1909 y 1910.
El resultado fue que Perón conquistó el poder político y durante el proceso, el movimiento obrero logró un nuevo status en la sociedad argentina. Con la promulgación de leyes que establecían las vacaciones pagas, la protección contra los despidos arbitrarios, la restricción de los monopolios, la creación de Tribunales de Trabajo en todo el país y el nombramiento de dirigentes
El resultado de todo el proceso vivido a partir de la llegada del peronismo al poder, fue la configuración y consolidación de una capa burocrática sindical, parte indisoluble del aparato estatal, que asumió el papel de polea de transmisión entre la clase obrera y el poder político y quedó disponible para cumplir la misma función, cualquiera sea la fracción de las clases dominantes que se entronice en el mismo. De allí su papel, como capa, en la instrumentación del proletariado en relación a los distintos proyectos que se sucedieron, hayan sido democráticos o militares, y que expresan cada vez con mayor nitidez la alianza entretejida entre las altas capas de la burguesía industrial-terrateniente y el capitalismo transnacional. Esto, sin duda alguna, es posible por la conciencia reformista desarrollada en la clase obrera durante el primer ciclo peronista.