26 de agosto de 2007

De la fraternidad a la burocracia

Los primeros antecedentes de organizaciones del trabajo se remontan al período colonial, pero los gremios eran, en ese entonces, corporaciones de oficios similares a las de la Edad Media, en donde, además de ser organizaciones de artesanos, tenían también un cierto carácter religioso, ya que la Iglesia jugaba un papel dominante en todas las manifestaciones de la vida social. Los plateros que trabajaban en la extracción de metales en las minas de Bolivia y Perú, constituyeron así un gremio de considerable gravitación, íntimamente relacionado con la economía de la Colonia. También los artesanos dedicados a la confección de zapatos, ligados a la industria del cuero -una de las principales actividades del Río de la Plata- formaron una asociación a fines del siglo XVIII.
En 1857 se fundaron la Asociación Tipográfica Bonaerense y la Sociedad de Zapateros San Crispín, pero, estas organizaciones denotaban más un carácter mutual que estrictamente sindical, al igual que la Sociedad Española de Socorros Mutuos y Unione e Benevolenza, dos entidades que grupos de inmigrantes organizaron en 1858.
Es recién en 1877 cuando se constituyó la primera estructura sindical con carácter moderno: la Unión Tipográfica Bonaerense, que realizó, al año siguiente, una huelga por la reducción de salarios que afectaba a sus afiliados. El triunfo de este hecho de fuerza marcó la celebración del primer convenio colectivo que se conoce en la Argentina. La creación del Sindicato de Comercio (1881), la Sociedad Obrera de Albañiles y la Unión Obrera de Sastres (1882) y La Fraternidad (1887), agrupando a conductores y foguistas ferroviarios, señalaron, junto a otras estructuras sindicales, la voluntad organizativa de la clase trabajadora. Bien es cierto que los sindicatos eran débiles en sus primeros intentos; generalmente se constituían en torno de un conflicto frente a una necesidad y, una vez superados estos problemas desaparecían; la pérdida de una huelga podía también, determinar su retirada de la escena gremial. No podía, tampoco, pensarse en un sindicato nacional ni en una estructura centralizada. Una excepción a esto fue el caso de La Fraternidad (fundada por un puñado de maquinis­tas del entonces Ferrocarril de la Provincia de Bue­nos Aires -el mismo que después se llamó del Oeste, más tarde Sarmiento y actualmente TBA- en el salón de la Sociedad Italia Unita de la Capital Federal), que buscó aunar el aspecto gremial y mutual, dentro de un esquema organizativo que consolidara una sola entidad fuerte y permanente.
La estructura económica, política y social en que se dieron estas primeras organizaciones sindicales, estaba definida primordialmente por el fenómeno inmigratorio, que llevó a modificar
-entre 1895 y 1914- el desarrollo de la población argentina, la que sufrió cambios notables en su crecimiento, composición y distribución geográfica. La inmigración masiva constituyó uno de los ejes en que se asentó la economía agro-exportadora, fundada en la dependencia del capital europeo, principalmente el inglés. El país se desarrolló en función del puerto, mirando hacia el exterior, lo que se tradujo en graves desequilibrios internos: el desmedido crecimiento del litoral en detrimento del interior del país, la estructura latifundista del campo argentino -que dilapidaba sus excedentes en importaciones de lujo en lugar de canalizarlos en el desarrollo del sector industrial- y la postergación del desenvolvimiento del mercado interno.
En términos políticos, este modelo se tradujo en el estrecho control ejercido por una elite -la oligarquía- que basaba su poder en el monopolio de la tierra y en la ocupación del aparato del Estado (los estancieros crearon en 1866 la Sociedad Rural Argentina y los industriales el Club Industrial en 1875 y la Unión Industrial Argentina a partir de 1887). Ligado a esta elite, irrumpió el capital extranjero, bajo la forma de empréstitos públicos, hipotecas o inversiones directas, teniendo un peso decisivo en las decisiones de esta elite. El Estado oligárquico que se estructuró en la Argentina, a mediados del siglo XIX, fue consecuencia, precisamente, de este pacto esencial entre los sectores dominantes nativos y los intereses extranjeros.
En este contexto, la inmigración, que había llegado en principio para contribuir a la colonización de la tierra, se vio impedida de acceder a ella, debido a la estructura latifundista de la misma. Frustrada esta posibilidad, numerosos inmigrantes se dirigieron entonces hacia los centros urbanos, donde pasaron a engrosar el mercado de trabajo. Junto con la población nativa, constituyeron, por un lado, el proletariado urbano; por el otro, pasaron a integrar las capas medias en actividades como el comercio y la industria, creando talleres y establecimientos, por lo general pequeños, ya que no contaban con un gran capital.
Al acer­carse a la última década del siglo, la Argentina recién se estaba reponiendo de las profundas heridas recibidas en las largas guerras civiles que precedie­ron a su organización nacional. Un millón de inmi­grantes le habían inyectado nueva sangre y un pode­roso impulso de progreso. Grandes empresas indus­triales y comerciales se instalaban en el país, mien­tras se extendían los ferrocarriles. Todo era progre­so, esplendor y riqueza, menos en los hogares de los trabajadores, donde la miseria aumentaba. La sociedad estaba sufriendo su primera crisis moral y económica y se aproximaba a ese momento que los historiadores de hoy conocen como la crisis del 90. Un estirón repentino y doloroso. Sobrevino la desvalorización de la moneda y, como tantas otras veces lo experimentarían después, fueron los obreros quienes sufrieron el mayor coletazo del empobreci­miento, con jornadas de trabajo que estaban muy por encima del ideal de ocho horas y remunerados con salarios de hambre. Por eso no fue casual que las huelgas comenzaran a dominar el panorama nacio­nal.
La última década del siglo XIX es un período de transición y organización de las estructuras sindicales básicas. El movimiento obrero argentino aún estaba inmaduro para crear una verdadera central sindical capaz de coordinar la acción en el ámbito nacional. En 1901 un grupo de sindicatos socialistas y anarquistas crearon la Federación Obrera Argentina (FOA), pero la unidad entre ambas corrientes no perduró. En 1903 los socialistas formaron la Unión General de Trabajadores (UGT) y en 1904 los anarquistas constituyeron la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). A partir de ese momento el movimiento obrero argentino tuvo siempre centrales de máxima conducción y, a pesar de la división, la unidad sería una preocupación permanente en todos los congresos sindicales. Los hechos mismos ponían en evidencia la importancia de la unidad: de las 14 huelgas generales que declararon ambas centrales entre 1900 y 1914, sólo tuvieron éxito las cuatro que fueron declaradas conjuntamente en 1904, 1907, 1909 y 1910.
Con la sanción de la ley del voto secreto, universal y obligatorio en 1912, se abre una nueva instancia: el socialismo obtuvo una gran representación en el Congreso, alcanzando a 20 diputados, algunos de ellos, por primera vez, dirigentes sindicales. De este modo, la legislación obrera recibió un impulso desconocido hasta entonces, sancionándose entre muchas otras leyes, la jornada laboral de ocho horas.
La Revolución Rusa de noviembre de 1917 acarreó profundas consecuencias para el movimiento obrero: nació el Partido Socialista Internacional -que luego cambió su nombre a Partido Comunista Argentino- y apareció el sindicalismo comunista, el que se hizo fuerte en el Sindicato de la Carne y en el de la Construcción, entre otros. La crisis económica de 1929 y el golpe militar del año siguiente, abrieron la puerta a un cambio completo del modelo económico del país, que tuvo enormes consecuencias para el movimiento obrero y el sistema de relaciones laborales. Básicamente, se preservó el latifundio y la producción agroganadera orientada a la exportación, pero al mismo tiempo se estableció un modelo de sustitución de importaciones industriales que generó un extenso sector industrial con amplia utilización de mano de obra asalariada.
Pocos días después del golpe militar, el 27 de septiembre de 1930, los trabajadores argentinos crearon la Confederación General del Trabajo (CGT), aunque hubo que esperar seis años para que la misma se organizase formalmente con su Congreso Constituyente, el que se desarrolló entre el 31 de marzo y el 2 de abril de1936. La iniciativa de crear la CGT partió de la FOPA (Federación Obrera Poligráfica Argentina), una organización sindical en la que coexistían socialistas, comunistas y sindicalistas.
La recuperación económica operada en la segunda mitad de la década del 30 (la década infame), dio lugar a luchas reivindicativas, donde aparecieron nuevos activistas junto con una tendencia generalizada a presionar por un mejor salario. Este sindicalismo -más pragmático, corporativo y reformista- fue dejando de lado los postulados iniciales de luchar para lograr la emancipación de los trabajadores de la explotación capitalista y adoptó una política de conciliación con el Estado en pos de negociar con los gobiernos la obtención de sus reivindicaciones más inmediatas. En los años 30, esta estrategia sindicalista se constituyó en la base para el asentamiento en la década siguiente de un fenómeno clave en la historia de la clase obrera argentina hasta nuestros días: el peronismo. Fueron esas prácticas de conciliación de clases y negociación con el Estado, las que utilizó Perón para consolidar la poderosa burocracia sindical que actuó cerrando el camino a la independencia política de la clase obrera argentina.
Perón fue el primer dirigente importante en comprender el significado político potencial de las aspiraciones frustradas de los trabajadores. Entre 1943 y 1946 utilizó con habilidad las ideas y los grupos del movimiento obrero como base para obtener el poder político. Por un lado, socavó la influencia de los partidos Comunista y Socialista, afirmando que eran ajenos a la tradición argentina, y por el otro apoyó a quienes querían que el movimiento obrero constituyera una fuerza política independiente. Así, estimuló el desarrollo de un nacionalismo criollo entre los trabajadores migrantes del interior, cuyo número crecía rápidamente.
El resultado fue que Perón conquistó el poder político y durante el proceso, el movimiento obrero logró un nuevo status en la sociedad argentina. Con la promulgación de leyes que establecían las vacaciones pagas, la protección contra los despidos arbitrarios, la restricción de los monopolios, la creación de Tribunales de Trabajo en todo el país y el nombramiento de dirigentes
gremiales para ocupar cargos importantes en el Gobierno, éstos quedaron encantados. Perón le dio al movimiento obrero un papel en el que apenas había soñado. Su política existió en la medida que ganó el apoyo de la mayoría de los trabajadores liberales, si bien algunos liberales se identificaban con el socialismo y se oponían al Gobierno.
Como en otros momentos de su historia, los cambios que se operaron en la clase obrera pusieron de relieve algunas fallas en la vanguardia clasista, cuyas tácticas fueron impotentes para combatir al peronismo en el gobierno y a la naciente burocracia sindical peronista. El enorme impacto represivo que causó el fascismo en todo el mundo, su expansión, el surgimiento del régimen nazi y la existencia en la Argentina de grupos que apoyaban esas tendencias, generó un clima político con un sesgo autoritario. Los cambios sociales y políticos producidos fueron de tal magnitud que generaron un movimiento de masas impresionante. La sindicalización obrera ascendió de 500.000 a 2.500.000 afiliados y los beneficios obtenidos por los trabajadores, en condiciones de pleno empleo, produjeron un corrimiento rápido de adhesión al peronismo. Esta actitud de la mayor parte del movimiento obrero, que se prolonga hasta nuestros días, relegó al olvido la riqueza de las primeras experiencias de las luchas sindicales y sus postulados revolucionarios de la primera mitad del siglo XX.
Con el peronismo, el trabajador comenzó a ser protegido por una legislación inexistente tiempo atrás, la redistribución del ingreso nacional se volcó hacia los mas desfavorecidos, los sueldos aumentaron, muchas reivindicaciones provenientes de los postulados socialistas y anarquistas comenzaron a cumplirse y millones de personas comenzaron a acceder a beneficios antes negados. El mejoramiento de las condiciones sociales pareció reconstruir al movimiento obrero y encauzarlo con un sentido de pertenencia e inclusión y la dignidad -tantas veces pretendida- tenía un recorte en los ideales más altos: aquellos nacidos en los movimientos revolucionarios.
El resultado de todo el proceso vivido a partir de la llegada del peronismo al poder, fue la configuración y consolidación de una capa buro­crática sindical, parte indiso­luble del aparato estatal, que asumió el papel de polea de transmisión entre la clase obrera y el poder político y quedó disponible para cumplir la misma función, cualquiera sea la fracción de las clases dominantes que se entronice en el mismo. De allí su papel, como capa, en la instrumentación del proleta­riado en relación a los distin­tos proyectos que se sucedieron, hayan sido democráticos o militares, y que expresan cada vez con mayor nitidez la alianza entretejida entre las altas capas de la bur­guesía industrial-terrateniente y el capitalismo transnacional. Esto, sin duda alguna, es posible por la conciencia reformista desarrollada en la clase obrera durante el primer ciclo peronista.