14 de agosto de 2007

Defoe & Joyce: una historia de rescates

En 1719, el escritor inglés Daniel Defoe (1660-1731), considerado el padre de la novela de aventuras, publicó el libro que lo haría famoso: "The life and strange surprizing adventures of Robinson Crusoe, of York, mariner" (La vida y las extrañas y sorprendentes aventuras del marinero Robinson Crusoe). Dicho libro se basa en un hecho real. En 1704, el barco "Cinque Ports" al mando del capitán Stradling, llevaba como contramaestre a un tal Alexander Selkirk (1676-1721).
La relación entre ambos era pésima y las discusiones empeoraban día tras día hasta que el capitán decidió abandonar al marinero en una isla en medio del océano Pacífico. Lo hizo en la que hoy se conoce, en honor al explorador español que la descubrió, como Isla de Juan Fernández cerca de las costas chilenas.
Cinco años más tarde otro barco, mandado por el capitán Woodes Rogers (1679-1732) en un periplo alrededor del mundo, rescató a Selkirk, quien para entonces había olvidado prácticamente su vocabulario y estaba acosado por la melancolía y el horror a la soledad. Vuelto a Inglaterra en 1711, contó su alucinante aventura a Defoe, quien tenía por entonces casi sesenta años y graves problemas por resolver: abundantes deudas y varias hijas casaderas. Acosado por la necesidad, echó mano a la historia del marinero para escribir su maravilloso libro.
Desde su primera edición hasta la segunda década del siglo XX, la novela fue considerada una obra secundaria. Por un lado, como mero adiestramiento en la lectura, esta novela era una de las carnadas que la literatura seria ponía en su anzuelo para atrapar a los jóvenes y elevarlos hacia los niveles superiores de la cultura. Por otro lado, para quienes no estaban predestinados a ser lectores cultos, la obra era tan sólo una fuente de entretenimiento y evasión. Pero, a partir de la Primera Guerra Mundial, la cultura occidental comienza a derrumbarse. Muchos autores consagrados pasan a segundo plano y otros tradicionalmente relegados a la trastienda, avanzan en sentido inverso. Defoe corre esta última suerte y con él su personaje más famoso, Robinson Crusoe, que comienza a ser visto como un personaje clave.
Desde el terreno de la economía política, ya lo había intuido Karl Marx (1818-1883) en "Das Kapital" (El Capital) y, desde la literatura, "Robinson Crusoe" fue rescatado por James Joyce (1882-1941). El náufrago que en la soledad de los océanos, con sólo una navaja y una pipa en el bolsillo, reconstruye desde la nada todas las formas de vida de las cuales lo separan miles de kilómetros, más que un destino personal, revela el destino de toda una sociedad: sobre la playa desierta se despliega una aventura que comienza con la conversión del salvaje Viernes en un educado sirviente y que culmina con la transformación de la isla en un próspero emporio comercial.
No es casual que fuera Joyce quien develara este se­creto. Por su propio aislamiento, como irlandés y católico herético, el autor de "Ulysses" (Ulises) es el prototipo del hombre desterrado y excomulgado, sin patria y sin fe. También el autor de "Robinson Crusoe", después de una agitada vida política, comercial y literaria, murió marginado del gran mundo y en completa soledad. 
Tanto Defoe como Joyce fueron náufragos de una misma aventura cultural que nació con los albores de la burguesía en el Renacimiento y culminó con el desgarramiento de la sociedad burguesa en la primera Gran Guerra. En el mismo escenario europeo, Defoe vivió esa aventura en su momento de expansión; Joyce, en sus horas de agonía.
Al frente de su obra cumbre, Joyce puso el nombre de otro náufrago reincidente: Ulises, héroe que necesitó deambular por la soledad de los mares para alcanzar una visión madura y totalizadora de una epopeya comenzada gloriosamente. A sus espaldas, sólo quedaba una ciudad en ruinas y un campo de batalla que había devorado por igual a todos los contendientes. 
Defoe también alejó a su personaje más allá de los océanos para plasmar la imagen global de la civilización europea, particularmente de In­glaterra. Pero hijo de una época de conquista y expansión, Defoe pudo darle a su náufrago una isla concreta donde trabajar sobre la realidad exterior. Cuando Joyce comienza su "Ulises", en el mundo ya no quedaban islas solitarias. Sólo era posible naufragar en el recuerdo y trabajar sobre una realidad interior.
El detallismo obsesivo de Joyce fue a menudo considerado un naturalismo exacerbado. Hicieron falta muchos años de relecturas para descubrir que en su "Ulises", el objeto más humilde, el incidente más grosero es un microcosmos que puede contener la clave de un universo mayor. Defoe necesitó siglos para ser comprendido con plenitud. Nadie más que Joyce, en cuya memoria se sintetizó una cultura de la cual supo ser uno de sus mejores exponentes, pudo reparar la injusticia. Como si no fuese suficiente, tanto el ensayo en el que Joyce rescata a Defoe -"Critical writings" (Escritos críticos)- como la propia novela, se editaron en la Argentina traducidos por Julio Cortázar (1914-1984), nada menos.