11 de agosto de 2007

Larga vida a Michelángelo Antonioni

Michelángelo Antonioni fue, en un lote junto a Federico Fellini y Luchino Visconti, el más grande director cinematográfico del postneorrealismo italiano, esa escuela que insi­nuaba un cine más intimista buceando en los sentimientos recónditos, las motivaciones internas y los conflic­tos psicológicos y que describía ferozmente la alienación de la época, suscitando a la vez admiración y confusión. Una época (la de mediados del siglo XX) que fue retratada en pasajes deliberadamente opacos, con personajes intencionalmente vagos y filmada de un modo para nada convencional, dándole una marca distintiva al cine del cual Anto­nioni era el máximo exponente.
El neorrealismo había sido un movi­miento nacido en Italia hacia fines de la Segunda Guerra Mundial como re­acción a la estética del período fas­cista y se contraponía tanto al gran­dilocuente cine épico que trataba de reflejar glorias de la Italia imperial en forma exagerada, como a las come­dias sentimentales que se conocían como “películas de teléfonos blan­cos”, adocenadas producciones sin contenido ni profundidad polémica. Surgido de la escasez de medios materiales, su motor había sido la necesidad de mostrar con verismo la realidad (a la sazón velada por la cen­sura) de la sociedad italiana castiga­da por la guerra. Centraba su aten­ción en el hombre considerado como ser social y examinaba sin retóricas sus relaciones con el contexto en el que estaba inserto. El acento lo po­nía en las clases populares y sus ca­rencias. Pero, en cuanto las penurias más apremiantes se fueron paliando gracias al “milagro económico” ope­rado por el Plan Marshall (el plan de ayuda económica instrumentado por los Estados Unidos), el neorrealismo perdió su base de sustentación. Los temas proletarios típicos fueron desplazados por el aná­lisis crítico de la burguesía industrial y, en general, la problemática tocada pasó a ser de índole psicológica. Sin renegar del neorrealismo, estaba amaneciendo otra escuela y, dentro de ella, la disección practicada por Antonioni de las nuevas preocupacio­nes enfatizadas sería impecable.
“Gente del Po”, de la década del 40 y en clave neorrealista, fue el primero de los siete cortometrajes que Antonioni rodó en total. De 1950 es “Crónica de un amor”, su primer largometraje, la historia de un adul­terio con implicaciones criminales ambientada en Milán. El tratamiento es todavía neorrealista, pero aplica­do a la clase desatendida por el neorrealismo: la alta burguesía. El problema principal que plantea es el logro de la felicidad cuando se posee todo lo que materialmente pueda ga­rantizarla y, no obstante, está más lejana que nunca. Es este el tema recurrente que aparecerá en casi toda su filmografía hasta avanzado los sesentas. En 1953 colabora con un episodio (uno de los siete cortos cita­dos) para “El amor en la ciudad”, un filme colectivo organizado por Zavattini, uno de los teóricos y artífices del neorrealismo, con lo cual Antonioni rompe lanzas para abocarse de lle­no, tanto en temas como en estilo, a ese nuevo movimiento que se conocería con el nombre genérico de post­neorrealismo. Y así, en “La dama sin camelias” del mismo año, enjuicia con severidad a la propia industria cinematográfica, la que por esos mo­mentos está creciendo vigorosamen­te sin plantearse reparos éticos. Sólo en “El grito” (1957), Antonioni de nuevo vuelve su mirada a la añejada temática del neorrealismo, al ocuparse de la alienación sen­timental de un obrero que lo lleva a perder su concien­cia de clase y, finalmente, a suicidarse. Pero en sus restantes películas, los rastreos apuntan a personajes perte­necientes a la próspera burguesía ita­liana, poniendo de relieve las graves carencias morales de esta clase, lo que ocurre en “Las amigas” (1955), “La aventura” (1959), “La noche” (1960), “El eclipse” (1962) y “El desierto rojo”(1964), filme éste en donde incorpora magistralmente el color para poner de relieve las dificultades que padece el hombre para adaptarse al mundo creado por la ci­vilización industrial. Empleando la téc­nica de los "tiempos muertos" (minu­tos de cinta en los que la trama no progresa) y recurriendo con sobrie­dad a los primeros planos y a la utili­zación de elementos naturales para representar el drama interno de los personajes, Antonioni, con una visión despojada de sensiblería, encamina a sus criaturas hacia callejones sin salida y la consecuencia para éstas es la soledad, el aislamiento y la inco­municación. Este cine de Antonioni es un cine de fondos grises, de escena­rios desnudos, de movimientos len­tos, un cine de estados de ánimo en donde los sentimientos de los perso­najes (o la ausencia de ellos) son lle­vados en forma resuelta hasta extre­mos de sutileza.
Después -en 1966- filma "Blow up", seguramente una de las mejores pe­lículas de todos los tiempos, basada en una libre interpretación de "Las babas del diablo" de nuestro absur­damente relegado Julio Cortázar. Ambientada en la Londres pop de la década del 60 (en la pantalla apare­cen Jeff Beck y Jimmy Page tocando para los Yardbirds), es el retrato perplejo de una juventud desconforme, sin prejuicios, más amoral que inmo­ral, a través de la inopinada aventura de un fotógrafo inglés de modas que descubre de casualidad un asesinato, y quien, inmerso en un mundo indivi­dualista e indiferente, es ignorado por sus conocidos cuando quiere contar­les su descubrimiento. Con una foto­grafía de cautivadora belleza, "Blow up" causó una fuerte impresión y tuvo innumerables pero pálidas réplicas. "Zabriskie Point" (1970), rodada en Estados Unidos, es una acerba críti­ca a la sociedad de consumo norte­americana, aunque se queda a mitad de camino en su efecto. Filmada en parte en el Valle de la Muerte, es ex­cepcional desde el punto de vista téc­nico. Tal vez deseando cambiar de aire, en 1972 Antonioni rueda un do­cumental sobre China: "Chung Kuo". Con enorme prestigio acumulado, en 1975 realiza "Profession: repórter", conocida en la Argentina como "El pasajero", película extraordinaria en donde el personaje interpretado por Jack Nicholson, intentando cambiar su identidad se atrae mayores dificul­tades que las que pretendía dejar atrás (la última escena de este film se compone de una sola toma de 6 minutos de duración, lo que constitu­ye un hecho antológico en la historia del cine). A esta altura de su carrera, Antonioni está lejos de la problemáti­ca que lo obsesionaba hasta los días de "El desierto rojo", pero como si le hubiera quedado algo por decir en ese sentido, para 1982 filma "Identi­ficación de una mujer", que no lo­gra convencer plenamente a pesar de sus cuidados estilísticos. El indaga­dor de almas ya no está aquí: resul­taba difícil avanzar un paso más. Lo posterior es angustioso y heroico. Paralítico por un derrame cerebral y en silla de ruedas, en 1995 filma con la ayuda de Win Wenders "Más allá de las nubes" y en 2004 “Eros” con Wong Kar Way y Steven Soderbergh, los últimos testi­monios de semejante grande entre los grandes. Antonioni nació en 1912 en el seno de una familia de terratenientes acomodados de Ferrara y dedicó su vida a la bús­queda de una estética sin concesio­nes. Falleció en su casa de Roma en 2007 con casi 95 años de edad.