No volví a tocar una cámara antes de 1945... Pero mi verdadera vocación era convertirme en director de teatro. Mis dioses se llamaban Charles Dullin, Louis Jouvet, Sacha Pitoeff, Jacques Copeau; quería montar a Pirandello. Conservé un buen recuerdo de todo eso, del curso Simon, donde interpretaba a galanes ingleses. Pero no tenía control sobre lo que hacía. No siempre fue execrable. Cuando filmábamos "Stavisky", con Jean Paul Belmondo, me obsequié: sólo hablamos del Conservatorio de Arte Dramático. En verdad, el cine fue, para mí, una suerte. Quise convertirme en montajista, una manera de no alejarme demasiado de los actores; luego fui, con mi cámara a visitar a pintores para filmarlos mientras trabajaban. Y todo comenzó. Incluyendo un documental sobre el plástico con comentarios en versos alejandrinos de Raymond Queneau.
Hubo altibajos. Así, antes de "Stavisky"...
Antes de "Stavisky" pasaron cinco años de silencio. Tres proyectos que fracasaron, proyectos que habían costado más de un año de trabajo cada uno. Pero ello no me amargó, estaba absorbido por dichas preparaciones, que en esa época no me tomé ni una sola semana de vacaciones. Conservo la impresión de haber sido muy estudioso. La única tristeza que siento es con respecto al argumentista que trabajó sin obtener su recompensa. Porque cuando un film se detiene es raro que pueda arrancar de nuevo, ser retomado. Nunca se hace un film un año más tarde. Asimismo, un film nunca se hace con anticipación. Es lo que se ha pretendido con "El año pasado en Marienbad", por ejemplo. Pero si yo hubiera esperado, el film habría sido soñado por otro.
Cuando un film se estrena, ¿qué espera usted del público y de la crítica?
Que profundicen mi trabajo. Siempre es la comparación de Cocteau: "La tela del pintor grita, gime, me mancha, me ensucia". Es verdad que el director es un poco como la tela. Está de tal modo cerca de las cosas que no se da cuenta en absoluto de las proporciones. Me dicen que soy preciso, pero sé que trabajo en una gran confusión mental y que confío en una especie de instinto. A menudo la gente observa: "¡Ah, usted logró un hallazgo formidable!". Yo digo: "¡Convenido!", pero no me siento dueño de eso. Es el actor quien lo hizo. O el escenógrafo. El hallazgo en cuestión forma parte de ese movimiento muy caluroso que es la filmación, una cosa misteriosa, muy agradable. Para un autodidacta como yo -que no somos muy numerosos- la obra de arte, o lo que a ella se refiere, sigue siendo un asunto que me intriga.
Con respecto a las cuestiones de orden práctico, como los circuitos donde se distribuyen sus films, ¿le interesan?
Me gusta conocer las salas donde se estrenan. Allí voy a ensayar. Algunas veces se puede cambiar la luz o modificar el sonido. No me gustan mucho las salitas pequeñas. Su multiplicación, por cierto, tiene la ventaja de dar a un público un montón de films jamás estrenados. Pero, por otro lado, eso se parece a la televisión. Una sala de cine debe ser el lugar donde se tienen ganas de ir porque el teléfono no sonará y porque la puerta no se va a abrir. En ese terreno, la idea de que uno de mis films pueda tener, gracias a la pantalla chica, un número inmenso de espectadores casi no me tranquiliza. Soy de la misma opinión de Alexandre Astruc, que protesta contra esa idea de decir que "Hamlet" en una tarde, habría sido visto por mucha más gente que en toda la vida de Shakespeare: es falso. Porque el número de teleespectadores atentos será en tal forma mínimo que nada cambiará.
Después de "Providence", ¿tiene un otro proyecto?
Querría realizar un film de vulgarización, de acuerdo con las teorías del biólogo Henri Laborit. Desearía que fuera al mismo tiempo un film de ciencia ficción y un documental. Filmar acerca de la máquina humana.
¿Acaso le preocupa el envejecer?
Como a todo el mundo. Cuanto más se avanza en edad, menos concentración se tiene. Digo eso, pero por otro lado jamás tuve la noción de tener algo que cumplir. Vivo en el absurdo. Soy muy celoso de las gentes que tienen mensajes para lanzar, ello debe ser extremadamente agradable. Fellini pretende que el único estimulante interesante, cuando uno hace cine, es haber firmado un contrato y que todo el resto es broma. Estoy bastante de acuerdo. Y muy celoso de su sentido de las fórmulas. De su personaje. Esa especie de fuerza tranquila e invencible. Yo filmo y ya estoy contento. Como estoy contento cuando cierro el negocio y me voy a almorzar con los amigos. Por cierto que no sacrificaría por un film las cosas profundas de mi vida. Si hubiera conflicto, elegiría mi vida. No tengo la mística del cine.