6 de septiembre de 2008

Conversaciones (IX). Silvina Ocampo - Mempo Giardinelli. Sobre la nostalgia

Silvina Ocampo (1903-1994) fue posiblemente la más extraordinaria escritora argentina, aunque por alguna razón, insólitamente, no es reconocida en su propio país. Su obra incomparable que abarca la novela, el cuento, la poesía, la traducción y el teatro, permaneció reservada a un público más bien selecto. Lo más reconocido de su producción son sus libros de relatos, donde incursionó en la literatura fantástica matizada con observaciones irónicas y de humor negro sobre las costumbres de la gente común. "Viaje olvidado", "Autobiografía de Irene", "La furia y otros cuentos", "Los días de la noche", "Y así sucesivamente" y "Cornelia ante el espejo" figuran entre sus libros más recordados. Mempo Giardinelli (1947), escritor, periodista y editor de la emblemática revista "Puro cuento", mantuvo con ella la siguiente conversación que se reprodujo en la edición nº 8 de enero/febrero de 1988 de la mencionada revista.


M.G.: Le propongo ini­ciar esta conversación ha­blando de su relación con la escritura, para luego derivar hacia el cuento. ¿Le parece?

S.O.: Bueno, entonces lo pri­mero que diré es que yo he puesto todo lo que tengo en lo que he es­crito. Porque para mí escribir es lo más importante que me ha sucedi­do.

M.G.: ¿Siempre fue así?

S.O.: Siempre. Escribir y dibujar. Me gusta mucho dibujar. Empecé a los siete u ocho años, y dibujé muchísi­mo. Pero nadie me conoció por mis dibujos, porque no me hice cono­cer. Para que a uno lo conozcan, uno tiene que moverse. Y yo no me moví nada. Ahora me echo la culpa.

M.G.: ¿Es una vocación perdida, el dibujo?

S.O.: No, en absoluto. Yo adoraba el dibujo, adoraba la pintura. Era para mi un éxtasis, ¿no? Pintaba y dibu­jaba para mí. No era un trabajo que me lo imponía, sino que era mi deli­rio. Me encantaba.

M.G.: ¿A la par de la escritura?

S.O.: No. La escritura fue después. Porque con la pintura yo no logré lo que quería. Yo quería que alguien se diera cuenta de lo que yo hacía, y que me comprendiera. Pero nun­ca encontré a nadie. Me sentí muy sola en ese trabajo... Yo estudié con Giorgio di Chirico y te aseguro que para mí sus clases fueron muy importantes. Era una maravilla él, cómo pintaba. Yo lo siento como una pérdida del mundo. Para mí era el más grande.

M.G.: ¿Y la escritura, qué papel jugó para usted; qué fue?

S.O.: Bueno, fue mi vida, ¿no? Toda­vía hoy sigo escribiendo, diariamen­te. Cuando dejé la pintura, lo hacía con ingratitud. Me sentía culpable de hacer esto, porque amaba tanto la pintura, y todo lo que tuviera que ver con ella, ¿no? Y con el dibujo. Me preguntaba cómo era posible, me decía: "ahora me pongo a escri­bir y no existe otra cosa que escri­bir". Entonces me sentía culpable. Durante mucho tiempo, de noche, yo pensaba en eso. Lloraba, lloraba de pena. Pensaba: "¿cómo puedo dejar de pintar, Dios mío?".

M.G.: ¿Y por qué dejó?

S.O.: Porque prefería escribir. Fue una elección, al fin y al cabo.

M.G.: ¿Y cuándo hizo esa elec­ción?

S.O.: No lo sé exactamente. Pero to­da mi vida escribí. Desde que era muy chica. Y escribía tanto que las maestras que tuve, cuando les mostraba lo que había escrito, me decían "pero no escribas tanto, che, que estás gastando todo el pa­pel que hay en la casa". Es "una fal­ta de economía", decían. Quizá era porque me daban temas para es­cribir y yo no les hacía mucho caso. Me decían escribí tal cosa, o sobre tal otra, pero siempre era yo misma la que elegía mis temas. Hoy sé que si escribía así era porque así lo sentía. Y no admitía que nada ni na­die modificara mis sentimientos. Yo escribía muchísimo...

M.G.: ¿Y ahora?

S.O.: Ahora me pasa otra cosa: yo quisiera decir cosas mucho más largas, mucho más largas... Pero no me gusta lo que escribo cuando escribo extensamente. Porque cuando lo hago así, cuando me fluye la escritura larga, me parece que resulta algo que está de más, "mira, me digo, creo que esto es demasia­do...".

M.G.: ¿Por alguna razón estéti­ca, o filosófica?

S.O.: No, simplemente porque me parece que lo que yo quiero expresar se pierde dentro de ese cúmulo de palabras e ideas que he puesto en el papel, ¿no? Y entonces, inme­diatamente, empiezo a borrar y a borrar, y a hacer todo de nuevo. Porque yo soy muy porfiada, ¿sa­bés?

M.G.: ¿Siempre retrabaja mu­cho, siempre reescribe?

S.O.: Sí, siempre. Aunque soy muy impulsiva. En fin: soy las dos cosas. Puedo ser muy impulsiva y trabajar rápido, y a la vez puedo ser muy lenta, morosa y trabajar y trabajar lo mismo...

M.G.: Me gustaría que hablara un poco del cuento como gé­nero, Silvina.

S.O.: Para mí es lo más importante que existe en literatura. ¿No te pa­rece? Es el género que más me gusta. Yo prácticamente no he he­cho otra cosa. Fijate que tengo dos novelas escritas pero no las publi­qué. Las dejo para un momento en que ya no las vea, como se deja al­go inferior. Y es que son obras muy inferiores. El cuento es superior, ¿no te parece?

M.G.: Lo que importa es lo que diga usted.

S.O.: Humm. Yo creo que el cuen­to es superior a la novela. Como género, digo. El cuento es lo prime­ro que ha existido en la literatu­ra. Existe como Adán y Eva. Como un algo que inicia todo. Es genético, diríamos. Podríamos reme­dar a la Biblia: "Lo primero fue el cuento". Para mí fue algo primor­dial, en mis primeros años. Era lo principal. Yo me formé leyendo cuentos. Y mi imaginación hizo el resto, porque no sólo lo conocía al cuento como género, sino que lo esperaba, lo buscaba por todos los rincones. Crecí buscando algo que sirviera para escribir un cuen­to.

M.G.: ¿Le contaban cuentos, de niña?

S.O.: Sí, pero yo los corregía. Primero oralmente, claro. Me contaban cuentos en verso, pero eran cuen­tos muy mal hechos. Entonces, yo los corregía, quitándoles esto o aquello. Yo ya sentía la armonía que tenía que haber en un cuento, la buscaba, interviniendo en el relato y corrigiéndolo.

M.G.: ¿Empezó escribiendo cuentos, Silvina? ¿A qué edad?

S.O.: Bueno, claro que empecé en este género, y nunca lo dejé, ¿no? Era muy chica, cuando escribí los primeros. Era una adolescente, muy jovencita. Y mis cuentos de cuando era chica, fijate, se parecen bastan­te a los que escribo ahora. Porque ahora tengo algo muy infantil en mis cuentos. Cuando los vuelvo a leer, me digo: "pero cómo es posible es­to...".

M.G.: Quizá por eso en varios de sus cuentos aparece un aire como de niñez atormen­tada, juguetona pero ansio­sa. Pienso en cuentos suyos como "La cabeza de piedra" o "El automóvil". ¿A qué se debe? ¿Tiene que ver con evocaciones, con nostalgias, quizá?

S.O.: Bueno, mi nostalgia es muy grande. Yo vivo de nostalgias. Y so­bre todo, lo que escribo es lo que está más lleno de nostalgias. Yo no demuestro, o no pruebo, que soy nostálgica, pero de todos modos creo que el lector lo siente. Creo yo. Porque he publicado muchísimo. Escribí toda mi vida, ¿no? Mi escri­torio, la mesa donde trabajo, está lleno, lleno de hojas escritas que nunca terminé de corregir. Pero que un día voy a corregir. Porque cuan­do los tomo y los leo, me gustan. Eso es lo raro, ¿no?

M.G.: ¿Cuál ha sido el material fundamental de su cuentística, Silvina? ¿Los sueños, la realidad, los recuerdos, expe­riencias vividas? En general, noto que sus cuentos tienen mucho de mundo dislocado; no el absurdo a lo Jarry, pero sí una especie de ironía constante, un abordaje tangencial e inquietante.

S.O.: Sí, estoy entre la ironía, la nos­talgia y, casi, el romanticismo. Tam­bién mucho lirismo.

M.G.: Por eso, creo, "El auto­móvil" es casi una reflexión sobre el amor. Tiene un to­no decimonónico, si se quie­re, ubicado en el Veinte.

S.O.: ¿Te gustó ese cuento?

M.G.: De su producción, es mi preferido.

S.O.: El mío también... Fue un cuento muy difícil de contar, sin ridi­culizar la situación. La puerilidad y la cursilería están al borde, es como caminar al borde del precipicio.

M.G.: Hay temas, como el amor, que sin talento no se pueden abordar. Más vale no menearlo y ocuparse de otros temas, ¿no?

S.O.: ¡Ya lo creo! Es el tema más peligroso.

M.G.: Volviendo a la ironía, al­gún crítico ha dicho que en lo suyo hay crueldad. Yo no lo creo, pero es una manera de llamarlo. ¿Usted qué pien­sa?

S.O.: ¿La crueldad? Sí, me hicieron ese tipo de crítica. Pero creo que no, me parece que eso es falso. El mío es un mundo de paradojas, de alusiones... En todo caso, todo me ha venido de mi mundo onírico, que es paradojal.

M.G.: ¿Qué tan fuerte fue su vi­da onírica?

S.O.: Fue intensísima. Casi me impe­día vivir normalmente, como todo el mundo. Yo era muy intelectual cuando era chica. No sé de dónde me viene eso. Creo que siempre fue una cosa muy natural en mí.

M.G.: ¿Y actualmente sigue so­ñando? ¿Los sueños le dictan cuentos?

S.O.: Sigo soñando, sí, sueño bas­tante. Pero con mis sueños creo que no he hecho ningún cuento. No puedo explicar cómo surgen los cuentos. "El automóvil", por ejem­plo, lo hice pensando en el amor. ¿Cuál es la cosa más desesperada en el amor?... Bueno, yo puse un automóvil, porque va rápidamente, te lleva, y es una carrera. Un vérti­go. Esa es la metáfora.

M.G.: ¿Cómo ha trabajado us­ted, Silvina: por horas, por páginas, por puras ganas?

S.O.: Eso depende del temperamen­to. A veces tengo necesidad de es­cribir tan rápidamente que no tengo ni tiempo de alcanzar un papel y un lápiz. Yo tomo un papel, me lo pon­go sobre las rodillas y escribo. Es­cribo a veces sólo palabras, que luego voy a poner en un cuento, en lo que vaya a escribir. Pero, ¿sa­bés?, yo creo que no se puede des­cribir ningún hacer literario. Es im­posible describir una relación muy nítida de cómo una ha trabajado y de cómo se trabaja.

M.G.: ¿Manuscribe?

S.O.: No, lo que digo es que siempre hago una primera versión a mano, y después dicto. El dictado me ha funcionado muy bien; me gusta dictar, porque repito lo que he escrito y vuelvo a oir. Y entonces, al oirlo, veo si hay algo tremendo en lo que escribo.

M.G.: ¿Usted cree en el sonido, en la musicalidad de un cuento?

S.O.: Mucho, es en lo que más creo. Creo que el cuento es música, todo es música.

M.G.: El cuento es música de cámara, ¿no cree? Como la novela sería sinfónica.

S.O.: Claro... Yo tengo tal ad­miración por la música, siento un deleite total, que tengo que atribuir­le toda clase de influencias sobre las personas. Y claro: sobre el es­critor.

M.G.: ¿Ha podido escribir con música? ¿No ha necesitado silencio para escribir?

S.O.: Claro que puedo escribir mien­tras escucho, porque puedo escri­bir mientras siento. Me motiva. A veces, en la casa donde yo estaba, había música en todas partes. Se tocaba mucho el piano; mis herma­nas tocaban a dos pianos, o a cua­tro manos. Yo misma estudié piano durante algún tiempo. Pero exigía mucho tiempo...

M.G.: Además, con una voca­ción tan fuerte por el dibujo, la pintura y la literatura, ya era suficiente, supongo.

S.O.: Claro. Es que no sé puede amar a dos cosas al mismo tiempo. Al menos, no se puede con la mis­ma pasión. Quizá se puede amar dos cosas o más... pero nun­ca con igual pasión. Y es muy difí­cil.

M.G.: Otra cosa notable en sus cuentos es el humor. Es muy sutil, y diría que muy intelectual. ¿Ha surgido, o es pro­ducto de una práctica?

S.O.: Me surgió naturalmente. Ha sa­lido de algún lado, que no sé preci­sar. Soy una persona de buen hu­mor, a veces. Pero otras veces me inclino por la melancolía. Las cosas me duelen mucho cuando van en contra de todo lo que yo pienso, de lo que siento. Entonces, eso perfora un poco mi alma, ¿no? Es como si me pasaran agujas, y concitan algo que me hace dar coces.

M.G.: Propio de una mujer apa­sionada... Usted lo es, ¿no?

S.O.: Si, he sido muy apasionada. Y creo que eso se nota en mi obra. Creo que se nota. Gustará más o gustará menos éste o aquél cuento, pero no hay ninguno frío. Creo. Por­que cuando un cuento es frío, no sirve.

M.G.: ¿Eso le ha pasado con la novela, Silvina?

S.O.: Tal vez. Pero voy a volver a tomar esas novelas, y las voy a seguir hasta que pueda, ¿no? Lo que pasa es que la largura del camino me asusta. Porque pienso que estoy perdiendo fuerza. Es como si uno perdiera fuerza en las cosas lar­gas... ¿no?

M.G.: ¿Le preocupa el tema del tiempo y la fuerza? ¿Tiene que ver con los años, Silvina?

S.O.: No, tiene que ver con la obra. Mismo cuando tengo mis textos en las manos, siento que eso no sirve, que está todo lleno de hojas, siento que no sirve porque es demasiado.

M.G.: Bueno, quizá en literatura la sabiduría es también sinte­tizar. Me imagino que la sabiduría tiene mucho que ver con la cantidad de hojas. Y que cuando uno se acerca a la síntesis, es porque sabe más. La caudalosidad, la torrencialidad, es algo muy ju­venil.

S.O.: Es cierto. ¿A vos también te ha pasado?

M.G.: Creo que nos sucede a to­dos.

S.O.: Sí, a mí me ha pasado, e inclu­so hay cuentos de jóvenes autores como Alfredo Novelli, que me han atraído por la síntesis, por lo cortos que son. Yo le pregunté: "Decime, ¿cómo hacés para escribir de esa manera tan breve, que no queda ninguna otra palabra que agregar?". El dice: "Ay, es tan fácil". Pe­ro yo no creo que sea tan fácil; yo no puedo escribir así.

M.G.: Pero usted no ha escrito cuentos largos, sino más bien breves.

S.O.: Son todos cortos, sí. Son "short stories", como les gusta mucho decir a los norteamericanos.

M.G.: ¿Y la "nouvelle", el cuento largo, no le gusta?

S.O.: Sí, me atrae mucho, y creo que podría intentar una. De ochenta ó cien pá­ginas. Sí, me atrae bastante, casi tanto como el cuento.

M.G.: ¿Usted cree que existe al­guna técnica para el cuento? ¿O es una intuición?

S.O.: Yo creo que si. ¿Vos también?

M.G.: Creo que hay una precep­tiva mínima, pero el dominio técnico -si lo hay- no garanti­za un cuento.

S.O.: Ah, claro. Eso no lo garantiza nada. Pero fijate que si se parte de una idea de cómo hay que hacer un cuento, me parece que el cuento sale mejor. Siempre es mejor hacer algo, si se sabe hacerlo, ¿no? Yo creo que uno, cuando va a escribir un cuento, debe hablar primero con su imaginación. Uno debe pregun­tarse primero qué hay, qué tiene ahí. La imaginación siempre nos re­lata algo; y entonces uno verá cómo lo relata, desde qué punto de vista. Pero es muy difícil explicar esto.

M.G.: Usted, por ejemplo, an­tes de escribir un cuento, ¿se lo relata primero a sí misma? ¿Hay, digamos, alguna oralidad previa?

S.O.: Algunas veces sí. Cuando son buenos cuentos, sí. Por ejemplo, "El automóvil" lo imaginé primero, y me lo conté. Lo imaginé todo antes de escribirlo. Primero debí saber todo lo que iba a pasar. En general, soy fiel a la imaginación. Pero ocurre, en ocasiones, que me desvío, que me pierdo en ciertos detalles, por­que me encantan los detalles. Y aunque sea totalmente distinto a la idea previa, si el detalle me parece que es atractivo lo pongo igual. Eso es importantísimo. A mí me encan­tan los detalles. Son importantes en la vida, ¿no te parece?

M.G.: ¿Qué papel jugó en su obra la observación crítica de la realidad, Silvina? Me da la impresión de que sus cuentos, en general, son rea­listas. Y también no lo son.

S.O.: Es cierto. Veo que has pensado mucho sobre mis cuentos, y estoy muy halagada por eso. Me gusta... ¿Qué me preguntaste?

M.G.: Sobre la realidad.

S.O.: Ah, yo me aparto de la reali­dad. Aunque para dar realismo ten­go que volver a ella. Pero yo me aparto, ni me fijo en ella. Y después vuelvo.

M.G.: Sus cuentos parece que se despegan, pero a la vez conservan referencias a la realidad. Usted no hizo, diga­mos, como Jonathan Swift, que creó otro mundo, otra re­alidad, sino que trabajó siempre con este mismo mundo. Un ir y venir. Una forma elusi­va, y a la vez alusiva. ¿Es así?

S.O.: Es cierto, es cierto... Estas co­sas que decís me halagan mucho, y me encanta que hayas estudiado tanto mis cuentos. Entonces, ¿qué puedo decir yo? Decís cosas muy lindas. Estoy muy contenta.

M.G.: Volviendo a su niñez, ¿us­ted sabía que iba a ser escri­tora?

S.O.: Saber... Tal vez intuía. Pero sa­ber, nunca, porque saber es estar segura de una cosa. Yo pensaba que iba a poder escribir, porque si deseaba una cosa yo la conseguía. Siempre fui muy tenaz. No era ca­prichosa, pero sí vehemente. Era como una seguridad de que podría. No sé quién me la habrá infiltrado, pero lo sabía, quizá por algún méto­do milagroso. Yo creo mucho en los milagros, ¿sabés? Y en la magia también. ¿Y vos?

M.G.: Claro que sí. Y soy su­persticioso.

S.O.: Yo también, soy terrible... Aunque he tenido que renunciar a muchas cosas, por la superstición. Por ejemplo, renuncié a tener paja­ritos. Me gustaban mucho los paja­ritos, y no desperdiciaba la oportu­nidad de que alguien me regalara algunos. Tanto, que tres o cuatro veces logré que me regalaran paja­ritos. Y a los pocos días, la persona que me los había regalado, moría. Era horrible, horrible... Y ya no qui­se tener pajaritos. No los aborrecía, pero si los temía.

M.G.: Esto es un cuento en po­tencia. ¿Lo ha escrito?

S.O.: No, no... Pero soy capaz de es­cribir ese cuento. Así salen, mági­camente, ya ves.

M.G.: Usted hablaba hoy de la nostalgia. ¿De qué tiene nos­talgia, Silvina?

S.O.: ¿Cómo podría enumerarte toda mi nostalgia? No terminaría jamás, no cabrían en todos los libros que hay en este cuarto... Siento nostal­gias de todo: de un lugar, de un li­bro, de una cara. De todo.

M.G.: ¿Podría decir de qué lu­gar, de qué libro y de qué ca­ra, por ejemplo?

S.O.: No. Ahora estoy demasiado perturbada por las cosas que me estás preguntando. Son muchas cosas. Sos casi un confesor.

M.G.: Me está diciendo que cambie de tema. Cambio.

S.O.: No, no es eso, te lo diría abier­tamente. Soy muy franca, siempre digo las cosas que pienso.

M.G.: No sé si lo compartirá, pero creo que uno va escri­biendo su autobiografía en toda su obra, si bien ningún texto es nuestra biografía. Lo digo porque ahora reparo que en su cuento "La lec­ción de dibujo" hay matices claramente autobiográficos. Incluso, el personaje de ese cuento se llama Ani Vlis, que es anagrama de Silvina.

S.O.: Claro... Y fijate que ese cuento también me gusta mucho, como si no fuera mío. Es de esos cuentos que se alejan de uno, y al que uno puede volver tiempo des­pués, transformados en otra cosa. Hay una cierta discreción del cuen­to; como si se escondiera, ¿no? Uno no lo ha escondido, pero él se escondió.

M.G.: ¿Usted lee sus cuentos una vez publicados?

S.O.: Sólo los leo hasta que voy a pu­blicarlos. Pero cuando me alejo de ellos, ya no los miro más. Y si por alguna razón vuelvo a encontrarlos, los leo y a veces me entusiasmo con ellos, leyéndolos como si fue­ran de otros.

M.G.: ¿No le vienen ganas de reescribirlo, en ese caso?

S.O.: No. Siento que es una lástima que ya lo haya escrito. Pienso que me gustaría volver a escribirlo, que podría hacerlo mejor ahora... Siem­pre espero escribir mejor.

M.G.: ¿Qué está escribiendo ahora?

S.O.: No te lo puedo decir, porque después no lo voy a poder publicar.