Sí. Mis padres eran rusos. El fue un buen matemático y mi madre -paralítica- escribía. Estas disciplinas tuvieron mucho que ver con mi formación: a los catorce años enseñaba matemática a alumnos particulares en Recife, ciudad donde me crié y donde todo el nordeste brasileño comienza a penetrar por sus poros. La matemática es la locura del pensamiento. ¿Qué más me da que dos más dos sean cinco? Yo repetía esto siempre y una vez leo en el periódico que el poeta Carlos Drummond de Andrade decía lo mismo. Un día me dice: "Clarice, por qué no lo escribes, lo haces público, así ya seremos dos". Me extrañó ver en una película norteamericana que se llama "El jugador", a un profesor que interpreta James Caan decir lo mismo en una clase, mientras habla sobre Dostoievski.
Hablemos de esa vida suya en Recife, de esa infancia que la lleva poco a poco a la escritura, Clarice. ¿Qué pasaba en esas tardes, cómo transcurría su tiempo?
En mi infancia estudié música pero las clases me aburrían mucho. Entonces comencé a inventar notas y a tratar de componer. A los nueve años eso dio su primer fruto, una melodía que se llamó "Lamento". También me gustaba -y me gusta- pintar. Ahora lo hago de vez en cuando y siento cuando trabajo el placer de sumergir mis manos en la pintura, hacer lo que llaman pintura táctil.
Clarice, usted me comentó que en Brasil se la considera como una escritora que describe lo indescriptible. ¿Cómo es esa relación suya con las cosas? Porque los objetos tienen una dimensionalidad y una atemporalidad que a veces convierten situaciones nítidamente cotidianas en irreales.
Eso es así porque yo creo que los objetos tienen un "áurea" como las personas. Yo durante mucho tiempo he tomado notas para escribir sobre el "áurea" de las cosas.
¿El áurea o aureola sería ese halo vital, magnético, que corresponde a la fuerza interior de cada uno y de cada una de las cosas y que, sin ser captado visualmente, se convierte en la atracción y fuerza espiritual que mueve los seres? ¿Aquello que Van Gogh fijó en sus cuadros y que dio otro carácter a sus zapatos, a sus muebles?
Yo siempre amé a Van Gogh como pintor y una de las características en él por la cual lo aprecié y aprecio tanto es, justamente, esa comunicación que consigue con los objetos. Yo siento en ellos lo mismo que él sintió.
Esa relación suya con los objetos y un cierto signo antipsicologista han llevado a muchos a ligar su obra con la de la escuela objetivista francesa. Creo que no tiene mucho que ver.
No. Conocí a Robbe Grillet en una comida ofrecida en la embajada francesa de Río y realmente coincido en que ese objetivismo es más descriptivo, menos esencial. ¡Ay de mí, que Dios me dio la carga de ser una escritora de la realidad más íntima! Me gusta mucho la vida y creo que después de la muerte comienza otra vida mejor que ésta. He llegado a esta creencia a través de la vida misma.
Los dos escultores que cubren gran parte de la narrativa brasileña son Euclides da Cunha y Joao Guimaraes Rosa. En uno está el tradicionalismo con una apertura hacia lo mejor producido en ese tipo de novelística y en el otro el espíritu renovador de las letras brasileñas. ¿Dónde estaría usted, Clarice, con las características que asume una escuela y que, en realidad, pueden ponerse en duda?
Guimaraes Rosa me dio la mayor satisfacción. Yo escribo desde antes que él pero su escritura siempre me atrajo aunque no tengo ninguna relación con ella. Una vez estaba con Guimaraes Rosa y comenzó a hablarme con palabras que me eran familiares. Yo le pregunto ¿qué es eso que habla? "Eso es de usted", me responde. Y yo le digo, pero cómo, ¿usted sabe mis cosas de memoria? Y él respondió: "Bueno, Clarice, yo no leo para la literatura, yo leo para la vida". A mí esto, dicho por él, me afectó mucho. Lo que escribió Guimaraes Rosa es lo que más me ha llegado de la literatura brasileña. Es gracioso pero siempre nos asocian, se habla de literatura brasileña y aparecen Guimaraes Rosa y Clarice Lispector. Lo que él dijo aquella vez me afectó tanto porque para mí la vida es más esencial que la literatura, vivir es una alegría. Yo vivo el acceso a la escritura como un misterio. Dios es un misterio. Cuando escribo sufro ese proceso, pero una amiga mía me dice siempre que lo que me salva es la carcajada.
El humor, sobre todo en sus cuentos, es abordado a través de un tratamiento muy especial, aparece en ocasiones entre una descripción lineal que se interrumpe por una situación imprevista o una frase que produce una sensación de extrañamiento. Es éste un modo en su narrativa que alcanza los niveles más altos a través de un psicologismo -que usted llama esencialismo- que desmenuza las situaciones más que los personajes y a veces instrumentando un realismo que conforma la crueldad con ingenua pureza, algo asi como el horror que contiene la cotidianeidad y que es también una expresión de su propio horror a lo cotidiano.
Ahora estoy por escribir una novela en la cual el personaje principal es una mujer muy pobre, que se llama Macabea. Ella sólo come "panchos" y cuando pasa ante un cine se persigna porque cree que es un templo. Es ingenua, pura y muy fea. Gana el salario mínimo y siempre tiene dolor de muelas. El día en que encuentra a su único amor tiene la cara hinchada por una muela. Ella es nordestina y yo nunca escribí un tema con ambientación nordestina. Macabea es muy solitaria y su relación con los objetos es también singular. Su amor solitario se traduce en sus besos a las paredes. Nunca nadie la besó ni ella besó a nadie. Entonces besaba las paredes. Esta novela tiene tres títulos provisorios: "En cuanto al futuro", "Relación de los hechos precedentes" y "No tengo nada que ver con eso".
¿Cuál fue su último libro publicado?
"Visáo do esplendor" (Visión de esplendor), un libro sobre Brasilia. Hace mucho yo profeticé sobre esa ciudad y dije que sería un estado totalitario antes de construirse y que sería invadida por las ratas. Hoy se pagan dos cruzeiros por cada rata muerta. Los árboles allí parecen hechos con materia plástica y no hay esquinas, por lo tanto no existen los enamorados que siempre se encuentran en las esquinas. Las personas son siempre las mismas, se ven tanto que esa promiscuidad los lleva a desayunarse, almorzarse y cenarse mutuamente con mucho refinamiento todos los días. Brasilia fue habitada en un principio por hombres rubios, altos y ciegos, una especie de Atlántida, pero después surge una nueva generación que adquiere una razón de vivir, producto de aquella otra que no tenía ninguna y estos últimos son pequeños y morenos.
Al hablar de Brasilia sale Brasil como tema, ¿cómo vive ese contraste, esa contradicción que es su país y su nordeste?
En Brasil hay mucha gente pobre que no tiene muchas veces qué comer y hay mucha gente supermillonaria. Ese es uno de los grandes y eternos problemas. Yo pertenezco a la clase media y el dinero que gano me alcanza solamente para vivir. Es difícil para un escritor vivir en Brasil, no se puede publicar fácilmente.
Sin hablar de los mejores o de preferencias, lo cual siempre trae exclusiones, ¿qué escritores brasileños mencionaría?
Carlos Drummond de Andrade es un gran poeta y lo admiro. También me gustan Vinicius de Moraes y Joao Cabral de Melo Neto. Entre los narradores Dalton Trevisan y Adonias Filho. Yo no me siento escritora, al menos no soy una escritora profesional. No tengo compromisos con el éxito.
Usted estuvo antes en Buenos Aires. Dentro de esa suerte de realismo interno -por decirlo así- que practica en su narrativa, ¿cómo vive al porteño, al argentino?
Estuve hace muchos años en esta ciudad, que me gusta y me trae recuerdos de cuando viví en distintas partes de Europa y Estados Unidos. Yo estaba casada con un diplomático y tengo dos hijos. ¿El porteño?, me impresiona como una persona íntegra. Con cierta nostalgia o intimidad a la que cuida de si misma y que sufre por la pérdida de su integridad. Un amigo mío me dijo que el porteño no conoce la libertad.
"Vivir es extremadamente tolerable" dice usted en su libro "La Legión Extranjera".
Sí, vivir ocupa y distrae, vivir hace reír. Y me hace sonreír en mi misterio. Mi misterio es que siendo yo apenas un medio, y no un fin, me ha dado la más maliciosa de las libertades: no soy tonta y aprovecho.