Mi afición musical se remonta a mi primera infancia, en Valencia. Guardo de ella dos imágenes muy precisas. La primera, un concierto de la clavecinista polaca Wanda Landowska. La segunda, una representación de la ópera "Rigoletto" de Giuseppe Verdi, que me sigue gustando hoy tanto como entonces. En cuanto a la decisión de dedicarme a la música, creo que se fue forjando de a poco. A los siete años empecé a estudiar el solfeo. Más tarde, piano y algo de violín. Ya entonces demostré mi posibilidad de ser compositor. En mi primera formación debo anotar la tarea orientadora de Eduardo López Chavarri y Enrique Comá, compositores y críticos de música, ambos. Más tarde, cuando estaba decidido a formarme profesionalmente como compositor, las enseñanzas de armonía y composición a cargo de Francisco Antich. En 1923, cuando contaba veintiún años, compuse mi primera obra. En 1924, en Valencia, se estrenó mi primera composición para orquesta. Pero mi formación se perfeccionó en París, ciudad a la cual viajé en 1927.
¿Le importaban los músicos franceses?
Mucho. Primero, la devoción por Claude Debussy. Luego, por Maurice Ravel, a quien alcancé a conocer en París. Pero mi maestro en Francia fue Paul Dukas, cuyas clases frecuenté hasta su muerte, en 1935. Es indudable la presencia de la música francesa en mi técnica de compositor, como en la producción de casi todos los músicos españoles de aquellos años: Albéniz, Falla, Turina. Yo seguía las clases de Dukas en la Ecole Nórmale de Musique.
¿A quién recuerda entre sus condiscípulos?
Creo que los más destacados eran Jesús Arámbarri, luego famoso director de orquesta, y el mejicano Manuel Ponce, autor de "Estrellita", amigo de Andrés Segovia y a quien se debe el "Concierto del Sur". Abundaban los extranjeros en París, una ciudad desde donde se difundían modos del gusto y formación estética. Mis primeros trabajos allí registran una gran presencia de la escuela francesa. Baste recordar "Zarabanda lejana", "Preludio al gallo mañanero" y "Muy graciosa es la doncella".
Reconoce, desde luego, también, la influencia de músicos españoles...
Sí, por cierto. Sobre todo, la de Manuel de Falla, a quien frecuenté durante años y a quien debo favores y atenciones muy importantes en el comienzo de mi carrera. Además, toda la herencia de la música española antigua, sobre todo la del período renacentista y la del rococó de la época borbónica. He pasado largas horas en los archivos y bibliotecas musicales, junto con mi esposa, recopilando material de aquellos siglos de oro.
Usted y su esposa se conocieron en París, ¿no es cierto?
Así es, y de un modo pintoresco y estrictamente musical. Fue a propósito del "Preludio al gallo mañanero" que acabo de recordar. Victoria estaba estudiando piano en París con Lazare Lévy, como lo había hecho antes, en Constantinopla, con un alumno directo de Franz Liszt y en Viena con Georges Lalevich, que ustedes conocen bien en Buenos Aires, donde enseñó mucho tiempo y fue profesor de pianistas destacadas como Lía Cimaglia Espinosa y Pía Sebastiani. Cuando le mostré a Dukas el "Preludio..." quedó muy bien impresionado. Tanto que gestionó su publicación, con otras obras mías, ante los editores Rovalt Lerolle. Recuerdo que se tradujeron los títulos. Por ejemplo: yo era el autor de "Prélude au coq matinal" y de la "Sérénade lointaine". A su vez, la revista "Le Monde Musical" adelantó algunas páginas de la obra, que cayeron en manos de esta joven pianista extranjera, la cual las halló muy modernas, muy pianísticas, y se las puso a estudiar con ahínco. Trató de conocer al autor, pero sin tener pistas para hallarlo, hasta que un conocido común, el pianista rumano Demitriades, nos presentó. Desde entonces estamos juntos y, en homenaje a la obra gracias a la cual nos conocimos, la hemos rebautizado familiarmente, de forma que ahora es el "gallo casamentero". En una de las paredes del estudio usted verá, enmarcada, aquella lejana página de "Le Monde Musical" del año 1928.
¿Es muy importante en la elaboración de su obra la presencia de su esposa, también música de profesión?
Es fundamental. Es una obra en común, de total integración. Victoria dejó, en gran parte, su carrera de pianista para dedicarse a mis composiciones. Ella me lee mucha música, sea de piano o no, corrige mis originales, repasa las pruebas, encuentra o compone textos para las piezas de canto. Y ni qué decir que es una constante fuente de inspiración. Una de mis mejores páginas, "Cántico de la esposa", con versos de San Juan de la Cruz, se la he dedicado especialmente. Ella tiene las iniciativas sobre viajes, porque es un gusto personal y porque colaboran a difundir mis obras. Hemos viajado mucho, y a los rincones más alejados del mundo: Japón, Israel, Africa, Estados Unidos, México... Creo que Australia es el único país importante que todavía no hemos visitado. A veces, estos viajes me han deparado sorpresas agradables, hechos imprevisibles. La orquesta de Louisville me comisionó, en 1948, los "Cuatro madrigales amatorios". En Japón me encontré con un plantel de trecientos profesores de guitarra, que enseñaban mis obras y, semanalmente, recibo una publicación japonesa dedicada sólo a este instrumento.
Vayamos, como es de rigor, al "Concierto de Aranjuez"...
Cómo no. Es la obra mía más conocida en el mundo y quizá la que más ha contribuido a popularizar esa palabra en todas partes. En reconocimiento a ello, el ayuntamiento de Aranjuez ha bautizado como Joaquín Rodrigo una de las calles de la ciudad. Pero debo decir que la iniciativa original no es mía, sino de un par de amigos, el guitarrista Regino Sainz de la Maza y el marqués de Bolarque, este último muy aficionado a la música. Fue en 1938. Estábamos instalados en París y habíamos pasado unos días en España, aún en plena guerra civil. Durante una cena, estos amigos me incitaron a componer un concierto para guitarra y orquesta, empresa que me pareció muy difícil, porque no conocía ninguna obra del género. Ya de vuelta en París retomé la idea y se me ocurrió evocar Aranjuez, donde habíamos estado Victoria y yo, recién casados. La evocación comprendió los jardines, el palacio y, sobre todo, la época: los finales del siglo XVIII, la corte de Carlos IV, los guitarristas cortesanos, Goya, la duquesa de Alba... En 1940, Sainz de la Maza lo estrenó en Barcelona y, días después, en Madrid. El suceso fue inmediato, sobre todo en la capital.
¿Qué le ocurre cuando tiene que escuchar alguna atrevida adaptación de "Aranjuez", más o menos jazzística, o con inoportunas letras agregadas? Son los gajes de la popularidad...
Pues, las aguanto como puedo. Es muy difícil evitarlo. No me piden permiso y, después, cuando me entero, sólo me queda soportarlo...
¿Cuáles son las obras suyas que juzga más logradas?
Creo que lo mejor que tengo lo he dejado en mis canciones. Quizá sea sólo una preferencia personal, y los críticos deberán juzgar más objetivamente. Por otra parte, he escrito para todos los instrumentos. En cuanto a lo característico, acaso lo más señalado sea mi producción para guitarra, un instrumento que, cuando empecé mi carrera, no era frecuentado demasiado por los compositores. Ya llevo escritos seis conciertos con una o más guitarras solistas, de manera que es casi una especialidad.
¿La guitarra con orquesta plantea particulares problemas de volumen?
Así es. A pesar de que la guitarra suena más de lo que uno se imagina, como yo siempre digo, "hay que mimarla mucho", para evitar que el volumen de la orquesta se sobreponga y no la deje oír. Lo más peligroso es la masa de violines y aun la cuerda en general. En cambio las maderas o, más extensamente, los instrumentos de viento, se llevan mejor con el solista. La sonoridad debe ser camarística, aunque yo, particularmente, no he tratado la música de cámara propiamente dicha (cuartetos, tríos, etcétera). Me interesa si hay la oportunidad de un instrumento solista. Así he compuesto la "Sonata pimpante" para violín y piano y la "Siciliana" para violoncelo y piano.
¿Le ha tentado la música para teatro?
Sí, aunque no lo he hecho en gran cantidad, como sí lo hice en el campo de la canción de cámara, el piano solista o la guitarra. Aparte de un par de ballets, tengo una comedia lírica, "El hijo fingido", sobre una obra de Lope de Vega adaptada por Victoria y Jesús María Arozemena. Lo que más frecuenté, en este orden, es la música incidental para escena, y aun la música para películas.
¿Trabaja cotidianamente?
No. Cuando viene la inspiración, o cuando se la llama, porque es preciso hacerlo, o cuando, simplemente, tengo ganas de hacer música. Los encargos son muy importantes, en este sentido, sobre todo si provienen de amigos. Ahora, cuando me pongo a componer, me doy buenos atracones de trabajo.
¿Alguno de sus intérpretes le ha impresionado particularmente?
Sería difícil precisarlo. Imagine usted que el "Tríptico de Mosén Cinto" fue estrenado por Victoria de los Angeles, la "Fantasía para un gentilhombre" por Andrés Segovia, el "Concierto serenata" por Nicanor Zabaleta... He oído obras mías tocadas por Alicia de Larrocha, Montserrat Caballé, Gaspar Casado, Narciso Yepes. La elección es casi imposible.
¿En qué trabaja actualmente?
Hace unos días terminé unas pequeñas piezas para guitarra que destino al gran guitarrista Celedonio Romero quien, con sus tres hijos, estrenó ya mi "Concierto andaluz" para cuatro guitarras y orquesta. Ahora estoy pensando en una obra para flauta y orquesta que me han encargado desde Inglaterra. Es una combinación instrumental que no había ensayado antes.