En Gualeguay yo viví desde que nací hasta los dieciocho años en que me fui para estudiar literatura en la Facultad de Humanidades de la Universidad de la Plata. Allí me recibí de profesor en Letras. Era una universidad magnífica, con profesores como Marasso, Capdevila, Enriquez Hureña y Amado Alonso. Levene, en historia. Bueno, un elenco de profesores, y una currícula de enseñanza magnífica. Entonces, me gradué de profesor pero por razones políticas, por razones de mi ideología y de mí militancia en el Partido Comunista, en la Federación Juvenil Comunista en ese momento y en el Partido Comunista más tarde, me impidieron ejercer la profesión de docente, de profesor. Yo me recibí en el año 42 y había ingresado en el 38 en la facultad. En ese momento no había Estatuto del Docente sino que había que ir a ver a un diputado conservador a pedirle una cátedra. Y eso yo no lo iba a hacer. Paralelamente yo llevaba, no tanto la vocación como mi deseo de ser escritor. No sé en qué medida lo era. Pero bueno, en esos años publiqué mi primer libro: "La mujer del silencio", de poesía.
A propósito de esto ¿no?, en un momento vos decís que el oficio se elige solo. ¿Vos crees que te ha elegido o vos lo elegiste al oficio de escritor?Yo creo que hay una mezcla de las dos cosas. Hay una feliz o infeliz (eso lo dirán los lectores y la posteridad) coincidencia entre las ganas que uno tiene de ser algo y las posibilidades de serlo. Fijate vos que mis ganas eran muy grandes porque yo tuve que trabajar de cosas increíbles, de obrero de un aserradero en el Tigre, de obrero de imprenta, de guionista de cine, de corrector de pruebas; de todas esas cosas. No sé si me empujaban hacia la literatura o me alejaban de ella. Yo creo que me empujaban porque la experiencia de vida y de trabajo, que es inapreciable, es casi tan importante como el estudio.
Y también entre esas ganas, ¿qué lecturas te acordás que te marcaron?
De esa época, y un poco antes, marcó mi vida para siempre, porque si bien yo he dejado de militar en el Partido Comunista sigo siendo marxista, y lo seré, sin duda, porque quien haya bebido del marxismo es imposible que lo abandone, que lo deje, fue un escritor ruso: Máximo Gorki. No sé si ustedes conocen o han leído la novela "La madre". Bueno, ese, ese libro, hizo de mí un marxista.
Y respecto a la madre. En varios momentos, en el último cuento de "Los degolladores" que se llama "Pequeña memoria", en "Mayo del 69" y en "Las tierras blancas" vos planteás que tenés tres madres y yo siempre sentí que había una que no nombrabas. ¿Cuáles serían estas tres madres?
Una es la que me parió. Otra es una señora que vivía enfrente a la casa en donde yo nací, que era un matrimonio sin hijos. Mi madre tuvo seis hijos, yo tuve cinco hermanos más, todos menores que yo, y esta señora como que me adoptó. El marido tenía un taller mecánico, y no hay cosa más fascinante para un niño que un taller mecánico, que andar entre los autos, entre los fierros, que ensuciarse con grasa. Y la señora de él, que se llamaba Elvira, era como mi segunda madre. La tercera fue una prostituta. Hay un cuento que se llama "Ana la turca" inspirado en ella, que me inició en la vida sexual pero con ciertas características muy especiales.
Sí, hay una enorme ternura hacia esa figura.
Es una historia de ficción. En la medida de que las historias de ficción tienen una particularidad. Quiero señalar siempre lo autobiográfico del material. Entre la fuente literaria y la obra de ficción hay una distancia cualitativa. Y hay unión, pero al mismo tiempo una diferencia de cualidad que no se puede confundir en la construcción. Si yo digo: "esta es mi autobiografía"; bien, entonces sí, es legítimo. De lo contrario la obra de ficción hay que considerarla siempre como ficción. Por más que tenga fuentes verídicas.
¿Desde hace cuánto vivís en Buenos Aires?
Desde el 44, 45. O sea sesenta años.
¿Y cómo recordás que fue ese traslado de Entre Ríos a la capital?
Fue traumático porque como militante del Partido en ese momento fui detenido y trasladado compulsivamente a Buenos Aires con la prohibición de volver a Entre Ríos. Fue una cosa nueva y eso le ocurrió a varios, a varias personas, no solamente a mí. Entonces, en el año 44, ahora que lo recuerdo bien, me tuve que quedar compulsivamente en Buenos Aires porque no podía volver, si volvía iba a ser detenido nuevamente. Y acá me las arreglé como pude.
¿Y en esa Buenos Aires estaban también Wernike, Juan L. Ortiz?
A Juan L. Ortiz yo lo conocí en Gualeguay. Incluso creo que fue él quien ayudó un poco a que mis padres accedieran a que yo viniera a estudiar literatura en una facultad que era de Humanidades. Una palabra totalmente inusada en ese entonces. ¿Qué es eso de Humanidades? Porque bueno, Filosofía y Letras se sabía, que es lo mismo en realidad; casi los mismos programas y los mismos profesores. Pero esta facultad a la que yo quería venir que se llamaba de Humanidades... Mi mamá que era maestra; y mi viejo, que era comerciante, siempre me decían: "porque no estudias medicina, hijo, o abogacía, caramba. O no sé, odontología". Y yo no; yo quería venir a esta facultad. Y Juanele me dice: "pero vas a ir a la mejor facultad del mundo, pero mira los profesores que son". El me decía eso. Porque era muy amigo de mi padre. Cuando Juanele publicaba libros los pagaba él. Cuatrocientos o quinientos ejemplares. Y uno de los primeros clientes que le compraba los libros a Juan era mi viejo. Así que en mi casa estaban todos los libros de Juanele.
Quería ahora hablar un poco de "Puro cuento", esta novela que fue corregida...
Con el nombre de "Mayo del 69".
Acá se plantea una temática donde aún prevalece la denuncia social pero con otras implicancias, en otro lugar, la ciudad, como terreno. ¿Qué te impulsó a contar esta historia, a cambiar de paisaje?
Bueno, como diría Ortega, el ser humano es él y sus circunstancias. Después de vivir cincuenta años en Buenos Aires, ¿qué es lo que pasa con un escritor o con un verdulero? Se impregna de este paisaje, de este paisaje físico y urbano. En Gualeguay era imposible imaginarse una visión así, de cemento; que no hubiera árboles, pájaros, perros. Y esto me impregnó de algún modo. Y entonces yo me convertí en una especie de hidra de dos cabezas: una suburbana y otra rural. Porque mis raíces más auténticas quizás son las de cualquier ser humano nacido y criado en una región. En este caso, Entre Ríos.
¿Y cómo te llevás con la ciudad?
Bien, la amo a esta ciudad. Así como amo a Entre Ríos. Tengo dos amantes en ese sentido.
En esta novela, en "Puro cuento", utilizás recortes de diario, anticipándote a la novela de Cortázar "Libro de Manuel".
Sí, Cortázar lo dijo.
¿De dónde surgió este recurso de utilizar los recortes?
Probablemente yo lo vi en John dos Passos, en "Manhattan Transfer"y en la trilogía: "1919", "El gran dinero" y "Paralelo 42". Bueno, en esas novelas John Dos Passos utiliza a veces ese recurso, el ojo cinematográfico.
¿Sentiste o sentís el anhelo por escuchar, oír, lo que nadie oye?
Sí. Es una de mis limitaciones. En comparación con los patos de una laguna que adivinan la presencia del cazador. Esto está en un cuento también: "La mujer del cazador" en "Colinas de octubre". Ellos escuchan la llegada de la mujer del cazador, el cazador ha muerto, asesinado por dos porteños, y entonces ellos escuchan, los patos vuelan, y después ellos comienzan a escuchar el ruido de los toletes de los remos. Y la mujer no venía usando los toletes, como venía a favor del río venía usando una pala. Y entonces los patos le dijeron. Tiene un bote, y entonces ellos escuchan el ruido de los toletes de los remos que no se producía. Se lo imaginaron al ruido ese. Bueno, ahí hay un juego de escuchar lo que no se oye. De escuchar lo que hay detrás del silencio absoluto. Que no existe.
¿Te pasa esto de escuchar u oír a través de tus personajes, acercarte, poder arrimarte a otra realidad, a otro contexto socioeconómico, social, a través de ellos o indagando en ellos?
Si no ocurriera eso nadie podría ser escritor. Escritor no es solamente el tipo que sabe escribir, redactar. Porque eso se puede aprender. La mayor exigencia que tiene un escritor es la de poder vivir vidas ajenas, de poder reencarnar una especie de método Stanislavski en el teatro. Encarnar el personaje. Y a la vez poder mirarlo como pide Brecht, mirarlo desde lejos. Es decir, estar en los dos lugares. Fijate vos si Balzac hubiera tenido que vivir todas las vidas de la "Comedia humana". Y sin embargo en ninguna de ellas (yo no he leído las noventa y nueve, pero he leído casi todo lo que he podido) no hay nada que pueda decirse que no sea realismo, que no sea verídico, comprobable en la probabilidad literaria, se entiende. Y que no sea el gran maestro de la literatura que fue para siempre.
Algo que me conmovió de tus novelas es ver la unión que hay entre los personajes y la tierra. La soledad de los personajes ligada a la soledad del paisaje. ¿A qué se debe esta soledad de tus personajes?
Al subdesarrollo, a la marginalidad. "Las tierras blancas" se publicó hace cincuenta años, en el 56. El año que viene va a cumplir cincuenta años. Y se reeditó, y sigue interesando al parecer. O sea que la marginalidad que había en aquellos tiempos es la misma que ahora, salvo que ahora los chicos se drogan. Odiseo no se hubiera drogado, si viviera hoy se drogaría con pegamento. Pero era eso: el subdesarrollo, la marginalidad, la exclusión: uno de los crímenes mayores del capitalismo. Salvaje o civilizado.
Yo veía en esta marginalidad también de parte de los personajes una aceptación de su destino, como un mandato casi heroico de seguir aún ante las peores circunstancias.
La madre es un personaje digamos heroico, ella se propone luchar y lo va a hacer; ella dice que no puede dar pasos hacia atrás, porque pasos hacia atrás es ir hacia la muerte, y que todos los pasos que puede dar aún, sin el hijo, serán hacia delante. Además hay dos personajes que le traen la ideología de afuera, podría ser desde el marxismo o desde la "cultura" tomada entre comillas.
Lo que me llamó la atención justamente es el modo en que vos ves a tus personajes ahí, absorbidos por una realidad que es en general bastante cruda, bastante desamparada, y sin embargo son héroes, personas que siempre están de frente a sus historias.
Que no se han corrompido.
Y tienen una dignidad intachable.
Sí, sí. Es cierto. Tengo plena conciencia de eso. Además, lo hice así. En el caso de "Las tierras blancas", yo lo atribuyo un poco a dos cosas. Primero a la congénita dignidad de la mujer. En general aquí cuando ha parido. Porque la mujer se completa y cree cuando ha engendrado. Y en relación con el hijo. Ahí se vuelve lúcida cualquier mujer. Hasta sabe adivinar lo que hace el chico. Sin mirarlo, sin verlo, sin estar con él.
Hablando del desamparo y la exclusión. ¿Para vos qué color tiene el hambre y el silencio?
Mira, yo te voy a mostrar, a ver... De Gualeguay una gente me regaló tierra blanca. Ese es el color. En conjunto aparece como blanca, pero ese es el color. Está sacada de ahí, de ese lugar, de las tierras blancas de Gualeguay. Así que vos me preguntás y te lo muestro. Esto me lo hicieron ellos. Ese es el color.
Leyendo tus cuentos me vino a la memoria una tradición oral muy fuerte, y me hacía acordar a Rulfo. A Rulfo alguien le contaba historias. ¿Tenías en tus pagos alguien que te contaba historias? Pienso en Ponciano Alarcón, un personaje de tus cuentos de "Colinas de octubre".
Sí, claro, claro. Este Ponciano Alarcón era un hojalatero que había en Gualeguay. Durante toda mi infancia toda la gente era urquisista. El general Justo José Urquiza, la batalla de Caseros, la lucha contra Rosas, en fin. Y el papel de Entre Ríos en la institucionalización del país. Todos eran urquisistas. Y este viejo Ponciano Alarcón, que era hojalatero y era cliente del negocio de mi papá, era jordanista. El primer jordanista que yo escuché en mi infancia. Yo era sarmientino, mi madre era maestra, y él decía que a Urquiza lo había mandado matar Sarmiento para poder intervenir la provincia y apoderarse de toda la provincia, porque López Jordán se había opuesto a la guerra del Paraguay, a la participación Argentina en la guerra del Paraguay. Y es verdad. Mitre no logró reclutar un sólo hombre en Entre Ríos para ir a pelear contra los paraguayos. Y los que reclutaba desertaban, desertaban y volvían. Entonces ésta era la teoría de Ponciano Alarcón, el hojalatero. Que yo después lo transforme en un mayor militar jordanista.
¿Y cómo fue la experiencia de que hayan llevado al cine tu novela "Las tierras blancas"?
Bueno, como experiencia, fascinante. Los resultados no fueron tan buenos. Es una película digna la que hizo Hugo del Carril. Y él la hizo con la mejor intención. Pero probablemente él dejó a un lado el personaje de la madre. Es decir, tomó lo social, lo reivindicativo, la renuncia, que era lo que él más sentía. Pero se olvidó o dejó lo psicológico a un lado. A tal punto que al lado del personaje de la madre es casi más importante el padre. El papel de Odiseo sí está bien desarrollado, y el del padre, pero la madre está casi olvidada. Porque hubiera tenido que hacer dos películas o, no sé, se hubiera requerido otro tipo de enfoque. Aunque yo tengo algo que ver porque yo intervine un poco en la elaboración del libro, pero en ese momento yo al cine no lo pescaba muy bien.
Siguiendo con la madre. El "nosotros" de la madre en "Las tierras blancas". ¿A quién incluye?