9 de septiembre de 2008
El manifiesto Russell-Einstein o cómo desmantelar una bomba atómica
Medio siglo antes de que la banda irlandesa U2 editara "How to dismantle an atomic bomb", un grupo de eminentes científicos se reunieron en Londres para debatir sobre los peligros que representaban las armas nucleares al calor de la Guerra Fría. El resultado de las deliberaciones se plasmó a través de una declaración de principios que advertía e impelía a los líderes mundiales a buscar soluciones pacíficas para los conflictos internacionales. Así, el 9 de julio de 1955 se conoció el llamado "Manifiesto Russell-Einstein", que fue firmado por el filósofo y matemático Bertrand Russell (1872-1970); el físico Albert Einstein (1879-1955), el profesor de Física Teórica en Berlín, Francfort, Góttingen y Edimburgo Max Born (1882-1970); el profesor de Física Teórica de la Universidad de Harvard Percy Bridgman (1882-1961); el profesor de Física Teórica de Varsovia Leopold Infeld (1898-1968); el profesor de Física en el Collége de France Fréderic Joliot Curie (1900-1958); el profesor de Química del Instituto de Tecnología de California Linus Pauling (1901-1994); el psicólogo y genetista Hermann Muller (1890-1967); el profesor de Física Atómica de la Universidad de Bristol Cecil Powell (1903-1969); el profesor de Física del St. Bartholomew's Hospital de la Universidad de Londres Joseph Rotblat (1908-2005) y el profesor de Física Teórica de la Universidad de Kyoto Hideki Yukawa (1907-1981).Ante la trágica situación que enfrenta la humanidad, creemos necesario que los científicos deben reunirse en una conferencia, para valorar los peligros crecientes que se desprenden del desarrollo de las armas de destrucción masiva, y para discutir una resolución redactada en el espíritu del borrador que se adjunta a ésta. No hablamos en esta ocasión como miembros de tal o cual nación, continente o credo, sino como seres humanos, miembros de la especie humana, cuya supervivencia ya está puesta en duda. El mundo está lleno de conflictos y, por encima de todos los conflictos menores, está la titánica lucha entre el comunismo y el anticomunismo. Casi todas las personas políticamente conscientes están sensibilizadas con respecto a alguno de estos conflictos. Pero es necesario que nos desprendamos de percepciones parciales, para considerarnos miembros de una especie biológica que ha tenido una extraordinaria historia y cuya desaparición no es deseada por ninguno de nosotros. Hemos de aprender a pensar de una nueva forma. Tenemos que aprender a preguntarnos, no qué medidas hay que tomar para que el grupo que preferimos obtenga la victoria militar, porque este tipo de medidas ya no existen, sino qué medidas hay que tomar para prevenir la conflagración militar, cuyo resultado sería desastroso para cualquiera de las partes. La opinión pública, e incluso muchas personas con puestos de autoridad, no saben aún lo que sería una guerra donde se usaran armas nucleares. Todavía se piensa en términos de destrucción de ciudades. Se entiende que las nuevas bombas son más potentes que las viejas, y que mientras una bomba A pudo destruir Hiroshima, una bomba H podría destruir ciudades tan grandes como Londres, Nueva York o Moscú. No cabe duda de que una guerra en la que se usaran estas bombas H supondría la destrucción de estas grandes ciudades. Pero esto sería uno de los desastres menores que deberíamos afrontar. Si todos los habitantes de Londres, Nueva York o Moscú fuesen exterminados, el mundo podría, en cuestión de algunos siglos, recuperarse del golpe. Pero sabemos, especialmente tras las pruebas nucleares de Bikini, que las bombas atómicas pueden extender gradualmente la destrucción sobre un área muy superior a la inicialmente supuesta. Se sabe de fuentes muy fiables que es perfectamente posible fabricar una bomba que sea unas 2.500 veces más potente que la que destruyó Hiroshima. Tal bomba, si estallara sobre la superficie terrestre o debajo del agua, emitiría partículas radioactivas hacia las capas más altas del aire, que luego descenderían sobre el suelo en forma de lluvia o polvo mortal. Fue precisamente este polvo el que contagió a los pescadores japoneses y a la pesca capturada por ellos. Lo cierto es que nadie sabe con certeza hasta dónde podría extenderse la difusión de esas mortíferas partículas radioactivas, pero las fuentes más rigurosas son unánimes al afirmar que es muy posible que una guerra a base de bombas H signifique la muerte universal, una muerte que sólo sería súbita para una minoría y que para la mayoría restante, representaría una lenta tortura de enfermedades y desintegración. Hemos comprobado que las personas que más saben son las más pesimistas. Este es pues el interrogante que planteamos, espantoso, terrible e ineludible: ¿desaparecerá la raza humana o la humanidad renunciará a la guerra? Mucha gente no acepta tal alternativa, porque le parece muy difícil que se consiga desterrar la guerra. La supresión de la guerra exigiría desagradables limitaciones de la soberanía nacional. La gente apenas puede imaginarse que ellos mismos individualmente, y las personas a las que quieren, están en inminente peligro de perecer angustiosamente. Ante nosotros está, si lo escogemos, un continuo progreso en términos de felicidad, conocimiento y sabiduría. ¿Escogeremos la muerte como alternativa, sólo porque somos incapaces de suprimir nuestras querellas? Hacemos, como seres humanos, un llamamiento a los seres humanos: recuerda que eres humano y olvida el resto. Si los hombres obramos así, se abrirá ante nosotros el camino hacia un nuevo paraíso, en caso contrario, quedará con nosotros el peligro de la muerte universal. Invitamos a este Congreso a los científicos del mundo y al público en general, a suscribir la siguiente resolución: Ante el hecho de que en toda futura guerra mundial se emplearán con certeza las armas nucleares, y de que tales armas amenazan la existencia misma de la humanidad, hacemos un llamamiento a los gobiernos de todo el mundo, para que entiendan, y lo reconozcan públicamente, que sus propósitos ya no pueden lograrse mediante una guerra mundial y, consecuentemente, para que resuelvan por medios pacíficos cualquier conflicto que exista entre ellos.El Manifiesto Einstein-Russell dio lugar a las conferencias Pugwash sobre ciencia y asuntos mundiales reconocidas en 1995 con el premio Nobel de la Paz. Las actividades centrales de estas conferencias están coordinadas por un Consejo internacional, un Comité Ejecutivo con sedes en Ginebra, Londres y Roma, más los comités nacionales que existen en mayor o menor grado en una treintena de países. Su financiamiento está basado en donativos privados administrados por la Fundación Pugwash en Suiza, que ha intervenido activamente en los tratados de prohibición de pruebas nucleares, de no proliferación de armas, y de limitación de armas estratégicas, biológicas y químicas. En la actualidad Pugwash dirige cada vez más una parte de su atención hacia cuestiones de seguridad mundial relacionadas con problemas del desarrollo y del medio ambiente.