Norman Mailer (1923-2007) -que lo admiraba profundamente- dijo de él que valdría la pena preguntarse si no era "un hombre demasiado tímido como para convertirse en un gran escritor". Críticos prestigiosos no vacilaron en proclamarlo uno de los mejores -si no el mejor- entre los narradores norteamericanos de su generación, a la que pertenecieron figuras tales como William Burroughs (1914-1997), Carson McCullers (1917-1967), Joseph Heller (1923-1999) y Flannery O'Connor (1925-1964). Sea como fuere, Saul Bellow (1915-2005) fue una de las estrellas indiscutidas de la literatura de los Estados Unidos; inclusive, la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel en 1976. La carrera literaria de Bellow, hijo de inmigrantes judíos que llegaron poco antes de la Primera Guerra Mundial a los Estados Unidos, comenzó en 1941 cuando publicó su primer cuento en la revista "Partisan Review"; en 1943 apareció su primera novela, "Dangling man" (Hombre en suspenso), a la que siguieron "The victim" (La víctima), "The Bellarosa connection" (La conexión Bellarosa) y "More die of heartbreak" (Son más lo que mueren de desamor) entre otros. Su principal preocupación ha sido la de recoger en sus novelas la condición alienada del habitante de las grandes ciudades de hoy, sin desdeñar la comicidad y el grotesco que siempre acompañan sus aventuras. La siguiente entrevista fue realizada por el corresponsal en Jerusalem Dan Omer para "La Opinión Cultural" del 14 de marzo de 1976.
En 1963 publicó usted un ensayo en la revista "Encounter" bajo el título de "Some observations on american literature" (Algunas observaciones sobre la literatura norteamericana). ¿Cuáles son hoy, después de doce años o más, las observaciones que formularía sobre la literatura estadounidense?Creo que la situación de la literatura norteamericana no es satisfactoria últimamente. Hoy no se producen creaciones realmente importantes. Parece ser que la causa de ello está en la depresión que afecta a los Estados Unidos y a su literatura, lo que es en sí una situación deplorable. Faltaría a la verdad si no agregase que en comparación con lo que sucede en Inglaterra, en Francia, en Alemania, en Italia y en otros países, creo que nuestra propia situación es mejor. Pero en general, estimo que la literatura toda ha sido derrotada.
Aquí, en nuestro país, suele hacerse una distinción entre la literatura norteamericana y la literatura judeo-norteamericana. ¿Qué opina usted de esa separación?
Israel es una sociedad enfrentada a una crisis y a guerras constantes, y a mí me parece que debido a ello los israelíes tienden a ver la vida de una manera extremista. En los Estados Unidos, los escritores -judíos y no judíos- no ven las cosas de ese modo. En lo que a mí respecta, soy ante todo un escritor norteamericano. Un escritor norteamericano de origen judío. Mis padres inmigraron a los Estados Unidos en 1913, en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Si hubiese estado interesado en ser un escritor judío, no hubiese ido en mi niñez a la biblioteca pública a leer a Theodore Dreiser o a Sherwood Anderson, sino a estudiar el "Mishná" (el libro de las leyes políticas y civiles de los judíos). Pero el hecho es que fui a leer a aquéllos y no a Sholem Aleijem ni a Isaac Leib Peretz. Entonces, ¿cómo puedo ser escritor judío? Soy lo que soy. Estoy convencido de que los demás me ven más claramente de lo que me veo yo mismo... y si los demás tienen una descripción más fidedigna de mi propia imagen que la que tengo yo, no tendré más remedio que rendirme. En realidad, lamento tener que participar de esa batahola a nivel de las relaciones públicas, o para decirlo de otro modo, de ese estilo palabrero de la lucha ideológica. Pero no pienso negarme a mí mismo y reconoceré que está a mi alcance comprender ese punto de vista de los israelíes. Con todo, en mi opinión, ese concepto de la literatura judeo-norteamericana carece de todo valor.
¿Cómo explica usted la circunstancia de que sus libros, entre otras cosas, contienen más que los de cualquier otro escritor norteamericano una galería de tipos judíos?
Creo que lo que me diferencia de otros escritores judíos de Norteamérica es que yo me crié en el seno de una familia oriunda del este de Europa, en un hogar en el que el idioma que se hablaba era el idish. En casa hablábamos idish, inglés y ruso. Y ésa fue la mezcla en la cual me crié. En cambio, otros escritores judíos norteamericanos no tuvieron esa vivencia directa. Ellos, prácticamente, no saben idish. Sus conocimientos judaicos son muy escasos. Sólo es gente que soporta una influencia negativa, o la presión de la guerra y del fascismo, y comienza a decir: éste es un escritor judío. Esa posición se apoya igualmente en los del otro lado de la barricada. Cuando la mayoría protestante de Norteamérica empezó a perder su dominio sobre la vida literaria y cultural, cuando comenzó a sentir su propio ocaso, comenzó a interesarse en nosotros como escritores judíos. Y al decir nosotros me refiero a Bernard Malamud, a Philip Roth y a mí. La actitud de los protestantes hacia nosotros fue muy honesta. De ningún modo intentaron encerrarnos en un ghetto. Y aquí debo agregar que, en cambio, la colectividad judía de Norteamérica sí adopta esa actitud. La posición del público judío es distinta de la del público lector arraigado en la tradición del mundo anglosajón.
La televisión israelí irradió últimamente una serie documental que destaca el proceso de asimilación de la joven generación judía en los Estados Unidos. También numerosos personajes jóvenes judíos de sus libros conducen con su falta de arraigo judío a una conclusión parecida de disolución del judaismo. Esos caracteres, ¿exponen su concepción sobre el problema de la asimilación del judaismo norteamericano en la sociedad circundante?
No soy profeta... sino escritor. Entre las funciones del hombre de letras figura la de ser, en cierta medida, historiador. El historiador describe lo que ve sin que esté en sus facultades la de dominar o la de orientar el curso de los acontecimientos. Lo que le queda por hacer es esperar, digerir, encontrar sus verdaderos pensamientos y sentimientos... para escribir entonces lo que la imaginación le dicta. ¿Cómo puede ser un escritor responsable por su obra? ¿Cómo puede ser capaz de analizar el futuro? ¿Profetizar? Repito que no soy profeta. Cierto es que a veces medito sobre esos temas como individuo. Fuera de ello, ¿qué utilidad habría en que yo me pliegue a las opiniones de determinados sociólogos faltos de inteligencia? ¿Acaso usted espera de mí que yo le diga que estoy esperando la asimilación y la desaparición de la joven generación judía de Norteamérica? En primer lugar ¡no creo en ello! No creo que eso esté por suceder. Nunca sucedió. ¿Por qué habrá de suceder de pronto en los Estados Unidos? Tengo que añadir que en mi juventud me parecí a los personajes jóvenes que aparecen en mi libro "The adventures of Augie March" (Las aventuras de Augie March). Todo lo que yo deseaba era salir a la calle y convertirme en norteamericano. Eludimos cumplir los preceptos y concurrir a la sinagoga. Pero cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y la hecatombe se abatió sobre las cabezas de los judíos, todos comenzamos a contemplar el tema judío de un modo distinto. Después de la guerra se fundaron nuevas sinagogas, los judíos de los suburbios comenzaron nuevamente a concurrir a ellas y a orar, aprendieron hebreo y se interesaron en el sionismo. Ese fue, de hecho, un renacimiento judío que evitó la asimilación. Ni siquiera fue ésa una asimilación consciente de mi generación, sino un profundo deseo de ser norteamericano como todos los demás norteamericanos. Ese sentimiento fue una vivencia emocionante. El proceso de incorporación al mundo amplio que nos rodeaba. Y en efecto, sentimos profundamente cómo nos estábamos convirtiendo en ciudadanos de un nuevo país, un país cuyas intenciones históricas eran únicas en su género. No teníamos prejuicios derivados del hecho de ser judíos. Sencillamente, no teníamos interés en el judaismo. Volviendo al tema, no veo que el judaísmo norteamericano esté desapareciendo. En todo caso, no desaparecerá mientras se prolongue la crisis ininterrumpida en la que está sumida Israel. Creo que siempre habrá quien le recuerde a los judíos de los Estados Unidos su judaismo.
Tendencias que aparecen en su libro "Henderson, the rain king" (Henderson, el rey de la lluvia) se manifiestan más pura y concentradamente en la apertura de "Mr. Sammler's planet" (El planeta del señor Sammler). ¿Hay en ella la descripción de un enfrentamiento entre el espíritu y la fuerza, en torno a la lucha racial?
De ninguna manera tuve esa intención. Al escribir la escena que usted cita, todo lo que tuve la intención de expresar fue que el negro le muestra al anciano blanco cuál es la realidad. En ese cuadro el negro le enseña al sobreviviente del Holocausto una de las reglas elementales, la base de los principios metafísicos. A juicio mío, en la Norteamérica de la década del sesenta la mayoría aceptó la argumentación de que el sexo es el foco de la realidad y que los demás criterios estaban errados. De ahí esa rudeza con la que el negro exhibe ante el señor Sammler ese símbolo sexual, la piedra de toque de la realidad metafísica. En realidad, el señor Sammler no podía menos que dejarse impresionar por ese símbolo, incluso de no haber pasado por el Holocausto e incluso conociendo la realidad tal como era. Y eso es todo lo que quise expresar. Estoy convencido de que también el negro lo sintió así. Nada tiene que ver en la situaciqn el problema racial; lo que aparece es el orgullo por la mera pertenencia al mundo de la naturaleza. Ese es el mundo natural. Todo lo demás son pamplinas. Blanco. Cultura. No tienen sentido.
La mayoría de los personajes de sus novelas son excéntricos. ¿Acaso hay que verlos como representantes de alguna "generación perdida" en Norteamérica?
No. Creo que usted no leyó mis libros como hubiera debido. En primer lugar, debo hacer presente que mis libros son en realidad cómicos. Además, hay en ellos un elemento importante que es mi intención de evitar una actitud demasiado seria frente a ellos. Si usted se empeñara en ver en mis libros una especie de lente a través del cual se pueden analizar problemas sociales o políticos, mis libros le resultarán por demás extraños, pero si usted se acerca a ellos con el mismo espíritu con que los leen los norteamericanos y los ingleses, en su mayoría -fundamentalmente como libros cómicos- encontrará en ellos algo distinto. Lamentablemente, me parece que las personas que viven en una sociedad que se halla en permanente crisis pierden el sentido del humor y el gusto por lo cómico. Creo que la gran distancia que se interpone entre los Estados Unidos y el conflicto del Medio Oriente, a más de la seguridad que brinda la vida económica norteamericana, son los elementos que permiten desarrollar ese estilo del cuento divertido. Si usted hace abstracción de ello, pierde lo esencial. Es como cuando se interpreta un cuarteto de Beethoven por un conjunto de jazz. Resulta difícil escucharlo. Así me suenan sus preguntas. Usted se desentiende del hecho de que no lee las cosas con el espíritu con que fueron escritas. Usted las entiende de un modo distinto.
En "Herzog" cita párrafos de "Der untergang des Abendlandes" (La decadencia de Occidente) de Oswald Spengler. Sammler se dedica a recoger fragmentos de recuerdos de H.G. Wells, y Sitrin, el héroe de su última novela, "Humboldt's gift" (El legado de Humboldt) está influido en definitiva por las concepciones teosóficas de Rudolf Steiner. Los personajes norteamericanos de su obra, ¿tienen claramente inclinación a adoptar tradiciones europeas?
Veo que usted viste jeans norteamericanos. Para mí, el sentido de eso es que ambos pertenecemos hoy a una sociedad internacional. Por lo tanto, en determinada etapa, debemos olvidar todas esas ideas anticuadas vinculadas a personajes con un trasfondo nacional limitado. Tal como sucedió con la pintura y la música, los últimos cien años convirtieron a la literatura en internacional. La literatura se transformó en un elemento directivo de la comunicación internacional. Y me refiero a la comunicación real, y no a la televisión, al cinematógrafo, etcétera. Hablo de un instrumento purificador entre los hombres.
Entonces, ¿por qué se sorprende usted de esa pregunta?
Fíjese: si hay revolucionarios marxistas en Angola y en Vietnam del Sur, ¿por qué los norteamericanos no pueden interesarse en la filosofía alemana? No veo en ello nada de particular. Y si consideramos los hechos, los norteamericanos fueron influidos considerablemente por la filosofía alemana durante el siglo XIX. Se pueden encontrar sus huellas en el trascendentalismo de New England. Al igual que en el pensamiento inglés. Entonces, ¿qué tiene de sorprendente ese internacionalismo? Creo que si entre ustedes hubiese tenido éxito el proceso de fusión de las diásporas este asunto les hubiese resultado más claro.
Volviendo a "El planeta del señor Sammler". ¿Cuál es el elemento nacional que lo atrajo a Israel en la Guerra de los Seis Días? ¿El norteamericano, el judío o el cosmopolita?
Numerosos norteamericanos salieron a cubrir la Revolución del '17 en Rusia. De modo que el proceder de Sammler es por demás natural. No hay que olvidar que el afán vagabundo de los norteamericanos está muy difundido. El fenómeno comenzó incluso antes de la Primera Guerra Mundial. La guerra sólo avivó la corriente de norteamericanos hacia el otro lado del Atlántico, corriente que no ha cesado hasta el día de hoy. No veo nada fuera de lo común en la actuación de Sammler.
¿Nos equivocamos al buscar tales significaciones en sus libros? ¿No las hay?
Creo que lamentablemente para mí, los lectores de mis libros buscan un sentido que está ausente en ellos. Es perder el tiempo. Es como tratar de resolver palabras cruzadas en las revistas semanales que ofrecen la solución. El entretenimiento en sí puede resultar interesante, pero también prueba que los lectores se esfuerzan en desentenderse de cosas que están escritas ante sus propios ojos. Como si estuviesen absorbidos por otros pensamientos.
¿Y cómo explica usted mismo la visita del señor Sammler en la Guerra de los Seis Días?
El señor Sammler es un judío polaco nacido a comienzos del siglo, poseído por la ambición de convertirse en ciudadano británico. Los mejores días de su vida transcurrieron en Londres como periodista amigo de H.G. Wells. Su mala suerte hace que la guerra mundial lo atrape en Polonia, en donde pasa por una larga serie de infortunadas peripecias. Después de la guerra, se va a Israel para intentar rehacer su vida. Pero la vida en este lugar se le aparece demasiado bárbara y totalmente insatisfactoria para él. Por eso se va a los Estados Unidos. Allí intenta seguir sus antiguos objetivos, concentrándose en un foco: el de que él es una persona civilizada, y no necesariamente judío. Pero cuando Sammler siente por tercera o cuarta vez después de la guerra mundial que a los judíos les está deparada una nueva humillación, se somete al poderoso impulso que lo empuja a Israel. Si hace falta, él está dispuesto a sumarse a sus hermanos en la lucha y en la muerte. Para Sammler no hay lógica en su proceder. Su pensamiento le dice que sus acciones son irracionales. Pero él se siente obligado a obrar así. Y así procede... Después de todo, no me propuse indicarle a alguien un modelo de actuación judía. En resumidas cuentas, lo que hago es describir la actuación de las gentes. Esa es mi responsabilidad.
Usted propuso no profundizar demasiado en los libros que escribió y ver en cambio en ellos, algo así como historietas o entretenimientos. ¿Qué es, en resumidas cuentas, lo que usted espera de la literatura?
La literatura es uno de los fenómenos exteriores que dan valor a la vida. Leí últimamente una entrevista con un escritor ruso que aprecio mucho, Abram Tertz, seudónimo de Andrei Sinyavsky, recluido durante seis años en un campo de trabajos forzados soviético por la impresión de sus cuentos en Occidente. Sinyavsky dice entre otras cosas que las gentes pueden vivir sin arte. En numerosos lugares del mundo hay personas que viven con total prescindencia del arte. Así como existen personas que pueden vivir con una dieta sin sal. ¿Qué vida es ésta sin sal? La literatura es la que nos convierte en humanos. Ese es uno de los significados de la cultura. Ella es como un órgano sin el cual la vida del género humano no es completa. Sin ella, los rostros no son rostros ni las flores son flores... Hay toda clase de sociedades. Las hay en crisis y las hay seguras de sí mismas, las hay prósperas y las hay que pasan por una depresión económica, las hay libres y las hay sometidas. Pero cuando falta esa pizca de sal del arte, falta algo en la vida de la sociedad y en la de sus miembros. Aquí es donde yo quedo involucrado en lo que ocurre. Ese es el material dentro del cual opero. Sólo que quiero dejar constancia de que no me veo obligado a defender una moral directa. Me siento artista y animado por una moral indirecta. Procuro dedicarme a ese elemento que convierte a la vida humana en algo realmente humano.
Sus libros "Herzog" y "El planeta del señor Sammler" fueron editados en hebreo. Próximamente aparecerá en Israel otro libro suyo, "Las aventuras de Augie March". ¿Tiene eso importancia para usted?
¿Si eso es importante para mí? Por supuesto. Creo que alguna importancia tienen las palabras que les dirijo a los hombres. No tengo qué decirles de un modo directo, pero sí tengo qué decirles indirectamente. Aunque prefiero ser leído en idioma inglés. Aquí debo manifestar que numerosos lectores en Israel leen bastante bien el inglés como para leer libros como los míos en su lengua original. El escritor se debe a la lengua en cuyo imperio obra. El idioma es la base real de su creación. Es el agua en la que el escritor nada como un pez. Esa es también la causa por la que me retraigo cuando me dicen que soy un escritor judío que escribe en inglés. Soy un escritor que escribe en su idioma. Y ese idioma es el aire de mis pulmones y la sangre de mis venas...
Pero a menudo usted introduce frases en idish en sus libros...
Cuando el idish se introduce en ellos, se introduce. Si hubiese necesitado del francés o del chino, los hubiese utilizado sin vacilación. Fuera de eso, existe una tradición de muchos años de escritores judíos que no escriben ni en idish ni en hebreo, sino en griego, en español, o hasta en francés, como Rabi Shlomo Yitzjaki. ¿Acaso las gentes condenan a Yitzjaki por haber escrito en francés? La cosa nada cambia para los judíos. Dicho sea de paso, el Nuevo Testamento fue escrito en griego por autores judíos. ¿Y qué hay con eso? En realidad, hasta escribiría en esquimal si se me antojase.
¿Lo enoja a usted el hecho de que Hemingway, como escritor norteamericano, no necesite de la defensa del idioma esquimal y nadie acecha su identidad judía?
El hecho es bien comprensible. Tengo cierta simpatía a la causa. Pero a veces el asunto se vuelve ridículo en cierta medida. Solemos llamar a eso: "El elefante y la cuestión judía". Las gentes suelen buscar conexiones entre cuanto asunto existe en el mundo y el destino judío. De hecho, el destino judío me es caro. Creo que si yo viviese como se debe quizás hubiese sido capaz de actuar en esa dirección. Sólo que nunca sentí el impulso de hacerlo. Y creo que en eso tengo mala suerte.