28 de enero de 2024

En el cuadragésimo aniversario de su partida, cuarenta ensayos sobre la vida y la obra de Julio Cortázar

(XXV) Juan Jesús Payán Martín
 
Doctorado en Filología Hispánica por la Universidad de Cádiz y en Lenguas y Literaturas Hispánicas por la Universidad de California, Los Ángeles, Juan Jesús Payán Martín (1978) lleva años dedicados al estudio de la poesía contemporánea, de investigación sobre lo fantástico como construcción cultural decimonónica y del rol desempeñado por escritores y artistas españoles en el desarrollo y reformulación de dicha categoría estética durante el siglo XIX. También ha explorado el entrecruzamiento entre literatura y pintura examinando las fuentes literarias de la obra del pintor español Francisco José de Goya (1746-1828), y revalorizado la producción de escritores españoles a menudo olvidados como Jorge Montgomery (1804-1841) y Luis García de Luna (1834-1867).
Además es Profesor Asistente en el Departamento de Lengua y Literatura en Lehman College de Nueva York, institución en la cual también organiza el Simposio Bianual de Estudios Hispánicos y Latinoamericanos y edita la revista electrónica de crítica literaria y de cultura “CiberLetras”.
En su país natal es miembro de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos y del Grupo de Investigación Lazos Culturales entre España e Iberoamérica de la Universidad de Cádiz. Es autor de numerosos ensayos y artículos entre los que pueden mencionarse “Entre las dos orillas”, “Los conjuros del asombro. Expresión fantástica e identidad nacional en la España del siglo XIX”, “Por las rutas de lo insólito. Don Quijote y su legado fantástico”, “Picaresca literaria”, “Cadencia rota”, “El viaje en la literatura hispanoamericana. El espíritu colombino”, “Wáshington Delgado: un poeta peruano de la generación del ‘50”, “Viaje por la poesía de Washington Delgado”, “Fantasías a la manera de Callot. La poética ecfrástica de E.T.A. Hoffmann”, “La heteronimia como ‘gestus’ brechtiano en los poemas de Sydney West”, “La Alhambra en Zorrilla. Variaciones crepusculares de un sueño nacional”, “La magia postergada. Género fantástico e identidad nacional en la España del XIX”, “Una imagen rebelde. Raíces de lo fantástico en la pintura de Goya”, “Búsquedas de la igualdad. Feminismo y abolicionismo en los siglos XVIII y XIX”, “Inexacta impureza. Sesgos de recepción y canonizabilidad decimonónicas en la construcción de lo pseudofantástico” y “Aproximación a ‘Salvo el crepúsculo’ de Julio Cortázar”. Este último es el que puede leerse a renglón seguido.
 
En Cort
ázar hay más escritor que novelista. Cómo él es gran escritor se puede decir. Julio Cortázar debe saber ya a estas alturas o profundidades de su vida, aunque no lo diga, que es un genial escritor sin género. Son palabras de Francisco Umbral, palabras atrevidas, sin duda, pero que hacen reflexionar acerca de uno de los rasgos que condicionan la obra del escritor argentino. Cortázar representa como pocos esa vertiente contemporánea que siente el género como un corsé que limita la creación artística. Su singularidad procede no sólo intrínsecamente del talento de su escritura, del manejo del lenguaje y la sorpresa, de su absoluta libertad genérica, sino, por encima de todo ello, de un marcado estilo, un carácter que deja un sello inconfundible. Quizá tenga razón Umbral al señalar que Cortázar es más escritor que novelista. Lo que es innegable al hacer repaso de su vertiente lírica, tan poco atendida por la crítica, es que Cortázar es más fabulador que poeta, y que también la poesía participa del universo cortazariano.
Resulta significativo a este respecto que la primera incursión del autor argentino en la literatura (y prácticamente la última) lleve el sello de la poesía. En 1938, bajo el seudónimo de Julio Denis, aparecía “Presencias”, poemario constituido básicamente de sonetos en los que era manifiesto el influjo mallarmeano. Transcurrirían treinta y tres años (1971) hasta la publicación de su siguiente libro de poemas, donde ya era perceptible la evolución del autor hacia senderos enteramente personales. El título ya adelantaba la voluntad libérrima de Cortázar. Los suyos no serían poemas, sino “Pameos y meopas”. De nuevo un lapso de tiempo mantiene al escritor lejos del género. Sin embargo, poco antes de su muerte reorganiza su material lírico. “Salvo el crepúsculo” (1984) iba a constituir el testimonio póstumo de sus inquietudes poéticas. En él aparecen recogidos algunos textos de sus libros anteriores (así como algunos diseminados en sus piezas misceláneas), junto con una amplia muestra de su producción última. Dicho libro, al que dedicamos este artículo, es por todo ello la expresión más acabada del Cortázar-poeta.
En el retorno de Julio Cortázar a la poesía se perciben fuertes elementos biográficos. El título y tono del poemario de seguro hubiese sido otro si no hubiera acaecido pocos años antes el fallecimiento de su segunda esposa, Carol Dunlop (1981), que melló mucho en su ya tocada salud. Al contemplar la producción de los años ‘80 se hace visible un cansancio creativo. Cortázar reduce su actividad a la recopilación de cuentos (“Queremos tanto a Glenda”, 1981) y a la redacción, solo (“Nicaragua tan violentamente dulce”, 1984) o en compañía de su mujer, de unos muy personales “libros de viajes” (“Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París-Marsella”, publicado en 1983). Lo mejor de su obra ya había sido escrito y Julio Cortázar, enfermo de leucemia, empezaba a echar una mirada sobre su vida y obra. Es en este punto donde adquiere sentido “Salvo el crepúsculo”.
En “El cazador de crepúsculos” incluido en “Un tal Lucas” (1979), el propio autor nos da la clave a la hora de entender el significado del título. “Si yo fuera cineasta me dedicaría a cazar crepúsculos. El crepúsculo no se deja cazar así no más, quiere decir que a veces empieza poquita cosa y justo cuando se lo abandona le salen todas las plumas. Creo que si fuera cineasta me las arreglaría para cazar un solo crepúsculo, pero para llegar al crepúsculo definitivo tendría que filmar cuarenta o cincuenta. Imposible predecir el destino de mi película; la gente va al cine para olvidarse de sí misma, y un crepúsculo tiende precisamente a lo contrario, es la hora en que acaso nos vemos un poco más al desnudo, a mí en todo caso me pasa, y es penoso y útil; tal vez que otros lo aprovechen, nunca se sabe”.
Estas líneas permiten varias fascinantes lecturas: de un lado, revelan una posible poética del autor en pos de un sólo crepúsculo abstracto e idealizado; de otro, el hondo contenido simbólico del título. Pareciera como si poco antes de su muerte Cortázar quisiera dejar a salvo ese espacio, ese espejo (la poesía) en que más desnudo ofrece una última mirada auto reflexiva sobre su vida y obra. En el propio poemario señala esta visión del género poético como pura interioridad del autor que entra en comunión con la del lector.
“Cómo no pensar después, que de alguna manera la poesía es una palabra que se escucha con audífonos invisibles apenas el poema comienza a ejercer su encantamiento. Podemos abstraemos con un cuento o con una novela, vivirlos en un plano que es más suyo que nuestro en la lectura, pero el sistema de comunicación se mantiene ligado al de la vida circundante, la información sigue siendo información por más estética, elíptica, simbólica, que se vuelva. En cambio el poema comunica el poema, y no quiere ni puede comunicar otra cosa. Su razón de nacer y de ser lo vuelve interiorización de una interioridad, exactamente como los audífonos que eliminan el puente de fuera hacia adentro y viceversa para crear un estado exclusivamente interno, presencia y vivencia de la música que parece venir de lo hondo de la caverna negra”, escribió en “Salvo el crepúsculo”.
Al leer este fragmento uno tiene la impresión de que “crepúsculo” o “audífono” son metáforas, excusas simbólicas a la hora de exponer su visión de la poesía. Tomando ambos textos como referencia podemos leer el título de una manera doble y paradójica (muy en línea en el autor). El poemario viene a ser, por un lado, tentativa imposible de cazar “el crepúsculo definitivo” del texto anterior, con lo que el poemario dejaría al lector con un amplio muestrario de intentos; y por otro lado, la obra viene a ser una declarada voluntad por rescatar esa faceta desnuda, propia de la poesía, que da postrero testimonio de su interioridad. Así pues, el uso prepositivo de “salvo” conduce a una visión colectiva, poema a poema del libro, mientras que el uso verbal remite a una visión global y simbólica de su poesía (concebida como crepúsculo interior). Esta última lectura permite además su relación con elementos biográficos, quizá no buscados por el autor. Cortázar vive la etapa final de su vida, aquejado de leucemia, como un último atardecer antes de la definitiva noche.
La redacción de sus poemas según confiesa el argentino es manifiestamente discontinua. Se trata, las más de las veces, de “poemas de bolsillo, de rato libre en el café, de avión en plena noche, de hoteles incontables”. Por ello no es fácil situar cronológicamente el marco en que están redactados. Al comienzo del libro Cortázar deja clara las claves del juego: “Discurso del no método, método del no discurso, y así vamos. Lo mejor: no empezar, arrimarse por donde se pueda. Ninguna cronología, baraja tan mezclada que no vale la pena. Cuando haya fechas al pie, las pondré. O no. Lugares, nombres. O no. De todas maneras vos también decidirás lo que te dé la gana. La vida: hacer dedo, auto-stop, hitchhiking: se da o no se da, igual los libros que las carreteras. Ahí viene uno. ¿Nos lleva, nos deja plantados?”.
Existe una débil selección de su etapa en Mendoza, allá por los años ´40, así como otra muestra fechada en 1951 en París. No obstante la mayor parte de los poemas con año de redacción pertenecen a su etapa como traductor de la Unesco. Un amplio conjunto de textos pertenece a 1968, escritos en Nairobi. Los poemas restantes o bien carecen de datación o admiten una referencia próxima al acto de ensamblaje allá por los años ‘78-‘84. Sería un error creer que “Salvo el crepúsculo” funciona al modo de una antología. Sería otro error considerarlo como un libro completamente nuevo. Es más una suerte de síntesis azarosa y personal, un caleidoscopio cortazariano montado ex profeso para legar una imagen más real de su vida y obra que otra cosa. No había género más idóneo que la poesía. No había método mejor que la ausencia de método: el caos como espejo de vida. “Armar este libro sigue siendo para mí esa operación aleatoria que me mueve la mano, como la vara de avellano la del rabdomante”.
Una y otra vez, Cortázar habla de la aleatoriedad de su selección, de la despreocupación de su acto creativo, algo que, siendo cierto, no deja de ser exagerado. Porque, a pesar de todo, existe una estructura, una organización sobre ese caos aparente. El libro se articula en torno a quince secciones encabezadas y cerradas por citas literarias que dan una mirada panorámica de la producción poética global del autor. A este material, el poeta añade textos en prosa que actúan como marco organizador y orientativo de cara a la lectura. Cada capítulo o sección es independiente y puede ser leída como tal, pero es a través de la prosa como su poesía se manifiesta declaradamente unitaria, engarzando los episodios aislados como memorias de un viaje.
La estructura de un lado es lineal y sucesiva mientras que de otro es enteramente orgánica. Hay un eje expreso que es el capítulo titulado “Salvo el crepúsculo”. Este funciona como corazón de la obra, pero, al igual que el corazón humano, éste se halla desviado del centro real o matemático, que sería en este caso “El nombre innominable”. Dicha sección dedicada a la mujer y de tono poderosamente amoroso se organiza a su vez en cinco episodios, interrumpidos por citas literarias. En la central leemos tal vez su poema más intenso (¿en recuerdo de Carol Dunlop?, difícil es saberlo). El autor tratará por pudor de velar la importancia del trasfondo vivido en su poesía. Sin embargo, pese a su recelo hacia lo autobiográfico y su enorme timidez (expreso en la página 65) las secciones centrales de su poemario van dirigidas hacia el nostálgico recuerdo de lo perdido o la evocación reflexiva del pasado. En torno a ese eje que constituye “El nombre innominable” van relacionándose por parejas los capítulos centrales del libro: “Permutaciones” y “Grece-Grecia-Greece 59” (secciones 7 y 9, técnicamente experimentales); “El agua entre los dedos” y “Salvo el crepúsculo” (secciones 6 y 10, que versan sobre la vivencia del amor); y “Ars amandi” y “Preludios y sonetos” (secciones 5 y 11, que retoman la pasión de Cortázar hacia las estrofas clásicas). No parece que esta estructuración global pueda mantenerse respecto a los cuatro primeros y cuatro últimos bloques, que admiten una asociación más libre.
Queda un último apartado por explicar, que es la interpolación de diálogos entre el autor y dos de sus personajes: Calac y Polanco. Ambos proceden, aunque con nombres invertidos, de su novela” 62/Modelo para armar” (a su vez desarrollo del capítulo 62 de “Rayuela”). Para nuestro estudio sirven las notas que sobre dichos personajes elaboran tanto Ángel Manuel Vázquez Bigi en “Temperamento y polaridad en los personajes de Julio Cortázar”, como Saúl Yurkievich en “62/Modelo para armar modelos que desarman”: “En 62/Modelo para armar”, el par opuesto y complementario lo forman los argentinos expatriados Polac y Calanco, quienes a lo largo del relato se clasifican a sí mismos y recíprocamente de “petiforro” y de “cronco” el segundo. En Calac, de mente abstractiva, de actitudes y gustos imposibles de predecir, se ven correspondencias con el temperamento esquizotímico y en la espontaneidad y euforia de los “croncos” como Polanco, -“útiles y sobre todo leales amigos”- se ven correspondencias con el carácter ciclotímico opuesto al anterior”, dice el primero. “Polac y Calanco asumen una distancia irónica, se ejercitan en la distensión lúdica y en la sustracción humorística. Son los transmisores del humor que desinfla la hinchazón sentimental. Ejercen un sarcasmo fraterno, aparentes pantallas de separación con las que simulan mantenerse al margen de los entuertos sentimentales”, dice el segundo.
En efecto, ambos personajes cumplen idéntica función de anticlímax sentimental, remitiendo además al universo de su infancia a través de su habla argentina. Pero además de ello, tienen una nueva dimensión. Actúan como opositores críticos a la labor compositiva del poeta. Mientras Calac se manifiesta como un divertido alter ego (“mi mejor alter ego”, llega a decir Cortázar), Polanco se muestra como un censor malhumorado y metódico. Se trata de dos visiones contrapuesta de la crítica literaria: una más abierta y dinámica, otra más cerril y estrecha. En cierto modo son la proyección visible de la típica pareja ángel/demonio de las representaciones de conciencia. Puesto que “Salvo el crepúsculo” también es un “modelo para armar”, como “62…”, admite en su interior la presencia invertida de ambos personajes. Lo que no deja de ser paradójico es que gracias a la dramatización del diálogo se aligere el peso dramático de la poesía cortazariana.
La fusión de poesía y prosa, desaconsejada por sus hijos de la fantasía, transmite al verso del argentino una base real, coherente y terrena. La referencia al mundo de la infancia, a sus lectores favoritos, la inserción de relatos como el dedicado a la prostituta Lala (desechado del “Libro de Manuel”), la transfiguración de anécdotas diarias que contienen la sabiduría de la escritura son otros aspectos que gracias a la prosa transmiten verosimilitud y cercanía a los textos que acompañan. Y es que “Salvo el crepúsculo” no es sólo un libro de poemas. Es la mejor encarnación del espíritu libre, conmovedor, sorprendente y cotidiano de Cortázar.
José Miguel Oviedo, según cuenta humorísticamente el argentino, decía que sus poemas eran “conmovedoramente malos”. Quizá sea cierto que en otros géneros la aportación de Cortázar haya sido más fecunda, pero ello no hace que su poesía carezca de interés y originalidad. Pocas antologías, pocos estudios han trabajado su vertiente poética. Y sin embargo, es gracias a su poesía que llegamos a conocer mejor la figura de un escritor inolvidable. Tanto... que nunca tuvo género.