23 de enero de 2024

En el cuadragésimo aniversario de su partida, cuarenta ensayos sobre la vida y la obra de Julio Cortázar

(XX) Carolina Orloff
 
La traductora, editora e investigadora de literatura latinoamericana Carolina Orloff (1977) nació en Buenos Aires y, tras conseguir una beca que la llevó a terminar el colegio secundario en Canadá, de allí fue a York, Inglaterra, para estudiar Literatura y Traducción. Luego, en 2007, se radicó en Edimburgo, Escocia, donde obtuvo el doctorado en Letras en la Universidad de Edimburgo, y fundó la primera editorial de literatura latinoamericana contemporánea en el mundo anglosajón: “Charco Press”, un sello que desde 2016 está publicando en inglés a autores de toda Latinoamérica y distribuye sus obras en el Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y Australia.
Ha publicado artículos y ensayos sobre literatura, cine, política, educación y cultura, así como crítica literaria de la obra de Cortázar en particular. Entre los artículos pueden citarse “‘La vuelta al día en ochenta mundos’ y ‘Último round’: la política de los libros collage de Julio Cortázar” en el “Bulletin of Spanish Studies”,La representación de lo político en escritos seleccionados de Julio Cortázar” en la biblioteca digital “Citeseer” y “De la estética a la ética: ‘Los premios’ y el viaje hacia la conciencia política de Julio Cortázar”, una investigación realizada para el “Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini”. Entre los ensayos figuran “La construcción de lo político en Julio Cortázar” y “Microcosmos no contados: escritores latinoamericanos en el Museo Británico”. Para el “Portal del Hispanismo”, del Instituto Cervantes, publicó en 2010 “El París de Julio Cortázar a través del ‘Libro de Manuel’. ¿Factor determinante o mero escenario?”, texto que sigue a continuación.
 
Andrés Fava, alter ego de Cortázar desde los días cercanos a su partida de Argentina en el año 1951, personaje único de “Diario de Andrés Fava” y uno de los protagonistas del “Libro de Manuel” es, según Cortázar, “un argentino de los muchos que no se sabe por qué están en París”, y que sin embargo, encuentran en París (en ciertos rincones, como el Hotel Terrass y el Cementerio de Montmartre, claves para la catarsis emocional de Andrés) los modos de expresar sus sacudidas existenciales. “Hay toneladas como Andrés”, dice el narrador de “Libro de Manuel”, que parecen estar “anclados en el París, en el tango de su tiempo, en sus amores y sus estéticas”. Como es recurrente en la ficción del autor argentino, sus protagonistas (Horacio Oliveira en “Rayuela”, Juan en “62/Modelo para armar”, e incluso Persio en “Los premios”) suelen ser fragmentos de la totalidad autobiográfica del autor. Con afirmaciones como la recién citada, Andrés Fava no es una excepción. También como “Rayuela”, “62…” y gran cantidad de sus cuentos, “Libro de Manuel” transcurre en la ciudad adoptada de Cortázar: París. Y esto, al menos en el caso de “Libro de Manuel”, no es mero escenario, sino que es de una significación determinante en y para el texto. En otras palabras, París no es simplemente el lugar donde se desarrolla la acción, sino que cumple un rol insustituible en la estructura del libro. Su cualidad de escenario se enaltece y deviene inseparable de la realidad en “Libro de Manuel”.
El traslado de Cortázar a París coincidió con un creciente compromiso ideológico de sus personajes literarios, perceptible ya en “Los premios”, publicado en 1960. La revolución cubana, y luego los sucesos de 1968, llevaron al autor a afirmar una postura y una visión política que no dejaría hasta su muerte en 1984. Sin embargo, el mayor compromiso de Cortázar fue de índole estética. Cortázar creía, como él mismo lo dijo, en los “Che Guevara del lenguaje, en los revolucionarios de la literatura más que los literatos de la revolución”. “Libro de Manuel”, publicado en 1973, apuntó a ser la representación de esa visión, pretendiendo convergir lo poético con lo político, sin traicionar la esencia literaria del texto. La intención de Cortázar por confluir la situación sociopolítica latinoamericana de la década del ‘60 y principios de los ‘70 con la literatura de ficción, se estipula en el prólogo del “Libro de Manuel”, cuando el autor enuncia que “hoy y aquí las aguas se han juntado”. La literatura y la realidad política coinciden, se complementan y se yuxtaponen en el esfuerzo de escribir una novela que, según Cortázar, tiene como objetivo cumplir un rol vital en la lucha del hombre “por enfrentar el horror cotidiano, cuidando preciosamente, celosamente, la capacidad de vivir con todo lo que supone de amor, de juego y de alegría”.
Es debido a este intento de convergir “Lenin y Rimbaud”, como lo expresa el personaje de Ludmilla, que “Libro de Manuel” -publicado diez años después que “Rayuela”- fue y sigue siendo un libro controversial. Para muchos críticos, es un fracaso en cuanto a lo literario; para algunos ideólogos e intelectuales, un ejemplo. Para Cortázar es el paradigma de su propia experiencia y también de esa ambición que nació en él al pisar París. En sus palabras: “De la Argentina se alejó un escritor para quien la realidad, como lo imaginaba Mallarmé, debía culminar en un libro; en París nació un hombre para quien los libros debían culminar en la realidad”. Y fue en París que, paradójicamente, y en las palabras del mismo Cortázar, “un argentino casi enteramente volcado hacia Europa en su juventud [descubrió] su verdadera condición de latinoamericano”.
¿Cómo escribir a partir y para esta condición, sino desde el mismo centro de este descubrir? “Libro de Manuel” relata los avatares de un grupo de latinoamericanos que está en París por razones que se asume están ligadas a la situación política de sus países. Juntos conforman “la Joda”, un conjunto revolucionario poco usual e incluso irrisible, que instiga disturbios picarescos y descolocadores, llamados “microagitaciones”. A su vez, juntos también planean y llevan a cabo el secuestro de un funcionario (llamado “el VIP”) con el fin de intercambiarlo por prisioneros políticos. Tanto las “microagitaciones” y el secuestro del VIP, como el día a día de los personajes, transcurren en pleno centro de París. La relación que los personajes establecen y manifiestan con la ciudad está constantemente presente; es intensa y siempre oscilante. Es una relación que fluctúa entre lo placentero (dice Andrés, “Vagar por París es mi otra música, andar como a tientas por la calle sin destino prefijado tiene algo de apertura”) y lo angustiante (el narrador comenta, “las manos sangraban un poco, como si realmente París fuera una fiesta”). La trama y el desarrollo de “Libro de Manuel” no serían los mismos si el libro no tuviera lugar en la ciudad luz. Por otro lado, dado que París es, después de todo, como lo dicen los personajes del “Libro de Manuel”, “capital de Francia y cuna de la revolución inspirada, la Joda no podría operar en ninguna otra ciudad del viejo continente”.
Al analizar más de cerca los despliegues de estas “microagitaciones” (por mencionar algunas, Patricio gritando en el cine, mientras se proyecta una película de Brigitte Bardot; o Marcos y Gómez empecinados en comer de pie en el Vagenande, un elegantísimo restaurante parisino), se puede percibir que lo que está al centro de estos disturbios es la creación de una desconfianza en el cuerpo social colectivo, y que lo que se logra es la descolocación (típicamente cortazariana) de lo cotidianamente asumido en la vida parisina. La Joda hace su revolución atacando los códigos de la civilización parisina, los códigos que Cortázar conocía muy bien. En estas “microagitaciones”, París reluce como un factor determinante, París es más que el simple escenario del contrato social. Además de sus actividades “revolucionarias”, los personajes de la novela tienen como factor común el libro que le están armando colectivamente a Manuel, niño de pocos meses e hijo de dos de los integrantes de la Joda. Este libro que el grupo prepara “para el porvenir del educando”, es un álbum de recortes periodísticos que en su mayoría tienen que ver con la situación política de Argentina y de Latinoamérica, aunque a su vez hay algunos recortes sobre el llamado Primer Mundo (Francia, Alemania), y también sobre Vietnam.
A medida que avanza el libro, los recortes plasman en el presente de los protagonistas, y en el supuesto futuro de Manuel, información sobre casos de tortura y desapariciones, lucha social e injusticias, violencia urbana y secuestros. Con la idea de que algún día Manuel vivirá la historia a través de este libro, la figura de Manuel no sólo representa la ilusión de un futuro diferente, sino que a su vez es la personificación del lector que, por un lado, lee “Libro de Manuel” de Julio Cortázar, pero quien también, simultáneamente, estudia una cierta visión de la historia: la visión, y versión, que Cortázar mismo obtuvo al leer los periódicos de manera simultánea a la escritura del libro, y extraer de los mismos los artículos que se entretejen en la narrativa de “Libro de Manuel”. Esta visión dela historia es la que Cortázar podía obtener a través de los diarios parisinos, y esporádicamente, de algún diario internacional.
En “Libro de Manuel” esto se refleja fehacientemente. La gran mayoría de los artículos están en francés, lo cual tiene un efecto directo en la narrativa y en las acciones de los personajes, y a su vez expone la perspectiva parisina sobre los acontecimientos del mundo, elucidando una cierta versión de la historia .París no es el simple escenario, sino que impone las coordenadas y las jerarquías que imperan en el libro. Manuel es también el símbolo del exilio. En otras palabras, Manuel es París. Al igual que el niño, París representa para los protagonistas -como para con Cortázar- la posibilidad de un cambio, de una vida nueva, de un futuro. Manuel, como París, es ese otro espacio para el cual, y desde el cual, se escribe la historia, una versión diferente de la historia donde las noticias de París se complementan con las de Buenos Aires. Una versión en la que se incluye, como lo dice Cortázar en el prólogo de “Libro de Manuel”, menos Munich y más Trelew (haciendo referencia al llamado “septiembre negro” de las Olimpíadas de Alemania ‘72, y a la masacre de los prisioneros políticos ocurrida en el mismo mes y año, pero en una ciudad patagónica).
Como sus padres (y todos los parientes adoptivos de la Joda), Manuel siempre será “el otro” dentro de un espacio que ya está definido por la otredad. Porque aunque Manuel haya nacido en Francia, sigue siendo, o ante nada es, “un niño argentino”. Y como tal, en París, siempre será distinto, siempre será un apatriado. Es importante notar que la otredad del exilio, se presenta en el “Libro de Manuel” como algo positivo, como lo expresan las palabras del rabinito Lonstein, que dice: “Lo exótico abre todas las puertas”. Tanto lo exótico de los sudamericanos en París (tan raros que, según Francine, “solamente [se encuentran] en las novelas y en el cine”), como la inexplicable, incluso surreal, naturaleza del pingüino turquesa, apuntan a una misma posibilidad: la de empezar de nuevo, y en otro lado. Ya lo dice Marcos en el libro: “Mi provincia está en un país viejo y cansado, habrá que hacerlo todo de nuevo”.
Situando el texto en París permite, en este sentido, el desarrollo de la narrativa desde dos planos. Desde el plano de los personajes, es significativo que la idea de “hacerlo todo de nuevo” pueda llevarse a cabo desde un lugar que no solamente es la “cuna dela revolución”, sino también, la ciudad de los “alienados”, según lo expresan los mismos personajes: “la noche en su rutina de neón… tiempo de los alienados en la ciudad más personal y más anclada en sí misma del mundo”. Por otro lado, desde el plano del autor, para Cortázar escribir desde su ciudad adoptada como propia y conocida como tal, le permite concentrarse en ese “todo” que los personajes anhelan hacer de nuevo, sin tener que imaginar de cero los detalles del “donde”. En uno de los encuentros entre Marcos y Ludmilla, se define más concisamente la posibilidad abierta hacia el otro espacio que París representa. El narrador dice, “cualquier cosa empezaba desde otros límites, al otro lado del deslinde, donde todo podía ser almanaques, y barriletes, y chivitos, y teatro, donde alguna vez la Joda podía tener todos esos nombres, todas esas estrellas”.
Este otro espacio generado por el exilio en París es lo que da lugar a otra perspectiva, una mirada desde afuera, y por lo tanto, como lo dice Graciela Montaldo, una mirada más amplia, en este caso, sobre la realidad latinoamericana. Para Cortázar, esta mirada más amplia, producto del exilio (voluntario y temprano, y por tanto, muy criticado), se tradujo en una reintegración continental, en una consciencia latinoamericana. Fue desde París, ciudad que según Cortázar brindaba “la perspectiva más universal del viejo mundo, desde donde todo parece poder abarcarse con una especie de ubicuidad mental”, que el autor pudo “desnacionalizarse” y encontrar “las verdaderas raíces de lo latinoamericano sin perder por eso la visión global de la historia y del hombre…”. Desde esa posición, y desde esa perspectiva, surge (o intentó surgir) 
Libro de Manuel.
La última novela de Cortázar no sólo intenta convergir la política y la literatura, sino que también trata de poner en manifiesto las diversas dimensiones del exilio y de la argentinidad vividas desde el afuera, y más precisamente, vividas desde París. La argentinidad es, como París, un elemento clave en la novela, así como lo era para Cortázar mismo, y como queda irrefutablemente demostrado en muchos de, sino en todos, sus textos. El enunciado de Horacio Oliveira en “Rayuela”, “En París todo le era Buenos Aires y viceversa”, en “Libro de Manuel” no sólo existe, sino que se profundiza y se transforma en un “cerca y lejos, en Verrières o La Plata… todo era Argentina”. Esta dimensión conscientemente argentina del libro es una expresión de la responsabilidad histórica del autor hacia su presente y hacia la necesidad de denunciar los acontecimientos de ese período y de plasmarlos, no sólo en los libros de historia, sino también (y tal vez sobretodo) en el arte.
El hecho de que la novela se desarrolle en París, en el exilio parisino, es un factor significativo, no sólo a nivel sentimental y empírico, sino también a nivel ideológico y de compromiso. Sin embargo, a través del uso del lenguaje (el voceo, las expresiones en lunfardo) y de las manifestaciones de nostalgia (en las palabras de Oscar: “esa Argentina, de golpe increíblemente lejos y perdida”), el país natal del autor, y en particular Buenos Aires, no dejan de infiltrarse en la trama y en la formación del perfil de los personajes. Buenos Aires llega a ser, como París, el “otro lugar”, expresado sucintamente por Oscar, “las actividades del ERP [pasaban] en una ciudad tan abstracta en ese lugar y momento”. Buenos Aires se aleja de París, y a la vez, existe a través de ella. Las dos ciudades son el reflejo de la otra, cada una es su doble, y por eso mismo, ninguna de las dos puede prescindir de la otra. Cortázar mismo vivía en carne propia esta dualidad de planos, residiendo en París, pero habitando su Buenos Aires. Es por eso también que “Libro de Manuel” no podía situarse en Londres o en Madrid. Es París la ciudad europea que establece un regreso constante a la ciudad porteña. Y ese ir y venir, es también un factor determinante para el libro. Hacia el final de “Libro de Manuel”, Andrés Fava improvisa un poema, parte del cual dice así: “yo soy el que en París escucha cantar a Joni Mitchell, el mismo que entre dos cigarros sintió pasar el tiempo por Pichuco y por Roberto Firpo… Cosa tan rara… Ser argentino en esta noche, la voz de Joni Mitchell entre un Falú y un Pedro Maffia… ser argentino en un suburbio de París… ser argentino, ir caminando a una cita con quien y para qué, cosa tan rara sin renunciar a Joni Mitchell… ser argentino en esta mancha negra”.
Si a través de las palabras de Andrés, el alter ego de Cortázar, París deviene la “mancha negra”, es esta misma oscuridad, es (como en el caso de Edipo) la ceguera, irónicamente impuesta por la ciudad luz, la que le permitió a Cortázar reconocerse y reposicionarse. Así como Buenos Aires jamás fue para Cortázar una ciudad cándidamente anclada en el pasado, París nunca pudo ser un mero escenario para sus escritos. “Libro de Manuel”, a través de los recortes de diario, las “microagitaciones” y la influencia que tienen ciertos rincones de París en los personajes, por citar sólo algunos ejemplos, es una clara manifestación de esto.