5 de enero de 2024

En el cuadragésimo aniversario de su partida, cuarenta ensayos sobre la vida y la obra de Julio Cortázar

(II) Carmen de Mora Varcárcel

Carmen de Mora Varcárcel (1949) es catedrática de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Sevilla. Es una prolífica autora de numerosas publicaciones sobre narrativa hispanoamericana contemporánea, relato breve y literatura colonial. Entre sus ensayos pueden citarse “En breve. Estudios sobre el cuento hispanoamericano contemporáneo”, “Escritura e identidad criollas. Modalidades discursivas de la prosa hispanoamericana del siglo XVII”, “Estudios sobre el cuento hispanoamericano contemporáneo”, “Viajeros, diplomáticos y exiliados. Escritores hispanoamericanos en España (1914-1939)” y “Diversidad sociocultural en la literatura hispanoamericana (siglo XX)”.
También ha participado en diversas antologías en las que ha publicado, entre muchos otros estudios, “Lecturas transversales de la novela corta en Latinoamérica (1926-2013)”, “Aspectos del hispanoamericanismo español en las primeras décadas del siglo XX”, “La apropiación de modelos discursivos europeos en la prosa hispanoamericana del siglo XVII”, “Literatura hispanoamericana del Siglo XX. Memoria y escritura”, “Lectura en clave de ‘Relato de un náufrago’ de García Márquez” y “Clásicos para un nuevo mundo. Estudios sobre la tradición clásica en la América de los siglos XVI y XVII”. A su vez ha publicado artículos en diferentes revistas entre los que se destacan  “Violencia y oralidad: dos claves para leer a Rulfo”, “El cuento argentino en los años ‘90”, “Dimensiones de la prosa barroca en Hispanoamérica”, “Borges y Buenos aires. Una mirada desde los márgenes” y “El cuento argentino del postboom”.
En lo referido a Cortázar, ha publicado el ensayo “Teoría y práctica del cuento en los relatos de Cortázar”; los capítulos en diversas antologías “El narcisismo del texto en ‘Las babas del diablo’”, “Cartas cruzadas entre Julio Cortázar y los Jonquières” y “Hacia una comunicación existencial por vía poética. Una aproximación a las ideas estéticas de Cortázar a partir de algunas de sus lecturas”; y los artículos “Julio Cortázar: ‘Alguien que anda por ahí’” en “Anales de literatura hispanoamericana”, “La protohistoria literaria de Cortázar: ‘La otra orilla’” en “La Licorne”, “La fijación espacial en los relatos de Cortázar” en “Cuadernos Hispanoamericanos”, “Cortázar ante el espejo de sus cuentos” en “Revista Letral” y “El primer Cortázar (1937-1951)”. Este último, publicado en la revista “Caleta. Literatura y Pensamiento” en el año 2004, es el que puede leerse a continuación.
 
Antes de marcharse a París, antes de convertirse en un escritor reconocido y de enorme popularidad, Cortázar pasó varios años dedicado a la enseñanza por la Argentina del interior, llevando una vida de recogimiento consagrada casi por entero a la lectura. Fue tal vez el período más gris de su vida, pero esos años silenciosos fueron decisivos. Tras haber realizado estudios secundarios en la Escuela Normal obtuvo el diploma de “Profesor de Letras”. Tenía entonces diecinueve años. Hacia 1937 enseñó en el Colegio Nacional de Bolívar y más tarde, en la secundaria, en Chivilcoy (1939-1944), dos ciudades que por entonces no sobrepasaban los 40.000 habitantes. Según comenta en las cartas, la vida en ellas era tan poco atrayente y los intereses culturales de sus habitantes tan escasos que no le quedó más remedio que refugiarse en los libros.
Las circunstancias y su propia vocación hicieron posible que Cortázar acumulara un caudal de lecturas considerable. Por aquellos años ya traducía textos literarios del inglés y del francés para la revista “Leoplán” y se dedicaba a escribir poemas. Entre las lecturas de ese período figuran los poemas de Rilke, Heine, Hólderlin, Valéry, Mallarmé, Rimbaud, Lautréamont, Alberti, García Lorca, Salinas, León Felipe, Molinari y Neruda; algunas novelas policiacas de Ellery Queen, “El gran Meaulnes de Alain Fournier; los “Cuentos de Pago Chico” y “El casamiento de Laucha” de Roberto J. Payró; se acercó a la cultura clásica y renacentista a través de Virgilio y de la “Historia del Renacimiento” de John Addington Symonds; tradujo “Robinson Crusoe”, se preocupó de perfeccionar su gramática alemana y profundizó en la poesía de Shelley y Keats.
En julio de 1944 Cortázar se instala en Mendoza, después de haber tenido problemas en Chivilcoy durante las últimas semanas que pasó allí. Al parecer, los grupos nacionalistas locales lo acusaban de “escaso fervor gubernista”, “comunismo” y “ateísmo”. Por suerte un amigo que trabajaba en el Ministerio de Educación Nacional le ofreció ocupar interinamente unas cátedras de Filosofía y Letras en Mendoza. Entre otros autores enseñó a Byron, Lawrence y Virginia Woolf. La descripción de Mendoza en las cartas es más entusiasta (“es una bella ciudad, rumorosa de acequias y de altos árboles”), pero le pesaban los mil kilómetros que lo separaban de Buenos Aires. También en Mendoza tuvo problemas políticos, aunque de orden totalmente contrapuesto; esta vez lo acusaron de “fascista, nazi, rosista y falangista” por haber sido nombrado durante la presidencia de facto del general Farrell por el ministro Baldrich.
Hacia mediados de 1946, tras ocho años de destierro en provincia, se instaló en Buenos Aires donde desempeñó, durante tres años, el puesto de gerente en la Cámara Argentina del Libro, un trabajo fundamentalmente burocrático que le dejaba mucho tiempo libre para leer y le permitía continuar con sus trabajos como traductor. Testimonios de las lecturas del período bonaerense (1946-1951) fueron las reseñas publicadas en “Anales de Buenos Aires”, “Realidad” y “Sur”. Pero, sobre todo, en la revista “Cabalgata” (entre noviembre de 1947 y abril de 1948 publicó 42 reseñas). En 1951 se marchó a Francia huyendo del peronismo.
La doble actividad desempeñada por Cortázar durante los años comprendidos entre 1937 y 1949 -la enseñanza y la traducción- le ayudarían, por tanto, a consolidar la vocación literaria. A pesar de ser casi autodidacta, estudió sistemáticamente a los grandes autores clásicos y contemporáneos, en parte por exigencias de la profesión, en parte por motivaciones propias, y se esforzó por leerlos en la lengua original. Cortázar quería ser escritor y puso en ello todo su empeño.
Debemos contar con estos datos al aproximarnos a los libros anteriores o coetáneos a “Bestiario” (1951) que permanecieron inéditos o tuvieron escasa difusión. Me refiero a los ensayos y novelas de esa época: “Rimbaud” (1941), “Teoría del túnel” (1947), “La otra orilla” (1937-1945), “Divertimento” (1949), “El examen” (1950), “Diario de Andrés Fava” (1950) e “Imagen de John Keats” (1951-1952). Estos textos nos acercan a su etapa formativa, a las lecturas e ideas literarias gestadas a partir de ellas que madurarían en las obras futuras. ¿Cómo leerlos sin tener en cuenta la obra posterior? Resulta inevitable cuando -como en este caso- la cronología de la lectura está invertida con respecto a la de la escritura y los lectores han conocido póstumamente los primeros escritos del autor. ¿Quién podría evitar pensar en “Rayuela” o “Libro de Manuel” al leer “El examen”? Lo mismo sucede con los cuentos de “La otra orilla” y los relatos posteriores más conocidos del escritor.
Las ideas estéticas de Cortázar no cambiaron mucho desde los primeros tiempos a la etapa de madurez. Tanto en “Rimbaud” como en “Teoría del túnel” su visión de la literatura estaba determinada por el romanticismo y el surrealismo, respectivamente. “Rimbaud” apareció en la revista “Huella” en 1941, firmado con el seudónimo de Julio Denis. Tal vez porque fue publicado en una revista de escasa proyección internacional, que además dejó de publicarse un año después, y por quedar en los albores de una carrera literaria que comenzó a valorarse sobre todo desde la publicación de “Bestiario” (1951), este primer ensayo apenas fue citado por la crítica cortazariana. Lo rescató, en un artículo, Jaime Alazraki en la edición de “Rayuela” (1991), en la colección “Archivos”, y lo reprodujo en la “Obra crítica 12” (1994) de Julio Cortázar.
En “Rimbaud” Cortázar contrasta la estética del autor de “Una temporada en el infierno” con la de Mallarmé. En ambos el punto de partida es el mismo: un icarismo. Un intento de recrear el mundo a través de la poesía. Pero mientras Mallarmé concentra toda su capacidad en buscar lo absoluto de la Poesía, Rimbaud sube un peldaño más alto al hacer de esa meta un medio para encontrar la Vida. De éste le interesaba, por tanto, su manera de entender la literatura como una búsqueda humana y no solamente estética, la rebeldía y el inconformismo antiburgués que alentaban el impulso poético.
El segundo ensayo, mucho más extenso, “Teoría del túnel”, lo redactó en 1947 mientras trabajaba como secretario de la Cámara Argentina del Libro. Como señalara Saúl Yurkievich, este texto resultó en parte de los apuntes preparatorios para los cursos impartidos en la Universidad de Cuyo. En él Cortázar repasa las transformaciones literarias de los siglos XIX y XX no sin formular, al hilo de los comentarios, su propio proyecto narrativo. Las primeras páginas, en que analiza las tendencias literarias de los siglos XIX y XX, tienen mucho que ver con las dos visiones confrontadas en “Rimbaud” y con los dos tipos de escritores implicados en ellas, según Cortázar: “el conformista” y “el rebelde”. El primero, el escritor  tradicional, vocacional, es el que existe para escribir; el otro, es el que escribe para existir. Es este último -con Rimbaud por modelo- el que le interesa por encima de todo. La agresión que opera el escritor rebelde contra el lenguaje literario, contra las formas tradicionales -escribe Cortázar- tiene la característica propia del túnel: destruye para construir.
En el ámbito de la novela, la tarea del escritor rebelde radica en abolir la frontera preceptiva de lo poemático y lo novelesco. Aún con precedentes aislados en el siglo XIX (“Aurelia o El sueño y la vida”, “Los cantos de Maldoror”, “Una temporada en el infierno”), el verdadero avance en la novela se habría producido en las primeras décadas del siglo XX al sustituir lo estético por lo poético. Por ello Cortázar defiende y suscribe el surrealismo sin escuela, entendido como aquel movimiento que lleva al extremo las consecuencias de la formulación poética de la realidad.
En el plano puramente filosófico, en el existencialismo encuentra un estado de conciencia y sentimiento del hombre contemporáneo por el que éste asume su soledad y buscará superarla no recurriendo a ninguna religión o dogma sino mediante la comunicación con los otros. En síntesis, en “Teoría del túnel” Cortázar repasa la literatura de los siglos XIX y primeras décadas del XX, clasifica, valora, selecciona, y fija, a partir de ella, las directrices que desde entonces presidirían su propia creación. Existencialismo y surrealismo se convertirían en dos puntales de la estética cortazariana.
Una función similar a la de “Teoría del túnel” cumple “Imagen de John Keats”, un extenso ensayo, muy riguroso y a la vez escrito en un tono desenfadado, nada académico, sobre este autor que empezó a leer con admiración hacia 1940 y sobre el que dictó cursos en la Universidad de Cuyo. Keats ocupa en la poética de Cortázar un espacio tan preferente como Rimbaud o más si cabe. Mientras escribía el libro estaba tan fascinado y atrapado por la poética de Keats que, para contrarrestarla, devoraba novelas policiales (Dickson Carr, Agatha Christie, Anthony Gilbert). ¿Qué es lo que tanto le atraía del romántico inglés? Probablemente encontró en él aquella visión de la realidad y del arte que él mismo buscaba. Ciertas ideas que desarrolla a propósito de los comentarios de los poemas y de la vida del escritor, se pueden relacionar con Cortázar mismo.
Citaré algunos ejemplos. La noción de que sólo la poesía puede comunicar la esencia de los seres vivos, de que ser poeta es no tener identidad, es ser un camaleón, lo que llama el “camaleonismo” poético o conocimiento poético de las cosas; la búsqueda de la trascendencia en la cosa misma; la obsesión de los contrarios; la intuición romántica de que la verdad es antes un acuerdo con la sensibilidad que con la razón; lo onírico, lo gótico, el lado nocturno. Shelley y Keats recurren a lo griego para extraer una enseñanza universal, no sujeta a una época determinada, sobre los conflictos en que se debate el ser humano.
Esa visión poética de la realidad que Cortázar supo descubrir en los románticos alemanes e ingleses, en particular en Rilke y Keats, alentó la prosa de los primeros cuentos fantásticos que, póstumamente, se publicarían bajo el título de “La otra orilla” (1994). Sobre los trece relatos que integran este primer volumen de cuentos planean los temas y motivos de la literatura fantástica que tanto definió su escritura: el vampiro, la necrofilia, la bruja, el miembro cortado, el fantasma, alteraciones del espacio y del tiempo, la locura, lo onírico y la casa borrada del espacio. El título mismo del volumen apunta hacia el lado nocturno de la realidad, hacia aquello que permanece oculto a la evidencia y al raciocinio, y sólo se manifiesta metafóricamente. Lo fantástico, en efecto, corresponde a un dominio del arte en que la participación afectiva excluye la reflexión y nos hace retroceder de lo espiritual a lo psíquico.
“La otra orilla” constituye la verdadera iniciación de Cortázar en la literatura fantástica. Fueron los primeros tanteos del escritor en un ámbito que le era muy familiar a través de las lecturas y hacia el que sentía una predisposición que le asaltaba en determinados momentos como la única forma posible de cruzar ciertos límites, de instalarse en el territorio de “lo otro”. Pero ya no tenía sentido usar lo gótico en el sentido tradicional, él quería transformar ese código en una búsqueda más a tono con su tiempo. De ahí el recurso a una perspectiva crítica, irónica y hasta satírica, si se quiere, o de humor negro en relatos como “El hijo del vampiro”, “Las manos que crecen”, “Puzzle”, “Distante espejo” y “Bruja”. Estos y otros cuentos del volumen están escritos por alguien que habla de brujas, vampiros y manos que crecen sin creer en ellos, presentándolos sólo a modo de invenciones metafóricas de un misterio que, pese a tantos avances científicos y técnicos, sigue ahí. Cortázar no se burla del misterio ni de lo invisible, pero muestra la caducidad de sus representaciones. En cualquier caso, retomar a todos esos seres extraños y fantásticos que habían poblado los relatos de terror en otro contexto y con otra intención distinta a la que guió a los clásicos del género era un homenaje a esos maestros. A algunos de los que en algún momento le habían hecho soñar, estremecerse o, simplemente, habían conseguido dejar en suspenso su incredulidad: Nerval, Poe, Gautier, Maupassant, Kafka, Reverdy.
La novela corta “Divertimento” se puede considerar precursora de “Rayuela”, pues todo gira alrededor de un grupo de amigos, artistas en su mayoría, y de sus curiosas reuniones. La historia, cuya ligereza ya está anunciada en el título, carece de las preocupaciones metafísicas y existenciales que animaban a los personajes del “club de la serpiente” pero abunda en referencias estéticas y culturales, marca inconfundible de “Rayuela”. Es una obra lúdica que indaga sobre la capacidad del arte para aproximarse a la realidad y en su poder eufemístico frente al tiempo y la muerte.
“El examen” no dista mucho de “Divertimento” pues está focalizada en un grupo de estudiantes universitarios y sucede también en Buenos Aires. La conexión con “Rayuela” es aún mayor si consideramos que se complementa con “Diario de Andrés Fava”, un libro de reflexiones literarias que recuerda, salvando las distancias, las morellianas de “Rayuela”. Más que novela yo diría que “El  Examen” es una reflexión sobre el Buenos Aires de los años ‘50. La mirada crítica y pesimista de Cortázar se deja sentir en los factores ambientales y externos que se van adueñando de la ciudad, la niebla, la humedad, el mercado negro o la aparición de hongos. Las conmociones de personas (extrañas manifestaciones, peleas, persecuciones, muertes, tensiones) y de animales (la presencia de perros rabiosos) provienen de un profundo malestar ante el que los personajes se sienten impotentes y no les queda otra salida que huir. Se diría que en esta novela temprana Cortázar descargó su propio desarraigo social e intelectual y el de la clase que representaba, el rechazo casi visceral al peronismo que le hizo optar por el exilio.
El rescate de estas primeras producciones les sirve a los lectores de “Rayuela” para comprender mejor la trama de la escritura de Cortázar, conocer sus padres literarios, qué libros leyó, cuáles eran sus ideas estéticas y, en suma, cómo se hizo escritor.