15 de enero de 2024

En el cuadragésimo aniversario de su partida, cuarenta ensayos sobre la vida y la obra de Julio Cortázar

(XII) Ángel Rama

En su ensayo “Julio Cortázar, constructor del futuro” el ensayista y crítico literario uruguayo Ángel Rama (1926-1983) escribió: “Las vías por las cuales un escritor contribuye a la sociedad en la cual ha surgido son tan elusivas e intrincadas como las vías mediante las cuales esa sociedad se apropia de sus obras y las transforma en materiales componentes de su cultura. La historia está llena de tales caminos paradojales pero en la literatura latinoamericana hay pocas confirmaciones tan rotundas como la que presta la producción literaria de Julio Cortázar. El escritor que se fue de la Argentina en 1951 y que, fuera de sus frecuentes visitas familiares, residió siempre en Francia hasta ser presentado poco menos que como traidor a la nacionalidad, ha sido de los que más acuciosamente ha construido una obra en torno a la problemática de su cultura nativa, desde su inicial demanda de apertura universalista hasta su último reclamo de reinserción en la comunidad latinoamericana. Desde ‘El otro cielo’ a ‘El perseguidor’, desde ‘Todos los fuegos el fuego’ a ‘Rayuela’, desde ‘Los premios’ a ‘Libro de Manuel’ Cortázar ha removido formas anquilosadas y no ha cesado de abrir puertas creativas. Ha apostado a las energías inventivas de los hombres, a la plena efusión de todas sus facultades, a la indesarraigable capacidad para imaginar y construir el futuro. Por eso ocupa un puesto central en la literatura y en la cultura de América Latina”.
Ángel Rama nació en Montevideo en el seno de una familia de inmigrantes gallegos. Cursó sus estudios primarios en la Escuela Alemania y los secundarios en el Liceo Dámaso Antonio Larrañaga. Luego estudió en la Escuela de Arte Dramático del Servicio Oficial de Difusión Radioeléctrica (SODRE) y cursó algunas materias en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República. Comenzó a dedicarse profesionalmente a la literatura en 1945, primero como traductor de la agencia “France-Presse” y más tarde como director de la sección literaria y cultural del diario “El País” durante un año. También integró el equipo editorial de la revista “Clinamen”, una publicación bimestral editada por los estudiantes de aquella facultad, en la cual publicó su primer cuento: “El preso”.
Tras comenzar su formación como educador ingresando en el Instituto de Profesores Artigas recibió una beca de estudio concedida por la Embajada de Francia, lo que le permitió involucrarse en actividades académicas en la universidad parisina La Sorbonne y en el Cóllege de France. En Uruguay trabajó en la Biblioteca Nacional y cofundó los proyectos editoriales “Ediciones Fábula”, “Arca” y “Biblioteca Ayacucho”. Rama está considerado como uno de los más destacados miembros del fenómeno social, político y cultural conocido como “Generación del ‘45”, un grupo de intelectuales que fue muy crítico con su realidad histórica del que, entre muchos otros, formaron parte Armonía Somers (1914-1994), Mario Benedetti (1920-2009), Idea Vilariño (1920-2009) y Emir Rodríguez Monegal (1921-1985). Luego de colaborar durante años, en 1959 asumió la dirección de la sección literaria del semanario “Marcha” y, en simultáneo, dirigió el Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la uruguaya Universidad de la República y actuó como consejero literario en la Biblioteca Ayacucho de Caracas, Venezuela. Por entonces asistió a diferentes congresos y dictó cursos y conferencias en México, Guatemala, Costa Rica, Colombia y Venezuela. Allí fue sorprendido por el golpe de Estado del gobierno uruguayo el 27 de junio de 1973, lo cual lo llevó a vivir el resto de su vida en el exilio. Trabajó entonces como profesor en las universidades de Maryland y Princeton de Estados Unidos y más tarde se instaló en París, donde dictó conferencias sobre cultura y política en diferentes congresos y fue invitado por Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales para ejercer el profesorado. Sin embargo no llegó a realizar tal tarea ya que el 27 de noviembre de 1983, en un accidente en el aeropuerto de Barajas, Madrid, falleció junto a los escritores Marta Traba (1923-1983), Jorge Ibargüengoitia (1928-1983) y Manuel Scorza (1928-1983), cuando se dirigían a Colombia para participar de una conferencia internacional de escritores latinoamericanos.
Conocido por sus contribuciones al análisis de la literatura latinoamericana y su influencia en la teoría literaria y cultural, por su trabajo sobre el modernismo y por su teorización del concepto de “transculturación”, Ángel Rama dejó una grandiosa obra ensayística que incluyó libros como “Rubén Darío y el modernismo (Circunstancia socio-económica de un arte americano)”, “Diez problemas para el novelista latinoamericano”, “La generación crítica. 1939-1969”, “Salvador Garmendia y la narrativa informalista”, “Los gauchipolíticos rioplatenses”, “Los dictadores latinoamericanos”, “El universo simbólico de José Antonio Ramos Sucre”, “Novísimos narradores hispanoamericanos en marcha. 1964-1980”, “Transculturación narrativa en América Latina”, “La novela latinoamericana. Panoramas 1920-1980”, “Literatura y clase social”, “La ciudad letrada”, “Las máscaras democráticas del modernismo”, “La crítica de la cultura en América Latina”, “Ensayos sobre literatura venezolana”, “García Márquez, edificación de una cultura nacional y popular”, “La riesgosa navegación del escritor exiliado” y “Literatura, cultura y sociedad en América Latina”. También escribió las obras teatrales “La inundación”, “Lucrecia” y “Queridos amigos”, la novela “¡Oh, sombra puritana!” y “Tierra sin mapa”, una obra en la que narró las historias que su madre española le contara y que ella a su vez las había escuchado, en su niñez, de la gente de su pueblo en Galicia.
En cuanto a Cortázar específicamente, Rama publicó varios artículos en la revista “Marcha”. En el nº 1.050 del 17 de marzo de 1971 presentó “Julio Cortázar: una novela distinta en el Plata”, en el nº 1.090 del 29 de diciembre de 1961 editó  “Nuestra América”, en el nº 1.180 del 1 de noviembre de 1963 hizo lo propio con “La historia desenfrenada de un inconformista porteño”, y en el nº 1.303 del 13 de mayo de 1966, hizo otro tanto con “Plenitud de Cortázar”. Tiempo después, en los “Cuadernos de Marcha” mencionó a Cortázar en los artículos “Más allá del boom (literatura y mercado)” y “Una nueva política cultural en Cuba”, en la revista “Plural” nº 22 de julio de 1973 lo citó en “Cortázar: el libro de las divergencias”, en la revista “Hispamérica” nº 30 de diciembre de 1981 lo hizo en “La tecnificación narrativa”, y en el “Repositorio Institucional” de la Universidad Veracruzana publicó el antes mencionado “Julio Cortázar, constructor del futuro”.
Cuando en 1973, en una época caótica y violenta de ebullición política y social, Cortázar publicó “Libro de Manuel”, obra en la que mostró su interés por los movimientos revolucionarios de aquellos años, Rama publicó en la revista mexicana “Plural” en julio de 1973 la crítica a esa obra bajo el título “El libro de las divergencias”. “La función en ‘Libro de Manuel’ -escribió- será la de dotar al revolucionario de otras armas de lucha y combatir su deshumanización”. Sin embargo, la solución literaria a los conflictos que planteaba la novela tampoco fueron del todo satisfactorios para Rama: “Lo que un escritor de policiales resolvería con su profesionalismo adocenado, no encaja en las características narrativas de Cortázar, poniéndolo en una competencia injusta y desigual con autores de menor cuantía. No es esa la competencia que desvaloriza el material de esta línea, y pienso que Cortázar la aceptó por afán político y por honradez”. No obstante reconoció en la novela los elementos poéticos y de juego de la escritura cortazariana y el valor y dificultad del reto asumido por su autor, con lo que puso en evidencia una vez más la autenticidad de su búsqueda literario-existencial.
A continuación se reproduce el citado artículo “Julio Cortázar: una novela distinta en el Plata”, el cual formó parte de la antología “Julio Cortázar. Al término del polvo y el sudor” publicado en Uruguay por la editorial “Biblioteca de Marcha” en junio de 1987.
 
Veinte personajes variados -todas las edades, los sexos, las culturas- se embarcan para un misterioso crucero que durará unos tres meses, como recompensa de una más misteriosa lotería oficializada. La concentración en el café “London” y los tres días agitados de navegación durante los cuales se ejercitan en el amor, en la piratería, en las discusiones literarias, abriéndose unos a otros como frutas maduras, forman el cañamazo de un relato vertiginoso, siempre vivaz e imprevisto, con una dosis de sorpresa intelectual, humor y sensibilidad nada comunes en las letras argentinas. “Sospecho que este libro desconcertará a aquellos lectores que apoyan a sus escritores preferidos, entendiendo por apoyo el deseo y casi la orden de que sigan por el mismo camino y no salgan con un domingo siete”, dice Julio Cortázar en el epílogo de su novela “Los premios”, advirtiendo así a quienes esperan una novela fantástica dentro del estilo de los cuentos de “Bestiario”. 
Sin embargo este desvío -que parece haber sorprendido primero que todos al autor- venía anunciado subrepticiamente en los últimos escritos de Cortázar, especialmente en su volumen “Las armas secretas” (1959), y no conduce a una vía muerta, ya que ha dado origen a una novela de amenísima y sugerente lectura, llena de posibilidades nuevas para la narrativa rioplatense.
Cortázar inició hace diez años una carrera literaria segura con un conjunto de pequeñas historias fantásticas de precisa elaboración artística (“Bestiario”, 1951), que aunque parecían pertenecer al clima estético dominado por Borges, Bioy, Bianco, S. Ocampo and Co., se distinguían por aceptar, con sutil trazo, la pintura de  una realidad conocida y contraponerla a un lenguaje irracional absoluto que se beneficiaba del misterio inexplicable que estatuía. De ahí fue saliendo, en la medida en que sus cuentos incorporaron personajes individualizados, a una estimación psicológica más atenta: el género fantástico entonces retrogradó a la situación característica del fin de siglo donde las explicaciones científicas o de mera patología psicológica (alucinaciones, perversiones, etc.) ofrecían una salida realista al planteamiento fantasioso.
Los cinco cuentos de “Las armas secretas” fracasan ostensiblemente en cuanto a relatos fantásticos: las soluciones imaginativas resultan antojadizas, visiblemente impuestas por el autor que no consigue que sean legítimas emanaciones de los personajes y de la situación en que se mueven. De ello es responsable, paradójicamente, la progresiva destreza narrativa de Cortázar, quien es capaz de una invención realista aérea, aunque sostenida sobre esquemas literalizados. Ese realismo no encaja ya con lo fantástico. La mayor destreza nace sin embargo de que el autor continúa viendo el mundo como un diorama fantástico: el exotismo de un paisaje y unos tipos de París abundantemente elaborado por arquetipos literarios.
Pero todavía aquí Cortázar sigue debatiéndose para dominar la materia literaria: es hábil en la presentación de los relatos, pero no sabe manejar el tiempo literario, lo que lo obliga a demorarse o a saltar bruscamente y, sobre todo, no sabe rematar con eficacia. Constreñido en los moldes del cuento psicológico tradicional, se extiende reiterando una caracterización que no aprovecha luego, y que lo deja en la orilla del cuento sin elementos para el cierre sorpresivo que se reclama. De todos modos, París le ha servido para un aprendizaje literario que se consolida en la novela “Los premios”, que escribe al regreso.
“Esta novela fue comenzada con la esperanza de alzar una especie de biombo que me aislara lo más posible de la afabilidad que aquejaba a los pasajeros de tercera clase del Claude Bernard (ida) y del Conte Grande (vuelta)”. Más que aislarlo, lo sumergió de lleno en ese mundillo característico, con su estrafalaria mezcla de intelectuales sin recursos, inmigrantes, familias burguesas, con su soleada dedicación a la comida, a la conversación y al amor, con esa suspensión del tiempo y de la realidad que le crea una atmósfera casi fantástica.
Varias cosas importantes le ocurren entonces a Cortázar y vale la pena enumerarlas:
1. Los recursos del género fantástico se aplican de un modo auxiliar a las necesidades de la acción narrativa y resultan sorpresivamente enriquecedores: para no perder tiempo en explicar los motivos del viaje de cada uno y su ulterior destino, se crea una misteriosa lotería cuyos premios son el crucero. La habitual prohibición de utilizar la popa, reservada a las más altas clases económicas, se transforma en un enigmático comportamiento de la tripulación que así presta a lo prohibido un aura espiritual que algunos personajes explican metafísicamente y Persio, el personaje independiente de la acción, por cosmogónica teoría teosófica.
2. Los personajes, ostensible, ultrajantemente vulgares, se incorporan como elementos indispensables de la narración y son los que incluso proporcionan la más acrecida diversión. Cortázar los trabaja desde afuera, dibujándolos como los monigotes de las revistas humorísticas y de ahí salen muchas frases y retruécanos consiguiendo que sean materia literaria de posible digestión en un contexto superior. No hay nada del Dostoievski -citado en epígrafe- que recupera a los seres vulgares con un adentramiento original. Cortázar no supera el costumbrismo más trillado pero, a falta de originalidad en el tratamiento, soluciona el problema de la existencia de este conjunto de personajes que le sirven de caja de resonancia para la jerarquización de los restantes.
3. Maneja una serie amplia de criaturas, en ninguna de las cuales falta un matiz verdadero (y a la vez condenado, como parece quererlo el autor, incluso cuando es más feliz), sus peripecias se engranan con habilidad y una nota ligera que está dada por la sobreabundancia del diálogo neorrealista. Tanto en la construcción de los personajes, como en las descripciones, Cortázar entremezcla lo importante con la minucia innecesaria y detallista, tomada de la realidad más cotidiana y gastada. Consigue así un falso aire de cosa vivida y, sobre lodo, tiende un camino a la comunicación con el mayor público posible, que en esta novela se reconoce y re-conoce su universo habitual. Virtud de novelista, al fin.
Fundamentalmente le ocurre a Cortázar una experiencia ante la que fue humilde y admirado servidor: sentir que la novela se le iba haciendo, escapándose de esos cuadros intelectualmente rígidos en que se movió hasta ahora. Uno de sus personajes, Paula, discute y ataca en un determinado momento esta presencia de lo “literario” tan pulcro y lamido, que hace el noventa por ciento de los libros que aparecen en librería, e intuye un nuevo estilo no trucado que resulte más veraz y vivente. Por este camino anda, aun tímidamente, Cortázar. Le era muy difícil hacer de esta novela una teoría del vivir humano, apretando algunos pedales simbólicos que estaban esperándolo; pudo haber gobernado en base a interpretaciones propias el desarrollo de sus criaturas. Pero supo contenerse, dejarlos ir a su confuso, cambiante, pasional modo de vivir y es así que su libro no sólo no ha perdido el posible simbolismo sino que lo ha conseguido en un plano más hondo, menos esquemático; en la misma medida en que sus criaturas novelescas se mueven con libertad, dentro de sus cárceles privadas.
Este aire convincente y realista, no engaña. Este es el libro más intelectual y aristocratizante que ha escrito Corlázar, el más esteticista también; todas sus líneas concurren a un espectador distante nutrido por el mejor arte y literatura del siglo, que sobrenada el mundo dinámico de los hombres y por un momento abandona el esfuerzo de comprensión profunda para limitarse a seguirlos. Es por eso un libro también expositivo, sin que en él nada autorice a hablar de una transformación interna de las criaturas, y el retorno final al mismo café “London” del que han partido, lo rubrica.
Por lo mismo es, en último balance, un fracaso en la carrera de un escritor que ha buscado tesoneramente dos cosas: la más cuidada calidad artística y una explicación alógica del vivir. Es una nueva retrogradación por parte de Cortázar, de la que no hay por qué lamentarse: si hay un fracaso rico de posibilidades es esta brillante novela que sitúa a Cortázar en un arte más complejo y auténticamente original.