25 de enero de 2024

En el cuadragésimo aniversario de su partida, cuarenta ensayos sobre la vida y la obra de Julio Cortázar

(XXII) Mario Goloboff

Nacido en Carlos Casares, provincia de Buenos Aires, el narrador, poeta, ensayista y docente universitario argentino Mario Goloboff (1939) publicó sus primeros cuentos en revistas de su pueblo y sus primeros poemas en el diario “El Día” de La Plata, ciudad en la que estudió Ciencias Jurídicas y Sociales en la Universidad Nacional. Una vez graduado comenzó a estudiar Letras, su verdadera vocación. En esa ciudad también fundó el grupo “Poesía La Plata” y formó parte del Consejo de Administración de la cooperativa “Editorial Hoy en la Cultura”. En 1977 se doctoró en Letras en la Universidad de Toulouse-Le Mirail y en La Sorbona de París, Francia. En la primera de ellas enseñó durante unos años literatura y civilización hispanoamericanas y también lo hizo en la Universidad de Reims Champagne-Ardenne y en la de París X-Nanterre. A su regreso al país ejerció el profesorado de Literatura Argentina en la Universidad Nacional de la Plata y dirigió el Instituto de Investigaciones del Museo Nacional Casa de Ricardo Rojas.
En el diario “Página/12” ha publicado artículos como “Raza superior”, “Trotsky, el arte y la revolución” y “Otra mirada sobre la poesía de Juan Gelman”. Lo propio hizo en el suplemento literario de la agencia nacional de noticias “Télam”, donde ha publicado “Transgresión al libro y a la vida”, “Cortázar y las ciudades invisibles”, “Memoria de Leopoldo Marechal” y “Enlaces y cabos sueltos de Vicente Battista”. Es autor de las novelas “Caballos por el fondo de los ojos”, “Criador de palomas”, “La luna que cae”, “El soñador de Smith” y “Comuna Verdad”; de los poemarios “Entre la diáspora y octubre”, “Los versos del hombre pájaro” y “El ciervo (y otros poemas)”; de los libros de cuentos “La pasión según San Martín” y “Recuadros de una exposición”; y de los ensayos Genio y figura de Roberto Arlt”, “Elogio de la mentira (Diez ensayos sobre escritores argentinos)”, “De este lado (Crónicas de nuestro tiempo)”, “Aguerridas musas” y “Julio Cortázar. La biografía”. De este último se reproducen a continuación fragmentos del capítulo “Vampiros y multinacionales”.
 
En 1974 aparece un libro de cuentos, “Octaedro”, que contiene, como lo sugiere el título, ocho textos. Es un libro en el que alternan el tradicional cuento fantástico practicado por el autor con un tipo de relato más realista, tanto en sentido psicológico como amoroso. Ejemplo de los primeros son “Verano”: una pareja en dificultades, que en una casa de campo ve aparecer y desaparecer un extraño caballo blanco; “Cuello de gatito negro”: insólitas relaciones eróticas nacidas del azar de dos manos que se rozan en el Metro; “Ahí pero dónde, cómo”: la historia de su fallecido amigo de adolescencia Paco Reta y el sueño tan especial que se repite con él.
Como ejemplo de los segundos, es decir, de relatos más realistas, pueden mencionarse “Los pasos en las huellas”: la historia de un profesor y crítico que decide estudiar y reivindicar la vida y obra de un “vate platense”, Claudio Romero, y se transforma en “su perseguidor”; “Lugar llamado Kindberg”: el encuentro de un viajante argentino con una muchacha chilena que hace dedo en la ruta; la diferencia de edades y de visiones del mundo, la seducción, el amor, la separación y el accidente en que él se mata yendo a 160 kilómetros por hora.
El cuento que abre el volumen, “Liliana llorando”, junta ambos extremos, y ahonda en las preocupaciones sobre la salud, la enfermedad, la muerte y la traición que durante años obsesionaron a Cortázar. El protagonista, quien yace en una cama de hospital, sabe que va a morir poco después y que su mujer continuará una oculta relación con su mejor amigo, ahora no ya secreta sino públicamente. Mientras el lector “ve” todo lo que ya está sucediendo una vez fallecido el personaje, y se deja llevar por la trama de la infidelidad pasada y, ahora, libre de toda atadura, un final de sorpresa lo espera con la milagrosa cura del enfermo y la conservación de los vínculos que, muy probablemente, ya no serán los de antes. Lo “intersticial” ha forzado, una vez más, la realidad, y ha hecho ingresar en ella nuevas situaciones y nuevos estados que cambian necesariamente la situación en que se vivía hasta entonces.
Ya entrado el '75 viajó a Turquía por razones profesionales; una vez más fue víctima de una enfermedad bastante rara, especie de fiebre de Malta o brucelosis y, sin que los médicos supieran diagnosticar exactamente qué tenía, pasó un mes de fiebre continua, bajó siete kilos, padeció diversas alergias, y terminó aprovechando el mes de agosto para refugiarse en Saignon con un severo tratamiento, análisis, reposos, etc. Junto con su amigo Julio Silva prepararon y acabaron por sacar un libro con unos quince textos de Cortázar y otros tantos dibujos de Silva, llamado en consonancia “Silvalandia”, divertimento casi de cuento infantil con trasfondo de burla a la mitología y a la filosofía.
Hacia noviembre de ese mismo año se produjo una circunstancia inesperada y un tanto sorprendente en su vida: viajó a los Estados Unidos invitado por la Universidad de Oklahoma, institución que organizaba una conferencia en torno a sus libros, con la participación de numerosos estudiantes y críticos que trabajaban sobre aquéllos. El hecho, aparte de señalar el prestigio que estaban alcanzando su obra y su persona, marcó también la singularidad de sus movimientos y el desprejuicio con que los emprendía. Hay que tener en cuenta que el año anterior se había negado a ir a ese país ante una invitación del Pen Club y del Center for Inter-American Relations, pero esta vez entendió que había llegado el momento de tomar contacto con los medios estudiantiles norteamericanos, que la atmósfera del país se prestaba particularmente y que acaso su trabajo no fuera inútil. En la oportunidad, dirigió además un seminario de cinco clases sobre diversos temas latinoamericanos, y en ellas no dejaron de estar presentes su actividad y su compromiso. Más todavía en Los Ángeles, donde tuvo algunos enfrentamientos serios con el público.
De este viaje sacará la conclusión, y lo declarará así, de que en los últimos años el americano medio sufrió, en un plano al menos inconsciente o subliminal, una serie de golpes sucesivos en su complejo de superioridad, y que los casos de Cuba y de Vietnam, sumados a los problemas de política interna, tienen que haber repercutido de tal modo en él como para que se impongan cambios de su óptica frente a América latina. Cortázar sostendrá entonces que, en la medida en que los intelectuales latinoamericanos vayan a los Estados Unidos con la intención de trabajar polémicamente, será útil. Este viaje sin duda representará un importante hito en su vida.
En este año se publica “Fantomas contra los vampiros multinacionales”, un texto que en principio tenía por objetivo apoyar y difundir las deliberaciones del Tribunal Russell en Roma, las que justamente habían estado dedicadas al tema de las multinacionales. Se trata de un libro que podría ser calificado como “historieta” o “cómic” y que, sirviéndose del público que atrae el género y de su carácter tan popular, intenta hacer pasar otro tipo de mensaje diferente del habitual. Estando en Venezuela y luego en México, después de las deliberaciones del Tribunal, y advirtiendo lo poco que el mismo y sus actividades eran conocidos en países latinoamericanos, se le ocurrió que un tipo de material así, que no sólo se vendiera en librerías sino también en quioscos y que contuviera la sentencia del Tribunal Russell, un resumen de sus trabajos, y un ataque a fondo en el cuerpo del relato sobre lo que constituía el tema de trabajo del Tribunal, podría, por la forma adoptada, tocar y sensibilizar a capas de la población generalmente ajenas a esas tareas, rompiendo de paso las barreras de la información controladas por agencias norteamericanas. Armó entonces una historieta en la que él mismo aparece combatiendo contra las multinacionales. Cortázar entendía que se presentaba la posibilidad de utilizar aquí lo literario o lo estético mediante el agregado de una carga, de un contenido de tipo político y de tipo histórico, aunque teniendo siempre el cuidado de que lo político no destruyera lo estético y lo literario, sino tratando de encontrar, como lo intentara hacer antes en “Libro de Manuel”, una especie de fusión.
Una verdadera bisagra en su producción representa en este sentido “Alguien que anda por ahí”, un volumen que contiene once cuentos publicado en 1977. Es un libro en el cual trata de unirse lo fantástico cotidiano con lo real, lo histórico y lo político inmediato, y donde lo primero, sin dejar de ser invención, no es totalmente arbitrario, está en función de la denuncia de la situación latinoamericana y argentina. En tal dirección, puede observarse que el esfuerzo que venía haciendo Cortázar por establecer “convergencias”, por encontrar núcleos donde, sin abandonar una práctica estilizada de lo literario, se incorporaran los problemas contemporáneos y su preocupación por ellos, habría hallado en este libro un buen momento de plasmación. “La noche de Mantequilla” y “Segunda vez” aluden directamente a la política argentina: el primero, tiene como centro anecdótico el aprovechamiento por parte de la guerrilla de una pelea de Monzón en París para llevar a cabo una operación de transferencia de fondos, y el trata directamente de la represión durante la última dictadura militar y de las así llamadas “desapariciones”: gente que se encuentra en la sala de espera de un despacho policial y traba conversaciones mientras aguarda que la llamen. En tales circunstancias, una pareja anuda una relación amistosa, él es llamado primero, y luego, al entrar la muchacha en la oficina, advierte que no ha visto salir a su amigo, pero que tampoco hay puerta alguna ahí dentro: él desaparece misteriosamente, sin haber salido por la única puerta existente y sin dejar el menor rastro.
Otro cuento que también puede señalarse es “Apocalipsis en Solentiname”, una especie de retorno a “Las babas del diablo”, donde, para sorpresa del personaje que sacó unas fotos en la isla del lago de Nicaragua, éstas se han transformado en una visión de la realidad de represión latinoamericana. Puede también mencionarse en este volumen el texto que le da título, “Alguien que anda por ahí”, un cuento sobre un contrarrevolucionario que va a Cuba a cometer un atentado, la preparación, la disimulación, la espera, y la extraña muerte que lo aniquila. Sobre este texto, comentó Cortázar que le fue sugerido en la propia Cuba, a raíz de una discusión que acababa de mantener con jóvenes escritores sobre el compromiso social de la literatura, y que él había sostenido la posibilidad de seguir practicando, en tiempos de cambios, la literatura fantástica. Vuelto a su hotel, en pocos días apareció la idea de este cuento y lo escribió allí mismo, aunque sin que por él convenciera del todo a sus interlocutores.
Pero el cuento más sugestivo de la recopilación, aunque exteriormente desligado de los contextos políticos, es “Reunión con un círculo rojo”. Un turista entra en un restaurante en Alemania, y si bien advierte que está solo y que los movimientos del personal son algo raros, tarda en darse cuenta de que ha caído, con un leve desplazamiento geográfico y semántico, en un “enclave transilvánico”, en un antro de vampiros. Su interés por la plástica (la idea del cuento nació de la visión de un cuadro de Jacobo Borges) coincide aquí con la atracción que el pensamiento esotérico, el gótico o el aterrorizador ejercieron siempre sobre Cortázar y sobre su idea de la realidad. Como prueba de su vampirología, decía que, a partir de los treinta años, lo había atacado una incurable alergia al ajo, que le producía terribles dolores de cabeza.
En muchas ocasiones, durante estos años, Cortázar deberá referirse al tema del exilio y a su propia situación, ya sea por preguntas que se le formulen o por ataques velados o abiertos de que lo hagan objeto. Una y otra vez aclarará que nunca se exilió, y que fueron las circunstancias del país las que en realidad lo desterraron. Como en pocas oportunidades, fue en julio de 1978, durante la celebración de una semana dedicada por los famosos coloquios de Cerisy-la-Salle a la literatura latinoamericana donde Cortázar precisó definitivamente cuál era su situación. Dijo en la oportunidad Cortázar: “Refiriéndome al problema del escritor exiliado, yo me incluyo actualmente entre los innumerables protagonistas de la diáspora. Con la diferencia de que mi exilio sólo devino un exilio forzado durante los últimos años; cuando yo salí de Argentina en 1951, lo hice voluntariamente y no por razones políticas o ideológicas que me obligaran a ello. Es por eso que, durante más de veinte años, he podido volver frecuentemente a mi país, y solamente a partir de 1974 me he visto obligado a considerarme como un exiliado. Pero hay algo todavía peor: al exilio que podríamos llamar físico se ha agregado el año pasado un exilio cultural, infinitamente más penoso para un escritor que trabaja en estrecha relación con su contexto nacional y lingüístico; en efecto, la edición argentina de mi último libro de cuentos fue prohibida por la Junta Militar, la que únicamente lo habría autorizado si yo hubiese sacado dos cuentos que dicha Junta consideraba injuriosos para con ella y para lo que ella representa como sistema de opresión y de alienación. Uno de esos cuentos se refería indirectamente a la desaparición de personas sobre el territorio argentino; el otro tenía por tema la destrucción de la comunidad cristiana del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal en la isla de Solentiname”.
Todavía, y frente a tantas tergiversaciones de su posición como las que circularon entonces, conviene, a la luz de dicha intervención, darle una vez más la palabra acerca del transitado tema del exilio: “Lo sabemos bien: es poco lo que pueden hacer los escritores contra la máquina del imperialismo y del terror fascista en nuestros países; pero también es evidente que en estos últimos años la denuncia por vía literaria de esa máquina y de ese terror ha tenido un impacto creciente en los lectores del extranjero y ha constituido en consecuencia una ayuda moral y práctica a los movimientos de resistencia y de lucha. Si por un lado el periodismo honesto informa cada día más al público sobre la materia, lo que se puede fácilmente constatar en Francia, corresponde a los escritores latinoamericanos sensibilizar esa información, inyectarle la irreemplazable corporeidad que nace de la ficción sintetizante y simbólica de la novela, del poema o del cuento, los que encarnan eso que jamás podrán encarnar los télex o los análisis de los especialistas. Es evidentemente por eso que las dictaduras de nuestros países temen y prohíben y queman los libros nacidos en el exilio interior o exterior”.
Una suerte de autobiografía, mitad en broma, mitad en serio, constituirá en 1979 el libro “Un tal Lucas”, donde Cortázar (amparado en Lucas) pasa revista a su vida, a sus recuerdos, a sus ideas e inquietudes, con una mirada entre ligera y filosófica que aproximará bastante este libro a algunos de los textos de “Historia de cronopios y de famas”. El volumen consta de tres partes, la primera y la tercera referidas siempre a Lucas y a sus preocupaciones: sus luchas con la hidra, su patriotismo, su patrioterismo, sus amigos, sus críticas de la realidad, sus hospitales, sus sueños, sus largas marchas. La segunda contiene reflexiones de tipo general, siempre más o menos irónicas, y observaciones sobre la vida que no excluyen la profundidad. Como ese texto poéticamente bastante perfecto que se titula “Amor 77”: “Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son”.