(IV) Juan Sasturain
El escritor, periodista y guionista de historietas Juan Sasturain (1945) nació en Gonzales Chaves (provincia de Buenos Aires). Graduado en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA), fue profesor universitario hasta la dictadura instalada en 1976. Como periodista ha colaborado en los diarios “Clarín”, “La Opinión” y “Página/12”, y se desempeñó como jefe de redacción de las revistas “Humor” y “Superhumor”, y como director de la revista “Fierro”. Actualmente es director de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Su fecunda obra incluye las novelas “Dudoso Noriega”, “Pagaría por no verte”, “La lucha continúa”, “La mujer ducha”, “Los sentidos del agua”, “Parecido S.A.”, “Arena en los zapatos”, “Manual de perdedores”, “El último Hammett”, “Pirse, el improbable” y “Brooklyn & medio”. También ha publicado, entre otros, los libros de cuentos “Zenitram”, “Picado grueso”, “El caso Yotivenko” y “Los galochas”; y los ensayos “Breccia el viejo”, “El aventurador” y “La patria transpirada”. El artículo que sigue a continuación apareció publicado en la revista “El Perseguidor” nº 12 (primavera/verano 2004/2005) bajo el título “Los contratiempos de Cortázar”.
Me gustaría hablar -improvisar, en realidad- sobre los contratiempos de Cortázar, tomando la palabra contratiempos en todos los sentidos. Por eso no voy a analizar sus cuentos, que me gustaría mucho, sino a plantear algunas otras cosas, acaso externas a su obra, que me resultan, aunque sean un poco obvias, más lindas para pensar. Cortázar es alguien que uno ha leído a lo largo de muchos años, sobre todo cuando era un muchacho. Y es muy importante, para valorar, medir el efecto personal, fechar en qué circunstancias se leyeron (y uno fue afectado por) ciertos textos. A mí me regalaron y leí “Rayuela” cuando cumplí veinte años. Pero, ¿cuándo había salido “Rayuela”? Había salido un año y medio antes. Es decir, las compañeras de la facultad (estudiaba Letras entonces) me regalaron un libro nuevo: soy del '45, lo leí a los veinte, en el '65. ¿Quién era yo?: un pibe sin formación. ¿Quién era Cortázar? Un autor nuevo.
¿Nuevo? Porque, ¿cuántos años tenía cuando se publicó “Rayuela”? Ya tenía casi cincuenta años (nació en 1914). ¿Era conocido en 1963? Muy poco en la Argentina. Es que Cortázar tiene un itinerario muy especial: él tira la primera piedra y se raja. En 1951 publica su primer libro de cuentos, “Bestiario”, en una colección lateral de editorial “Sudamericana”, no en la grande, donde estaba muy bien acompañado, entre otros, por Felisberto Hernández, más oscuro, menos conocido aún que él. Y en ese momento tenía treinta y seis años. Para un tipo que se había dedicado desde hacía años a la literatura, ya era maduro. Publica “Bestiario” y sobre el pucho se va a París, deja el libro solo. Pero es que tampoco se había casado todavía. Se casa con Aurora Bernárdez a los cuarenta años, en el '54. Es decir: todo lo empieza tarde, o tarda mucho en concretarlo.
Así es que da la impresión de que Cortázar tiene una adolescencia larguísima. Está como desfasado -de ahí lo de los contratiempos-, tanto en lo que hace, dice y publica como en la manera en que es leído. Así, como en una adolescencia, una rebeldía y un inconformismo tardíos, Cortázar se deja la barba cuando los demás se la sacan. Porque Cortázar descubre la política (o mejor: la militancia) después de los cincuenta años. Y la descubre no en el lugar donde vivió durante más de treinta años sino en otro lugar, parado en otro lado, cuando y donde él mismo ya no está vital, biográficamente implicado. Porque, ¿cuándo fue muchacho Cortázar? En la Década Infame, en los años ‘30. ¿Dónde vivía? ¿Vivía en Buenos Aires? No, vivía primero en Banfield y después dando clases en colegios secundarios de la provincia de Buenos Aires. De algún modo, estaba al margen de la historia literaria o de la Historia a secas. Esa experiencia de vida es muy interesante, muy reveladora y sumamente original. No se parece a nadie.
El ejemplo para comparar es el de Bioy, que es exactamente contemporáneo de Cortázar y que siempre pareció más viejo. Son dos escritores extraordinarios y probablemente muy afines en muchas cosas. Piensen ustedes en los cuentos de Bioy de esos años en que Cortázar también escribe los suyos -“La trama celeste”, “Guirnalda con amores”-; piensen en “El sueño de los héroes”, que produce más o menos por la misma época. Bioy es un escritor hecho y consagrado cuando Cortázar aún -para el mundo literario argentino- no existe. Sus relaciones con el “campo literario” y con el dinero, su extracción y pertenencia de clase son totalmente diferentes. Y determinantes.
Aunque el primer libro que reconoce como propio es “La invención de Morel” de 1940, Bioy ya había publicado seis libros anteriores, de los cuales después renegó. ¿Cómo hacía? Iba a la editorial y se los publicaban... ¿Milagrosamente? ¡No! Se los pagaba el viejo y él, según dice y no hay por qué no creerle, no se enteraba: era maravilloso eso. Bioy siempre ha dicho, irónicamente, que él no le privó al lector el ejercicio de su aprendizaje. Es decir, toda basura que iba escribiendo la publicaba, hasta que Borges lo orientó y más o menos lo puso en rumbo. Bioy, ya a los veintiséis años -cuando Cortázar andaba perdido dando clases en Bolívar, en Chivilcoy, escribiendo sonetos con seudónimo y viviendo en pensiones-, entra parado en la literatura argentina con “La invención de Morel”, con un prólogo de Borges.
En cambio Cortázar, ¿qué relación tiene con la literatura? Se dedica, pero no es un bacán como Mujica Lainez, como Bioy o como el mismo Borges, que no necesitan del laburo y tienen disponibilidad para escribir. En ese sentido, como Walsh, que es mucho más chico que él (del '27), Cortázar tiene siempre una experiencia del laburo, en este caso en la docencia. Él se hace profesor por necesidad, y después se hace traductor y labura de traductor porque eso le permite sobrevivir. Cuando se va a Francia, no es el viaje del bacán; se va a laburar y se junta laboriosamente los mangos para el pasaje: y vive -ya grande- como un estudiante en su bohardilla, y trabajará hasta jubilarse, cuando sea un escritor consagrado.
Por eso lo de los contratiempos de Cortázar, por cómo va a contramano de su momento, haciendo su propio proceso. Y a contramano con la política, de eso ni hablar. No soporta nunca el peso del totalitarismo cultural peronista, tener que ponerse la corbata negra por la muerte de Evita, etc., y se va de la docencia -estaba en la Universidad de Mendoza- ni bien sube Perón al poder. En este sentido, “Casa tomada”, más allá de todas las otras lecturas, obviamente, admite una interpretación no demasiado descaminada de tipo paranoide. Casi todos los extraordinarios cuentos de “Bestiario” son ejemplos de claras conductas de paranoia social, lo cual no agota el sentido, por suerte y por supuesto; los cuentos son muchísimo más que eso.
Cortázar tira este libro y se va en un momento en que la literatura argentina anda a contrapelo, anda por caminos distintos de la política. Hay que pensar que “Sudamericana” publica entonces a Felisberto, a Cortázar, publica “La vida breve” de Onetti, y no pasa nada. Incluso dos años antes se había publicado “Adán Buenosayres” y tampoco había pasado nada, excepto la negativa de la inteligencia opositora y la indiferencia oficial. Sólo el joven Julio lo leyó con atención y ecuanimidad, sin prejuicios. Pero todos esos textos notables no existen para la circulación y el reconocimiento masivos, es decir, no existen para la historia literaria hasta diez años después, cuando son releídos, incorporados y metidos en la historia, y empiezan a influir, a existir.
Cortázar se va a Francia y el libro queda ahí, se amontonan los ejemplares en el sótano, hasta que a fines de los ‘50 aparece Paco Porrúa, un señor editor, y primero en “Sudamericana” le publica, en 1959, “Las armas secretas” -cuentos escritos ya en París-, y enseguida “Los premios”, y después en “Minotauro”, en 1962, “Historias de cronopios y de famas”. Eso -y sobre todo la aparición de la novedosa “Rayuela”- es lo que hace que se vaya reeditando y releyendo a Cortázar hacia atrás, proceso completado en cinco años con la reedición de “Bestiario” y la nueva versión ampliada de “Final del juego”, en 1964. Pero para la literatura argentina de los suplementos dominicales hasta entonces era un escritor casi secreto, un tipo que, por ejemplo, no tenía cara... No existía. ¿Por qué son tan famosas las fotos de Sara Facio? Porque son las primeras que se conocieron masivamente de él, antes no había nada.
¿Y cómo se produce ese “descubrimiento”? Cortázar es el primer escritor argentino, con Leopoldo Marechal, que es de algún modo lanzado “desde los medios”, desde un lugar de opinión influyente. Hubo una revista de los años ‘60, paradigmática de la época, que se llamó “Primera Plana”, en la cual ya laburaba el joven Tomás Eloy Martínez. Una hermosa revista hecha por Jacobo Timerman, responsable después de “Confirmado”, y después de otro extraordinario medio de comienzos de los ‘70, el diario “La Opinión”. Bien: a Cortázar -como después, al redescubierto Marechal- lo lanzan al reconocimiento desde la influyente “Primera Plana”, dentro del paquete del “boom de la nueva novela latinoamericana”, como un avatar lateral. Porque Cortázar calza en el “boom” raramente, es poco tropical y exótico para Europa. No es como los más jóvenes Fuentes y Vargas Llosa, o como los veteranos redescubiertos Rulfo y Carpentier. Pero calza perfecto -porque vive en Europa, como Vargas y el Gabo- en ese fenómeno de la segunda mitad de los ‘60.
Otro fenómeno estrechamente ligado (pero de otra manera) al caso de Cortázar fue el de Marechal. Entre otras cosas, ninguno de estos dos ocasionales “ninguneados” verdaderamente se exilió. Cortázar se fue por elección y el autoexilio porteño de Marechal a partir del '55 tiene que ver con el hecho de que hasta entonces había sido ignorado por el sistema literario porque era peronista, y por lo tanto un tipo inaceptable. En ese sentido, es muy sintomático que el joven Cortázar sea el único que escriba en su momento sobre “Adán Buenosayres” porque la lee con la cabeza abierta y entiende que ahí hay otra cosa, y no solamente un repugnante peronista que escribe una novela deforme y llena de malas palabras. El también producirá su “novela deforme” quince años después.
Así, el caso Marechal y el caso Cortázar, en cuanto a las estrategias de la producción editorial y al armado del sistema de la narrativa argentina, son bastante parecidos en algunos aspectos: existen y son reconocidos recién a mediados de los años ‘60, cuando ya son tipos grandes, más aún Marechal. Porque a Marechal también lo redescubren y le republican siempre con el apoyo de los medios. La consagración del “Adán Buenosayres” y su apoteosis acompañan la peronización de la intelectualidad en la segunda mitad de los ‘60. Entonces Marechal, que era un proscripto y una mala palabra, se convierte en un profeta. Sus novelas -la reeditada “Adán Buenosayres”, “El banquete de Severo Arcángelo” y “Megafón”- están separadas por cuatro años, los últimos suyos, no más.
Volviendo a la idea inicial, cuando Cortázar es descubierto como el extraordinario narrador que es -sobre todo como cuentista- ya tiene cincuenta años y se puede decir que ha escrito casi todo lo mejor de su obra. Yo creo que el núcleo central de Cortázar está entre el '51 y el '66, en esos quince años en que publica cuatro grandes libros de cuentos: “Bestiario”, “Las armas secretas”, “Final del juego” y “Todos los fuegos el fuego”. Después hay cuentos sueltos que pueden equiparar esa categoría, pero ningún libro, ni “Octaedro” ni los que siguieron, soporta la comparación con el impacto de los anteriores.
A partir de ese momento, el último tercio de los ‘60, Cortázar es más personaje que escritor. Su irrupción en lo público es muy fuerte. Ponerse la barba, opinar, participar, ser socialmente protagonista, son cosas que habían estado ausentes en su vida. Ahí empieza el voluntarismo, la reflexión en voz alta, esa cosa muy enfática en Cortázar, que a los cincuenta y pico dice “yo siempre estuve parado sobre el rojo”. Y uno le cree, cómo no le va a creer. Cortázar es un hombre sincero.
Y el cambio tuvo algo que ver con su experiencia de vida, con su práctica concreta. Primero su adhesión a Cuba y después, y sobre todo, a Nicaragua, porque Nicaragua todavía era la revolución posible. La cubana, lamentablemente, era y es la revolución que hay, con la burocracia, con el estalinismo, con todo. Es más fácil adherir a la posibilidad de un socialismo a construir que tener que bancarse las contradicciones de un régimen con todas sus miserias totalitarias. Pero Cortázar nunca hizo la del avestruz ni fue oportunista. Trató siempre de ser claro y ecuánime. El ejemplo máximo de sus tironeos durante ese período de su vida es el “Libro de Manuel”. Y otro ejemplo de sus contratiempos. En el '73: el FREJULI ganó las elecciones con un programa político, un programa de gobierno, de cambios de estructuras -hasta dónde las cambiaba se puede discutir...-, que votaron siete millones y medio de personas. En este país como en Chile, donde había triunfado Allende, había un clima ideológico mayoritario que veía factible ese cambio social profundo. Fuera o no factible, había un consenso. En aquel momento era votable un programa del FREJULI. ¿Qué hizo Cortázar? Se vino a presentar el “Libro de Manuel” acá. ¿Qué es el “Libro de Manuel”? Es el intento de síntesis de los opuestos que para él deben ser complementarios: cambio social (Revolución) y cambio del individuo (Hombre Nuevo). Si el hombre no cambia, no se libera de sus prejuicios y tabúes, si el hombre no es más libre interiormente, no hay ninguna posibilidad, ni de revolución ni de nada.
Yo trabajaba en “La Opinión”; en esa época hacía críticas de libros antes de ser capaz de escribirlos. ¿Qué era “La Opinión” en ese momento? Como casi siempre pasa, era un medio creado y dirigido por un liberal inteligente, Jacobo Timmerman, que tenía en el área de Cultura de su medio a toda la vanguardia de la izquierda. El jefe de la sección era Juan Gelman. Estaba Paco Urondo, estaba el gordo Soriano... ¿Cómo se lo miraba a Cortázar desde esa izquierda en general comprometida con la lucha insurreccional? Se lo miraba con cierto recelo, como sospechoso. No de deshonestidad, claro. Pero como estaban tan radicalizadas las cosas en la Argentina, la posición de Cortázar, su “compromiso político” desde París resultaba anacrónico, en cierta medida desfasado. ¿Por qué? Porque en la Argentina caliente de entonces, para bien o para mal, se peleaban cosas muy concretas y con las legitimadas armas en la mano. Y la Argentina -la política argentina, el peronismo en particular- fue un lugar en el cual Cortázar nunca se sintió cómodo, no supo dónde ponerse. Siempre tuvo dificultades para pararse en esa realidad, y cada vez que vino no le gustó. Esa vez lo recibieron bien, pero interior, privadamente, con recelo. Y el último gran desencuentro fue cuando vino en el '83, ya en democracia, y Alfonsín no lo recibió, indebidamente asesorado, dicen.
¿Qué se puede releer de Cortázar? Cortázar pertenece a un tipo de escritores especial. Hay tipos que a determinada edad te cambian la vida: Sartre, Camus, Hermann Hesse, Henry Miller, te dan vuelta la cabeza, te hacen plantear la posibilidad de vivir de otra manera. Otros, como Durrell o London o Kipling, te dan ganas de moverte, de viajar, de andar por ahí, salir... Finalmente, están los que al leerlos te dan ganas de escribir. Es el caso de Cortázar. Sobre todo con los cuentos, porque el procedimiento literario está tan a flor de piel que el mecanismo es el protagonista. Cuando uno lee “La noche boca arriba” o “Continuidad de los parques”, el cambio de niveles de realidad, el juego narrativo accionado para la sorpresa es tan fuerte que naturalmente se pone el acento sobre el cómo. No sobre el qué, sino sobre el cómo. Y la literatura está siempre en el cómo. Esta es una de las cosas hermosas que tiene Cortázar, por eso es un escritor para la juventud, el escritor ideal para crear el taller de lectura y escritura, para motivar a un pibe que a los doce o trece empezó a leer: uno le tira unos cuentos de Cortázar y el pibe descubre que ahí está, que eso es la literatura.