26 de noviembre de 2008

Entremeses literarios (XIX)

TIENDA DE BROMAS
Julia Otxoa
España (1953)


Ante mi asombro ya que para nada estábamos en carnaval, aquel hombre alto y flaco vestido de negro con cara de funeral, entró en la famosa tienda de bromas "El rey de las fiestas", saliendo al poco tiempo transformado, luciendo una ostentosa nariz roja y unos grandes mostachos color naranja, su cabeza cubierta con uno de esos gorritos de chino mandarín. Sin embargo fijándose en él con detenimiento se observaba fácilmente que la seriedad de su rostro no había variado en absoluto, lo seguí durante unos minutos pero pronto lo perdí de vista entre las nubes de turistas que aquellos días abarrotaban la ciudad. Volví a mi trabajo de portero y me olvidé del asunto hasta que meses más tarde en la consulta de ingresos del hospital, reconocí las facciones de aquel hombre serio, tremendamente pálido, en el rostro del cirujano que iba a realizar con mi dañado corazón, una delicada operación a vida o muerte.


DIBUJO
Vladimir Nabokov
Rusia (1899-1977)

Si no recuerdo mal, el estremecimiento inicial de la inspiración fue provocado de algún modo por un relato periodístico acerca de un chimpancé en el Jardín des Plantes, que, después de meses de incitaciones por parte de un científico, hizo el primer dibujo que haya esbozado nunca un animal. Ese dibujo mostraba los barrotes de su jaula.


EL LEON Y LA SERPIENTE DE CASCABEL
Ambrose Bierce
Estados Unidos (1842-1914)

Un Hombre que se encontró un León en su camino, se disponía a domarlo mediante el poder del ojo humano. Por allí cerca se encontraba también una Serpiente de Cascabel ocupada en fascinar a un pajarito.
- ¿Qué tal te va, hermano? -le gritó el Hombre al otro reptil sin desviar los ojos del León.
- De maravilla -contestó la Serpiente-. Tengo el éxito asegurado; mi víctima se me acerca más y más a pesar de sus esfuerzos.
- Y la mía -dijo el Hombre- se me acerca más y más a pesar de los míos. ¿Tu crees que es normal?
- Si tu crees que no -respondió el reptil como mejor pudo, con la boca llena de pájaro-, será mejor que lo dejes.
Media hora más tarde, el León, hurgándose los dientes con las garras, le dijo extrañado a la Serpiente de Cascabel que en toda su variada experiencia en el arte de ser domado, no había visto nunca un domador que desistiera tan concienzudamente.
- Pero -añadió con una amplia, expresiva sonrisa-, yo lo miraba a la cara.


PARA LAS HORAS MAS JODIDAS
Hipólito G. Navarro
España (1961)

Para las horas así, digamos jodidillas, no malas del todo pero pasando un poco de regulares, pues tenía eso, un botecito de cristal con su tapón de corcho, y con una cuerda lo colgaba del techo y luego le daba caña con un palo, no muy fuerte, para no romper el vidrio, pero sí lo suficiente como para que las moscas dentro del bote chocaran unas con otras y zumbaran como diciendo: ¡ostias, otra vez!


ALGUNOS DIAS DE MI VIDA ENTRE LOS INSECTOS
Henri Michaux
Francia (1899-1984)

Aunque fueran insectos y no hombres, juzgaron enseguida que yo no podía quedarme solo y me ofrecieron una oruga de mi tamaño con la que pudiera pasar la noche. Inesperado, ciertamente, orugas hembras, pero todo era inesperado. Su piel era de terciopelo, del más bello verde-azul, con islas anaranjadas, pero frías y peludas. Fascinado, contemplaba la procesión ondulante y perversa de las carnes regordetas, progresando soberanamente hacia mí, reina y caravana. Monstruosa compañía. Sin embargo, cuando estaba a punto de tocarme, mi espíritu como el de quien va a la guillotina pero mi cuerpo consintiendo, ganado, jadeante, me abandoné. Hubo de inmediato una veintena de centros musculosos y ávidos asediando mi ser desbordado. Tormenta, larga tormenta esa noche.


EL CUERPO DEL DELITO
Ana María Shua
Argentina (1951)

Quisiera recordar que ya se han empleado todos los recursos de esta fiscalía para encontrar el cuerpo del delito, pero no lo hay, y no es que el delito sea incorpóreo: es que sólo tiene cabeza, una cabeza grande, con una cara de ojos grandes y tristes, como de vicuña, una coronilla calva, un cuello cercenado del que mana ese líquido en nada parecido a la sangre y es tan difícil para el fiscal persuadirla de que la ley exige el cuerpo y no la cabeza del delito, de que estamos haciendo todo lo posible, de que se vaya de una vez por todas a molestar al asesino.


MOSCAS
José María Méndez
El Salvador (1916-2006)

Yo siempre había odiado las moscas; el cosquilleo que hacen al posarse sobre la frente o sobre la calva -transcurridos los años da lo mismo-; el ruido como de pequeños aviones que hacen al zumbar por las orejas. Pero lo verdaderamente horrible es cómo se posan en nuestros ojos abiertos que ya no podemos cerrar, cómo se meten en el hueco de nuestras narices, cómo entran en grupo en nuestra boca abierta que quisiéramos mantener cerrada, sobre todo cuando hemos quedado tendidos cara al sol, con un rifle bajo el hombro, antes sobre el hombro, pues no tuvimos tiempo de usarlo.


DOMINGO EN EL ZOOLOGICO
Javier Villafañe
Argentina (1909-1996)

- Un globo, un globo, quiero un globo -pidió un niño.
La madre le compró un globo. El niño soltó el globo y lo vio volar.
- Un globo, un globo, quiero un globo -volvió a pedir el niño.
El padre le compró un globo. El niño soltó el globo y lo vio volar.
- Un globo, un globo, quiero un globo -pidió otro niño.
La madre dijo:
- No.
El padre dijo:
- No.
Y el niño voló, se fue de los brazos de la madre, de los brazos del padre, volando con los globos. Esto pasó en el Jardín Zoológico la tarde de un domingo. Son testigos: un elefante, dos leones, un águila y un vendedor de globos.



PELEAS
Juan Romagnoli
Argentina (1962)

Cuando discutimos, mi esposa suele decirme:
- Con vos no se puede hablar en serio. Te comportás como un niño.
Yo trato de controlarme y explicarle que no es así, pero me termina de enojar cuando me tapa la boca con esa papilla, y entonces la escupo y hago un berrinche.


LOS DEDOS DE LA MUERTE
Earle Herrera
Venezuela (1949)

Desperté esta extraña y triste mañana y me encontré con que todos mis dedos estaban convertidos en largos lápices. Asombrado me estrujé la cara ante la duda de si estaba totalmente despierto y lo que conseguí fue rayármela por todas partes. Caminé durante largo rato por el cuarto y una vez recuperado de la sorpresa y resignado a mi nueva y absurda fisonomía, decidí que debía buscar la manera de adaptarme a ella. En una página en blanco de mi diario intenté registrar tan traumática metamorfosis, pero me di cuenta que cada dedo, o mejor (oh, tantos años llamando dedos a las partes más delgadas de mis manos) que cada lápiz escribía algo distinto. El lápiz pulgar, en trazos gruesos, escribió sobre la muerte de alguien. El meñique, el más débil de todos, apenas trazó una endeble línea recta y se acostó sobre ella. El índice dibujó un sol negro de polos achatados y se quedó señalando hacia él. El medio, con firme grafía, anotó: "El centro y no el fin de la vida es la muerte, hacia ella todos convergemos: nos arrastra una pasión centrípeta". El anular se quejó de su condición de reo y maldijo al anillo que hace tantos años lo aprisiona. Los lápices de la mano izquierda lo único que hacían era garabatear, como borrachos, pero de pronto todos a la vez escribieron la misma frase, por lo que hube de leerla cinco veces: "Mañana, amo nuestro que siempre nos has esclavizado, amanecerás convertido en tintero y te vamos a beber". Yo, aterrado, para no darle oportunidad a su venganza, me los clavo de un solo golpe en la garganta.