Hay temas puntuales y cruciales que siguen generando polémicas entre los cristianos y los marxistas. Uno se refiere a la sexualidad, como símbolo de una acción deseante, como relato de los cuerpos históricamente maltratados. Otro tema donde las perspectivas cristianas y marxistas tienen diferencias ríspidas es el tratamiento de la propiedad privada. Sexualidad y propiedad entonces se convierten casi en un dilema para quienes trabajan en pos de una unidad superadora entre el cristianismo y el marxismo como instrumento de construcción de una nueva sociedad. ¿Cuál es su pensamiento?
Creo que éstos son dos problemas éticos, de construcción de una nueva sociedad. El capitalismo se ha afirmado, también, sobre estas dos piernas. En la medida en que el capitalismo degrada la sexualidad, la transforma en un producto, basado en la pornografía. Por eso todas las ilusiones hollywoodianas, todas las producciones de entretenimiento, tienen fuertemente esos dos componentes. La sexualidad como pornografía, no como encuentro, como comunión, como amor, y la violencia. Es difícil encontrar una película norteamericana que no tenga su base en esos dos ejes. La otra fuerza del capitalismo está en la idolatría de la propiedad privada, que la propiedad privada esté en pocas manos. El capitalismo jamás ha admitido que la propiedad privada sea un derecho de todos. Porque parte de la premisa antiética de la acumulación de la riqueza. Entonces, en la construcción de una nueva sociedad, nosotros tenemos que trabajar muy bien esos dos puntos. Primero, no clandestinizar el tema de la sexualidad. La izquierda, en general, ha tenido un tabú con este tema. Porque muchas veces ha tenido una vida social políticamente revolucionaria y una vida personal burguesa. Entonces mantenía ese tema bajo la alfombra, porque no convenía tratar de eso. Yo, por ejemplo, me acuerdo de líderes populares que decían "nosotros participamos en las luchas, pero ustedes no deben invitar a nuestras mujeres. Ellas tienen que estar en la casa cuidando a los niños, la comida, etcétera". Esa es una actitud típicamente burguesa y por ahí va entrando la contradicción en nuestra lucha, y por eso después vienen los derrumbes como el del Muro de Berlín. Es decir, que se ha dado en muchos de nuestros países en proporciones menores, pero se ha dado. Y en la propiedad privada también. Todos nosotros tenemos derecho a los bienes esenciales para la vida; y la vivienda es uno de los bienes esenciales. Ahora, la forma de propiedad, eso va a depender de las condiciones concretas de cada país. No hay un modelo único. Por ejemplo ahora, en Cuba, el 85% de la población tiene la propiedad privada de su casa, son propietarios de su casa. Ellos no pueden comprar casas para hacer dinero, eso está prohibido por la estructura y por las leyes cubanas. Pero ellos tienen derecho a poseer su casa. Otra cosa que poquísima gente conoce, es que la reforma agraria de Cuba no fue para estatizar las tierras, sino que fue para dar a los campesinos la propiedad de las tierras. Los campesinos cubanos son propietarios de sus tierras. Hay tres modelos de propiedad rural en Cuba. La privada, de la familia; la cooperativa y la estatal. Pero la que ha predominado durante muchas décadas ha sido la privada. Ahora muchos campesinos descubren que debido al avance tecnológico es mejor estar en las cooperativas, o quizás en la estatal. Pero hay un respeto a esa propiedad. Entonces, lo que no podemos es considerar que la propiedad privada es un dogma absoluto. No, la propiedad social está siempre por encima de lo privado. Pero tampoco quiere decir que vamos a construir una sociedad en la que los derechos sociales signifiquen el aplastamiento de los derechos individuales. No, hay que coordinar las dos cosas. Lo social debe ser distinguido de lo personal.
Como usted bien conoce, en la Argentina tuvo un gran desarrollo el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM). Hoy es apenas materia de estudio, de nostalgia, porque prácticamente desapareció. ¿Este retroceso de sacerdotes progresistas organizados y con un proyecto de liberación es sólo un fenómeno argentino? ¿Siguen existiendo en otros países de América Latina expresiones de la Teología de la Liberación, al estilo de la Iglesia brasileña, en pleno auge y con vasto desarrollo político social?
Hay en toda América Latina sacerdotes, obispos, religiosos, laicos, que no han abandonado la causa de la liberación. El problema es que en la Argentina, como en Chile, se ha cometido el equívoco de construir un movimiento de sacerdotes que no incluyó a los obispos. Esto creó una distancia que permitió a los obispos más conservadores unirse con espíritu de cuerpo en contra de este movimiento de sacerdotes progresistas. En Brasil nunca ha existido un MSTM o un grupo de sacerdotes definidos públicamente por el socialismo. Nosotros queríamos hacer avanzar el conjunto de la institución eclesiástica. Entonces, aquí la división no se hizo horizontal, sino que fue vertical. Hay obispos, sacerdotes, religiosos y laicos en la izquierda, y también en la derecha. Eso compromete a todo el conjunto de la institución.
Sabemos de las diferencias cada vez más profundas y groseras entre la minoría que tiene el poder y la mayoría que lo padece; sabemos también que las relaciones de opresión y sumisión recorren toda la sociedad. Conjuntamente y más allá de los intentos discursivos por negarlo, la historia de los hombres sigue contándose a partir de las luchas de clases, con un profundo reflejo en todas las instituciones sociales. Sin embargo, y tal vez porque la Iglesia es una institución sacralizada y habida cuenta que la realidad histórica la muestra hegemónicamente al lado de los poderosos -esto sin negar actitudes individuales o de grupos valientemente confrontadas con el poder- se ha afirmado que la lucha de clases no ha penetrado a fondo en la Iglesia. Frente a este pensamiento ortodoxo tenemos, por ejemplo, la realidad compleja de la Iglesia brasileña. En su opinión, ¿la lucha de clases, el enfrentamiento entre opresores y oprimidos, se refleja en el interior de la Iglesia que usted integra?
De distintas formas, con diferencia de intensidades y hasta con renovaciones en la integración de sus componentes, la lucha de clases es una realidad que persiste y que no deja de reflejarse en todas las instituciones. Uno de los equívocos más curiosos en la izquierda de tradición marxista atea fue creer en la lucha de clases hasta la puerta de la Iglesia. Traspasada la puerta de la Iglesia, dicha izquierda quitaba la dialéctica y se dejaba ganar por el más puro idealismo, como si toda la Iglesia fuese la misma cosa, olvidándose de las profundas contradicciones internas que no dejan de sacudirla, en todos sus niveles jerárquicos. Insisto que se trata de puro idealismo, y ha sido defendido ardientemente por teóricos de la izquierda atea de América Latina.
Los ejércitos de América Latina se han ido convirtiendo en instituciones represoras, consecuentes en su tarea de ahogar los intentos de cambio social. ¿Ve también aquí la posibilidad de enfrentamientos internos profundos?
Por supuesto, mientras haya una sociedad de clases va a haber contradicciones en todas las instituciones de esa sociedad: la familia, la universidad, los sindicatos, el ejército y la Iglesia, en fin, en todas las instituciones.
Hablemos de la Iglesia católica brasileña. Usted, que es parte de ella, ¿cómo ve y describiría las contradicciones y disputas que se dan en su seno?
La realidad de nuestra Iglesia es fácil verla a partir de distintos aportes teológicos. Tenemos un trabajo con las comunidades de base, las pastorales sociales. Pero tenemos, también, la importación de movimientos como el Opus Dei, carismáticos de Europa. Tenemos 350 obispos, de los cuales 50 son de derecha, 100 son de la Teología de la Liberación, y 200 son moderados; y que felizmente, en los momentos críticos suman con estos 100 progresistas. Entonces así se dan los conflictos teológicos y prácticos, en los vínculos con la sociedad. La Conferencia Episcopal en Brasil tiene una línea muy buena, muy evangélica, que cada año está basada en tres puntos. La Campaña de la Fraternidad en la Cuaresma, que tiene un tema social -este año ha sido la desocupación-. El Grito de los Excluidos, en la fecha nacional, que es el 7 de septiembre, en el que se busca reflejar el grito de los excluidos. Y las Semanas Sociales. Este año, la Conferencia Episcopal, junto con los movimientos populares, incluso el MST, ha promovido el plebiscito sobre la deuda externa. Esperábamos que fueran 3 millones de votantes; superando todas nuestras perspectivas, los votantes, que acudieron voluntariamente, llegaron a los 6 millones.
¿Considera la religiosidad en el pueblo brasileño -no sólo de raíz católica sino también de otros cultos- como un elemento que contribuye al crecimiento de la conciencia crítica, o debemos ligarlo a una cuestión fetichista, que retrasa más que contribuye a una acción liberadora?
Acepto que es un tema de controversia. Mi posición es la siguiente. La religiosidad es un componente que no es ni fetichista ni crítico, sino un componente humanizador de la gente. El pobre, en Brasil, encuentra en la religiosidad su primera ideología, su primera manera de comprenderse y de comprender al mundo. El mundo ha sido creado por Dios, tenemos que ser buenos, somos hermanos. Eso es muy positivo. Ahora, depende de cómo eso es trabajado. Puede ser trabajado en una linea fetichista como en una línea liberadora. Entonces, la mayoría de la gente tiene una religión sincretista, una religión de conformidad con el suelo, que no es del todo mala. Y aquellos que están organizados en las comunidades eclesiales de base, en las pastorales sociales, en la pastoral de la tierra, o en la pastoral obrera, ésos tienen una visión más evangélica. Porque es más crítica de la situación social desde los valores evangélicos. Porque tienen una religiosidad mejor trabajada desde el punto de vista bíblico, político, etcétera.
¿Es un sentimiento real, es una definición ideológica profunda, o es una simple especulación para preservar el poder lo que ha movido a la Iglesia católica a ponerse a la cabeza de las luchas por las transformaciones sociales brasileñas?
Efectivamente, la Iglesia católica brasileña se puso junto a la mayoría del pueblo. Ese es el punto. No es que se puso a la vanguardia de la transformación. No, se puso en la retaguardia del pueblo. Y por eso la Iglesia es un portavoz privilegiado de las inquietudes del pueblo. Si hay problemas con los indígenas, la caja de resonancia primera es la Iglesia. Si hay problemas con los niños de la calle, ahí está la Iglesia. Si hay problemas con los campesinos, ahí está la Iglesia. Porque la Iglesia es una institución muy bien organizada en este país, muy fuerte, y con una sensibilidad social evangélica para los pobres muy profunda. Y por eso funciona, entonces, como caja de resonancia. Yo veo en todo esto un sentimiento auténtico, una definición evangélica, para nada especulativa.
A partir de sus definiciones aparece como más notoria la diferencia de la Iglesia de Brasil frente a otras iglesias católicas latinoamericanas. ¿Qué hay detrás de todo esto?
Hay que analizar las razones históricas. En breves trazos, podemos decir que la humanización del catolicismo brasileño se ha dado hace muy poco tiempo, en los últimos cien años. Durante la colonia, el catolicismo de Brasil era muy independiente de Roma. Y entonces, aquí se ha desarrollado toda una religiosidad callejera, que no responde al superhéroe de la autoridad eclesiástica. Por otra parte, los obispos, cuando empezó la romanización, tuvieron muchos conflictos con el Estado, podemos afirmar que los obispos del Brasil nunca se han dejado seducir por el Estado; tampoco se dejaron ganar por los partidos políticos. Aquí nunca hubo un partido demócrata-cristiano. Para ser más precisos lo hubo, pero tuvo una vida muy breve, ya que no tenía ningún apoyo de la jerarquía católica. Otro punto para destacar es que los obispos de Brasil, y aquí hay que nombrar a monseñor Helder Cámara, siempre han tenido un fuerte espíritu de colegialidad, la decisión de trabajar juntos. Y con eso han logrado mantener una relativa autonomía hacia Roma. En nuestro país el Nuncio apostólico nunca tuvo importancia alguna, es un señor representante diplomático del Estado Vaticano. Por último, recordemos que aquí existieron movimientos laicos, como la Acción Católica, y ahora las comunidades de base, que han sensibilizado fuertemente a toda una generación de curas y de obispos, y de religiosas, para la causa de los pobres. Estas son algunas razones históricas que explican lo que ha pasado en este país, que hacen que la Iglesia católica de Brasil sea mayoritaria y hegemónicamente -aunque no totalmente- progresista y con opción por los pobres.
¿Y en cuanto a las otras iglesias católicas latinoamericanas?
Hay sectores progresistas fuertes en México, en Guatemala, en toda la lucha por la defensa de los indígenas; en Ecuador se destaca monseñor Proanio, en Perú, monseñor Calderón... Pero como fenómeno hegemónico, el compromiso institucional pleno con los pobres se da solamente en Brasil.
Desde afuera, los que no vivimos en Brasil pero tenemos contacto con la realidad brasileña, sentimos que hay un fuerte avance de los sectores más marginados hacia una toma de conciencia crítica; e incluso un acceso a ciertas formas de poder que, por lo menos, muestran una realidad más esperanzadora. ¿Es una apreciación cierta? ¿O la situación social es más negativa?
La realidad es más negativa. No hay expectativa alguna de transformación de estructuras en este país en la próxima década, desde mi punto de vista. Primero, porque es uno de los países más fuertes en el mundo desde una lectura capitalista. Esta es la décima economía mundial. Un país que está cada vez más involucrado en el proceso de globalización, en la privatización de toda su infraestructura, de todo su patrimonio público estatal. Hay intereses muy fuertes en Brasil. Entonces, yo creo que estamos agudizando contradicciones con los avances del PT, con el MST, a partir del trabajo de base de la Iglesia. En fin, hay serios factores de confrontación, que muestran una situación social dinámica. Pero estamos muy lejos de lograr un cambio de estructuras. Evidentemente, eso se va a facilitar, no con una revolución, pero sí con una evolución hacia un estado de bienestar social si logramos elegir un presidente de la oposición, del PT por ejemplo, en el 2002. Eso no es imposible, es posible. Debido a las fuerzas sociales y políticas que se van acumulando en este país, y sobre todo por el impacto que los hechos de corrupción en la vida política tienen en la gente. El PT es el único partido sobre el cual no hay sospechas de corrupción. Esto impresiona mucho a los electores. Si no se cambian autoritariamente las reglas de juego hay viabilidad de llegar al gobierno, pero eso no significa que llegaremos al poder. Eso es otra cosa, es un trabajo para muchas décadas todavía.
Es público su apoyo político al PT. ¿La Iglesia, en general, a nivel de sus organizaciones, tiene una postura política definida? ¿O manifiesta un apoyo más entre líneas?
El criterio es muy claro. La Iglesia apoya a todos aquellos sectores que están a favor de la causa de los pobres. Así, por ejemplo, en la Campaña de la Fraternidad, o en el Grito de los Excluidos, en los carteles que aparecen, están el MST, CNBB, Central de Movimientos Populares, entre muchos otros, con excepción de los partidos políticos. Es decir, la Iglesia apoya explícitamente a los movimientos sociales, no a los partidos políticos.
Hablemos sobre la crisis de toda índole que sufre en su conjunto América Latina. Con perspectiva histórica, ¿adonde va este continente?
Yo creo que vamos a la creciente africanización y dominación directa de los Estados Unidos. El proceso de dolarización, el proceso del Plan Colombia, el proceso de agravamiento del bloqueo a Cuba, todo eso significa una estrategia directa de actualización de la vieja Doctrina Monroe. El Plan Colombia reviste apenas una versión actual, regional, de la inalterable Doctrina Monroe, que es la de "América para los americanos", o sea, América Latina para los Estados Unidos.
Es una visión cruda, y no muy esperanzadora, al menos para las próximas décadas... ¿Qué me dice de las sacudidas cíclicas y terribles a que está sometida la economía norteamericana?
Sí, mi visión es muy cruda. A menos que haya un derrumbe del bienestar en los Estados Unidos, lo que no está fuera de las posibilidades, ya que comparto la apreciación que más allá de las apariencias es una economía muy inestable. Pero si no se da ese derrumbe, pienso que el futuro para nosotros es muy sombrío.
Una de las maneras de comprobar la realidad social concreta de un país está en la vigencia de los Derechos Humanos. ¿Cuál es la situación en Brasil?
Ah, es terrible. Porque sin hablar de represiones, prisiones y torturas, somos 167 millones de habitantes, de los cuales 111 millones ganan hasta tres salarios mínimos. Lo que equivale, más o menos, a 210 dólares. Si reconocemos que en una favela no se puede vivir con un alquiler de menos de 50 dólares, podemos valorar por ahí lo difícil que es vivir para la gente. Un país que tiene alrededor de 40 millones de marginados totales, 51 millones de pobres. Tenemos el 10% de la fuerza laboral en desocupación, 8 millones de niños en la calle, 10% de la población con 53% de la renta nacional en sus manos, 20% con el 64% de la renta nacional en sus manos, un 1% con el 17% de la renta nacional en sus manos. Somos un pais de dimensiones continentales, y un 1% de los propietarios rurales mantienen el dominio del 44% de las tierras. Se trata de un país con contradicciones muy agudas, muy fuertes, y con una situación de exclusión social creciente y preocupante.
¿Brasil está sobre un volcán?
Sobre un volcán en ebullición...
¿Cuál es la actitud de los intelectuales brasileños, hablo en especial de los más notorios, frente a esta situación tan dramática que describe?
Con el derrumbe del Muro de Berlín, tras la elección de Cardoso -que era considerado un intelectual de izquierda-, hay cada vez menos intelectuales del lado de la gente pobre, del pueblo, a favor del socialismo. O sea, muchos de los intelectuales progresistas de Brasil han ido a los brazos de Cardoso, exhiben su conformidad con el sistema bajo la excusa que no hay más futuro para el socialismo, que la globalización es inevitable. Hacen suyo lo dicho por el economista Stevenson, de los Estados Unidos, "la guerra contra la pobreza ha terminado, y los pobres la perdieron".